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Esta es la realidad. Es lo que hay

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Quienes escribimos sufrimos a menudo la tentación de mostrar una realidad filtrada por nuestros deseos, remozando situaciones para hacerlas más llevaderas, menos deprimentes. Buscamos racionalmente hacer más predecible el entorno incierto. Adulteramos o podamos quizás los ribetes más dañinos de nuestro devenir, para que, sanamente, se pueda digerir la información cotidiana. Pero ese ejercicio de conocer y abstraer o conceptualizar, no hará jamás variar lo real.

En la comunicación social se adecuan los análisis para demostrar lo que se quiera. Se busca ser lógicos y coherentes para hacer creíbles nuestros dichos. Se busca despejar la visión del lector o auditor de aquello que lo pueda distraer. Se busca mostrar las cosas como uno quisiera que fueran.

Pero, los porfiados hechos van demostrando que esa realidad es un mono porfiado, que se inclina de momentos, por tal o cual diatriba, pero prontamente vuelve a su punto normal, incólume, permanente en su esencia, así vaya a veces decorada de maquillajes ocasionales.
Cuando el comunicador social sale de esos estándares éticos o estéticos, que hacen a su subjetividad, y con los cuales filtra normalmente los hechos para organizar un mensaje convincente, la verdad termina siempre imponiéndose, es decir, queda exactamente lo que es real, lo que hay, guste o no guste, duela a quien duela.

En nuestra sociedad actual, cruzada por millones de noticias articuladas por medios de comunicación que no son neutros, sino que responden a determinadas sensibilidades o intereses, se corre el riesgo de vivir en función de un imaginario manipulable, en vez de hacerlo sobre la base terrenal y palpable que nos rodea.

En períodos electorales esta situación se maximiza y aparecen quienes lo ven todo negro o todo rosa, quienes pontifican a diestra o a siniestra, alejándose con ello del hombre y mujer –ahora es preciso mencionar ambos géneros – de carne y hueso. Es que las campañas electorales son acciones puntuales con un objetivo pragmático: seducir y fidelizar clientela política o, si se lo quiere plantear en forma más suave, captar la decisión de voto de los ciudadanos. Para estimar cómo va resultando el mercadeo, es necesario colocar sensores y allí surgen las sucesivas encuestas de opinión, que recomiendan temáticas y van marcando el ranking de adhesión o rechazo de los candidatos.

Pingüe negocio para una economía el desarrollo de campañas mediáticas. Lamentable resultado si se le ausculta desde el deber ser de la democracia participativa. El acto soberano del sufragio llevado a su expresión más burda, como si se tratase de comprar tal o cual tipo de detergente, sin que ninguno se someta a la prueba de la blancura.

Siendo esta la realidad, entendiendo que hoy se gobierna con eslóganes frente a las pantallas, tenemos pocas alternativas. Despotricar como catarsis colectiva; entrar a la zarzuela y tomar las elecciones como un carnaval o tomar palco proponiendo majaderos una toma de conciencia que parece muy lejana. Más de dos millones de chilenos decidieron simplemente mantenerse al margen. Esta es la realidad. Es lo que hay.

Enviado a PiensaChile por su autor
13.oct.2005
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