Roberto, tío Lobo, ahora que partiste, ¿quién me va a invitar?
por Angel Tamayo (Chile)
2 días atrás 20 min lectura
17 de febrero de 2025
Estimado Roberto,
hoy por la mañana, luego de despertar y como siempre, con el eterno deseo de recibir una buena noticia, miré los correos electrónicos y los mensajes en las redes sociales. Y así es como me he enterado de tu partida, a través de mensajes de Rosa, tu compañera de toda la vida y de tu hija Panchi. Me dicen que has partido desde tu casa en Linares, la que recuerdo en medio de la naturaleza, bajo grandes árboles y piedras del cerro, rodeado del cariño de tu familia.
Leer esa noticia ha desatado una avalancha de recuerdos en mi cabeza. Ni tú ni yo somos de muchas palabras para hablar de lo privado. Somos de la generación que hablaba en primera persona plural, lo que hoy está totalmente pasado de moda. Pero, así crecimos, lejos de la gran ciudad, compartiendo pan y penas, frutas y alegrías, cultivando la generosidad de la gente de campo.
Recuerdo cuando nos conocimos en Cottbus, en ese país que hoy ya no existe, iniciando la vida de exilio. Quizás es tarde para decirlo, pero quiero que sepas que tu generosidad, tu alma campesina, el calor de hogar que me brindaste con tu familia, me ayudó a sentirme menos solo, acompañado, permitiéndome generar fuerzas para salir del hoyo profundo en que había caído, debido al exilio que me forzaba a permanecer lejos del terruño. Todavía hoy, cuando me baja la pena, la nostalgia, me acuerdo cuando llegabas hasta mi puerta para invitarme a “ir a hacer el mojón” (para quienes no conocen la expresión, les cuento que Roberto la usaba para invitarme a almorzar o a comer en su casa), y sigo sin poder aguantar la risa, cada vez que me acuerdo de ella. Ahora que partiste, ¿quién me va a invitar?
¿Cómo olvidar a Roberto, Tío Lobo, el hombre de los “Chispigramas” [1] en la “Chispita”? Si, claro, por supuesto, estuviste en ese equipo que se formó con absoluta naturalidad, pensando en que había que buscar formas de hacerle más fácil a los niños la asimilación de la nueva cultura, la del país que nos había recibido, sin que por ello olvidaran sus raíces, su idioma y así nació «Chispita». Allí fuiste «Tío Lobo», con tu cariño y tu ternura con los niños.
Si, el exilio era duro para todos. La nostalgia del terruño, lo extraño del clima, del idioma, de las comidas, pero lo más duro quizá, era el sentirse ausente, ajeno a la lucha que se libraba contra la dictadura, pero para ti era especialmente duro. Tu cabeza, tu lealtad, te impedía olvidar a quienes habías tenido junto a ti. Lo sé y por esa razón, guardé siempre conmigo, llevándolo entre las “cosas sagradas” en mis mudanzas, incluso en los cambios de continente, un pequeño librillo, un folleto que tú redactaste narrando tu trabajo en la construcción de partido durante los años del gobierno de la Unidad Popular y el terrible drama de aquella familia campesina de la Isla de Maipo, que tú y tu gente ganaron para ese partido que era nuestra esperanza. Ese texto lo debes haber escrito hacia fines del año 1977, cuando seguía la incertidumbre del destino y la suerte corrida por la Familia Maureira y un grupo grande de detenidos después del golpe en esa localidad. Los detalles de esa brutal historia, de lo ocurrido en los hornos de Lonquén, sería conocida más tarde
Hasta hoy, a pesar de los años, la narración que haces de tus conversaciones con el “Compañero Maureira”, me hacen revivir los sueños y la realidad que construíamos en esos años. Por cierto, esperábamos un final diferente, pero ya a llegar ese día. Que el esfuerzo, los aciertos y los errores, cometidos por nuestra generación sirva de enseñanza a quienes nos están reemplazando.
Hoy, después de leer los mensajes de Rosa y de Panchi, he revuelto un par de cajas con documentos que sigo arrastrando, buscando lo tuyo, hasta encontrarlo. Debo confesarte que mientras lo hacía, pensaba que debería buscar ya un destino para todo lo que arrastro conmigo, por nostalgia, por lealtad, por cariño. Los años pasan y el ciclo se cierra. El día de la partida se acerca y nadie puede hacer nada contra ello. Y nos volveremos a encontrar, estoy seguro de eso.
Te mando un fuerte abrazo y un «Hasta que nos volvamos a encontrar«.
Angel
PD.: Creo y siento que este texto tuyo resume muy bien lo que fue tu vida, tu lealtad con los sueños de los postergados:
Seguramente Usted no lo conoce. Él es un campesino corpulento, de hombros anchos. Andaba trayendo siempre una risa grande. Sus propias manos eran amplias amigas y generosas. Sabía echar la talla, silbar canciones mejicanas, armarle “huachis” a los conejos y cultivar la tierra como todos los campesinos. Quería mucho a su mujer y a sus 8 hijos y a pesar de haber sufrido siempre muchas pellejerías era un hombre contento que sabía amar y que sabía vivir.
Recuerdo cuando llegó a Talagante y pidió hablar con el responsable de nuestra Dirección Local. Conversamos y fue derecho al grano:
“Yo me llamo Sergio Maureira y soy de la Isla de Maipo y quiero saber como hay que hacer p’a trabajar por el Partido de ustedes”.
Llegó rompiendo un poco los esquemas.
Su aspecto bonachón entregaba confianza, pero ninguno de nosotros lo conocía y las más elementales normas de seguridad aconsejaban andarse con cuidado.
Le pregunté por qué quería trabajar por nuestro Partido.
“Güeno, yo no me he metío nunca en política, pero ahora la cosa se está poniendo medio hedionda y uno no puee quedarse al medio: o se va pal lao de los ricos o se va pal lao del Presidente que está haciendo cosas por la gente como uno”.
Su respuesta me pareció bien, pero no respondía la pregunta. Insistí:
“Por qué quiere trabajar por nuestro Partido compañero Maureira?”
-“Güeno, la cosa empezó porque ustedes me pintaron el portón con letras colorás y verdes hace unos meses. Yo dije altiro, estos no son ná de la Isla. Güeno, la pintá ahí queó y toavía está”
-“Tiempo atrás -agregó- juí a ver a un compadre a Lonquén y venía de güelta como a las 12 de la noche y había una patota pintando una muralla al lao de la Iglesia. Andaban en una camioneta blanca y usté también andaba. Güeno, pensé, a estos les pagarán por andar güeviando y me juí y seguí pensando en la cosa de los políticos. Y como 2 domingos después, tábamos almorzando con la radio prendía y dijeron que iba a hablar el jefe del MAPU, Rodrigo Ambrosio. Aí los cabros saltaron altiro: »Ese es de los mismos que pintaron el portón« y cuando iban a cambiar la radio, yo les dije que escucháramos a ver si nos iba a dar plata pá la pintura. Güeno, él no habló ná de la pintura, pero las cosas que dijo eran harto ciertas y a mi me gustó lo que él dijo. Poco después oí una concentración de la CUT y habló un compañero Rojas, que también es del MAPU y también me gustó lo que él habló: que los trabajadores teníamos que unirnos má, organizarnos má y trabajar cada día má, pá defender a este gobierno y a la UP. Güeno y yo quería trabajar por el Partío del compañero Rojas, si se puée, total el portón tovía tá pintao…”
Así lo conocimos. Así llegó al Partido: de una manera simple y pura, como el agua con la cual regara durante tanto tiempo los maizales del patrón.
Apenas iniciado en el trabajo comenzó a destacarse. Pedía estar en todas las tareas, como queriendo recuperar en breve plazo el tiempo perdido. Le apuraba la causa y le dolía no haber comenzado antes a luchar por sus hermanos. Trabajó duro en su comuna en la campaña por los compañeros Eduardo Rojas y Carmen Gloria Aguayo. Nuestros candidatos no triunfaron, pero en ese lugar nuestro Partido obtuvo el porcentaje más alto de votos del Segundo Distrito. “P’a otra será -dijo- pero tenimos que ponerle más pino”. Y siguió con renovados bríos aportando y aprendiendo. No perdía oportunidad y a todos preguntaba por todo, como un día, por ejemplo, cuándo estábamos comiendo sandías debajo de los sauces y pedía que le aclaráramos la “custión de las clases”, porque se sentía ofendido cuando decíamos que el campesino pertenecía a la pequeña burguesía.
-“Pero quien inventó esa guevá, iñor… yo he sío obrero toa la vida y lo único que he tenío han sío 8 chiquillos! Y de que clase son el cura? Y el doctor? Y los Olaves?. Esto tenimos que cambiarlo.
-“Acompáñeme a porcar las papas -decía otra vez- y hablamos del centralismo democrático” o bien “mientras azufro las parras, cuénteme del pelaíto Lenin”. Y yo contaba lo que podía , aunque siempre me gustó mucho más escucharlo a él.
Recuerdo la primera vez que participó en una marcha en Santiago. Aquel día fue de los primeros en llegar a la sede central de nuestro Partido y que orgulloso se sentía llevando la bandera roja y verde y como le gustaba gritar “con toda el alma mieeerda”.
Luego vinieron otras marchas y otras concentraciones y la lucha política se iba intensificando paulatinamente. Ya no había tiempo para largas conversaciones debajo de los sauces. Habíamos crecido en la zona y eso no le gustaba a los facistas. Un día atacaron a su hijo Mario y otro día yo recibí algo de parte de los camioneros de El Monte.
La reacción de Sergio frente a esos hechos fue muy suya: “Es como hacer callar un chancho a palos -dijo- mientras más nos den, más firme tenimos que ponernos”. Y nos poníamos más firmes, cada uno en su frente, cada cual en sus tareas, hasta que vino el Golpe.
No volví a saber de él hasta principios de noviembre. Yo estaba preso en Investigaciones de Santiago. Estábamos siendo hacinados en la Parrilla, junto a un grupo de dirigentes de la UP de Talagante y cientos de compañeros de la provincia de Santiago. Me llaman a un interrogatorio; me ponen un capuchón, me golpean y esta vez una sola pregunta: “vos, huevón, ¿conocís a los Maureira?”
-¿Los Maureira? -respondí, tratando de hacerme merecedor del calificativo que me daban- Si, conozco a unos Maureira que tiene una farmacia en Linares”
Nuevos golpes, insultos, patadas.
-“Así que nos querís agarrar p’al gueveo o vos soi más huevón de lo que parecis. Los Maureira que nos interesan son de la Isla de Maipo. ¿Los conocís o no los conocis ná?
Dije que de Isla de Maipo no conocía a ningún Maureira.
-“Tai seguro?, gritó el discípulo de Pinochet.
-“Si, estoy seguro” contesté, esperando la reacción en la oscuridad y ahogo que me producía el capuchón.
Con extrañeza sentí que me quitaban el capuchón y me decían “ya huevón, güelve p’a bajo.
Durante una semana continuaron llamando al grupo del Departamento de Talagante con el mismo objetivo, el mismo procedimiento y la misma pregunta:
“¿Vos güevon, conocís a los Maureira?”
Ninguno de nosotros declaró conocerlos.
En el grupo había un dirigente del Partido Radical en la Isla de Maipo. Lo llamé aparte y le pregunté: “Compañero, ¿qué pasa con los Maureira?
“No sé -me respondió- pero lo encuentro raro”
Quise saber por qué
“Bueno, porque a los Maureira hace como un mes que los agarraron”, me informó.
“Cómo fue”, le pregunté
“Fue el 7 de octubre. Llegó un montón de pacos de la Isla de Maipo, comandados por un Teniente. Rodearon la casa y entraron golpeando a todos, insultando y rompiendo a patadas todo lo que podían. Cuando le pegaron a una de las hijas chicas, el compañero Maureira se les fue en collera y le pegó una patá al Teniente y un combo a un paco. Ahí se metieron los 4 hijos mayores y a patá y combos hicieron lo que pudieron, pero los pacos eran muchos y los agarraron a a culatazos hasta que los dejaron sin conocimiento. Despues los echaron en un furgón, uno arriba del otro y se los llevaron a la comisaría de la Isla. Eso es todo lo que supe yo antes de caer preso.
“¿Le dijo algo de esto a los “tiras”?”, le pregunté.
“No compañero, nada. A mi me pueden revantar los cocos, pero después de saber cómo se portaron los Maureira… a mi, sobre ellos, no me sacan ná”, me respondió.
“Gracias compañero -le dije- Hay que tirar p’arriba”
“Si compañero -me confirmó- hay que tirar p’arriba”
Y eso fue todo. Los días siguieron transcurriendo en la “pesca”, lentos, tediosos y terroríficos, entre quejidos, miembros quemados y huesos rotos, producto de las “hazañas” de esos seres de apariencia humana, brutos como un jabalí y de mentes estrechas como las lagartijas. En los nuevos interrogatorios no se volvió a mencionar a los Maureira.
Más tarde, cuando salí en “libertad” pude confirmar la versión que me habían dado sobre la detención de los Maureira, pero continuaba el misterio: ¿Qué había pasado con los compañeros después de la detención?
Su compañera, con una de las hijas, fueron el mismo día a la Comisaría de la Isla de Maipo para saber de sus familiares. Sólo recibieron amenazas e insultos. Siguieron preguntando los días siguientes y nada. No había respuesta, sólo amenazas y más insultos, hasta que un día, en un paréntesis de humanitarismo, les dijo. “Esos 5 extremistas fueron llevados a Talagante”
La compañera se fue a Talagante, preguntó a Carabineros, no hubo respuesta. Preguntó en Investigaciones y nada. Preguntó en un recinto militar y tampoco hubo respuesta. La compañera siguió viajando todos los días, durante semanas, y nadie sabía nada, o bien, cada una de esas instituciones culpaba a la otras. Si preguntaba en Carabineros le respondían: “Aquí no están… deben tenerlos los milicos. Preguntaba entonces a los militares y estos le decían: “Acá no los tenemos, deben estar en Investigaciones”. La compañera iba a Investigaciones y allí le decían: “Tienen que tenerlos los pacos, si ellos los detuvieron”. Asi, durante un mes, hasta que alguien les dijo: “Esos 5extremistas fueron llevados a Santiago”
“¿A Santiago? ¿Y a qué lugar?” preguntó la compañera.
“No, eso no sabemos”
“¿Quién los llevó?”
“No, eso tampoco lo sabemos, tiene que preguntar en Santiago”
Y entonces la compañera se fue a preguntar a Santiago: Preguntó en todos los regimientos, en todos los cuarteles y en todos los centros de represión y tortura, donde pudo hacerlo, Nadie sabía nada. Como únicas respuestas recibía nuevas amenazas, insultos, groserías y vejaciones. Y su compañero y 4 de sus hijos desaparecidos.
Notas:
[1] Los chilenos y uruguayos que vivíamos el exilio en Cottbus (ciudad en República Democrática Alemana) confeccionábamos la revista “Chispita” dedicada a los niños para ayudarles a mantener el dominio del idioma castellano. Roberto, participaba allí, entre otras tareas, preparando los “Chispigramas” (Crucigramas). Su pseudónimo era “Tío Lobo”
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Fuente :prensaopal.cl, 7 de Octubre 2020
El 7 de octubre de 1973, a las 21.45 horas, un grupo de once campesinos de la localidad de Isla de Maipo fue detenido por funcionarios de Carabineros. Los policías no portaban órdenes de detención ni allanamiento de los domicilios de esas personas. Numerosos testigos vieron cómo se los golpeaba y subía a una camioneta blanca de propiedad del dueño del Fundo Naguayán -donde se encontraban las casas de las tres familias-, se los amarraba y tendía boca abajo en el piso del vehículo.
Se trataba de los obreros agrícolas: Enrique Astudillo Álvarez (51 años), Omar Astudillo Rojas (20), Ramón Astudillo Rojas (27), Carlos Hernández Flores (39), Nelson Hernández Flores (32), Oscar Hernández Flores (30), Sergio Maureira Lillo (46), José Maureira Muñoz (26), Rodolfo Maureira Muñoz (22), Segundo Maureira Muñoz (24) y Sergio Maureira Muñoz (27). Sobre sus espaldas iban parados los funcionarios de Carabineros. Se pasearon por las calles del pueblo, para intimidar a toda la población. Finalmente, se los trasladó al retén.
La misma suerte corrieron cuatro jóvenes que ese mismo día habían sido detenidos en la plaza del pueblo: Miguel Brant Bustamante (22 años), Manuel Navarro Salinas (20), Iván Ordóñez Lama (17) y José Herrera Villegas (17).
Los familiares fueron engañados por las autoridades del gobierno. Se les informó que los detenidos habían sido trasladados al Estadio Nacional, en la capital. Los parientes interpusieron, en 1974, un recurso de amparo. Requeridas las autoridades de la localidad, por los tribunales, se limitaron a señalar que «todos habían sido trasladados con fecha 8 de octubre de 1973 al Estadio Nacional». Lo que era completamente falso.
El SENDET (Servicio Nacional de Detenidos), indicó contradictoriamente que «no tenía, ni había tenido nunca, información sobre ellos».
Sergio Diez -hoy senador de Renovación Nacional-, y en ese entonces delegado de la dictadura de Augusto Pinochet Ugarte en la OEA, mintió en 1975 ante todo el mundo, diciendo que: «estas personas no tenían existencia legal», mientras otros «detenidos de Lonquén habían sido ingresados al Instituto Médico Legal en octubre de 1973».
El 29 de noviembre de 1978, un informante entregó a la Iglesia Católica los datos del lugar exacto donde se encontraban los malogrados restos de los campesinos y jóvenes: Unos hornos de cal en la localidad de Lonquén, a 14 kilómetros del pueblo de Talagante.
El Vicario de la Solidaridad, Cristián Precht, y el Obispo de Santiago, Enrique Alvear, decidieron verificar la información concurriendo al lugar junto a periodistas -Jaime Martínez (Qué Pasa) y Abraham Santibáñez (Revista Hoy)- y los abogados Máximo Pacheco (PDC) y Alejandro González.
La prensa informó: «En una antigua construcción de piedra, de unos doce metros de alto, adosada a la falda de un cerro, en cuyo interior existen dos silos de dos metros y medio, estaban los cadáveres (…) En el otro, tapado con piedras desde arriba y con una salida en su parte inferior, también tapiada, se encontraban restos humanos, un cráneo, ropas destrozadas (…)».
Fue un golpe certero y doloroso a la conciencia de miles de chilenos. Una herida abierta hasta hoy, indecible. Una imagen de dolor y miseria humana, de horror sin límite y brutalidad que la historia de la humanidad recordará para siempre. Nada pudo hacer Pinochet y sus lacayos para esconder el horrendo crimen. El obispo informó a Israel Bórquez, presidente de la Corte Suprema y colaborador del régimen, quien remitió los antecedentes al Juzgado de Talagante. Se designó a la jueza Juana Godoy para iniciar la investigación.
En diciembre de 1978 se remitieron los restos al Instituto Médico Legal. El pleno de la Corte Suprema designó como ministro en Visita al juez Adolfo Bañados, quien ordenó se hicieran autopsias, exámenes balísticos y reunió los procesos en que se había denunciado desaparecimiento de personas o presunta desgracia. Interrogó a los familiares de los campesinos «desaparecidos».
Los efectivos policiales involucrados: Lautaro Castro Mendoza -jefe de la Tenencia de Isla de Maipo- y los carabineros Juan Villegas Navarro, Félix Sagredo Aravena, Manuel Muñoz Rencoret, Jacinto Torres González, David Coliqueo Fuentealba, José Belmar Sepúlveda y Justo Romo Peralta, entregaron ante los tribunales la versión de que habían «llevado a los detenidos, de alta peligrosidad, a los hornos de Lonquén, con el objeto de desenterrar el armamento que tenían oculto, y que luego -en el lugar-, habían sufrido un ataque armado de desconocidos, siendo los campesinos muertos por la balacera. Ante el temor a represalias, habían decidido ocultar los cuerpos en los hornos abandonados».
En abril de 1979 el ministro Bañados debió declararse incompetente debido a la legislación imperante que otorga fuero a los uniformados y entrega los casos criminales en los que se encuentran nvolucrados a manos de la Justicia Militar. Estableció sí -antes de dejar el caso- la responsabilidad de éstos policías en los hechos. Su resolución dice: «La versión (…) para tratar de explicar la muerte de sus prisioneros, no sólo se contrapone al mérito de autos en múltiples aspectos y detalles, en particular, desde luego, por lo que concierne al número de las víctimas, sino que resulta intrínsicamente inverosímil (…) en ninguno de los restos se comprobó señales de perforaciones, fracturas u otros tipos de vestigios que pudieran relacionarse con proyectiles de armas de fuego, impactando un organismo vivo, por lo que la muerte de las quince personas hay que atribuirla a otras causas».
El proceso pasó entonces a manos del «Segundo Juzgado Militar», que encargó reo a los funcionarios de Carabineros en calidad de «autores del delito de violencia innecesaria causando la muerte». Luego de un corto trámite, el caso se sobreseyó definitivamente por medio de la Ley de Amnistía dictada por Pinochet, legislación a la cual los ocho carabineros habían solicitado acogerse. Posteriormente la «Corte Marcial» confirmó esa resolución.
El asesino Lautaro Castro fue ascendido al grado de Capitán.
A un año de haber sido encontrados los cuerpos de los campesinos y jóvenes, se procedió a la entrega de los restos a sus familiares. Los cuerpos fueron trasladados por funcionarios del Instituto Médico Legal a Isla de Maipo y sepultados en forma inmediata -salvo Sergio Maureira Lillo- para eludir la presencia de sus familiares, depositándolos en una fosa común. Los familiares, agraviados una vez más por las autoridades militares, interpusieron un recurso de queja ante la Corte Marcial -que se vio en la obligación de acogerlo-, en contra del fiscal militar Gonzalo Salazar Sweet, por «falta y abuso cometidos al no cumplir la orden de entrega de los cadáveres». Se le aplicó una censura por escrito. En enero de 1980 la Corte Suprema decidió dejarla sin efecto, al considerar que el fiscal «no incurrió en ninguna falta. Fueron los propios jueces que se la impusieron los que le señalaron el procedimiento que empleó».
Se presentó nuevamente una denuncia a la justicia por la muerte de los campesinos de Isla de Maipo. Esta causa fue llevada por el ministro en visita Héctor Solís, quien no pudo continuar con su investigación. La ministra de la Corte de Apelaciones de San Miguel Marianela Cifuentes, continuó la investigación finalizándola el 12 de septiembre de 2016 cuando dictó sentencia de primera instancia. La ministra condenó a los 7 carabineros que detuvieron a los quince campesinos, se condenó por el delito de secuestro calificado a los ex carabineros: Lautaro Castro Mendoza, jefe de la patrulla, a la pena de 20 años de presión por su responsabilidad como autor. David Coliqueo Fuentealba, Justo Ignacio Romo Peralta, Félix Héctor Sagredo Aravena, Jacinto Torres González, Juan José Villegas Navarro condenados a la pena de 15 años de prisión. Pablo Ñancupil Raguileo fue condenado a 900 días de prisión. El caso pasó a segunda instancia, la Corte de Apelaciones de San Miguel, el 16 de mayo del 2017, confirmó la sentencia. El 16 de junio del 2018 la Corte Suprema confirmó la sentencia que condenó a 6 ex carabineros dado que el jefe de los carabineros Lautaro Castro falleció antes de la condena.
El 18 de febrero de 2010, el Ministro de fuero (s) de la Corte de Apelaciones de San Miguel, Héctor Solís, dio a conocer la identificación de 13 de los 15 cuerpos, cuyos restos fueron encontrados en 1978, permitiendo que finalmente se pudiera realizar la sepultura, siendo el 26 de marzo el retiro de osamentas desde el Servicio Médico Legal. El 27 de marzo se realizó un velatorio público en el Patio Cívico de la Municipalidad de Isla de Maipo y el domingo 28, la sepultación solemne de las víctimas en el Cementerio Parroquial de Isla de Maipo.
Los Hornos de Lonquén fueron demolidos para borrar todo vestigio y huellas de memoria, para imponer definitivamente el olvido.
Por Arnaldo Pérez Guerra
*Fuente: MemoriaViva
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