Llama la atención cómo la prensa occidental ha construido un
relato mitológico en torno a los países árabes. Lo primero que sorprende es el
escándalo por la presencia de fuerzas políticas islámicas en naciones,
predominantemente, islámicas. Esto es tan absurdo como poner el grito en el
cielo porque existe una organización llamada Democracia Cristiana en una
cultura, precisamente, cristiana. Para decirlo con toda franqueza, lo anómalo en las naciones
del Oriente Medio y el Golfo Pérsico no es la presencia islámica, sino la
presencia extranjera. La única pregunta que debiera ser planteada es qué hacen
militares y civiles de los Estados Unidos y de potencias europeas en tales
países.
La respuesta a tal interrogante es casi una obviedad. Las
naciones desarrolladas tienen enormes intereses en la región. En primer lugar,
desde luego, el crudo que alimenta a la industria norteamericana y europea.
Esta riqueza diseminada bajo las arenas del desierto ha sido desde hace décadas
el factor fundamental que orienta las luchas políticas en muchos de estos
países. La riqueza petrolera ha determinado golpes de estado, asesinatos,
guerras, invasiones extranjeras, acciones terroristas y, hoy, insurrecciones
populares. En segundo lugar, no podemos olvidar el valor estratégico de toda la
región, desde el Estrecho de Gibraltar al canal de Suez, desde el Mar Rojo al
Estrecho de Ormuz. El panorama político de aquellos países del norte africano
ha sido la presencia invariable de sistemas autocráticos, sea bajo la forma de
monarquías, pseudo democracias o, explícitamente, dictaduras militares. Todo
ello convirtió a las sociedades árabes en un mundo fosilizado, atrasado, una
sociedad altamente desigual, con elites tan ricas como corruptas, y amplias
mayorías de analfabetos y pobres.
Este estado de cosas fue no solo legitimado sino sustentado
por los gobiernos occidentales, más interesados en facilitar gigantescos
contratos para grandes corporaciones petroleras y millonarias ventas de equipos
y armamentos a regímenes reñidos con el más mínimo principio democrático. El
mismo coronel Gadafi, demonizado en la actualidad por la prensa de todo el
mundo, había "hecho las paces" con occidente en nombre del pragmatismo. Las
declaraciones de los gobiernos occidentales en torno a los derechos humanos y
la democracia resultan ser no sólo de una hipocresía sin límites sino un
grotesco. Las corporaciones petroleras y
la banca occidental han sido cómplices del coronel libio y su clan,
especialmente los gobiernos de Italia, España y Alemania.
Más allá del discurso del presidente Barack Obama en el
Cairo, lo cierto es que los Estados Unidos y sus socios europeos están
cosechando las culpas de occidente, aquella política que fue sembrada en la era
Bush, la intervención militar descarada o el apoyo a regímenes autocráticos
serviles a sus intereses. La mecha sigue encendida en diversos países, ya que
se trata de una insurrección regional en
tiempos de globalización. Occidente está jugando con fuego al pie de un
estanque de petróleo. La crisis del Medio Oriente no presagia nada bueno para
el mundo: alza en los precios del petróleo y sus derivados, aumento de los
flujos migratorios hacia las costas europeas, un clima de violencia
generalizado en la región con insospechadas consecuencias en todo el planeta.
Cualquiera sea el destino de este proceso histórico, es indudable que el mundo
ya no será más lo que solía ser.
– artículo enviado a piensaChile por le periodista Jordi
Bereguer
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