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Dos mujeres médicos y la tortura

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La victimaria y la víctima.
Y allí están, con sus fotos en la prensa y sus imágenes en las pantallas de televisión, apelando per se a la conciencia de los chilenos y de los ciudadanos del mundo entero.

La médico torturadora tiene ahora 75 años y parece una tímida ancianita. Fue encerrada el pasado lunes 7 de diciembre de 2005 en la Cárcel de Mujeres de la capital chilena, luego que confesó las torturas que practicó en el hospital de Colonia Dignidad, un enclave nazi que se instaló en el sur de Chile a comienzos de la década de 1961/70. Al verla en silla de ruedas –incluso le falta una pierna– provoca compasión. Hay que saber de sus acciones para tenerle aversión.

La médico víctima tiene 54 años y una sonrisa ancha que conquistó a los chilenos al punto de convertirla en líder política. Ahora mismo anda de mitin en mitin y todo indica que se convertirá en presidente de Chile el próximo 15 de enero. La primera mujer en llegar a La Moneda. El segundo médico, ya que también lo era Salvador Allende.

La doctora Bachelet nunca ha contado detalles acerca de las torturas que sufrió en la cárcel clandestina de Villa Grimaldi. “No me gusta la palabra víctima. No, yo no me victimizo”, dice. Y es que –como lo comprueban todos los estudios– los torturados sufren un trauma tan profundo que encierran el recuerdo en el más recóndito espacio de la memoria.

Todos los seres humanos conocemos del sufrimiento en nuestras vidas. Por una u otra razón, tenemos dolores síquicos y físicos. Pero el tema aquí es la utilización del sufrimiento como herramienta para dominar y castigar. O quizás el tema sea la crueldad, la insondable capacidad de los seres humanos para ser crueles y causar daño a otros.

El filósofo y escritor George Steiner –Premio Príncipe de Asturias 2001– lo resumió en esta frase escalofriante: “Sabemos que un hombre puede leer a Goethe o Rilke por las noches, que puede tocar a Bach y Schubert, e ir tranquilamente a trabajar en Auschwitz por las mañanas”.

La doctora Gisela Seewald estudió Medicina para sanar y paliar el sufrimiento físico de otras personas. Es posible que haya leído a Goethe por la noche, antes o después de hacer el amor con su marido. Y quizás escuchaba música de Bach para tomar el desayuno, al tiempo que disfrutaba de la belleza del campo chileno en primavera. Casi de seguro se cercioraba de que sus mascotas –gato, perro y quizás pájaros– tuvieran agua y comida antes de marchar al trabajo cada mañana. Y tras llegar al hospital y revisar la evolución de los pacientes, destinaba parte de su tiempo laboral a la tortura.

Durante los años setentas tuvo entre sus manos a disidentes chilenos. Varios de ellos murieron y son hoy detenidos-desaparecidos. Pero también fue capaz de aplicar electricidad a los niños alemanes, hijos de los colonos, con la excusa de “sacarles el demonio” del cuerpo.

La investigación de los tribunales de justicia ha demostrado que los únicos “endemoniados”, en Colonia Dignidad, eran los adultos que escaparon de Alemania y –bajo la fachada de una institución benefactora– fundaron un enclave nazi que funcionó en Chile por más de cuarenta años.

Para empezar, el jefe Paul Schaeffer –ahora encarcelado– era pederasta. Y la doctora Seewald aplicaba electroshock a los niños que se resistían a ser abusados por él.

El arresto de la doctora Seewald es una buena señal, como lo es que la doctora Bachelet sea una seria aspirante a la Presidencia de Chile. Una buena señal de civilización en un mundo que –hoy mismo– es escenario de la tortura de cientos de miles de seres humanos, incluidos los más frágiles, los que demandan de mayor protección: los niños.

Artículo aparecido en el sitio amigo Piel de Leopardo, con la siguiente nota:
La autora es  Periodista y escritora chilena.
Columna publicada en el diario español El Mundo
La doctora Seewald se llama en realidad Gisela Tabea Grühlke Hahn. En 1963 viajó a Chile para integrarse al proyecto Colonia Dignidad –hoy Villa Baviera– de Paul Schäfer. Es veterana de la II Guerra Mundial, en la que probablemente haya perdido una pierna.

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