Emmanuel Todd: «La crisis de Occidente es la crisis del mundo»
por Rafael Karoubi (España)
10 horas atrás 22 min lectura
07 de enero de 2025
Entrevista exclusiva a Emmanuel Todd, uno de los intelectuales franceses más importantes de las últimas décadas
Emmanuel Todd (Saint-Germain-en-Laye, 1951) es uno de los intelectuales franceses cuyo trabajo es de los más comentados en el mundo. Sus obras La Caída Final (1976), que predijo la caída de la Unión Soviética, y Después del Imperio (2002), que anticipó la derrota estadounidense en Oriente Próximo, le han dado una notoriedad que trasciende las fronteras francesas.
Antropólogo y demógrafo de formación, defiende la tesis de una diversidad política fundamental entre las naciones del mundo, debido a las diferencias en las estructuras familiares originarias presentes en el planeta. Todd ha vuelto recientemente a ser tema de debate en el mundo al publicar su última obra, La Derrota de Occidente (publicada en español por la casa editorial AKAL), donde advierte a las naciones del mundo sobre el peligro que representan las naciones occidentales, encabezadas por Estados Unidos, para la estabilidad del mundo. Describe un mundo occidental sumido en un grave crisis social, política y religiosa interna, que cae en el nihilismo y la autodestrucción, y fomenta por consiguiente los principales conflictos armados que sacuden al mundo. Así pues, Todd afirma que la OTAN es responsable del estallido de la guerra en Ucrania, pero no es capaz de ganarla, debido a su declive económico, industrial e educativo.
Para el antropólogo, el inevitable fracaso militar y económico de la OTAN frente a Rusia en Ucrania marca el comienzo del fin de la dominación occidental en el mundo.
Usted pronostica hasta en el título de su libro “la derrota de Occidente”. ¿Para empezar, qué entiende por «Occidente»?
En términos políticos, se trata del Imperio Americano. Para ser más preciso, diría que el concepto de «Occidente» corresponde al sistema de dominación estadounidense. Es importante entender que los Estados Unidos ejercen una dominación financiera, política y militar sobre numerosos países en el mundo. Esta dominación puede ser natural en algunos casos, especialmente en los países de la angloesfera (Reino Unido, Australia, Canadá), o bien una servidumbre voluntaria, como en el caso de los países escandinavos o de Francia. También incluyo dentro del sistema estadounidense a los países que fueron conquistados por Estados Unidos al final de la Segunda Guerra Mundial: Alemania, Italia y Japón.
Sin embargo, sé que se habla muchísimo de un «Occidente» uniforme en los marcos religioso y cultural. Esta noción, en mi opinión, no tiene sentido: no existe una cultura occidental única, sino más bien una gran diversidad entre los países que asociamos con el mundo occidental. Este ha producido fenómenos políticos diversos si lo reflexionamos bien: democracia liberal, fascismo, nazismo, entre otros. La idea de “valores” occidentales uniformes es ridícula para el antropólogo que soy.
Así pues, mi análisis antropológico de las estructuras familiares antiguas dentro de la esfera occidental me ha llevado a distinguir dos grupos diferentes.
En primer lugar, un Occidente estructuralmente liberal, en sus estructuras antropológicas y familiares, que incluye a Francia y a los países anglosajones. Estos países se caracterizan históricamente por tener estructuras familiares flexibles, compuestas por hogares nucleares y un papel más destacado de las mujeres en comparación con otras regiones, así como por una salida rápida de los hijos del hogar familiar. En estos países, la democracia liberal se ha desarrollado con mayor facilidad que en otros lugares.
En segundo lugar, un Occidente más autoritario, que incluye principalmente al mundo germánico, Japón y Corea del Sur. En estos países, las estructuras familiares tradicionales eran más verticales, caracterizadas por la convivencia del padre con un único hijo heredero dentro de una casa matriz, y por un estatus reducido de las mujeres. Son países «no liberales» pero ciertamente «occidentales» debido a su desarrollo económico y a su proximidad política con los Estados Unidos.
Es muy importante entender la diferencia entre estos dos grupos de países para entender cómo se desenvuelve la crisis actual del Occidente.
Considera en su libro que el auge del protestantismo provocó el auge de Occidente ¿Qué relación establece usted entre una religión particular y este despegue económico?
El protestantismo original –que no tiene nada que ver con su versión herética, el evangelismo– es poco conocido en las zonas de tradición católica como Francia, España y América Latina.
Este protestantismo se caracterizaba por un sistema de constricción extrema sobre el individuo, manifestado en un superyó rígido y autoritario, así como una fuerte presión ejercida por la colectividad. Esto se traducía, entre otras cosas, en una ética del trabajo implacable y una obsesión por la educación, considerada necesaria para acceder a los textos sagrados sin la intermediación de un sacerdote. Además, mostraba indiferencia hacia la noción de igualdad, debido a la doctrina de la predestinación.
Como demostró Max Weber, el protestantismo fue un motor central en el ascenso económico de Occidente. Yo pienso que, por una cadena de circunstancias, este protestantismo, al alfabetizar y disciplinar a poblaciones enteras, facilitó el despegue económico de una parte del mundo. Por ejemplo, Alemania fue el primer país en alfabetizar masivamente a su población, mucho antes de la Revolución Francesa, y se convirtió en la primera potencia industrial de Europa a principios del siglo XX. Inglaterra inició la Revolución Industrial, mientras que Suiza y Suecia alcanzaron niveles notables de prosperidad y organización social.
Demuestra en su libro que el capitalismo actual se ha liberado de la ética protestante. ¿Cuáles son las consecuencias de esta transformación?
Mi libro reflexiona sobre las consecuencias de la desaparición de la práctica religiosa protestante, que tanto contribuyó al desarrollo económico y educativo de los países donde se implantó. Lo que observamos hoy es la desaparición de la ventaja económica y educativa de las naciones protestantes en comparación con el resto del mundo. Desde 1965, el nivel educativo de los Estados Unidos está en declive, como lo demuestran los resultados de las pruebas de aptitud en matemáticas y lectura.
También somos testigos de un retroceso en la valorización del trabajo manual especializado y la formación de ingenieros. Estados Unidos e Inglaterra se están volviendo incapaces de producir industrialmente a gran escala, y la proporción de la industria en su PIB se desploma frente a la de los servicios, especialmente las actividades financieras. En ambos países, la proporción de estudiantes que eligen carreras de ingeniería es ahora mucho menor que en otras economías occidentales y en los países BRICS.
Al fin y al cabo, estos dos países fueron pioneros en un nuevo sistema económico –que yo llamaría sistema de destrucción económica– el neoliberalismo, cuya idea central es ganar dinero no solo sin producir nada, sino destruyendo las fuerzas productivas. Una codicia sin límites, en fin.
La desaparición de la ética protestante marca, por tanto, el declive económico, cultural y moral de naciones como Inglaterra y los Estados Unidos. Estos países, están ahora sumidos en crisis sociales internas que amenazan la estabilidad del mundo.
Pretende que las naciones occidentales están perdiendo la guerra de Ucrania. ¿Es esta derrota inevitable?
Absolutamente. Ucrania ha perdido la guerra, de eso estoy seguro. La industria estadounidense no ha sido capaz de producir en masa para equipar al ejército ucraniano, a pesar de las enormes ayudas financieras otorgadas al gobierno de Ucrania. Esto no era difícil de prever: Estados Unidos forma significativamente menos ingenieros que Rusia, aunque tiene una población dos veces mayor.
Creo que la derrota estadounidense también se explica por su incapacidad para movilizar plenamente a sus principales aliados industriales, como Alemania, Japón y Corea del Sur. Entre estos tres países, Alemania era el objetivo prioritario de los Estados Unidos, cuya obsesión estratégica era cortar sus vínculos económicos y energéticos entre con Rusia. Este acercamiento germano-ruso amenazaba, a largo plazo, con excluir económicamente a los Estados Unidos de Eurasia: por eso avivaron un conflicto inútil en Ucrania que daña a las relaciones entre Rusia y Alemania.
El sabotaje de los gasoductos Nord Stream, cometido con toda evidencia por los Estados Unidos, pone de manifiesto una sombría realidad para Alemania: este país nunca ha sido verdaderamente independiente desde la Segunda Guerra Mundial. Alemania es un Estado de soberanía limitada, todavía ocupado militarmente por los Estados Unidos y encajado dentro de la OTAN. Cuenta con un gobierno elegido democráticamente, pero que no es soberano: solo tiene libertad para seguir a los Estados Unidos, ya sea de mala gana o con entusiasmo.
Los Estados Unidos parecen haber fracasado en sus esfuerzos por movilizar plenamente a Alemania en este conflicto. Sin embargo, aún no está todo dicho: si Alemania y su potencia industrial llegaran a involucrarse realmente en la guerra, estaríamos ante un gran peligro.
Describe usted a los Estados Unidos como una sociedad sin metas ni valores, donde solo subsisten «obsesiones residuales por el dinero y el poder». ¿No se encuentra tal configuración en otros países, incluso fuera de la esfera occidental?
Entiendo el sentido de su pregunta, para contestar mejor, quiero antes de todo referirme a la historia religiosa de las naciones.
En Francia, existe una escuela de pensamiento que agrupa a numerosos intelectuales, entre ellos Marcel Gauchet, Olivier Roy y Régis Debray, quienes reflexionan sobre las consecuencias políticas y sociales de la desaparición de la matriz religiosa en una sociedad. Esto no resulta particularmente sorprendente en el país de la laicidad y el anticlericalismo.
Inspirándome en sus trabajos y en mis investigaciones, he llegado a distinguir tres etapas en la historia religiosa de una sociedad. En primer lugar, el estadio de la religión activa, donde los valores religiosos estructuran y rigen la vida social de los individuos. Luego, el de la religión «zombi», donde el colapso de la creencia en Dios se compensa con religiones sustitutivas que imponen morales muy exigentes. El comunismo, el socialismo y el republicanismo me parecen ejemplos de esta categoría de «religiones zombis». Finalmente, el tercer estadio, correspondiente a nuestra época, es el de la «religión cero»: ya no subsiste ninguna creencia, y ningún proyecto religioso o político logra movilizar a las poblaciones.
En este punto, planteo una hipótesis de trabajo: la aparición de pulsiones nihilistas en la sociedad. El individuo, en principio liberado de toda creencia y de cualquier valor restrictivo, se enfrenta al vértigo de su nueva libertad. Ante la complejidad de esta nueva condición humana, se observan fenómenos de conformismo social e intelectual, especialmente en las clases dirigentes, pero, sobre todo, veo como reacción más común una deificación del vacío y un peligroso rechazo de la realidad tal como una atracción por la violencia. Eso lo llama nihilismo. Volveré a esto más detalladamente al hablar de los Estados Unidos contemporáneos.
También pienso que cada sociedad reacciona de manera diferente ante el vacío religioso e ideológico.
En Rusia, Alemania o China, este vacío existe, por supuesto, pero el legado de estructuras familiares más densas y complejas permite a estas sociedades mantener una fuerte organización social e industrial. China y Alemania son hoy las principales potencias industriales del mundo, mientras que Rusia está logrando ganar su guerra contra Occidente.
Por el contrario, en los países donde las estructuras familiares eran más flexibles y nucleares, los valores religiosos desempeñaban un papel mucho más importante en la estructuración de los individuos. Su colapso causa una desorganización social mucho más pronunciada.
Estamos asistiendo a un giro histórico lleno de cierta ironía. Durante la primera crisis de la modernidad, marcada por la industrialización y el desarrollo del capitalismo, las sociedades que experimentaron las transiciones menos violentas fueron aquellas donde el individualismo estaba más marcado, como el mundo angloamericano y escandinavo. Por el contrario, en Alemania, Rusia y China, la transición hacia la modernidad capitalista e industrial estuvo marcada por fases totalitarias de una violencia extrema: nazismo, estalinismo y maoísmo.
Hoy, el desconcierto y la angustia más intensos se encuentran en las sociedades desprovistas de un legado de estructuras familiares complejas. Esta falta de estructuración social constituye un terreno fértil para desvíos políticos peligrosos.
Quisiera compartir una reflexión que podría interesar a los lectores españoles y sudamericanos: el mundo anteriormente protestante me parece estar inmerso en un proceso de degradación social y moral aún más pronunciado que el mundo anteriormente católico. Me pregunto si países como Estados Unidos y el Reino Unido, donde las desigualdades alcanzan niveles asquerosos y donde las tasas de mortalidad están aumentando, no han alcanzado lo que yo llamaría un «estadio -1» de las creencias religiosas y políticas. Ahora pienso en la idea de negatividad para describir la sociedad estadounidense. No observo nada tan extremo en los países anteriormente católicos.
¿Qué le lleva a afirmar que la sociedad estadounidense actual es nihilista y “negativa”?
Para entender la magnitud de la angustia social en los Estados Unidos, no pretendo basarme en una indignación moral, sino más bien atenerme a los hechos. Como buen heredero del sociólogo Durkheim, me apoyo en estadísticas que miden la salud pública, como la tasa de suicidios, la mortalidad infantil y el nivel de mortalidad accidental, para evaluar el estado de anomia de una sociedad.
Los Estados Unidos no son esta sociedad en pleno dinamismo que oligarquías europeas y sudamericanas suelen colocar en un pedestal…Ahí, los conceptos de moda movilizados por los intelectuales son los de «diseases of despair» y «deaths of despair», es decir, las enfermedades y muertes relacionadas con la desesperación. El diagnóstico es inapelable: la sociedad estadounidense ha alcanzado un nivel de degradación tal que las personas literalmente comienzan a morir por ello. Por ejemplo, la tasa de suicidios casi se ha duplicado desde el año 2000 y ahora supera a la de las naciones europeas. El aumento de las muertes accidentales, violentas o por insalubridad, especialmente por envenenamiento o enfermedades crónicas, ha llevado desde 2019 a una vertiginosa caída en la esperanza de vida de los estadounidenses, que ahora es inferior a la de los chinos. Peor aún, la mortalidad infantil —el indicador por excelencia para medir la capacidad de una sociedad de proteger a los más vulnerables— está aumentando y ya supera a la de Rusia, y tal vez pronto a la de China.
Estos indicadores, ya de por sí dramáticos, ni siquiera alcanzan a ilustrar toda la magnitud de la violencia que el sistema estadounidense inflige a su propia población. Existen hechos graves que reflejan una inmoralidad profunda por parte de las supuestas «élites» estadounidenses. Por ejemplo, el comportamiento del sistema de salud, que deliberadamente envenenó a millones de estadounidenses al proporcionarles analgésicos altamente adictivos y mortales, es revelador. Más grave aún es la incapacidad del Congreso para prohibir estas sustancias, bajo la influencia de los lobbies, lo que ilustra el estado moral absolutamente deplorable de las clases dirigentes.
Es esencial que el lector entienda que existe algo profundamente abominable en el sistema estadounidense. No se trata solo de una ausencia de moralidad: es un nihilismo activo, que conlleva como cualquier nihilismo, una atracción hacia el vacío y la muerte. Esto se refleja en la política exterior del grupo dirigente del país, que siempre opta por la guerra o la agravación de los conflictos existentes.
Su análisis es particularmente sombrío sobre los Estados Unidos, pero también sobre Inglaterra. ¿Tiene usted una animosidad particular hacia estos países?
Personalmente, me gustaría que el lector sudamericano entienda que no tengo cuentas pendientes con los Estados Unidos. Históricamente, a lo largo de mi vida, incluso he sido más bien pro-americano, e incluso pro-anglosajón. Siento una deuda hacia ese país, donde mi familia materna judía se refugió para escapar del nazismo. Este análisis severo de los Estados Unidos, pero también de Inglaterra, donde me formé como investigador en Cambridge, es para mí un auténtico drama personal.
Quiero insistir brevemente en la gravedad del declive de la nación inglesa para el mundo, no porque Inglaterra siga siendo una gran potencia capaz de influir en el destino global, sino porque constituía una especie de matriz intelectual y moral, un modelo “de referencia” para las clases dirigentes estadounidenses, especialmente en el ámbito educativo. Creo que la desaparición de la cultura de referencia inglesa genera consecuencias perjudiciales para la sociedad estadounidense.
A menudo le llaman «profeta» por pronosticar en 1976 la caída de la URSS. ¿Qué ocurrirá en los próximos años en los Estados Unidos?
El fracaso de la guerra estadounidense en Ucrania, tanto en el campo de batalla como en el terreno económico a través de las sanciones, revela dos debilidades principales: por un lado, la fragilidad industrial de los Estados Unidos, y por otro, el hecho de que se han transformado en una nación depredadora, utilizando el dólar y su supremacía financiera para dominar, intimidar y saquear a otras naciones. Y poco a poco, el mundo se está dando cuenta de esta realidad, salvo en Europa.
A corto plazo, los Estados Unidos enfrentarán una derrota en Ucrania. Esto me parece una certeza. El primer papel de Donald Trump será gestionar esa derrota en este frente. Su objetivo será claro: convencer a la opinión mundial y a sus rivales de que la derrota estadounidense en Ucrania no es más que una derrota del ejército ucraniano. Los Estados Unidos siempre han intentado cargar el peso de sus fracasos sobre sus aliados. Sin embargo, esta vez, dudo que el mundo se deje engañar por ese discurso. Hemos sido testigos de algo extraordinario: en el frente, la industria militar estadounidense ha sido superada por su equivalente rusa, y la economía del país de Vladimir Putin ha resistido a las sanciones occidentales.
En el plano económico, Donald Trump intentará revitalizar la industria estadounidense, porque es consciente de las graves carencias de su país en este marco. Por consiguiente, acentuará el giro proteccionista iniciado bajo Obama. A primera vista, parece una estrategia inteligente para contrarrestar el proceso de desindustrialización: los Estados Unidos, gracias a su tamaño y recursos, podrían hacer que una política proteccionista funcione.
Sin embargo, creo que esta estrategia está condenada al fracaso. El proceso de declive interno de los Estados Unidos está demasiado avanzado.
¿Crees que Trump no logrará reindustrializar los Estados Unidos?
No lo va a conseguir, y por varias razones.
Primero, el país sufre de una descalificación de su mano de obra: carece de ingenieros y trabajadores calificados. Friedrich List, el gran teórico alemán del proteccionismo había entendido perfectamente que tal política solo podía tener éxito si una nación disponía de una mano de obra suficientemente competente. Si intensifican sus medidas proteccionistas, Estados Unidos corre el riesgo de enfrentar desabastecimientos, lo que tendría consecuencias sociales incalculables en un contexto ya marcado por una fuerte degradación social.
Luego, un fenómeno igualmente grave dificultará el renacimiento industrial esperado por Trump. La verdadera riqueza de los Estados Unidos – su PIB – no reside en sus bienes industriales – que exportan en cantidades muy inferiores a sus importaciones – sino en la supremacía del dólar. Como moneda mundial, utilizada en los intercambios internacionales y como moneda de reserva para los ricos del mundo, el dólar confiere a la finanza estadounidense un poder ilimitado de creación monetaria, e infla de manera artificial al PIB del país. Esto tiene efectos negativos en los pueblos de todo el mundo, pero también en la economía estadounidense, que sufre una patología comparable a la de los estados petroleros, donde la energía monopoliza los recursos nacionales en detrimento de otros sectores económicos.
Me explico: en Estados Unidos, una gran parte de la energía y las inversiones de la sociedad se dedican a la extracción de dólares a través del sector financiero. Cuando tienes dinero, será siempre más lucrativo ahí invertir en actividades financieras improductivas que en la producción industrial. Además, un abogado fiscalista o un banquero de inversión ganará mucho mejor su vida que un ingeniero o un empresario industrial. Mientras el dólar siga siendo la moneda dominante del mundo, los Estados Unidos no podrán reindustrializarse.
¿Es inevitable el declive brutal de los Estados Unidos? ¿Incluso a pesar del dinamismo de una parte de su sociedad?
Probablemente. Especialmente porque tengo pruebas de que Trump no parece haber comprendido las razones. Por ejemplo, ha amenazado a los BRICS con aranceles elevados si dejaran de usar el dólar como moneda de intercambio y de reserva. Al actuar así, Trump se presenta tanto como defensor de la supremacía del dólar como de la industria estadounidense, una posición incoherente y contradictoria.
En realidad, Estados Unidos es un imperio que ha tenido demasiado éxito en la historia y que ahora se basa en rentas. La primera es el dólar, la segunda sus recursos excepcionales en hidrocarburos, y la tercera el uso mundial del inglés, que les permite una fuerte influencia cultural e ideológica. Estas rentas les permiten también atraer a muchos jóvenes graduados de todo el mundo, especialmente hacia polos dinámicos como la tecnología californiana y la finanza de Nueva York, pero al mismo momento, atrofia su potencial productivo. Así pues, aquellos a quienes se presenta como los «genios» estadounidenses, como Elon Musk o Peter Thiel, ni siquiera nacieron en los Estados Unidos. Me pregunto si este país no tiene el poder de embrutecer a los jóvenes graduados más prometedores…
El camino que están tomando los Estados Unidos es preocupante. Me cuesta imaginar las consecuencias de un cese abrupto del suministro mundial de mercancías, que alimenta continuamente a un país que produce cada vez menos bienes reales para el mercado mundial. No tengo gusto por los desastres, pero es difícil no presagiar graves trastornos en el futuro.
Mencionas muy brevemente el conflicto israelí-palestino en el epílogo de tu libro. ¿Qué te inspira la política israelí? ¿Se trata del nihilismo que denuncias o de «legítima defensa»?
Seamos claros: independientemente de la opinión que se pueda tener sobre ambos bandos, una persona psicológica y moralmente normal debe coincidir en un hecho: lo que comete el Estado de Israel en la Franja de Gaza es monstruoso. Ante el drama que se desarrolla, ya no se trata de ser «pro» algo, sino simplemente de estar del lado de la humanidad. La política israelí va en contra de todos los valores humanos fundamentales.
También se trasluce una realidad: los bombardeos israelíes son, en realidad, bombardeos estadounidenses, ya que Estados Unidos proporciona el material necesario para esta masacre. Sin la ayuda estadounidense, Israel nunca habría podido masacrar a tantas personas. Por lo tanto, pongo esta atrocidad en paralelo con el estado de degradación moral absoluta de las «élites» estadounidenses y su nihilismo. Estas élites no tienen interés, ni siquiera en términos de poder, en apoyar una guerra que a la larga les aliena de todos sus aliados árabes. Esto se asemeja más a una forma de fascinación nihilista por la violencia y la guerra que a una estrategia de poder reflexiva y racional.
El problema es similar en Europa, especialmente en Francia: mientras que los ciudadanos comunes comprenden la monstruosidad de lo que está ocurriendo, las clases dirigentes parecen dispuestas a pasar por alto esta atrocidad. Una vez más, es difícil no ver aquí los signos de un colapso moral.
Soy extremadamente pesimista sobre el desenlace del conflicto. Aquellos que miran con consternación las atrocidades cometidas por el ejército israelí en Gaza no parecen darse cuenta de que esto es solo el comienzo del horror.
¿Crees que mayores sufrimientos esperan a las poblaciones de Oriente Próximo?
Ciertamente, la situación en Oriente Próximo empeorará, ya que la población israelí, debido a un efecto de entrada y salida del país, se está volviendo cada vez más violenta.
Los israelíes razonables, sintiendo la tragedia que viene, están abandonando el país. Esta tendencia, ya iniciada hace varios años, se ha acelerado desde los atentados del 7 de octubre 2023. Estos emigrantes se dirigen hacia los Estados Unidos, Europa o Rusia. Por otro lado, aquellos que se sienten atraídos por el Estado de Israel, que no siempre son judíos, parecen estar motivados principalmente por la violencia y el deseo de combatir a los árabes.
Admito que aún me cuesta entender cómo el Estado de Israel ha podido derivar hasta este punto, aunque estoy comenzando a profundizar en mis investigaciones sobre el tema. Esto sigue siendo un drama inmenso para la historia occidental: proteger al pueblo judío, víctima del horror del Holocausto, era un imperativo moral indiscutible para los países occidentales. Ver hoy a un Estado que se autoproclama judío involucrado en una espiral de violencia contra otro pueblo seguramente provoca una profunda angustia metafísica.
Como persona de origen judío, descendiente de una familia que huyó del nazismo, me cuesta considerar que el Estado de Israel sea aun realmente un «Estado judío». Masacrar a personas de manera indiscriminada me parece totalmente contrario a los valores talmúdicos. Es difícil no ver, en este país, como en muchos países occidentales, una forma de «religión cero» — un vacío de valores que alimenta el nihilismo y la necesidad de violencia.
Para cerrar esta entrevista: ¿qué lugar ocupan América Latina y España en el mundo de hoy?
En sus estructuras familiares, al igual que España, Francia y el mundo angloamericano, América Latina se caracteriza por una predominancia histórica de familias nucleares, lo que la acerca cultural y políticamente al Occidente liberal. En ella creo se encuentra una cultura a veces aún más individualista.
Sin embargo, América Latina sufre evidentemente la depredación económica de los Estados Unidos, lo que explica el antiimperialismo de la izquierda latinoamericana, que no se encuentra, por ejemplo, en Europa Occidental. Así, al unirse a los BRICS, compuestos por países que son muy diferentes en términos antropológicos, Brasil se posiciona como un rival político de los Estados Unidos en todo el continente americano.
En cuanto a España, sin ser un gran conocedor, identifico como principal activo de este país el hecho de no estar completamente encerrado en Europa y en el mundo occidental. Internet y las redes sociales no han acercado tanto a los pueblos geográficamente cercanos como a aquellos que comparten un mismo idioma. Gracias al castellano, que es su principal activo, España mantiene así un fuerte vínculo con América Latina.
Esto contribuye sin duda al dinamismo del país, a pesar de las restricciones impuestas por su pertenencia a la Unión Europea.
*Fuente: Diario.Red
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