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La política y los negocios

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No participo de la mitología que presenta el Chile republicano como un país pobre, pero honrado. Al menos, en los grandes períodos de las repúblicas plutocráticas – el de 1895-1925, y el actual, llamado de la Transición – la mezcla entre la política y los negocios se sigue dando cotidianamente: en ambos períodos las castas en el poder son multimillonarias, gracias al milagro del alto precio del salitre, en el primer caso, y del cobre, en el segundo. A comienzos de siglo el liberalismo económico, y hoy el neoliberalismo o el neo conservantismo, son utopías globales y “religiones” totalizantes, cuyo único centro es la rentabilidad, en el más tiempo corto posible y con los menores obstáculos morales.
No nos puede extrañar, por consiguiente, que los ejecutivos de CODELCO se atribuyan un bono de reconocimiento por su “brillante conducción” de la Empresa; es evidente que este ambiente la cuestionada AFP, Provida, nombre en su directorio a poderosos ex funcionarios públicos o a connotados políticos: es el caso de Ximena Rincón, ex directora del Trabajo y ex Intendente del Trabajo y a José Antonio Viera-Gallo, ex senador de la República. Por cierto, la AFP defiende bien sus intereses y, por el hecho de ser ex servidores públicos, nada se puede reprochar, desde el punto de vista legal, a estas personas; lo ético es harina de otro costal.
El neoliberalismo, como la jeringonza, sabe hablar completamente al revés, y esta relación entre el poder y los negocios lo llama “loby”: quién puede dudar que los poderosos personajes poseen celulares directos para llegar a quienes toman decisiones; por lo demás, las castas tienen sus propias normas y redes de amigos. Toda esta maraña no tiene nada de ilegal, pero mucho de discutible moral.
Otra palabra de moda, en el vocabulario del mercado, es sincerarse: no es decir la verdad, sino vivenciar una actitud cínica – cínico no es un insulto, sino una escuela filosófica, dirigida por Diógenes de Sicope, llamado también el Sócrates furioso -; siguiendo en esta línea directriz, podríamos soñar que los partidos políticos fueron dirigidos por grandes accionistas y, en sus Congresos, se discutiera cuál de las “empresas” da más rentabilidad; por ejemplo, en Renovación Nacional su líder, Lúculo Popeye Piñera, es dueño de un paquete importante de acciones de Colo Colo, y podría ser cierto, pero no lo es, que su rival, el beato del Opus Dei, Carlos Larraín, tuviera intereses en la Católica; como al Cacique le va pésimo y sus acciones están por el suelo, a Lúculo nadie le hace caso. De la UDI, mejor no hablar: hace mucho tiempo los propietarios de las empresas privatizadas por Daniel López Pinochet y las nuevas universidades privadas, dominan sus Congresos; en el PPD, Fernando Flores, dueño de consultorías ontológicas, reputadas internacionalmente, a donde quiera que va, tiene muchas posibilidades de triunfo en las próximas elecciones; en el PS, los lobistas y empresarios ex Mapu, inteligentemente han diversificado su cartera en las candidaturas de Isabel Allende y de Camilo Escalona – si una pierde, la otra gana -, la famosa teoría de colocar los huevos en varias canastas; los humanistas cristianos tampoco lo hacen mal: hay todo tipo de accionistas, desde inmobiliarias, a empresas del Estado.
No se escandalice, querido lector: todo lo que he mencionado anteriormente no es tan brutal, no es tan cínico, tan franco, tan sincero: en los partidos políticos chilenos jamás se habla de rentabilidad o de cómo funcionan las empresas de las cuales son accionistas, sino que de los pobres, de la igualdad de oportunidades, de la educación pre escolar, de mejorar los hospitales, de acortar la abismante diferencia en los ingresos, de gastar los recursos del cobre en cruceros para bigotudos profesores de “terno azul”, de mejorar las pensiones a nuestros ancianos e incluso, de crear un “Ministerio de la Felicidad”; cualquiera creería que estos Congresos partidarios son como el Hogar de Cristo.
El cuento de la relación entre la política y los negocios es más antiguo que Matusalén: recuerdo que mi padre me contaba, que fue diputado en un mismo período que un tío de él, Rafael Vives, millonario y latifundista, que este pariente sólo se interesaba en formar parte de Comisiones que trataran temas relacionados con sus negocios; cuando el Congreso no lo hacía, simplemente no asistía; su palabra clave consistía en preguntar: “cómo voy yo en este negocio”, algo así como lo que decían los radicales: “no vengo a pedir, denme de lo que haya”. Sé que el amigo lector comprende que sincerar el mercado no quiere significar transparencia.
En el Congreso republicano existían las famosas consejerías parlamentarias: se nombraba un diputado en el directorio de las principales empresas que, evidentemente, les era muy útil cuando había algo que tramitar. Casi todos los parlamentarios eran a su vez, abogados, y como no tenían un pelo de tonto, elegían serlo de grandes empresas salitreras; de ahí el origen de la fortunas de Julio Zegers, Walker Martínez, Enrique MacIver, José Pedro Alesandri e, incluso, su hermano Arturo, entre otros. Un presidente honesto, como Germán Riesco, se atrevió a pedir al presidente Barros Luco que el Estado salvara a un Banco, a punto de quebrar. Como ven, la hazaña de Daniel López Pinochet y la deuda subordinada tiene precedentes muy antiguos.
A comienzos de siglo, se formó un sindicato de obras públicas dirigido por jerarcas políticos connotados – casi los mismos nombrados en el párrafo anterior – que postulaban, ordenadamente, a las concesiones de ferrocarriles del MOP de la época; algo así como el Mop-Gate, pero con más prosapia.
No faltaban pillines más pobres y de poca alcurnia que multiplicaban por dos o por tres el número de raciones que el Estado proporcionaba a los cesantes la crisis salitrera, de los años 20.
Todo lo dicho no tiene “nada que ver con  Chile”, son reflexiones amargas de un resentido, seguidor de Diógenes. Encomendémonos a la abeja reina, Michelle Bachelet, para que haga el milagro de reencontrar a la ética con la política, dos señoras divorciadas por incompatibilidad de caracteres.
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