14/11/2017
La Revista satírica Topaze, que se hacía llamar “el barómetro de la política chilena, le dio el sobrenombre de “Don Lacónico” al ex Presidente don Arturo Alessandri Palma, quien hablaba hasta por los codos y, no pocas veces, metía la pata. Alessandri fue un Presidente corrupto, que entronizó “la execrable camarilla” – grupo de amigos, exageradamente sinvergüenzas, que robaban a destajo al Fisco, es decir a los ciudadanos contribuyentes – que metía las manos, incluso, en los albergues, construidos por el Estado para recibir a los indigentes, víctimas de la crisis salitrera.
La derecha ha sido varias veces engañada por las encuestas: por ejemplo, Jorge Alessandri Rodríguez – de quien su padre decía que estudiaba para “titularse” de Dios – estaba convencido de que sería Presidente seguro, en 1970, pues todas las encuestas de Mario Hamuy indicaban que era el seguro vencedor en esas elecciones y, por supuesto, salvo los izquierdistas muy convencidos apostaban por Salvador Allende, todos los demás creían firmemente en que el primero sería Alessandri y el segundo, Tomic.
Hoy, Sebastián Piñera ya se da como seguro triunfador en las elecciones de 2017 – incluso, los más fanáticos, creen que podría triunfar en la primera vuelta -. Nada más peligroso que saberse ganador antes de tiempo, aún más, si se basa en encuestas de opinión y, además de organizaciones de encuestas financiadas por el propio candidato.
El Comando piñerista, conociendo a su líder, le ha recomendado comportarse como “Don Lacónico”. Es decir, hablar cortó y lo menos posible para evitar, así, las continúas metidas de pata de don Arturo Alessandri, que fueron menores en número e importancia que las famosas “piñericosas” del candidato actual. Al menos, don Arturo tomaba las citas correctamente y se abstenía de hablar sobre temas que desconocía, por ejemplo, la frase “el odio nada engendra y sólo el amor es fecundo”, la tomó de Castelar, escrita en un banco, en la Plaza de Iquique.
Sebastián Piñera está firmemente convencido de ganar, la mejor estrategia sería la de rechazar todas las invitaciones a foros, entrevistas de radio y televisión, conferencias, y otros, para no equivocarse tan a menudo, repitiendo, por ejemplo, lugares comunes y siutiquerías, como aquellas de que “vendrán tiempos mejores”, o el reiterado “arriba los corazones”.
Este candidato de Vamos Chile no necesita convencer a los electores, muchos de ellos de una candidez que sobrecoge, que su gobierno fue el mejor en la historia de Chile – entre 1910 y 1914 vivimos en jauja, en que no existía cesantía, en que las regiones se gobernaban a sí mismas, en que los estudiantes estaban felices, pues la educación se había convertido en un bien de consumo y que los padres podrían elegir la escuela a su gusto y sus niños no tendrían que mezclarse con “roteques” e hijos de delincuentes, pues pagando unos pesos podrían ser matriculados en escuelas subvencionadas por el Estado, y para rematar, en Chile se había llevado a cabo el mejor censo en la historia de este país; en cuanto a políticas de seguridad ciudadana, su gobierno había logrado derribar la puerta giratoria.
Sebastián Piñera está acostumbrado a responder a periodistas e, incluso, a otros candidatos, que ellos han sido sus empleados, y tiene razón, pues “Espinita”, por ejemplo, el empleado patero, sigue siendo el más leal de sus seguidores – se explica el servilismo de algunos personajes, entre ellos Fernando Villegas, de Tolerancia 0, y Sergio Melnick del actual programa En buen chileno -.
Cual niño mimado, Piñera se desespera cuando un periodista le formula una pregunta que lo deja mal parado o bien, le recuerda alguna de sus múltiples pillerías que jalonan su vida política. En el programa Tolerancia 0, del domingo12 de noviembre, los periodistas Mónica Rincón y Daniel Matamala, a propósito de un libro sobre el tema de las “empresas zombies”, le recordaron al candidato que, en 1992, había adquirido una de ellas, con sólo un nombre y un Rut; le preguntaron “para qué le servía una empresa que tenía una empresa incobrable, pues no tenía ningún activo que pudiera ser cobrado por el Banco para el pago de la deuda”. Piñera respondió que la había comprado a la institución Progresa, que pertenecía al Estado y que, además, se encargaba de intervenir algunos bancos por medio de la Superintendencia. Arrinconado, dijo que la había comprado por su valor histórico. El periodista Fernando Pausen, con su ironía característica, planteó que podría ser adquirida para colocar un galvano recordatorio. Mónica Rincón insistió en que la institución Progresa no era estatal, sino privada, y su función principal consistía en intervenir bancos, pero hacia el año 1992 ya no había ningún banco intervenido, pues ya lo habían sido en 1984. Piñera, desesperado y apelando a sus numerosos tics característicos de él, dijo que esta adquisición había ocurrido hacía 20 años y, en consecuencia “no recordaba todos sus detalles”.
Cuando intervino Villegas, Piñera le quitó la palabra y recordó que el diputado Hugo Gutiérrez se había querellado contra él por asunto de Exalmar, y que el fiscal lo había dejado libre de polvo y paja. Según Piñera, los periodistas habían comentado esta acusación
Como un buen papá – o abuelo – empezó a retar a Rincón y a Matamala acusándolos de estar mal informados: a Mónica Rincón, de pretender convertirse en un oráculo y que tanto ella como Matamala eran unos Catones y, como le gustan las citas así sean erróneas, las emprendió con que los Catones eran muy despreciados en Roma. Matamala cerró la discusión sosteniendo que estas “Empresas Zombies” le habían servido para eludir impuestos – lo que en Chile no es un delito, al igual que el dinero a paraíso fiscales, si previamente se han declarado ante el Banco Central.
Sabemos que a los electores cautivos de Piñera les importa un pepino que su candidato eluda impuestos, realice todo tipo de maniobras discutibles, al menos éticamente, pues no hay imbécil que no crea que los millonarios no necesitan acrecentar su riqueza a costa del “papá fisco y del Estado”. Hay que ser muy “mata de arrayán florido” para creer que Sebastián Piñera se hizo rico trabajando 24/24 horas, siete días a la semana y, claro, siempre con su “casaca roja”
Rafael Luis Gumucio Rivas, El Viejo (Chile))
14/11/2017
La Revista satírica Topaze, que se hacía llamar “el barómetro de la política chilena, le dio el sobrenombre de “Don Lacónico” al ex Presidente don Arturo Alessandri Palma, quien hablaba hasta por los codos y, no pocas veces, metía la pata. Alessandri fue un Presidente corrupto, que entronizó “la execrable camarilla” – grupo de amigos, exageradamente sinvergüenzas, que robaban a destajo al Fisco, es decir a los ciudadanos contribuyentes – que metía las manos, incluso, en los albergues, construidos por el Estado para recibir a los indigentes, víctimas de la crisis salitrera.
La derecha ha sido varias veces engañada por las encuestas: por ejemplo, Jorge Alessandri Rodríguez – de quien su padre decía que estudiaba para “titularse” de Dios – estaba convencido de que sería Presidente seguro, en 1970, pues todas las encuestas de Mario Hamuy indicaban que era el seguro vencedor en esas elecciones y, por supuesto, salvo los izquierdistas muy convencidos apostaban por Salvador Allende, todos los demás creían firmemente en que el primero sería Alessandri y el segundo, Tomic.
Hoy, Sebastián Piñera ya se da como seguro triunfador en las elecciones de 2017 – incluso, los más fanáticos, creen que podría triunfar en la primera vuelta -. Nada más peligroso que saberse ganador antes de tiempo, aún más, si se basa en encuestas de opinión y, además de organizaciones de encuestas financiadas por el propio candidato.
El Comando piñerista, conociendo a su líder, le ha recomendado comportarse como “Don Lacónico”. Es decir, hablar cortó y lo menos posible para evitar, así, las continúas metidas de pata de don Arturo Alessandri, que fueron menores en número e importancia que las famosas “piñericosas” del candidato actual. Al menos, don Arturo tomaba las citas correctamente y se abstenía de hablar sobre temas que desconocía, por ejemplo, la frase “el odio nada engendra y sólo el amor es fecundo”, la tomó de Castelar, escrita en un banco, en la Plaza de Iquique.
Sebastián Piñera está firmemente convencido de ganar, la mejor estrategia sería la de rechazar todas las invitaciones a foros, entrevistas de radio y televisión, conferencias, y otros, para no equivocarse tan a menudo, repitiendo, por ejemplo, lugares comunes y siutiquerías, como aquellas de que “vendrán tiempos mejores”, o el reiterado “arriba los corazones”.
Este candidato de Vamos Chile no necesita convencer a los electores, muchos de ellos de una candidez que sobrecoge, que su gobierno fue el mejor en la historia de Chile – entre 1910 y 1914 vivimos en jauja, en que no existía cesantía, en que las regiones se gobernaban a sí mismas, en que los estudiantes estaban felices, pues la educación se había convertido en un bien de consumo y que los padres podrían elegir la escuela a su gusto y sus niños no tendrían que mezclarse con “roteques” e hijos de delincuentes, pues pagando unos pesos podrían ser matriculados en escuelas subvencionadas por el Estado, y para rematar, en Chile se había llevado a cabo el mejor censo en la historia de este país; en cuanto a políticas de seguridad ciudadana, su gobierno había logrado derribar la puerta giratoria.
Sebastián Piñera está acostumbrado a responder a periodistas e, incluso, a otros candidatos, que ellos han sido sus empleados, y tiene razón, pues “Espinita”, por ejemplo, el empleado patero, sigue siendo el más leal de sus seguidores – se explica el servilismo de algunos personajes, entre ellos Fernando Villegas, de Tolerancia 0, y Sergio Melnick del actual programa En buen chileno -.
Cual niño mimado, Piñera se desespera cuando un periodista le formula una pregunta que lo deja mal parado o bien, le recuerda alguna de sus múltiples pillerías que jalonan su vida política. En el programa Tolerancia 0, del domingo12 de noviembre, los periodistas Mónica Rincón y Daniel Matamala, a propósito de un libro sobre el tema de las “empresas zombies”, le recordaron al candidato que, en 1992, había adquirido una de ellas, con sólo un nombre y un Rut; le preguntaron “para qué le servía una empresa que tenía una empresa incobrable, pues no tenía ningún activo que pudiera ser cobrado por el Banco para el pago de la deuda”. Piñera respondió que la había comprado a la institución Progresa, que pertenecía al Estado y que, además, se encargaba de intervenir algunos bancos por medio de la Superintendencia. Arrinconado, dijo que la había comprado por su valor histórico. El periodista Fernando Pausen, con su ironía característica, planteó que podría ser adquirida para colocar un galvano recordatorio. Mónica Rincón insistió en que la institución Progresa no era estatal, sino privada, y su función principal consistía en intervenir bancos, pero hacia el año 1992 ya no había ningún banco intervenido, pues ya lo habían sido en 1984. Piñera, desesperado y apelando a sus numerosos tics característicos de él, dijo que esta adquisición había ocurrido hacía 20 años y, en consecuencia “no recordaba todos sus detalles”.
Cuando intervino Villegas, Piñera le quitó la palabra y recordó que el diputado Hugo Gutiérrez se había querellado contra él por asunto de Exalmar, y que el fiscal lo había dejado libre de polvo y paja. Según Piñera, los periodistas habían comentado esta acusación
Como un buen papá – o abuelo – empezó a retar a Rincón y a Matamala acusándolos de estar mal informados: a Mónica Rincón, de pretender convertirse en un oráculo y que tanto ella como Matamala eran unos Catones y, como le gustan las citas así sean erróneas, las emprendió con que los Catones eran muy despreciados en Roma. Matamala cerró la discusión sosteniendo que estas “Empresas Zombies” le habían servido para eludir impuestos – lo que en Chile no es un delito, al igual que el dinero a paraíso fiscales, si previamente se han declarado ante el Banco Central.
Sabemos que a los electores cautivos de Piñera les importa un pepino que su candidato eluda impuestos, realice todo tipo de maniobras discutibles, al menos éticamente, pues no hay imbécil que no crea que los millonarios no necesitan acrecentar su riqueza a costa del “papá fisco y del Estado”. Hay que ser muy “mata de arrayán florido” para creer que Sebastián Piñera se hizo rico trabajando 24/24 horas, siete días a la semana y, claro, siempre con su “casaca roja”
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