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Pinochet y sus imposibles blancas palomas

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Ha muerto el Gran Culpable. !Viva la inocencia de quienes lo crearon, lo sostuvieron y lo veneran!

La muerte de Pinochet, sin sentencia por sus crímenes y latrocinios, es una bofetada en el rostro ético de Chile. Es una bofetada en el rostro de los familiares de quienes fueron torturados, asesinados y desaparecidos gratuitamente por su voluntad. Al mismo tiempo, es sentida como un beneficio extra, un ansiado regalo  para sus cómplices militares y civiles. Y para aquellos operantes en el ámbito de los tribunales de Justicia. Se pretende que con la desaparición del Gran Culpable, todas las demás culpas individuales desaparecen y el país vuelve a ser un territorio de blancas palomas. Sin la presencia incómoda de su mentor y líder podrán concentrarse ahora en sus incesantes esfuerzos por consolidar, como una cuña en la historia nacional, la mitología de su blanca inocencia.

El general se ha ido sin castigo jurídico, pues la estrategia de su defensa y la permisividad de la Justicia nacional, dirigidas a dilatar los procesos y sentencias en espera de su desaparición física, han tenido pleno éxito. Muchos respiran aliviados con el pensamiento de que la inocencia judicial del dictador lavará para siempre las sombras caídas sobre sus propias conciencias y comportamientos. En vida, el general era un testigo inconfortable de los propios pecados. Por ello trataron con escaso éxito de desmarcarse de su entorno y de sus culpas. Ahora han concurrido a despedir sus restos con la certeza de que es el último gesto público obligado a la figura del dictador y que desde ahora, se abre la perspectiva de sacudirse de encima definitivamente tan inconveniente memoria.

Olvidan sin embargo, que los hechos de sangre y los peculados de diecisiete años de dictadura encabezada por el Gran Culpable, hace mucho dejaron de ser patrimonio singular de la historia de este breve territorio, para quedar inscritos para siempre en la historia política criminal de la humanidad. Con sentencia judicial o sin ella, los crímenes del general y de sus cómplices civiles y militares, siguen siendo hechos objetivos de la historia universal que no desaparecen con el cuerpo físico del adalid.

El Gran Culpable ha desaparecido, pero no la gran culpa, ese ente moral de perfiles  históricos, ideológicos y antiéticos construído voluntariamente por aquél y sus sostenedores. El centro nuclear de esa culpa, esto es, el pensamiento de que es legítimo perseguir, torturar, asesinar o desaparecer a los adversarios políticos, por el simple hecho de pensar diferente, es la expresión más baja de calidad moral posible en un ser humano o gobierno, sea éste de derecha, de izquierda o de cualquier tendencia política. Es signo de podredumbre moral y ética absoluta. Y si éste es utilizado como ocasión para el enriquecimiento ilícito y el saqueo del patrimonio nacional, sólo puede ser definido como expresión superlativa de corrupción y piratería sin atenuantes. He aquí la herencia ineludible e irrenunciable que el Gran Culpable ha dejado a sus seguidores. 

Es muy difícil concebir cómo los aspirantes a blancas palomas podrán remontar vuelo con esa podrida carga sobre sus alas. La culpa sigue allí, tan viva como siempre, consignada en los hechos históricos, en las investigaciones judiciales, en las cicatrices de los torturados, en los monumentos funerarios, en las exacciones al patrimonio de la Nación, en la enormidad de la desigualdad social, en la precariedad laboral, en el desprecio constitucional por el ciudadano y por la democracia. Forma parte de la realidad histórica y social del país de ayer y de hoy y – para espanto de los aspirantes a dicho colombófilo vuelo- no puede ser enterrada con el cuerpo del Gran Culpable.

Sólo nuevas generaciones formadas bajo renovados patrones culturales y éticos, imbuídas de profundo respeto por el ser humano y sus legítimos derechos, podrán  -como sustitutos de los herederos del Gran Culpable- escribir algún día nuevas y respetables páginas en la historia nacional. Serán ellos los que suplantarán para siempre a las imposibles blancas palomas de corazón negro.

Hoy, las declaraciones altisonantes que pretenden transformar al Gran Culpable en estadista, en fundador, en salvador y hasta en santo, son expresión de ese bichito porfiado que se llama conciencia, que pugna por hacerse válida, tratando de construir una imposible justificación de lo injustificable. Es el intento estéril de blanquear la propia historia §
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