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Medio Oriente – El diluvio de Al-Aqsa, Occidente y la Shoah. Entrevista a Gilbert Achcar

Medio Oriente – El diluvio de Al-Aqsa, Occidente y la Shoah. Entrevista a Gilbert Achcar
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12 de octubre de 2024
-La Operación Inundación de Al-Aqsa devolvió «la cuestión de Palestina» al centro de la atención mundial y puso de manifiesto los prejuicios inherentes a la postura oficial e institucional de «Occidente», que no sólo apoyaba a Israel, sino que sacrificaba valores como la objetividad periodística, la libertad de opinión y valores similares para proteger la narrativa del gobierno israelí, incluso cuando esa narrativa se derrumbaba. Por posición «occidental» no nos referimos aquí a todos los países occidentales, ni a que exista una posición sin objeciones internas o varias versiones. Más bien, nos referimos a una posición que se ha definido a sí misma como «occidental» y ha justificado sus limitaciones bajo esa luz. ¿Cómo pueden evaluarse y explicarse las actitudes mediáticas y culturales ante el genocidio en curso? ¿Se han producido cambios en estas actitudes entre el año pasado y hoy?

Permítanme comenzar aclarando lo que se supone que ha logrado la Operación Inundación de Al-Aqsa. Si por el retorno de Palestina al «centro de atención mundial» entendemos la creciente marea de condena de la guerra genocida de Israel y de solidaridad con el pueblo palestino, sería más exacto decir que esto ocurrió a pesar dela Operación Inundación de Al-Aqsa, y no a causa de ella. De hecho, el primer impacto de la operación fue que la simpatía mundial por el pueblo israelí alcanzó su punto álgido, con una intensa explotación mediática de lo ocurrido el 7 de octubre, no sin exageración e incluso mitificación. Sin embargo, fue la brutalidad del asalto a Gaza la que, al superar lo visto en todas las guerras sionistas contra el pueblo de Palestina, incluida la Nakba de 1948, provocó la indignación de un amplio sector de la opinión pública de los países occidentales. En cuanto a los países del Sur global, la mayoría de sus poblaciones apoyan la causa palestina, con la excepción de la India, dominada por un gobierno neofascista y anti-musulmán que comparte la mentalidad del gobierno neofascista de Israel.

El meollo de la cuestión es la excepcionalidad de la guerra genocida que está librando el Estado sionista en Gaza. Esto ha agudizado la división en los medios de comunicación occidentales entre los que insisten en el mito del Estado de Israel como la redención del Holocausto nazi, de modo que cualquiera que se oponga a él es devuelto a una genealogía que lo sitúa en la misma categoría que los nazis, y los que denuncian lo que está haciendo un Estado gobernado ahora por una coalición de neofascistas y neonazis, cuyo comportamiento hacia el pueblo palestino recuerda al de los nazis alemanes. El movimiento de solidaridad con Palestina es mucho más fuerte en Gran Bretaña que en países como Francia o Alemania. Una de las principales razones es la evidente diferencia entre el complejo de culpa de los alemanes y los franceses, cuyos antepasados participaron en el exterminio de los judíos, y la ausencia de dicho complejo entre los británicos, que ven a sus antepasados, por el contrario, como protectores de los judíos.

-La Shoah es la palanca cultural e histórica de esta posición, especialmente en países como Alemania, que les lleva a eliminar la «cuestión palestina» de la política exterior e insertarla en una narrativa psicológica e histórica de culpa y responsabilidad. ¿Cómo se ha construido esta narrativa histórica y se ha transformado en una palanca para el apoyo occidental a Israel?

Se trata de una empresa propagandística muy antigua, que comenzó inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, cuando el movimiento sionista intensificó su campaña contra los gobiernos occidentales, Estados Unidos en particular, así como el gobierno soviético, para conseguir que apoyaran el plan de un Estado judío —primero presionando al gobierno británico y luego en las Naciones Unidas cuando se planteó la cuestión. La propaganda se centró inicialmente en el desastroso papel de [el líder religioso palestino] Amin al-Husseini, que actuó como portavoz de la propaganda nazi durante la guerra, para que los palestinos pudieran ser presentados como seguidores de los nazis —en contra de la verdad histórica, como demostré en mi libro Los árabes y el Holocausto. La guerra de narrativas israélo-arabe (2009). [1]. Los árabes y el Holocausto: La guerra de narrativas árabe-israelí, Universidad Veracruzana, 2016, México.]

Esta leyenda se ha seguido tejiendo a lo largo de las décadas, con Gamal Abdel Nasser y Yasser Arafat descritos a su vez como imitadores de Adolf Hitler. Los últimos en ser nazificados son Hamás y Hezbolá. El diluvio de Al-Aqsa brindó una oportunidad única para llevar esta narrativa mítica a su clímax. Desde el principio, Netanyahu y sus colegas, así como varios gobiernos occidentales, describieron la operación como «la peor masacre de judíos desde la Shoah». Esta forma de presentar las cosas pretende retratar la Operación Inundación de Al-Aqsa como una continuación de la serie de crímenes racistas a los que han sido sometidos los judíos europeos a lo largo de la historia, desvinculándola así de la secuencia histórica a la que realmente pertenece, que es la historia de las luchas populares contra el colonialismo en general, y la historia de la resistencia al colonialismo sionista en Palestina en particular.

-Las narrativas cambian y se adaptan a las transformaciones sociales y políticas. Esto se aplica a la narrativa de la Shoah, cuyas características han cambiado en los últimos años. Si bien esta narrativa versaba inicialmente sobre la relación de Occidente con sus componentes judíos, bajo la presión de redefinirla, ha empezado a transformarse en una narrativa sobre el peligro del Islam para los judíos, en particular tras los sucesos del 11 de septiembre. ¿Cómo se reorientó esta narrativa para alinearse con el cambio político?

La cuestión es más compleja que eso, me parece a mí. El enfoque sionista sobre el islam ha sido coherente con el aumento de la islamofobia en Occidente en las últimas décadas, especialmente tras los atentados del 11 de septiembre en Nueva York y Washington. Esto se ha producido en el contexto de un ascenso global de la extrema derecha, del que fue pionero el Estado sionista con la llegada al poder del partido neofascista Likud en 1977; después, en 2001, la ascensión de Ariel Sharon, entonces la figura más radical del Likud, al puesto de primer ministro, unos meses antes del 11 de septiembre; y por último, pero no por ello menos importante, la instalación a largo plazo de Netanyahu en ese mismo puesto a partir de 2009. Todos ellos han contribuido a la creación de la ideología de la extrema derecha contemporánea, en la que los judíos han sido sustituidos por musulmanes, de modo que el Estado que pretendía representar la herencia de la lucha antinazi se ha convertido en un engranaje central de la tradición opuesta, la de la extrema derecha islamófoba contemporánea.

Sin embargo, la cuestión se complica cuando se tiene en cuenta el objetivo israelí de «normalización» con los Estados árabes reaccionarios, y más concretamente con el reino saudí. Por eso existe un discurso paralelo que distingue entre musulmanes «buenos» y «malos», haciendo hincapié en la caracterización de Hamás y Hezbolá como antisemitas y, por supuesto, calificándolos de terroristas, con el fin de establecer una diferencia entre ellos, y el Irán que los apoya, y los Estados «normalizadores», es decir, Egipto, Jordania, Marruecos y las monarquías del Golfo. La misma distinción constituyó el núcleo de la retórica de la administración de George W. Bush tras el 11 de septiembre.

-El debate sobre la postura árabe ante el Holocausto fue un medio de transformar esa narrativa, concibiendo una culpabilidad árabe o un antisemitismo árabe que pudiera sustituir al antiguo enemigo. ¿Cómo valoraría estos intentos, a la luz de su libro sobre el tema?

Estos intentos no resisten la prueba de la realidad y el examen de los hechos históricos. He dedicado un grueso libro a refutarlos, elogiado incluso por algunos eminentes historiadores de la Shoah, y que ningún historiador prosionista ha podido rebatir más que con los epítetos e insultos habituales, en particular la velada acusación de antisemitismo. Así que prefirieron rechazarla con una conspiración de silencio, hasta el punto de que ni uno solo de los principales periódicos o revistas estadounidenses publicó una reseña del libro, para gran decepción de mi editor estadounidense, una de las mayores editoriales estadounidenses. En cuanto a la traducción al hebreo, no ha sido reseñada, comentada ni siquiera mencionada en ningún periódico israelí. Publicada en 2017 tras años de presiones por parte de israelíes antisionistas, fue contratada por la editorial estadounidense, que posee los derechos de traducción, con el Instituto Van Leer, donde han trabajado varios intelectuales israelíes judíos y palestinos, el más famoso de estos últimos Azmi Bishara cuando aún estaba en el país. De hecho, se observa que el debate histórico sobre estas cuestiones se ha desvanecido en los últimos años, para ser sustituido por acusaciones generales sin ninguna pretensión científica.

-La vuelta de «la cuestión de Palestina» al centro de la política ha acompañado al «genocidio» en curso en Gaza, que ha saltado a los titulares este año, con el gobierno israelí acusado de perpetrar crímenes. ¿Espera que el «genocidio» transforme los planteamientos «occidentales» sobre Israel y la narrativa centrada en la Shoah?

No existe una posición «occidental» unificada sobre la cuestión. Hay gobiernos de Europa Occidental, en Irlanda, España y Bélgica, que adoptaron posiciones muy tempranas condenando la agresión sionista contra Gaza y llamando a la solidaridad con el pueblo palestino mediante el reconocimiento del Estado de Palestina, como forma de expresar su condena a las acciones del gobierno de Netanyahu y su apoyo a una solución pacífica del conflicto en curso dentro del marco establecido por el derecho internacional. La respuesta judicial a la guerra genocida sionista, de la que se ocupan la Corte Internacional de Justicia y el Tribunal Penal Internacional, se basa naturalmente en el derecho internacional, cuya violación por parte del Estado sionista ha alcanzado un nivel más alto que nunca.

Todo esto ha afectado a otros gobiernos occidentales, hasta el punto de que la propia Alemania, que ha sido la más ardiente partidaria de Israel por obvias razones históricas, ha empezado a expresar una tímida reserva y a sugerir que sus exportaciones militares a Israel se han congelado. En cuanto a Gran Bretaña, incluso su actual Primer Ministro, pro sionista por excelencia, se ha visto obligado a anunciar la suspensión de algunas exportaciones militares a Israel. La última novedad es el llamamiento del presidente francés a poner fin a las exportaciones de armas a Israel mientras el país está inmerso en una guerra asesina contra Gaza y Líbano.

Y lo que es más importante, la oposición a la guerra genocida que libra el Estado sionista ha llegado a la Cámara de Representantes de Estados Unidos, donde algunos representantes electos han presentado proyectos de ley para imponer condiciones estrictas al uso de las exportaciones militares a Israel. Incluso Joe Biden, a quien Netanyahu describió como un «orgulloso sionista irlandés-estadounidense», tuvo que suspender durante un tiempo el suministro a Israel de las bombas más mortíferas, de alrededor de una tonelada de peso cada una, que las fuerzas sionistas utilizaron ampliamente para destruir Gaza y aniquilar a su pueblo. Todo esto pone de manifiesto la flagrante contradicción entre el derecho internacional, gran parte del cual se redactó tras la victoria sobre el nazismo y sus aliados, y el comportamiento del Estado sionista. Los gobiernos occidentales se enfrentan a una difícil elección en su postura sobre este derecho internacional, que defendieron con entusiasmo frente a la invasión rusa de Ucrania e ignoraron en relación con la guerra genocida de Gaza, aunque cada vez con más dificultad a medida que pasa el tiempo.

-El segundo acontecimiento que acompañó al retorno de «la cuestión de Palestina» fue la oleada de solidaridad con Gaza, que sorprendió a mucha gente, sobre todo después de décadas en las que la cuestión palestina había sido marginada del centro de la atención pública occidental. ¿Ve en esta solidaridad la posibilidad de un cambio político en la forma de enfocar «la cuestión de Palestina» en Occidente?

Si hay un atisbo de esperanza en medio de la trágica niebla que persigue a nuestra región desde que comenzó la guerra genocida en Gaza, es sin duda el movimiento de solidaridad popular que se ha desarrollado en los países occidentales —en contraste con el sombrío panorama de los países árabes a este respecto—, especialmente en Estados Unidos, donde este movimiento es especialmente importante debido a la centralidad del papel de Estados Unidos en el apoyo al Estado sionista, su complicidad de facto con él y su plena participación en la guerra genocida que está librando. Hemos llegado a un punto en el que la posición sobre esta guerra se ha convertido en un factor a tener en cuenta en las elecciones estadounidenses. Se trata de un avance importante, y es de esperar que continúe y llegue al punto en que pueda cambiar la ecuación internacional sobre Palestina.

*Gilbert Achcar es Profesor de Estudios de Desarrollo y Relaciones Internacionales en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos (School of Oriental and African Studies) de Londres.

Traducido por César Ayala de la versión en francés suministrada por el autor. Siéntase en libertad de volver a publicar o traducir, con mención de la fuente.

*Fuente: Correspondencia de prensa

Nota

  1. Los árabes y el Holocausto: La guerra de narrativas árabe-israelí, Universidad Veracruzana, 2016, México.
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