Desde el sentido común, por lo humano, contra la antidemocracia
por Elias Vera Alvarez (Chile)
13 años atrás 15 min lectura
La lucha política global del último siglo nos ha acostumbrado a mirar el mundo desde una óptica política preferentemente inclinada a la derecha o a la izquierda, lo que conduce a la peligrosa tendencia a vizualizar la vida y los hechos del acontecer social en términos ideológicos preferentemente blancos o negros, sin matices intermedios. En el caso de Chile, esta tendencia fue instalada con fuerza y de modo inhumano por el golpe armado derechista en 1973, predisposición que sigue operando a través de la juricidad constitucional de 1980 y de la acción de la clase política que la creó y la impuso por medio del terror. Para ésta, ahora gobernando bajo apariencias democráticas, todo cuanto signifique el cuestionamiento de sus convicciones y de su quehacer político tiene una valoración ideológica contrapuesta y extrema y debe ser descartada o rechazada con el máximo rigor de su poder político. Entonces como ahora, no hay lugar aquí para el raciocinio ni para el sentido común.
Por ejemplo, según el criterio derechista los estudiantes no tienen derecho a pensar políticamente y menos a exigir medidas que van más allá de los recursos económicos que el Estado pudiera destinar a la educación. Tocar temas como el rol del Estado en las políticas de educación, el perverso endeudamiento familiar, la calidad de la educación, el lucro, la municipalización escolar, etc., serían esferas de discusión prohibidas para estudiantes, jóvenes y apoderados y por tanto, tal actitud debe ser demonizada con el añejo “cuco” comunista o ultrista.
Realidad
Sin embargo, los jóvenes de nuestro país, -o de cualquier otro- viven la parte más importante de sus vidas inmersos en un sistema educativo (y desde luego, político) cuya influencia ha de determinar su carácter, su formación moral, su condición profesional, su status social y su mayor o menor aporte a la vida productiva y cultural de la sociedad. Consecuentemente, tienen todo el derecho del mundo a opinar y a plantear sus criterios respecto de todo aquello que tiene que ver con su formación como personas y con la edificación de su propio futuro. Para ellos, esto es un derecho y una responsabilidad política de carácter ciudadano, que la derecha, desde su perspectiva visual blanca/negra, se niega a reconocer y aceptar, por más que ésta sea una verdad sin apellidos ideológicos. Sin embargo, insiste en catalogar como ideológica, una cuestión que deriva del más elemental sentido común aplicado a la realidad.
Desgraciadamente, el uso del sentido común ha devenido una cuestion poco menos que proscrita en la vida social y política, por motivos difíciles de entender, a pesar de constituir un elemento espontáneo y automático de nuestra comprensión de la realidad. El sentido común constituye nuestro primer acercamiento a aquello que puede ser verdadero o identificable con nuestro entendimiento y nuestros sentimientos. En consecuencia no requiere de la inspiración a priori de hitos ideológicos como Marx, Friedman u otros para realizar su propio e íntimo catastro de las circunstancias sociales que rigen la vida de cualquier ser humano. Distinguir entre libertad y opresión, entre derecho y privilegio no requiere por lo general más entendimiento que el del sentido común. Hasta el campesino analfabeto que jamás ha tenido alguna preferencia o instrucción política, sabe perfectamente lo que está bien o mal en su existencia y lo que es necesario para modificarla, gracias a la facultad del sentido común, que es inherente al ser humano.
El RAE alude al sentido común como “el buen juicio natural de las personas” y también como “ el modo de pensar y proceder tal como lo haría la generalidad de las personas.”
Para Renny Yagosesky, orientador del comportamiento, el sentido común es «la capacidad natural de grupos y comunidades, para operar desde un código simbólico compartido, que les permite percibir la realidad, o asignarle un sentido a personas, objetos o situaciones, que resulta obvio para el común de los integrantes de esa comunidad». Otros afirman que “ El sentido común son los conocimientos y las creencias compartidos por una comunidad y considerados como prudentes, lógicos o válidos. Se trata de la capacidad natural de juzgar los acontecimientos y eventos de forma razonable.”
Consecuentemente, el sentido común es nuestro primer instrumento para el conocimiento y la interpretación de la realidad circundante de modo puro y simple, pero está expuesto naturalmente a la influencias culturales heredadas y a las que son propias del medio social, las que pueden conducir tanto al reforzamiento de su validez y significado, como a la negación radical de éste.
Política
Quienes han tomado el poder de modo violento y lo manejan en contra de todo principio de equidad y en su propio beneficio, no pierden el sentido común, pero deben recurrir a la inhibición de su valor para consolidar su posición hegemónica y continuar en el poder. Para ello, elaboran y se aferran a doctrinas políticas distorsionadoras de la realidad, a la propaganda desenfrenada, a la represión policial y judicial, y profusamente, a la difusión de mentiras y falsedades. En especial, estas ultimas son un elemento fundamental de la estrategia de conservación del poder y su uso es, por tanto, carente de inhibiciones, documentado, instantáneo y permanente. Se trata de negar en todo momento el valor del sentido común ciudadano, de calificarlo de modo adverso en la conciencia social y, si es posible, de ponerlo “fuera de la ley”.
Sin embargo, es la propia historia personal y las circunstancias sociales propias del individuo las que determinarán el peso del sentido común en su capacidad de entendimiento y en su actitud social. Y es necesario convenir que su condición original de entendimiento práctico y lógico lleva además implícita, una impronta ética difícil de soslayar.
Es el sentido común el que nos hace comprender que todos los individuos integrantes de una organización colectiva de carácter nacional poseen de modo lógico y natural, los mismos derechos, por cuanto todos poseen el mismo valor político y el mismo poder de decisión. Por ello, cada miembro de la Nación es portador de derechos soberanos y es la suma de estas soberanías individuales lo que constituye la soberanía nacional. La facultad soberana conlleva (debe) también para todos los nacionales, igualdad de atribuciones, de obligaciones y responsabilidades. En consecuencia, todos y cada uno/a es coautor de las formas que adopte la organización social y la del Estado y de que éstas tengan o no como perspectiva la justicia social y el bien común. El reconocimiento de la soberanía como derecho primigenio de cada ciudadano no es una cuestión ideológica, sino de carácter técnico-político y social y su validez está vinculada al más elemental sentido común.
Es el sentido común el que nos dice que la democracia es la forma de organización social y política más justa y más cercana a la perfección alcanzada hasta ahora por el género humano. Quizás, porque su concepción surge espontáneamente del ejercicio de la razón, de la lógica y del sentido común y no de la aplicación de ideología alguna. Al contrario, lo ideológico surge en torno a ella de modo posterior, cuando se la niega o se la quiere instrumentalizar, hecho que da ocasión a una reacción refleja inherente de sello ideológico contrapuesto. El pensamiento de izquierda no puede existir sin un pensamiento de derecha anterior. Cuando los partidarios del gobierno acusan a los estudiantes de adoptar posiciones supuestamente ideologizadas, no hacen más que señalar el propio muro ideológico tras el cual se parapetan para no escuchar las voces de la razón y del sentido común.
Como se sabe, el proceso de abolición brutal de la democracia en 1973 por la derecha armada, extendida hasta hoy por el peso económico y político de ésta y la complicidad de la Concertación, es la causa única y fundamental de la ausencia de democracia, de la falta de justicia social y de la proliferación de la corrupción en el Chile de hoy. La ciudadanía no necesita de militancias izquierdistas ni extremistas para constatarlo, le basta con el uso del sentido común en el examen de la realidad que vive y de su propia historia de las últimas décadas.
Son la lógica y el sentido común los que nos dicen que la organización política de la Nación expresada en el pacto social llamado Constitución Política, debe representar auténticamente la voluntad mayoritaria de los ciudadanos, expresada de modo libre, participativo, inclusivo e informado. Cuando esto es impedido, cuando las preferencias electorales son manipuladas o se impone por la fuerza y el terror un modelo particular de carta magna, se está actuando ideológicamente en contra de la democracia y de la libre voluntad de la ciudadanía. Se está imponiendo a la Nación y al Estado un modelo político que favorece exclusivamente a la clase política que está en el poder y que prescinde arbitrariamente de los intereses de otros sectores ciudadanos, los que pueden ser incluso mayoritarios.
Hasta ahora, Chile jamás ha tenido una Constitución Política elaborada y sancionada por todos los ciudadanos. Por consiguiente, la elaboración de la primera Constitución Democrática y Ciudadana de Chile, es una tarea aún pendiente que lleva ya 200 años de retraso.Sin embargo, discutir -sustentados sólo en la razón y el sentido común- la necesidad de instalar una auténtica democracia, a través del recurso de una asamblea constituyente que adopte una nueva constitución, le parece a la derecha una iniciativa diabólica, inspirada (¿por quien otro?) por el Partido Comunista. Ante tal absurdo, la memoria y el mismísimo sentido común nos dicen que lo único real y autéticamente diabólico en la historia de nuestro país ya ocurrió y fue realizado por la derecha, con armas en la mano, la cual impuso por persecución, tortura y muerte, una constitución y un sistema económico de ideología derechista y carácter hegemónico, que consagra “per secula” la servidumbre y la expoliación del pueblo de Chile.
Se necesitan apenas dos dedos de frente, para comprender que una Constitución Política como ésta, que autoelimina trapaceramente el derecho ciudadano a corregirla, modificarla, perfeccionarla, es decir, a ejercer las facultades fundacionales que son propias de éste derecho, constituye una aberración ilógica y antisoberana y, consecuentemente, sólo por ello, carece de toda validez y legitimidad. La existencia del mecanismo del plebiscito vinculante -eliminado por esta derecha armada- es una condición esencial, irrevocable, inequívoca e irrrenunciable de la soberanía ciudadanía y del ejercicio de la democracia, en cualquier tiempo, lugar o país. Esto es una verdad por sí misma y al contrario de lo que se nos quiere hacer creer, la búsqueda de su reconstitución no tiene absolutamente nada que ver con Marx o el comunismo. Su valor como derecho político ciudadano se impone por la simple fuerza de entendimiento del marginado sentido común.
Es el sentido común el que lleva a los ciudadanos a comprender que el aumento automático y fraudulento de las deudas en el caso de La Polar, las ganancias exhorbitantes de ciertas Isapres, el desastre del sistema previsional entregado a las AFP, los salarios de miseria de los trabajadores, las privatizaciones al extremo, la venta fraudulenta del patrimonio estatal, etc. etc. son pruebas contundentes de que vivimos en un modelo económico y político movido por una codicia empresarial y personal sin parangón y totalmente alejado de todo principio ético y de justicia social. Un modelo que expolia a todos los ciudadanos por igual sin consideración de sus preferencias políticas de izquierda o de derecha, un modelo delineado y estructurado para construir la riqueza extrema de apenas 4459 familias priviliegiadas y 114 grupos económicos, riqueza que proviene del trabajo, del despojo y de la servidumbre económica de los millones de familias restantes del país. Un modelo de economía de mercado, salvaje e irresponsable, que ha hecho invisible al ciudadano para convertirlo en cambio, en cliente. En cliente de los nuevos dueños de la energía, de los recursos naturales, del patrimonio nacional, de la educación, de la salud, incluso de los eventos electorales. Entre tantos otros. Es imposible que tal realidad, deje completamente indiferente al sentido común de los ciudadanos.
Lo justo, lo racional, lo ético
La fuerza de verdad, natural y espontánea implícita en el sentido común, tanto en su expresión individual como colectiva, lo hace difícil de desvirtuar y de neutralizar con cualquier tipo de argumentación, incluso puede devenir intocable para las más retorcidas propuestas ideológicas.
Así, ha ocurrido que el gobierno no ha hecho otra cosa que el ridículo al contraponer a la exigencia estudiantil de gratuidad general de la educación, el fútil argumento de que ello significaría favorecer al sector privilegiado que puede pagar por sus estudios. La falsedad ética de este argumento -además, de idiota- proviene de que no considera otras tres injusticias todavía mayores: Omite la injusticia de que exista un sector minoritario altamente pudiente y otro inmensamente mayor caracterizado por la precariedad y la pobreza; omite la obligación deliberada del perverso endeudamiento familiar y omite la aberración moral que significa que el conocimiento que el Estado debiera entregar gratuitamente a la ciudadanía joven, sea vendido onerosamente por entidades privadas. Ante tales deliberadas y graves omisiones, el sentido común nos ha advertido automáticamente que tal argumentación carece totalmente de substancia moral y sólo aspira a ocultar -inútilmente- la obtusa convicción ideológica que rechaza la existencia de la educación pública y su gratuidad, como derecho consubstancial a toda democracia.
No hay la menor duda que el simple sentido común ciudadano, aplicado a la realidad política, puede tener efectos revolucionarios. Si colocamos al ser humano como el centro de toda actividad política y analizamos cómo la realidad opera sobre el individuo, advertiremos rápidamente si dicha política obedece o no a determinados parámetros humanistas. En otras palabras, tomaremos conciencia de los aciertos o deficiencias de la política y podemos afirmar que siempre será el sentido común el principal factor de esa toma de conciencia. Lo que significa simplemente aplicar en el contexto social y político, lo que el pensar y el sentir colectivo considera como justo, como racional, como ético.
Y la vigencia simultánea de lo justo, lo racional, lo ético en la política no puede ser menos que revolucionario. Construir la oportunidad para que esta posibilidad se concrete ha de traducirse necesariamente en grandes cambios sociales de carácter democrático y ciudadano, y es, por eso mismo, la causa por la cual las dictaduras de cualquier sello ideológico, incluso aquellas disfrazadas de democracias, impiden por todos los medios, la expresión y el ejercicio libres y espontáneos del sentido común de la ciudadanía en la esfera política.
Validez y fuerza universal
Hoy vemos cómo en todo el mundo se ha puesto en marcha espontáneamente un gran movimiento social, creado y movilizado sin otra convicción o fuerza que la del del sentido común de los ciudadanos, en busca de mejores condiciones de vida. Es un movimiento disperso en la superficie del planeta, sin tutores políticos, sin ideologías, sin partidos. Su protesta está dirigida en contra de la realidad política y social de sus países, dictaduras las unas, democracias las otras, porque éstas no interpretan ni sus necesidades vitales ni sus aspiraciones a una vida digna y han devenido en sistemas de poder caracterizados por la codicia, la expoliación y la corrupción.
Los integrantes de dicho movimiento, los “indignados”, están en contra de la democracia representativa formal y luchan por nuevas formas de democracia participativa o directa, en la que puedan actuar como sujetos de una nueva manera de hacer política. Han identificado como enemigos de la realización humana del ciudadano/a corriente a los políticos, a los banqueros y, desde luego, al sistema neoliberal que impera a nievel mundial. Han constatado que las clases políticas supuestamente de izquierda y las de derecha se han distanciado irremediablemente de la ciudadanía y no interpretan el interés ciudadano, que los gobiernos partidistas se suceden unos a otros, pero que el sistema socio-económico, el bancario incluído, permanecen inalterables. Y que, son el sistema y sus sostenedores y no la fatalidad, los causantes de las crisis económicas ciclicas, de la pauperización constante de las masas ciudadanas, de la injusticia social generalizada y de la destrucción de la Naturaleza. Sus análisis no necesitan de ninguna orientación ideológica o política particular y tienen como fuente fundamental la propia experiencia y el sentido común.
La movilización simultánea de estos militantes del sentido común en distintos puntos del globo, es un hecho trascendente en la historia de la humanidad y ha de tener -hoy o mañana- una significación trasformadora de la vida social y política en el mundo. Es la primera muestra del despertar de una conciencia social de orden planetario y la expresión desesperada del instinto de supervivencia del género humano, colocado en trance de aniquilación por un modo de gestión social antihumano y destructor de la vida. Aún están por verse sus proyecciones y las formas políticas que pudiera adoptar, pero es evidente que la eclosión de esta nueva conciencia, propia del sentido común en la esfera política, ha de trastrocar el actual paradigma de las luchas entre izquierdas y derechas políticas, aunque éstas, probablemente, resistirán o negarán la significación del fenómeno. Independientemente de ello, lo que se pone en marcha ahora es una nueva evaluación ética de la política a nivel mundial, a partir de los valores inherentes al sentido común de los ciudadanos para definir lo que es justo, lo que es racional, lo que es ético.
En el caso de Chile, pensamos que el sentido común ciudadano, representado claramente en la movilización estudiantil por una nueva educación, es igualmente el punto de partida hacia una nueva época de transformaciones que más tarde o más temprano deberá dejar atrás definitivamente el retroceso político y humano iniciado en 1973. A pesar de la oscuridad reinante, como país debemos mirar el futuro con optimismo, pensando en que el sentido común de nuestros hombres, mujeres y jóvenes, por fin, ha echado a andar tras cambios revolucionarios. §
15 noviembre 2011
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