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Pepe Mujica y el progresismo «neutral» con Venezuela

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Mujica de nuevo volvió a pronunciarse en contra de Maduro en el contexto de asedio a Venezuela. En la foto junto a Juan Manuel Santos, expresidente de Colombia (Foto: Radio Nacional de Colombia)

Según el diario El Observador de Uruguay, Pepe Mujica recibió varias llamadas de funcionarios del Departamento del Estado que le adelantaron sobre la intención de Donald Trump de intervenir en Venezuela. En esas mismas conversaciones, los funcionarios le pidieron a Pepe que intercediera para que el chavismo aceptara unas «elecciones libres», una figura elegante para salir del poder y evitar el mencionado baño de sangre que sería contraproducente tanto para Estados Unidos como para Venezuela. De acuerdo a Mujica, a Estados Unidos, como a Maduro, les «importa un carajo la democracia».

El párrafo anterior describe a la perfección lo que una parte del progresismo regional, que se referencia con Mujica, considera lo que está sucediendo en Venezuela, aunque haya que ubicarlo en el contexto de un país como Uruguay con dirigentes acostumbrados a hacer equilibrio entre las potencias globales y regionales, a no estar con uno sino con todos.

El viejo Pepe, zorro viejo de la política, convertido en mandadero de unos funcionarios del Departamento de Estado, considera que lo mejor es que Venezuela abandone su soberanía y acepte unas elecciones totalmente tuteladas por una ONU que en su estructura diplomática se encuentra organizada por ex funcionarios del Departamento de Estado.

La casualidad dice, por ejemplo, que en la figura ofrecida por Mujica, las autoridades de la misión electoral de la ONU serían nombradas por la Secretaría de Asuntos Políticos, dirigida por Jeffrey Feltman, ex subsecretario de Estado para Medio Oriente durante la Administración Obama. Así que más allá de las consideraciones, el mal menor de Mujica es que Maduro salga del poder, estableciendo la misma solución higiénica de sacar de la ecuación del poder al chavismo.

Esta postura que une a este progresismo lavado con un cordón umbilical que lamentablemente es difícil de cortar de la política de cerco y asfixia ordenada por Trump, por más que quieran acusar esta afirmación de maniquea. En cierto punto, Mujica funciona en esto como el policía bueno de Washington para que el chavismo «salga por las buenas».

El problema para esta tesis es que, en toda su brutalidad, la amenaza de intervención militar, junto a la aplicación de un embargo petrolero, ya en la práctica en funcionamiento desde 2017, ha ordenado en el progresismo regional, sea por espanto, horror o protección propia, los alineamientos en favor o en contra de la política de Estados Unidos.

Por primera vez, el progresismo regional y global tiene ante sus ojos la dimensión exacta de exterminio y persecución que busca este tipo de política contra Venezuela por fuera de las anteojeras ideológicas, y marcos de debates impuestos por la campaña mediática contra el país. Trump le dio verosimilitud al relato chavista sobre las distintas formas de guerra contra Venezuela.

Porque hay un mismo proceso que en Venezuela se adelanta, pero tiene puntos de comparación con lo que ocurre en países como Argentina, Brasil, Ecuador, Bolivia y Nicaragua, entre muchos otros. Un intento por «extirpar», según el propio lenguaje de la Casa Blanca, a los corruptos, los criminales y populistas de los sistemas de relación de poder de las naciones atacadas. Como si fuese un renacimiento de la amenaza comunista de los setenta, vieja doctrina de antisubverción, los malos, por lo general, son el PT, el kirchnerismo, el chavismo, el evismo, correísmo y sandinismo. En esta lógica, el país que se puede ver como el «modelo» de un post chavismo es Brasil.

Gobernado por un títere, creado y tutelado por los medios y los militares, con el apoyo irrestrictivo de un ejército de tecnocrátas institucionales, cuya mejor síntesis es la figura del juez Sérgio Moro, hoy ministro de Justicia de Jair Bolsonaro. Una democracia tutelada desde el extranjero, donde el líder con mayor respaldo popular puede morirse en la cárcel, y cualquier tipo de resistencia es acosada, perseguida y demonizada por la triada de servicios de inteligencia, medios de comunicación y operadores judiciales, hoy el verdadero cuerpo que ejerce el poder como mandadero de los bancos y las corporaciones que planean el desarme de Brasil como un país potencia para ser reconvertido en un simple gendarme regional de baja relevancia en el orden global.

Lo antes expuesto ha originado que la espiral de silencio alrededor de Venezuela, como si fuera un tema tabú, se haya roto por completo. Bien lejos queda el último Congreso del Consejo Latinoaméricano de Ciencias Sociales (CLACSO), una especie de festival del progresimo, donde el tema venezolano fue barrido bajo la alfombra, dejando solo como expositor de la República Bolivariana a un Edgardo Lander que hace unos días no le tembló los pies para ir a reconocer a Juan Guaidó luego de su «autoproclamación». Expuesto, y en ridículo quedan, a la luz de los acontecimientos, los organizadores de este evento, como sucede con todo aquel que guarde una posición equidistante sobre Venezuela.

Porque más allá de la postura interesada, y parcializada, de Mujica, la realidad es que hay un entendimiento de que si acaso avanza en Venezuela una figura de intervención, apoyada en un gobierno paralelo, todos los demás procesos en la región serán más brutales y con menos posibilidad de resistencia. El antecedente de un modelo Venezuela para la intervención dejaría una honda cicatriz, además de acabar con un importante muro de contención que sirve para dar mayor margen de maniobra a otros procesos como el boliviano, el cubano y el nicaragüense, entre otros, puesto en la mira bajo la denominación de la «troika del mal», como si hubiésemos vuelto a la Guerra Fría.

El saldo más evidente de esto es haber potenciado, en primer lugar, la importancia que representa Venezuela como modelo geopolítico de equilibrio en la región, independientemente de la posición política favorable o no respecto al chavismo, así como su resignificación como un movimiento político de resistencia contra Estados Unidos con mucho más valor que una falsa matriz de opinión contra Maduro. Es por eso que el resultado no deseado de Trump y compañía es haber creado las condiciones objetivas para un frente opuesto a su política en la región, a partir de un consenso básico apoyado en el no a la guerra, hoy tomado como bandera a nivel global por aliados y no aliados del chavismo.

Mientras que en Venezuela, la guerra, que hasta la fecha era invisible, ha quedado expuesta con todos los hilos de complicidad, lo que también ha potenciado el vínculo emocional del pueblo chavista con el Estado y sus instituciones, frente al riesgo que corre la existencia misma de Venezuela. Lo que va mucho más allá de una presidencia, de unos cuantos ministerios y el último aprendiz de Donald Trump.

*Fuente: MisiónVerdad

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