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¿De qué se trata, Presidente?

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Aquí hay gato encerrado, Presidente. Se lo oye
maullar. ¿Estará en alguna habitación del Palacio de La Moneda? ¿O en
la oficina de la jueza Chevesic, en la Corte de Apelaciones?

No lo sabemos, Presidente, pero lo intuimos. Y por eso las encuestas
dicen que la mayoría ciudadana (63 por ciento) no lo respalda en lo que
está haciendo. No lo apoya en su decisión de indultar al asesino de
Tucapel Jiménez. Entre los jóvenes, ese rechazo sube al 71 por ciento.
Y esperamos que esa mayoría ciudadana tampoco lo apoye en su
“bendición” al proyecto UDI de punto final. Porque es eso, punto final,
una potente señal de impunidad para que los tribunales vayan cerrando
los casos de derechos humanos.

¿Sabe, Presidente, cuánto nos costó llegar hasta los niveles de
justicia que hoy tenemos? Diecisiete años y medio de dictadura y quince
años y medio de transición. Total: treinta y tres años. Ha sido un
largo y doloroso tiempo en el cual luchamos primero contra una
dictadura que negaba los hechos y ante Tribunales de Justicia que
–salvo honrosas excepciones– amparaban a los criminales y no a las
víctimas. Un tiempo en que tuvimos también que lidiar con los extraños
“consensos” de la transición que –de tanto en tanto- volvían a pactar
la impunidad. Nos ocurrió con Aylwin, con Frei y ahora nos sucede con
usted.

Arduo trabajo nos tomó hacer abortar los proyectos de impunidad de los
años 90.  Y durante su mandato –cuando la impunidad se disfrazó de
“demencia senil”- seguimos avanzando hasta lograr otros desafueros para
el general Pinochet y hasta encarcelar nuevamente a los jefes de la ex
DINA.

Y justo cuando estábamos avanzando como nunca antes, comenzó a gestarse
este nuevo pacto de impunidad. Un pacto que, hasta ahora, tiene seis
movimientos en el tablero.

Primer movimiento, fines de 2004: su presidenta del Consejo de
Defensa de Estado planteó la “amnistía impropia”, un engendro jurídico
inexplicable, en defensa de la cúpula de mando de la DINA. Los
tribunales rechazaron la tesis y condenaron al general Contreras y sus
criminales asistentes. Usted tuvo que inventar una segunda cárcel
militar en Peñalolén. ¿Razón? Ya habíamos logrado copar las celdas de
Punta Peuco, esa cárcel-hotel militar que ordenó construir el
Presidente Frei y cuyo decreto usted se negó a firmar como ministro de
Obras Públicas. Otros tiempos.

Segundo movimiento, comienzos de 2005: el presidente de la Corte
Suprema anunció el cierre de los procesos en un plazo máximo de seis
meses. Logramos anular la medida.

Tercer movimiento, agosto de 2005: la Sala Penal de la Corte
Suprema decidió la prescripción de un caso, inaugurando la sorprendente
tesis de que en Chile “no hubo guerra”. Mire qué curioso, Presidente,
justo cuando los tribunales nos estaban dando la razón, justo cuando el
argumento pinochetista de “sí hubo guerra” (avalado por un decreto-ley)
nos permitía invocar los Convenios de Ginebra y el carácter
imprescriptible de los delitos.

Cuarto movimiento: usted designa al derechista-pinochetista Rubén Ballesteros como nuevo ministro de la Suprema.

Quinto movimiento: usted indultó sigilosamente al asesino de
Tucapel Jiménez  y, cuando la prensa lo hizo público, se limitó a
explicar que lo hizo “por el bien superior del país”.

Sexto movimiento, septiembre de 2005: la UDI presenta un
proyecto para limitar las condenas de militares a diez años de cárcel y
la remisión de penas para los criminales uniformados mayores de 70
años. Bueno, no sólo fue la UDI. El partido pinochetista fue acompañado
por dos senadores designados de la Concertación (Boenninger y Silva
Cimma) que no arriesgan su reelección porque nunca fueron electos por
el pueblo y no se presentan como candidatos en diciembre próximo. ¡Qué
mejores emisarios del mensaje presidencial! Y usted, como era de
esperar, “valoró” la iniciativa y habló de cerrar heridas con miras al
futuro.

Seis movimientos en el tablero político, con la música de fondo puesta
por la jueza Chevesic y su investigación acerca de lo ocurrido en el
Ministerio de Obras Públicas cuando usted fue ministro. ¿Por qué no
cambiamos la música y pedimos escuchar una copia de su discurso
titulado “No hay mañana sin ayer”?

Seis movimientos que parecen seis puñaladas, Presidente. Y la última
llega cuando se cumplen 33 años del golpe militar. Quizás podríamos
pedir que se escuchara una copia del último discurso del Presidente
Salvador Allende, aquel donde dice que “superarán otros hombres este momento gris y amargo, donde la traición pretende imponerse”.

Porque no sólo se trata de traicionar la legítima demanda por justicia
para las víctimas de violaciones de derechos humanos, perpetradas por
agentes del Estado en nombre de una criminal política de Estado para
exterminar a los disidentes. Se trata, Presidente, de traicionar la
legítima demanda de los chilenos de hoy para construir una nación
fundada en sólidos principios éticos. Si no lo hacemos, ponemos en
riesgo a los chilenos de mañana. La impunidad garantiza la repetición
de la tragedia.

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