El tercer siglo de la República será el siglo del pueblo y los
trabajadores. Ya es tiempo de decir basta a la oligarquía que nos gobierna. ¡Ya
basta de abusos y privilegios de una plutocracia que no cesa de tragar riqueza
y que hace de la Patria
un mercado bursátil! ¡Ya basta de explotación y discriminaciones, de masacres
repetidas por gobiernos de todo signo, de la corrupción que hace suyos los
recursos de los chilenos! ¡Ya basta del despojo de las riquezas naturales!
Sólo cuando esta realidad cambie y los de abajo tengan las
riendas del poder, será posible celebrar la verdadera Independencia de Chile.
Las posibilidades de alcanzar ese objetivo, cambiando lo que
hoy está al revés, son reales, y hay que ser optimistas sobre el resultado de
las luchas populares. De hecho, una nueva y positiva realidad se está
imponiendo en América Latina. Se ha conformado una corriente integradora que
rechaza el capitalismo desenfrenado como un sistema inhumano y depredador.
Estos países hermanos se encaminan hacia el socialismo y están creando
-mediante su acción y el desarrollo de conciencia revolucionaria, aunque no sin
dificultades-, formas frescas y originales de materializar la utopía de
igualdad, justicia y solidaridad entre los seres humanos. El imperialismo
norteamericano, cargado de armas mortíferas capaces de destruir la Humanidad de un solo
soplido nuclear, se ve sometido en su propio patio trasero al más grande
desafío de su historia. El centro de gravedad del renaciente movimiento
revolucionario del mundo se asienta ahora en América Latina y el Caribe, como
ayer lo estuvo en Europa y Asia.
Estos elementos favorecen la retoma de la iniciativa de la Izquierda chilena. Pero
están también los factores objetivos internos, que hacen necesaria y urgente la
rearticulación ideológica y orgánica de la Izquierda para asumir su deber: la defensa de los
intereses populares. El requerimiento de una Izquierda fuerte e independiente
lo produce, en primer lugar, la exacerbación del modelo capitalista neoliberal
-que en el caso nuestro ha sido llevado por la dictadura militar y por la Concertación a
extremos que rompen todos los cánones conocidos en el mundo-. El pueblo está
sufriendo bajo el peso de un modelo institucional, económico, social y cultural
que jamás aprobaría si le fuese consultado democráticamente.
Las penurias de amplios sectores ciudadanos aumentan por el
abuso y exacción cotidianos de créditos usurarios, tarifas abusivas, impuestos
injustos que liberan al rico y agobian a los pobres condenándolos al
endeudamiento de por vida. La apropiación por multinacionales de los ahorros de
los trabajadores mediante las Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP), que
han transferido más de 35 mil millones de dólares a las arcas de los emperadores
del mercado financiero, constituye una colosal estafa. Un abismo de desigualdad
creciente en los ingresos de una minoría rica y la mayoría de pobres y
explotados, la escandalosa especulación con los precios de los medicamentos y
el deterioro de los servicios de salud y educación, mientras fondos públicos
incrementan las ganancias de las clínicas de lujo son una burla inhumana. La
brutal discriminación que vulnera el derecho a la vivienda, el hacinamiento y
las carencias que fomentan terribles lacras sociales como la drogadicción, la
prostitución y delincuencia, enardecen la contenida furia del pueblo. El
intolerable gasto fiscal en armamentos convierte a Chile en uno de los países
con mayor presupuesto militar en el continente mientras se niegan fondos para
educación y salud. La criminalización de la protesta social descarga una brutal
y permanente represión destinada a amedrentar a los trabajadores, estudiantes,
pobladores y mapuches. La estructura institucional y la telaraña jurídica que
se levantan a partir de una Constitución ilegítima y antidemocrática, requiere
ser cambiada por una Asamblea Constituyente y un referéndum transparente.
Estos son algunos de los factores que llaman al sentimiento
de Izquierda a reagruparse y retomar un camino de lucha independiente. Hoy
existen más motivos -y más poderosos, si cabe- para organizarse y luchar contra
el sistema opresivo y explotador que llevó a nuestros padres y abuelos a
incorporarse a la lucha social y política. Ellos levantaron en Chile una
Izquierda -social y política- que alcanzó prestigio e influencia en el
continente por su fortaleza y combatividad.
Las condiciones en que nuestros antepasados se entregaron a
la lucha no fueron más fáciles que las actuales. Por el contrario, hoy contamos
con una experiencia de victorias, errores y derrotas, que ellos no tuvieron
para diseñar sus estrategias. Así ha sido desde la lucha de emancipación, en
los albores de la
República. Un puñado de valientes, casi sin otras armas que
cuchillos y lanzas de coligüe, se lanzaron a hacer realidad los tibios
balbuceos independentistas de 1810. Dignos herederos de esos hombres y mujeres
que engendraron la Patria,
removiendo conciencias, derrotando la ignorancia, la indiferencia, el fanatismo
religioso y el servilismo al poder colonial, venciendo al ejército aguerrido y
veterano de una potencia europea, fueron los chilenos y chilenas que a fines
del siglo XIX y comienzos del XX echaron los cimientos del movimiento popular y
que construyeron la necesaria vanguardia política. El costo de sangre que pagó
el pueblo -en masacres que tiñeron de rojo la pampa salitrera, los centros
urbanos, los campos y montañas hasta el extremo austral-, fue enorme. Sin
embargo, nuestros antepasados no desmayaron y su lucha de generaciones creó las
condiciones que en 1970 permitieron alcanzar una histórica victoria. Por fin se
avizoraba la plenitud de la soberanía del pueblo y de la independencia nacional
enajenada a sucesivos imperios. Sin embargo, la traición militar, con la
complicidad de la burguesía, asistidos por agencias secretas del imperio,
troncharon el gobierno del presidente Salvador Allende e hicieron polvo esos
sueños, echando mano a los métodos más siniestros del terrorismo de Estado para
liquidar físicamente a los partidos revolucionarios y aniquilar al movimiento
popular.
De esa terrible experiencia el pueblo chileno aún no termina
de sobreponerse. No obstante, aunque diezmada, la Izquierda chilena no
está destruida. Han brotado retoños de la lucha social y política que comienzan
a hacer su propia experiencia. Ha llegado el tiempo de sumar fuerzas, romper el
aislamiento y recrear lazos de confianza. Es hora de actuar para que tome
coherencia y se abra paso una alternativa de Izquierda sin ambigüedades ni
compromisos que diluyan su identidad. Se requiere sacar del letargo y el
escepticismo a un vasto sector popular que desconfía de prácticas políticas en
las que han visto métodos corruptos y conductas inconsecuentes. Por eso, lo
prioritario es lo que Fidel Castro y los revolucionarios cubanos, precursores
del socialismo en nuestra América, llaman la “batalla de ideas”. Es
precisamente en el terreno ideológico donde la Izquierda sufrió su peor
derrota. En ese campo devastado, donde hoy sólo crecen la indiferencia y la
desconfianza, es donde comienza la lucha en el tercer siglo de la República.
El camino para hacer de Chile un país distinto -más justo,
independiente y soberano, más tolerante y comprometido con un proyecto nacional
que permita liberarse de las trabas que entorpecen el desarrollo de sus
potencialidades-, requiere enorme voluntad colectiva y una mirada de altura en
la conducción política. Tales exigencias no deben inhibir la acción. Ninguna
hazaña humana se logró sin trabajo y grandes sacrificios. Ningún proceso de
cambios profundos, como los que necesita Chile, comenzó con el triunfo
asegurado de antemano. Lo advertía Marx a propósito de la Comuna de París: “Desde
luego, sería muy cómodo hacer la historia universal si la lucha se pudiese
emprender sólo en condiciones infaliblemente favorables”.
El norte hacia el cual debe poner el rumbo la Izquierda ideológica y
orgánicamente reconstruida, es sin duda el socialismo. Pero no podría cumplir
su misión si aceptara la tutela reformista a cambio de ocupar un lugar en el
híbrido complejo político que agrupa a los servidores probados del
neoliberalismo. La Izquierda
necesita crear una corriente de opinión propia, independiente, que sostenga
formas de organización social y política más avanzadas, capaces de realizar
cambios de fondo. Y para eso -en una perspectiva de largo plazo- hay que
echarse a andar con optimismo, sin temores ni complejos, como hicieron los
padres de la Patria
y los fundadores del movimiento obrero y de la Izquierda chilena,
asumiendo que en este siglo derrotaremos las injusticias y la desigualdad del
país del Bicentenario
(Editorial de Punto Final, año 45, edición Nº 718, 16 de
septiembre, 2010
punto@interaccess.cl
www.puntofinal.cl
www.pf-memoriahistorica.org
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