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El decálogo de la presidenta y el sálvese quien pueda

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Más allá de los damnificados que dejó el temporal ocasionado por los escolares, lo cierto es que la doctrina del “sálvese quien pueda” llegó hasta lo más alto de la administración del estado.

El miércoles 7 de junio de 2006, la presidenta Michelle Bachelet, dejó nerviosos a unos 300 funcionarios gubernamentales. Ese día, la máxima autoridad del estado, leyó algo así como una cartilla o un decálogo, que demarcaba los derroteros a seguir y que puntaba, como cual dedo inquisidor, los errores cometidos por el gabinete en situaciones tales como el manejo de la crisis estudiantil.

La reprimenda les llegó a algunos más que otros, debido a lo reciente de los conflictos, a la cobertura mediática y a lo evidente de los errores. Entre los aludidos, implícitamente, estaba como no, el Ministro de Educación, Martín Zilic, quizá uno de los principales responsables de la escalada de los problemas y también el Ministro del Interior, Andrés Zaldivar, quien a ojos de analistas y de la propia presidenta, no supo contener con muñeca política los vaivenes del temporal.

El reto a los subalternos estuvo más que justificado, ya que las falencias pegaron en el blanco más temido por La Moneda: las cifras de apoyo popular -encuesta Adimark-. Si bien los errores podrían explicarse por el rodaje del equipo ministerial, el opaco manejo comunicacional y político de los aludidos en situaciones de crisis, dejó sin corazas externas al núcleo primigenio de la administración y salpicó a la presidencia, componente que ni en los tiempos más brutales del Mop-Gate se vio tan fuertemente alterado.

Pero la jugada de la presidenta, ideada por su “segundo piso”, no fue un mero enojo de una jefa aproblemada por el trabajo de su oficina. Con ello, Bachelet intentó desmarcarse de la magra actuación de su gabinete; es decir, colocarse a una distancia tal, que las sacudidas en el funcionamiento del resto del equipo de gobierno no la afecten en el mediano plazo, estrategia conocida y exitosamente practicada por el ex presidente Ricardo Lagos.

La maniobra, que significa en resumidas cuentas, traspasar el costo de las complicaciones de estado exclusivamente a los ministros, tenía nombres y apellidos; uno de ellos, Martín Zilic, Ministro de Educación. La expresión “anticiparse a las crisis”, fue directo hacia el mencionado secretario de estado, que fue injustamente culpado por no haber previsto el conflicto.

Reprender al ministro con la expresión “anticiparse a las crisis”, significa que él es el único responsable por no haber pronosticado una situación que estalló en mayo de 2006, pero que se arrastra por lo menos hace una década. Aunque puede atribuirse a Zilic la escalada del conflicto, es muy improbable que este haya desoído alguna orden de la mandataria (expuesta en su programa de gobierno) relacionada con el ámbito educacional; de haber procedido de esa manera, hoy no sería ministro.

Todo esto lleva a pensar y asegurar, que la educación no fue, hasta mayo, una prioridad para Bachelet. La falta de anticipación para hacer frente a escenarios adversos, la errática gestión política y comunicacional, el subestimar la capacidad de los estudiantes secundarios, y el no recoger a tiempo las demandas ciudadanas es una falencia de la propia presidenta. Más aún, el sólo hecho de haber puesto en la cartera de educación a Martín Zilic, un médico cirujano, no conocido en el ambiente educacional (pero gran gestor político, que destacó como intendente de la VIII región), demuestra una falta de preocupación por el tema. Por ello, la mayor responsable por la caída de más de 7 puntos en la aprobación ciudadana hacia la conducción del gobierno, señalada por la encuesta Adimark, es la Presidenta de la República, Michelle Bachelet.

Hace pocos días, se conoció un informe realizado por el ex Ministro de Educación Sergio Bitar, en el que alertaba a las nuevas autoridades acerca del probable foco de conflicto estudiantil. Sin embargo, este documento fue dejado de lado, así como el petitorio de los estudiantes secundarios, que estaba en el escritorio del ministerio en noviembre del 2005.

Las circunstancias y los antecedentes que salen a la luz hablan por sí solos. Todas las palabras y líneas a seguir, enunciadas por la presidenta en su famoso decálogo, podrían ser, a ojos suspicaces, una especie de mea culpa y un trazado propio. Después de todo, la descoordinación y la visualización de los errores se dice que parten por casa. Pero podría ser también, que el decálogo, fuese un formidable bote salvavidas, tirado al mar de las dificultades por la propia presidenta, con el objetivo que le sirva de refugio y protección; el conocido “sálvese quien pueda”, en caso de que su tripulación y su barco sigan haciendo agua.
El autor es Periodista
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