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Chile y el FBI tras los pasos del agente nazi Albert von Appen

Chile y el FBI tras los pasos del agente nazi Albert von Appen
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28 de octubre de 2021

Albert von Appen
En este segundo extracto de Chile B, que será lanzado a fines de noviembre, se dan a conocer otros antecedentes detallados del pasado nacional-socialista de Albert von Appen, el fundador de Ultramar.

Era abril de 1940 y los agentes norteamericanos del FBI ya tenían entre sus carpetas los movimientos de la red germana en América. Pero no solo los hijos del Tío Sam comenzaban a seguir sus pasos. Un año antes, la Policía de Investigaciones de Chile había creado el Departamento 50, un órgano de elite que comenzó a indagar sobre las actividades nazis en Chile.

El grupo era dirigido por el inspector Hernán Barros Bianchi, un ex oficial de Ejército cuya entereza, profesionalismo y rectitud aún son recordados por la policía civil. Era una especie de Eliot Ness chileno, cuyo grupo de detectives “intocables” comenzó a armar el organigrama del espionaje germano bajo la tutela de Albert von Appen y otros importantes teutones residentes en Chile, como Paul Barandon, el entonces cónsul de Alemania en Valparaíso y el único a quien Apfel le había confidenciado que sus actividades en el puerto no eran precisamente las de un empleado de la Hamburgo American Line.

Durante estos años, Von Appen recorrió el país de norte a sur con la excusa del trabajo naviero. Realizó sabotajes en Chile y otros países, apoyó la entrada y salida clandestina de colaboradores nazis, ayudó a barcos alemanes y reconoció haber fabricado doce bombas. Estuvo tres veces a punto de cumplir el gran objetivo: destruir el Canal de Panamá, pero todos los intentos fracasaron pues las explosiones se produjeron a destiempo. Dos de ellas se activaron antes de que las naves entraran al canal y la última, cuando la embarcación elegida ya había traspasado la ruta.

El 28 de abril de 1941, los criptólogos del Ejército de Estados Unidos lograron descifrar la clave que se utilizaba en mensajes interceptados desde una radio ubicada en la apacible localidad de Quilpué, distante 27 kilómetros de Valparaíso, bajo las siglas PYL. El FBI comenzó a analizar la información y pudo descubrir que los nazis en Chile enviaban mensajes continuos a Hamburgo sobre los movimientos de buques en Valparaíso y otros puertos. También informaban sobre las actividades del gobierno de Estados Unidos, sus exportaciones y los sistemas de defensa de varios países de América Latina, entre otros temas. Los hombres de Hoover recopilaron información durante 15 meses y el 8 de julio de 1942 hicieron llegar el Memorándum Confidencial N°36 al Departamento 50 de Investigaciones. Y un nombre clave se repetía una y otra vez: Apfel.

Este seudónimo se convirtió en una verdadera obsesión para los investigadores norteamericanos y chilenos. En uno de los mensajes interceptados, Apfel había “comunicado a Alemania a través de la PYL que tiene suficiente dinero a mano para empezar su trabajo de sabotaje en los países ubicados en la parte sur de Sudamérica”, señalaba el informe .

Apfel, Apfel, Apfel… El nombre rondaba una y otra vez en la cabeza de Barros y sus hombres del Departamento 50. Estaban desesperados por encontrarlo a cualquier precio.

La detención

El 29 de octubre de 1942, Albert Von Appen fue detenido junto a los integrantes de la red que operaba la radio PYL. En los calabozos de la Prefectura de Valparaíso reconoció ser militante del partido nazi; además, les dijo que tenía varios familiares en Quilpué y negó tajantemente cualquier vinculación con los saboteadores radiales. “Soy solo un desguazador”, señaló inocentemente.

Sus interrogadores no le creyeron, pero continuaron su juego. Ante la directa pregunta sobre si conocía al jefe de los espías en Latinoamérica cuyo nombre clave era Apfel, se limitó a decir: “Lo único que sé es que Apfel quiere decir manzana en alemán”.

Quedó en libertad. Pero supo que sus días en Chile serían cada vez más complejos. Los policías sabían que Apfel y Von Appen era la misma persona, por lo que pidió ser repatriado a Alemania. No lo logró, pues antes de que ello sucediera fue relegado a Curacaví.

Intentando dejar sin efecto esta orden judicial, su amigo Jerman Oelckers trató de persuadir a un contacto en el Palacio de La Moneda para revertir la decisión. El 28 de enero de 1943 escribió una carta a Camilo Ramírez, señalándole:

“La presente tiene por objeto pedirte un servicio que, dadas tus buenas relaciones con el Sr. Ministro del Interior y de S.E. el Presidente de la República, te será fácil obtener.

Se trata de que obtengas dejar sin efecto la medida de relegación decretada contra el ciudadano alemán residente en Valparaíso don Alberto Julio von Appen Oestmann, quien fue notificado ayer que deberá residir desde el lunes próximo en Curacaví. Puedo asegurarte que Von Appen jamás se ha mezclado en actividades contrarias a los intereses chilenos o de América…

…Puedo responderte que Von Appen no es un alemán peligroso para la actual situación internacional de Chile y te agradeceré hacer, como un servicio de amigo, cuanto puedas para conseguir dejen sin efecto la medida decretada”.

 

Ficha realizada por la Policía de Investigaciones bajo número de prontuario 257.615 Archivo Nacional de Chile.

Ficha realizada por la Policía de Investigaciones bajo número de prontuario 257.615 Archivo Nacional de Chile.

El lobby de Oelckers ante el ministro del Interior, Raúl Morales, y ante el propio Presidente Juan Antonio Ríos, no tuvo el efecto esperado, por lo que Von Appen se instaló en un hotel de Curacaví junto a otros dos relegados de origen alemán. En el tranquilo pueblo, ubicado entre Santiago y Valparaíso, debía firmar todos los días ante los policías y era visitado periódicamente por su familia. Luego fue relegado a Buin. Pero solo meses más tarde logró finalmente ser trasladado a su propia parcela de Limache, la cual había adquirida años antes. Este relajo judicial chileno sorprendió hasta el propio Von Appen y así también se relató en su biografía familiar:

“El carácter del pueblo chileno es amistoso y complaciente; nada se toma excesivamente en serio. Es así como es posible conseguir, también a nivel oficial, cosas que en otras partes serían impensables. Así Albert von Appen logró al poco tiempo que se le relegara a Limache, a su propia casa”.

Sabotajes para un holocausto

El trabajo secreto de Von Appen y sus saboteadores se mantenía activo, a pesar del asedio de los investigadores chilenos y norteamericanos. En el corazón de Europa, en tanto, el Führer activaba una de las maquinarias de aniquilación más letales en la historia de la humanidad. Centros de exterminio esparcidos como la peor de las plagas llevaban a cabo la macabra tarea de implementar la “solución final” contra el pueblo judío y otros grupos como gitanos, testigos de Jehová, homosexuales y discapacitados.

Los temidos oficiales de las SS, conocidos por las calaveras en sus gorras, vigilaban los campos de exterminio y, en una tétrica lucha, competían unos con otros en crueldad. Hasta estos infiernos terrenales llegaban los trenes repletos de prisioneros, quienes eran divididos en dos grupos; hombres y mujeres fuertes a la izquierda, los que eran dirigidos al campo de concentración para ser tratados como esclavos; mujeres, niños, ancianos e incapacitados a la derecha, cuya muchedumbre, entre gritos y sollozos tras la cruel separación, era conducida directamente a las cámaras de gases, bajo la falsa promesa de una ducha caliente. Auschwitz sería el epicentro de la masacre nazi y, entre sus oficiales, destacaba por su crueldad el coronel de la SS Walter Rauff, a quien se le responsabilizó por la muerte de medio millón de personas. Una vez terminada la guerra, Rauff vivió tranquilamente en Punta Arenas y Santiago hasta su muerte en 1984, luego de que en la década del ‘60 la justicia chilena se negara a extraditarlo.

Saludo de los comerciantes alemanes de Valparaíso, en homenaje al cuarto aniversario de la llegada de Adolf Hitler al poder. El Mercurio de Valparaíso, 30 de enero de 1937.

Con los años, el mundo sería testigo de las aberraciones cometidas por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Y mientras Albert von Appen luchaba por este ideario desde Chile, su familiar Karl von Appen, un destacado artista y escenógrafo comunista, permanecería detenido en el centro carcelario de Rollwald hasta el término de la guerra en 1945.

La caída

La intensa cacería desatada por Barros y sus hombres del  Departamento 50 continuaba adelante. El 22 de febrero de 1944, el ministro del Interior, Osvaldo Hiriart -suegro del entonces joven teniente de Ejército, Augusto Pinochet Ugarte-, informaba a los medios sobre la detención de 20 ciudadanos alemanes, paraguayos y chilenos, confesos del delito de espionaje a favor del Tercer Reich. Entre ellos se encontraba el agrónomo de 26 años, destacado jugador de hockey y gimnasta del Club Manquehue, Jorge Choche Ebensperger Grassau, quien el 7 de junio de 1945 fue condenado a tres años de presidio. Ocho años más tarde, Choche Ebensperger contrajo matrimonio con la destacada deportista Marlene Ahrens Ostertag, la única chilena en la historia del deporte nacional en ganar una medalla olímpica, tras obtener la plata en los Juegos de Melbourne de 1956, en el lanzamiento de la jabalina. Tuvieron dos hijos: Roberto y Karen Ebensperger Ahrens, destacada periodista de televisión que durante 25 años tuvo a su cargo el bloque internacional del noticiero central de Canal 13 .

El inicio del desastre para el régimen nazi fue el año 1945. Hitler ya había sido derrotado en Francia y la Unión Soviética avanzaba sin piedad hacia Berlín. También sería el año negro para Von Appen quien -si bien siempre lograba resistir los interrogatorios de los investigadores chilenos, quedando en libertad- la historia comenzaría a cambiar. Y sería un hecho accidental el que comenzó a gatillar la caída de la red nazi en Sudamérica.

El 28 de febrero de 1945 se hundió en las costas peruanas el buque escuela Lautaro, el mismo que años antes había sido obsequiado por el Tercer Reich al gobierno chileno. El incidente dejó 28 muertos. Junto con la instrucción de los marinos nacionales, el Lautaro tenía la misión de trasladar salitre a Estados Unidos; sería la chispa de una soldadura la que terminó por encender la fatal carga calichera que generó la explosión. Sin embargo, las primeras sospechas de la prensa y de los investigadores apuntaron de inmediato a un sabotaje nazi en alta mar. Era la excusa perfecta que tenían los hombres del Departamento 50 para detener nuevamente a Albert von Appen. Esta vez se juramentaron “quebrarlo”, sometiéndolo a intensos interrogatorios.

En sus tres primeras declaraciones, Apfel no soltaba nada. Pero la cuarta fue la vencida. El 25 de marzo comenzó a hablar, declarando que en julio de 1939 había sido llamado a concurrir a Berlín para liderar a un grupo de “saboteadores para actuar en Argentina, Chile y Perú”  . Con el correr de las semanas, fue contando paso a paso cómo organizó esta filial del Nuevo Orden en Chile y, con ello, una serie de allanamientos se registraron en varias ciudades del país.

Sus días en Estados Unidos

Las felicitaciones se multiplicaban para el inspector Barros. Por fin habían logrado la caída de la principal red de espionaje nazi en Sudamérica y su líder estaba tras las rejas. Sin embargo, el FBI insistía en solicitar la extradición de Von Appen hacia Estados Unidos. La presión del gigante del norte rindió sus frutos cuando, a las 07:00 de la mañana del jueves 17 de mayo de 1945, fue conducido al aeropuerto Los Cerrillos por los detectives del Departamento 50. Minutos más tarde, su avión se perdía en los cielos de Santiago con destino a Nueva York.

Al llegar a Estados Unidos fue internado en Ellis Island, junto a más de 400 alemanes cercanos al nazismo, venidos de todas partes de Centro y Sudamérica.

De los meses en que Von Appen estuvo detenido por el FBI, existen escasos antecedentes oficiales. Solo es posible obtener datos desde el intercambio epistolar que mantuvo con su hermano Hans, en donde le contó su trabajo como mozo, ascensorista y time keeper. También aprovechó el tiempo para estudiar inglés y sicología, construir unos modelos de barcos de guerra y realizar otros pasatiempos, una rutina bastante relajada para tratarse de un prisionero. En una de las cartas le señala: “No sé si soy un peligro en potencia o no y cuánto tiempo demorará para aclarar esto”. Finalmente, le detalla los esfuerzos de su esposa Inge para conseguir los permisos y poder volver a Chile, cuyas tratativas estaban siendo conversadas entre el Departamento de Estado norteamericano y el gobierno del Presidente Juan Antonio Ríos, quienes se habían mostrado llanos a gestionar su retorno, ya “que ellos no tienen problema con mi regreso a Chile” , según escribió Von Appen.

Respecto a posibles interrogatorios u hostilidades del FBI hacia su persona, no existe registro. Entonces, cabe la pregunta del por qué los norteamericanos insistieron tanto en su extradición. ¿Hubo acaso algún pacto secreto entre el agente nazi Albert von Appen y el gobierno de Estados Unidos?

En 1946 fue liberado de Ellis Island y mientras estaba a la espera de la visa que le permitiera regresar a Chile, Albert von Appen arrendó una habitación en Paterson, Nueva Jersey. Allí era visitado por su tía Martha Oestmann y en más de alguna ocasión pasó por su cabeza radicarse definitivamente en Estados Unidos para iniciar un proyecto empresarial. El 12 de julio de 1947 escribió una carta a su hermano Günther en donde le señalaba el ofrecimiento laboral realizado por el director de su antigua empresa, la naviera Hapag, una vez que pisara suelo chileno. Asimismo, en la misiva relataba que “posiblemente te escriba la próxima semana por asuntos de negocios, puesto que aquí (EE.UU.) surgen perspectivas bastantes interesantes que me gustaría compartir contigo”.

Nace un imperio

El 10 de noviembre de 1948 y gracias a las gestiones realizadas por el ministro de Relaciones Exteriores, Germán Vergara Donoso, Albert von Appen pudo regresar a Chile. Se estableció nuevamente en su parcela de Limache, la cual figuraba como propiedad de su esposa. Tras su expulsión, la policía chilena le había incautado todos los bienes que estaban a su nombre. Ahora era un trabajólico agricultor, pero siempre tenía en mente volver a establecer los lazos con el mundo naviero. Sabía que Alemania saldría adelante en poco tiempo y que su habilidad para los negocios y contactos harían el resto.

En 1950 logró obtener la representación de las compañías navieras Hapag y Norddeutscher Lloyd. Dos años más tarde, a fines de 1952, fundó Ultramar Agencia Marítima Limitada, la cabeza del futuro holding empresarial. En 1956 obtiene la representación de la gigante de la aviación alemana Lufthansa.

En apenas dos décadas Von Appen logró crear un imperio económico en Chile. Pero hay quienes son más suspicaces. No logran entender cómo este espía nazi, investigado y expulsado de nuestro país, pudo volver tras su deportación de Estados Unidos sin mayores inconvenientes. Tampoco se explican cómo logró sortear en tan poco tiempo el lastre reputacional de haber colaborado con uno de los regímenes más sangrientos en la historia de la humanidad. Ni menos aún logran concebir que el mismísimo Presidente de la República, Carlos Ibáñez del Campo, lo recibiera en su despacho del Palacio de La Moneda en 1958.

El presidente de Lufthansa, Herbert Culmann; el ministro alemán de Transportes, Hans Christoph Seebohm; y Albert von Appen, en audiencia con el Presidente de la República Carlos Ibáñez del Campo en 1958.

Hay quienes creen que durante su estadía en Norteamérica, más que un prisionero, Albert von Appen fue un colaborador secreto del FBI.

 

¿Agente secreto de Estados Unidos?

Carlos Basso es periodista y uno de los investigadores que más conoce la historia de los nazis en Chile. Es autor de varios libros respecto al tema, entre ellos, El D-50 de la PDI: los cazanazis, una apabullante investigación que recopila detalladamente el trabajo realizado por el mítico Departamento 50 liderado por Hernán Barros. Basso cree que Von Appen “era un tipo importante para los norteamericanos. De hecho, el Servicio Especial de Inteligencia del FBI le dedica en uno de sus informes dos páginas especiales a este líder nazi, por lo que probablemente él haya entregado información útil a los norteamericanos. No sé si haya llegado al nivel de colaborador, pero no me cabe duda alguna que si nunca se quejó del trato recibido mientras estuvo en Estados Unidos, debió haber aportado información valiosa a ellos”.

En noviembre de 2010, el diario The New York Times publicó un informe secreto elaborado por el Departamento de Justicia, en el cual se atestigua que Estados Unidos se había convertido en un refugio seguro para varios exnazis una vez terminada la guerra. A cambio de su colaboración, la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y otros organismos norteamericanos los protegían de la deportación y la persecución. Sin embargo, tras revisar detalladamente las 600 páginas del listado de colaboradores nazis, el nombre de Albert von Appen no aparece.

En el libro Chile y los hombres del Tercer Reich, de la investigadora María Soledad de la Cerda, se deja entrever que la fortuna generada por varios empresarios alemanes en América Latina, una vez terminada la guerra, pudo provenir de los dineros secretos nazis. La piedra basal de estas sospechas se centra en una reunión sostenida el 10 de agosto de 1944 en el hotel Maison Rouge de Estrasburgo, Francia. En el más estricto sigilo y convencidos ya de que la guerra estaba perdida, los líderes nazis convocaron a los más importantes empresarios y banqueros alemanes. El objetivo del encuentro era la elaboración de un plan post guerra que les permitiera asegurar el buen recaudo de sus bienes materiales y así poder reconstruir sus imperios financieros. Solo de esta manera se podía asegurar el resurgimiento del Reich en cualquier momento.

Un informe del Departamento del Tesoro de los Estados Unidos elaborado en 1946 señaló que los alemanes, antes de finalizar la guerra, transfirieron 500 millones de dólares a cuentas en España, Suiza, Liechtenstein, Turquía, Portugal y Argentina, los cuales fueron usados para comprar cientos de compañías. Ya en septiembre de 1939, el Daily Telegraph de Londres publicó que los líderes nazis habían estado depositando grandes fortunas de dinero en numerosos negocios en Sudamérica, a través de varios representantes viajeros. La información señalaba que el propio ministro de Propaganda del régimen, Joseph Goebbels, tenía como su principal enlace para estos fines al berlinés Thomas Buecher, quien viajaba periódicamente a Nueva York y Santiago de Chile .

 

El culto al patriarca

Albert von Appen prefería olvidar su época de espía nazi. Pocas veces habló del tema entre sus más cercanos. En una oportunidad, alguien le recordó a su principal celador, el inspector Hernán Barros Bianchi, ante lo cual Von Appen reaccionó de manera airada: “¡Si me lo llego a encontrar, lo mato!”.

Por esas situaciones azarosas de la vida, años más tarde se daría este escenario en plena calle. Ambos se reconocieron a metros de distancia. Estaban frente a frente. El momento fue tan incómodo como tenso. Cada uno clavó sus ojos sobre el otro. El empresario apretó sus dientes y la rabia lo carcomía por dentro. Se acercaron, pero Von Appen no estaba en condiciones ni tampoco tenía intención alguna de cumplir su promesa homicida. Cruzaron sus miradas y continuaron sus caminos sin emitir palabra alguna .

En otra oportunidad, con la natural franqueza de su esposa Inge, un día le preguntó: “¿Por qué te metiste en este asunto?”. Albert la miró fijamente con sus penetrantes ojos celestes y respondió: “Para permanecer en Chile. Para protegerlos a ustedes. De lo contrario, habría sido enrolado”.

En 1956, con Ibáñez del Campo en la presidencia, Von Appen recibió su nacionalidad chilena. Estaba feliz, pero aún retumbaban en sus oídos las declaraciones realizadas por las autoridades nacionales once años antes, al momento de su expulsión. En ese entonces, el ministro del Interior, Alfonso Quintana, lo acusó de ser “indigno de permanecer en Chile”, pues se lo sindicaba como “un peligro para el país, convirtiéndolo en un elemento indeseable, que no merece gozar de nuestra hospitalidad”. Curiosamente, solo una década más tarde Von Appen ya había dejado de ser indigno, peligroso e indeseable para nuestro país. Ahora era un chileno más y muy poderoso.

A pesar de que su nuevo carné de identidad lo acreditaba como un connacional, no por ello olvidaba su amada Alemania. Von Appen era un activo socio del Club Manquehue. Fue un jefe estricto pero generoso con sus empleados, cuya plana ejecutiva era en su mayoría de origen teutón, característica que se mantiene hasta estos días en el grupo Ultramar y sus filiales. Participaba animadamente en las fiestas de su empresa. Era habitué del Hotel Crillón de Agustinas y en una oportunidad, estando al lado de su mesa el popular Pelé, no perdió la ocasión de fotografiarse con el que es considerado el mejor futbolista de todos los tiempos. Von Appen gustaba gozar de la buena mesa y de animadas conversaciones, en muchas de las cuales dejó de manifiesto su marcado anti allendismo.

Temía que su empresa fuera estatizada por la Unidad Popular y en algún momento pensó radicarse en España. Falleció de un infarto en septiembre de 1971, mientras se encontraba en un viaje de negocios en su natal Hamburgo.
Albert von Appen fue sepultado en el cementerio de Playa Ancha, en Valparaíso. Su familia creó un verdadero culto a la personalidad del patriarca. En las oficinas de Ultramar instalaron un busto de su persona con base de mármol. Su clásica fotografía de marinero sonriente se encontraba en varias oficinas de la firma. Una sala de la Escuela de Negocios de la Universidad Adolfo Ibañez llevó el nombre del capitán Albert von Appen y también una de sus cátedras, pero debido a la presión mediática generada con los primeros reportajes sobre su pasado nazi, la casa de estudios optó por retirarla.

Tras su muerte, fueron sus hijos Sven y Wolf quienes se hicieron cargo de la firma. Multiplicaron el patrimonio, convirtiéndose en el quinto grupo económico más poderoso de Chile. Las personalidades de ambos diferían bastante. Sven era locuaz como su padre y Wolf más cauto y reservado, al igual que su progenitora.

El poder Von Appen 

Es la primavera de 2009 y en una actividad organizada por la Armada de Chile, Wolf von Appen está como invitado. Durante el cóctel, le solicito una breve entrevista. De manera muy respetuosa y formal, Wolf responde: “Le pido que me disculpe, pero usted sabe que no doy muchas declaraciones a la prensa”.

Efectivamente, Wolf von Appen es un hombre más prudente y circunspecto a la hora de hacer comentarios, a pesar de que no tiene problemas, en su rol de líder empresarial, en enviar fuertes mensajes a la autoridad cuando lo cree necesario. Su hermano mayor Sven, en cambio, hacía gala de su fuerte personalidad. Polémica generó el 15 de mayo de 2013 cuando, en una entrevista al diario La Segunda, señaló que los chilenos se volvieron “hambrientos” por los beneficios de la economía y que sería bueno que “gane la izquierda comunista”, para que hubiese una crisis. Sus dichos generaron una ola de críticas hasta en el propio empresariado. Dos días más tarde, sus hijos se disculparon por las declaraciones, señalando: “Sucede que desde hace algún tiempo, nuestro padre sufre de una enfermedad degenerativa, propia de la vejez, contra la cual lucha día a día” . Siete meses después, el 15 de diciembre de 2013, Sven volvería a la polémica, el mismo día de la segunda vuelta presidencial. Tras votar, no tuvo tapujos en señalar que en caso de ganar nuevamente la candidata socialista Michelle Bachelet y que esta repitiera el manejo económico de su primer período al mando de la nación, “buscamos a otro Pinochet” . No es casualidad entonces que ambos hermanos aparecieran en el listado de empresarios que realizaron sendas donaciones a la Fundación Pinochet, según un informe pericial elaborado por la PDI, en el marco de la investigación realizada por el ministro Carlos Cerda sobre las cuentas secretas del exdictador en el Banco Riggs de Estados Unidos .

Según un informe del Servicio Electoral, en las primarias presidenciales de 2017 Wolf von Appen transfirió, a junio de ese año, cerca de 13 millones de pesos para la campaña del candidato Sebastián Piñera.

Actualmente el holding Ultramar es dirigido por Richard von Appen, hijo de Wolf. Hábil y locuaz, al igual que el patriarca, este ingeniero comercial educado en la Pontificia Universidad Católica es agresivo en los negocios y no tiene pelos en la lengua para hacer sentir su opinión en la industria. Preside un grupo que hoy cuenta con más de 50 empresas en 15 países. Su intransigencia en el conflicto contra los estibadores porteños de finales de 2018 en Valparaíso lo hizo conocido a nivel nacional, ganándose la antipatía de La Moneda  y de muchos de sus colegas del empresariado. Pero Richard Von Appen, lejos de aminorar su postura, siguió adelante con su férrea estrategia y fue finalmente el gobierno el que tuvo que ceder.

Richard von Appen
Respecto al pasado de su abuelo nazi y fundador del holding Ultramar, Richard von Appen señaló en una entrevista al diario La Segunda: “Nunca he sabido realmente qué ocurrió. Y siempre he esperado que no sea verdad, que no estuvo involucrado”.

 

(*) Periodista, autor –junto a Daniel Avendaño- de los libros El rebelde de la burguesía: La historia de Miguel Enríquez, Chile América-CESOC, (2001); y El secreto del submarino. La historia mejor guardada de la Armada de Chile, (Ediciones B), 2016. Chile B, Narrativa Punto Aparte, Valparaíso, incluye siete historias de aspectos muy desconocidos de la historia reciente y estará a la venta a partir del 30 de noviembre.

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