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Perú: Intercambio epistolar entre Hugo Blanco y José María Arguedas (noviembre 1969)

Perú: Intercambio epistolar entre Hugo Blanco y José María Arguedas (noviembre 1969)
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12 de junio de 2021
Es para nosotros una alegría poder llevarles estos textos, intercambiados entre José María Arguedas y Hugo Blanco, hace ya 52 años. Es una alegría por que vivimos días que demuestran que el presentimiento de José María Arguedas y la promesa de Hugo Blanco («Ese hermoso día que vendrá y del que hablas, aquel en que nuestros pueblos volverán a nacer, viene, lo siento, siento en la niña de mis ojos su aurora») va cobrando cuerpo y «ese hermoso día» comienza a dar sus primeros pasos. De seguro que el camino no será fácil, pero ningún pueblo recorre un camino  fácil  cuando comienza a transitar hacia su libertad, su independencia, hacia la recuperación de la Dignidad.
Suerte hermanas y hermanos peruanos. Si Ustedes avanzan y vencen, está avanzando y venciendo la Patria Grande.
La Redacción de piensaChile
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Resúmenes

Dos destacados quechua hablantes tuvieron un intercambio epistolar en 1969. En ese momento, Hugo Blanco estaba en prisión y José María Arguedas se encontraba en estado depresivo. Sus cartas traducen ternura, vivencia personal, enraizamiento en la cultura quechua y rebeldía.

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Texto completo

José María Arguedas

1El intercambio epistolar entre Hugo Blanco y José María Arguedas se realizó en el mes de noviembre de 1960. Se trata de cartas íntimas y no fueron escritas para ser publicadas. Salieron sin embargo a luz pública en 1969-1970, inmediatamente después de la muerte del escritor. Las reproducimos aquí porque tal intercambio nos parece inhabitual en nuestra América del siglo XX. Se trata de un intercambio epistolar en quechua entre un dirigente campesino revolucionario y un escritor y antropólogo que se sentían y pensaban como indios; que no se conocieron personalmente y que, sin embargo, se profesaron admiración y ternura andina; que se comprometieron cultural y políticamente con la causa del indio de los Andes.

Hugo Blanco

2La compañera de Arguedas, Sybila Arredondo, cuando visitaba a otros presos revolucionarios en el penal El Frontón conoció a Hugo Blanco, quien purgaba entonces su condena a 25 años de cárcel en dicho penal. Sybila habló a su esposo sobre la sencilla personalidad del dirigente campesino. Entonces el escritor le hizo llegar su novela Todas las sangres (1964), con una corta frase en castellano como dedicatoria, pues había roto la extensa y afectuosa inicialmente redactada en quechua, al considerarla que podría parecerle a un luchador como Blanco un gesto “sentimental”. Al saber esto Hugo Blanco le escribió su primera carta en quechua para desvanecer el temor infundado y para animarle a corresponder “en nuestra lengua”. Blanco obtuvo la respuesta anhelada y el pedido –aceptado inmediatamente– para publicar las dos primeras cartas. Siguió la segunda carta en quechua de Hugo Blanco, fechada el (martes) 25 de noviembre, carta que quedó sin respuesta pues Arguedas se pegó un tiro el viernes, muriendo a los pocos días.

3La presente publicación de los textos de las tres cartas y del relato «El maestro» ha sido autorizada y revisada por uno de los autores: Hugo Blanco. Las fuentes de las primeras versiones publicadas de estos textos son:

  • 1 Revista Amaru, n°11, Lima, diciembre 1969, p. 12-13 (carta revisada y completada por Hugo Blanco el (…)

4– de la primera carta en quechua de Hugo Blanco a Arguedas1;

  • 2 José María Arguedas, Obras Completas, Tomo XII, Vol. 7, Obra Antropológica y cultural, Lima, Editor (…)
  • 3 Véase “El escritor y el revolucionario”, en Punto Final, Suplemento Documentos, n° 95, Santiago de (…)

5– de la respuesta en quechua de Arguedas a Hugo Blanco2.Según el escritor colombiano Carlos Vidales, íntimo en los últimos días del hogar Arguedas-Arredondo, el escritor empezó a redactar esta carta el 12 de noviembre3;

  • 4 Campesino. Revista cuatrimestral de estudios sociales, Año I, n° 2, Lima, [¿1970?], p. 66-72.

6– de la segunda carta en quechua de Hugo Blanco a Arguedas, no hemos podido obtener el texto en quechua (que fue su versión original). Entendemos que fue publicada, dentro de las versiones quechua y castellano de las tres cartas, por la revista a mimeógrafo Campesino4. Ante esta dificultad, Hugo Blanco la retradujo al quechua el 21 de octubre de 2018, en base a su propia traducción al castellano de 1969. Al enviarla a los coordinadores, Hugo Blanco precisó que se trata de la traducción “al quechua cusqueño (hablo el dialecto cusqueño del quechua; creo que José María hablaba el dialecto de Abancay (Apurímaq) – Ayacucho que es más suave, no tiene las letras explosivas de nuestro quechua (k’ ch’ p’ q’)”;

  • 5 Hugo Blanco, Nosotros los Indios, Cusco, CBC, 2017, p. 29-41.
  • 6 Ibídem, 1969, p. 12-17.

7– de las versiones en castellano de las tres cartas y del relato «El maestro»5. También figuran en la revista Amaru6. Las versiones de las dos primeras fueron hechas por José María Arguedas para ser publicadas en la revista chilena de izquierda Punto Final. Como decíamos en el párrafo anterior, la versión de la segunda –y última– carta de Hugo Blanco a Arguedas es del propio Hugo Blanco, hecha en diciembre de 1969 a pedido de Sybila.

  • 7 Véase Hugo Blanco, Tierra o Muerte, México, Siglo XXI, 1971, p. 93.
  • 8 Ibídem, p. 2-3.
  • 9 Op.cit., p. 28.

8Hugo Blanco adjuntó su relato en castellano “El maestro” a su segunda carta a Arguedas. Lo había escrito especialmente para él, sin duda entre el 18 y el 25 de noviembre. El personaje central de este relato, don Lorenzo Chamorro, existió en carne y hueso. Fue dirigente del Sindicato de Campesinos de San Jerónimo (Cusco) en la década de 19407; dirigente de una de las primeras organizaciones de campesinos creadas durante el gobierno de Bustamante y Rivero (1945-1948) bajo la modalidad de sindicato en la región del Cusco. La versión que publicamos de este relato es ligeramente diferente de la que figura en Amaru y en Punto Final8. Según relata Hugo Blanco9, al entregarle la misiva de Arguedas (el martes 18 de noviembre, probablemente), Sybila Arredondo le comunicó el deseo del novelista de visitarle. Hugo Blanco descartó esta posibilidad, por “no satisfactoria para el gran cariño que le tenía. Sybila se lo dijo. Comprenderán cuánto me pesa esta respuesta mía; recibió mi segunda carta y dijo: “La leeré el lunes; se mató el viernes”.

9Hugo Blanco aporta además otras precisiones sobre el contenido de su segunda carta y de su relato “El maestro” que creemos pertinentes citarlas:

  • 10 Ibídem.

En la segunda carta aludo a una que mandé “A los revolucionarios poetas, a los poetas revolucionarios”, que entregué a la compañera Rosa Alarco y ella lo envió a una revista de Perú y también la publicó el periódico Marcha de Uruguay, cuyo jefe de redacción era Eduardo Galeano. Naturalmente estoy de acuerdo con que, si un poeta quiere cantar a la rosa, lo haga, pero lo que me extrañaba era que los poetas “revolucionarios” cantaran a la revolución en abstracto, o a los grandes dirigentes revolucionarios mundiales y no se fijaran en la lucha cotidiana de mi pueblo, que día a día forjaba bellos poemas que no encontraban poeta; por eso pedía con desesperación que Vallejo resucitara, pues él cantaba a gente anónima como Pedro Rojas o Ramón Collar, cantaba a “Málaga sin padre ni madre”, al “padre polvo” de los escombros de Durango. Los “heraldos verdes”, mencionados en el cuento El maestro, son una paráfrasis de los “heraldos negros que nos manda la muerte” de César Vallejo10.

10Para facilitar la lectura, presentamos las versiones en quechua y castellano cara a cara. Entregamos igualmente el siguiente breve léxico en castellano de algunas expresiones quechuas:

maqt’as, son los llamados “indios” con pluralización castellana”;

runas, los seres humanos, con pluralización castellana, la usan generalmente los indígenas para referirse a ellos mismos;

misti el no-indio, incluso el mestizo que se cree blanco;

wakchas, pobres o huérfanos, con la misma pluralización;

hallpando, del verbo quechua hallpay que significa “coquear” (no “masticar”), con el gerundio en castellano;

pongos, los indios sin tierra en condición de siervos, con pluralización castellana.

11Agradecemos al amauta Hugo Blanco por revisar y completar su primera carta en quechua y por retraducir al quechua su segunda carta. Para identificarlas fácilmente, las re-traducciones van en cursiva.

 

Hugo Blanco y José María Arguedas

Primera carta de Hugo Blanco a José María Arguedas

El Frontón, 11 de noviembre, 1969

Taytay José María:

Yaqallay kunan punchay waqachiwanki, señorayki willakuwasqanwan: “kaytan apashímushasunki, ashkatan qellqasharan, chaymantataqh, “penqawanmaspachá” nispanmi ch’akillataña churasunki”

Casi me has hecho llorar este día, al saber lo que me contó tu esposa. Me dijo: “Esto te envía (Todas las sangres); escribió mucho en quechua y después, ‘puede tener vergüenza de mí’ diciendo, se arrepintió y no puso sino esas escuetas palabras en castellano”

Hina willawasqanwanmi yaqalla waqani sintikuymanta. Imaynataq taytay ñoqanchìs purari p’enqanakusunman miski simiwan imatapas ninakusqanchismanta. Hurk’anakuspanchispas manamá hayq’aqhpas uyarinchischu: “paqarin tarpuysíwanki qaynuchay yanapasqaymanta”, niyta; ¡tatao! ¡imachá chayqa! Gamonal-llan chaynu usutaqa rimawanchis; haykaqtqa ñoqanchis ujupiri hinata ninakusanman, miskitamá ninakunchis: “Weraqocha, balekuqhnikin hamushani; ama hinachu kay; paqarinmi ura wayqopi tarpusaqhku, yanapariwaykuyá niñucha, urpicha, sonqocha”, nispamá valekuytaqa qallarinchis.

Cuando me dijo eso, yo me dolí mucho; casi lloré: ¿Cómo es posible, taytáy, que entre nosotros podamos avergonzarnos de cuanto nos podemos decir en nuestra lengua tan dulce? Cuando nos pedimos ayuda, nunca lo hacemos con palabras escuetas en nuestra lengua. ¿Acaso alguna vez escuchamos decir: “Mañana has de ayudarme a sembrar, porque yo te ayudé ayer”? ¡Aj! ¡Qué asco! ¡Qué podría ser eso! Únicamente los gamonales suelen hablarnos de esta forma. ¿Acaso entre nosotros, entre nuestra gente, nos hablamos de ese modo? Muy tiernamente nos decimos: “Señor mío, vengo a pedirte que me valgas; no seas de otro modo: mañana hemos de sembrar en la quebrada de abajo; ayúdame pues caballerito, paloma mía, corazón”. Con estas palabras solemos empezar a pedir que nos ayuden.

Puna ñankunapi tupaspanchuispas, mana reqsinakuspapas, napayukunchis, traguchata qonacunchis, cocachata haywanakunchis, taparikunchis mayman risqanchista, chikallantapas parlarikunchis.

Y también cuando nos encontramos en los caminos de las punas, aun sin conocernos, nos saludamos el uno al otro; nos invitamos un trago, nos alcanzamos algún poco de coca; nos preguntamos hacia dónde vamos; y solemos charlar un rato

Chayñataqhchu taytay penqaykiman miski siminchiswan parlariwasqaykimanta. Manachu sonqoy llanllarin chay miski’i siminchista castellanuman tijraqhtiki llapanku leenankupaqh, chikallantapas yachankupaqh imaynatas rimanchis chayta. Manachu ima rimayninchista t’ijraspaypas, qanmanta, taytaymanta, yuyarini. “Pay hinan qelqasen nispan mistikunaqa niwanqaku” nispaymi yuyakuni sonqollaypaqh, imatapas tijraspayqa. “Allintan chaytaqa ninqaku, sutintan rimanqaku, hoqhneraytañataqhchu rimayman kaqh simi phullupushaqtin”, nispaymi yuyakuni.

Y siendo así, ¿crees que puede haberme dolido cualquier cosa que hubieras escrito en nuestra dulce lengua para mí? ¿Acaso mi corazón no se enternece al leer cómo has traducido al castellano nuestra lengua para que todos la conozcan y alcancen a saber, aunque no sea sino una parte de lo tanto que esa lengua puede expresar? ¿Acaso cuando yo también traduzco algo de lo que hablamos en nuestra lengua, no me acuerdo de ti? “Escribe como él, diciendo, van a hablar de mí los mistis (repito, únicamente para mí mismo, cuando intento traducir del quechua); eso lo han de repetir bien; han de decir la verdad; yo no puedo hablar de otro modo; digo exactamente lo que brota de mi corazón y de mi boca”, diciendo esto, yo pienso.

Imaraqhchá qellqasqaykita leeqtiy haykuwanpas, chay raykun mana kumun kumuntachu leeni chaytaqa, nitaqh qati-qatitachu, sonqoypas ph’tarunmanchá.

Yo no puedo decir qué es lo que penetra en mí cuando te leo, por eso, lo que tú escribes no lo leo como las cosas comunes, ni tampoco tan constantemente, mi corazón podría romperse

Punaymi hamuyta qallarin, chin kayninwan, mana waqaqh llakinwan, qhasqoyta mat’iwaspa, mat’iwaspa. Otaqh wayqochakunamanta yuyarichiwaqhtiki q’entichakunata rikuyta qallarini, pujyuchakunata uyarini chayñacha hina takiytaraqh. Hayka kutichá haqaykunapi kaspay qanmanta yuyarirani.

Mis punas empiezan a llegar a mí con todo su silencio, con su dolor que no llora, apretándose al pecho, apretándolo. O bien cuando me recuerdas las pequeñas quebradas, empiezo a ver a los picaflores, escucho como si los pequeños manantiales cantaran. ¡Cuántas veces he pensado en ti, cuando me he sentido con estos recuerdos!

Hayk’ataraqchá kusikuwaqhkaran llapa punakunamanta urayamuspayku. Qosqoman haykusqaykumanta, manaña k’umuspañachu, qaparispayku, kallin kallínta: “¡wañuchunku gamonalkuna! ¡kausachun llankaqh runa!” nispa qaparispayku. Mistichakunataqh t’oqochankunaman huk’ucha hina pakakuqh karanku. Kikin catedral punkumantataqh altoparlantewan imaymanata uyankupi niyku, sut’intapuni, mana hayqakh castellanupi uyarisqankuta, runasimipikama uyarichíyku; kikin maqhtakunaraqhtaqhyá, mana leey yachaq, mana qelqay yachaqh makt’kuna, llankay yachaq, maqanakuy yachaq ichaqa. Yaqallan ponchoyusqakama makt’akunaqa Plaza Armastapas phatachirayku

Cuánta alegría habrías tenido al vernos bajar de todas las punas y entrar al Cusco, sin agacharnos, sin humillarnos, y gritando calle por calle: “¡Que mueran todos los gamonales! ¡Que vivan los hombres que trabajan!”. Al oír nuestro grito, los “blanquitos”, como si hubieran visto fantasmas, se metían en sus huecos igual que pericotes. Desde la puesta misma de la Catedral, con un altoparlante, les hicimos oír todo cuanto hay, la verdad misma, lo que jamás oyeron en castellano; se lo dijimos en quechua. Se lo hicieron oír los propios maqt’as, esos que no saben leer, que no saben escribir, pero si saben luchar y saben trabajar. Y casi hicieron estallar la plaza de Armas esos maqt’as emponchados

Kutimunqan p’unchay taytay, mana chhaynallachu, aswan sumaqh p’unchaykunan chayamunqaku, riku-llankipas, alayritan achhuyamushan

Pero ha de volver el día, taytáy, y no solamente como aquel que te cuento, sino más grande. Días más grandes llegarán; tú has de verlos. Muy claramente están anunciados.

Kayllapiña tukusaq taytay, mana chayqa manan haykaqhpas tukuymanchu. Sintikusaqhmi mana chay qellqawasqaykita apachiwaqhtikiqa. Tupananchiskama taytay, amayá qonqawankichu.

Aquí nomás, concluyo taytáy, porque si no, no he de terminar de escribir nunca. He de resentirme si no envías eso que escribiste para mí. Hasta que nos encontremos, tayta. No te olvides, pues, de mí.

Hugo Blanco

Carta de respuesta de José María Arguedas a Hugo Blanco

  • 11 Según el escritor colombiano Carlos Vidales, el escritor empezó a redactar esta carta el 12 de novi (…)

[Sin fecha]11

Wayqey, wayqechay Hugo, rumi urpi sonqo, hatun maqta:

Hermano Hugo, querido, corazón de piedra y de paloma:

Ichaqa leerqankicha Los ríos profundos novelayta. Yuyaykuy, kallpachasqa wayqey yuyariy. Manan rupay waqasqayllamantachu chaypi willakuni; pungukuna, hacienda runakunamanta astawan weqawan, astawan piñarikuywan rimani, allín, supay kallpanmanta, sonqorurunpi mana imawanpas tasnuchina rabianmanta. Chay usasapa, sapa punchao chakatasqa allpa llaqwachisqa runan, kinin comunidadkunapa penqachisqan runam, riki, Abancay hatun llaqtata allqochirinku, metrallata, balata mana manchaspa, llallispa. Paykunaqa chay atiyta atinku Abancay curalla misata ruwananpaq. Chay hatun cura, hacienda runa cheqniq, millay pikita hina qawaq curatam, hacienda runakuna, soldadukunata, metrallantinta llallispa, misata ruwachinku, takirachinku por la fuerzapuni, tifus onqoy maman toqyananpaqlla, wañuchinanpaq.

Quizá habrás leído mi novela Los ríos profundos. Recuerda, hermano, el más fuerte, recuerda. En ese libro no hablo únicamente de cómo lloré lágrimas ardientes; con más lágrimas y con más arrebato hablo de los pongos, de los colonos de hacienda, de su escondida e inmensa fuerza, de la rabia que en la semilla de su corazón arde, fuego que no se apaga. Esos piojosos diariamente flagelados, obligados a lamer tierra con sus lenguas, hombres despreciados por las mismas comunidades, esos, en la novela, invaden la ciudad de Abancay sin temer a la metralla y a las balas, venciéndolas. Así obligaban al gran predicador de la ciudad, al cura que los miraba como si fueran pulgas; venciendo balas, los siervos obligan al cura a que diga misa, a que cante en la Iglesia: le imponen a la fuerza.

Chaytaqa ñoqa hatarichirqani yuyayniypi kayta musiaspaymi: karu qawaq runakuna, maqanakuymanta yachaq, política yachaypi chaninsapa runakuna kayta qawachunku: ¡imaymanataraq, ima astawan rauraq yawarwanraq kay runakuna hatarinmanku, manaña tifusllapa mamanmanta manchakuspa, más bien, gamonalkuna wiña wiñay cheqniynin manchakuyninta llalliruptin. “¿Pin chayta llallirachinqa chay chika unay manchakuyninta? ¿Maypin chay runakuna kanku? ¿Kankuchu icha manachu, caragu, mierdas?”, nispaymi, rupayta, qam hina, waqaspa tapukurqani, suyarqam, sapaypi.

En la novela imaginé esta invasión con un presentimiento: los hombres que estudian los tiempos que vendrán, los que entienden de las luchas sociales y de la política, los que comprendan lo que significa esta sublevación de la toma de la ciudad que he imaginado. ¡Cómo, con cuánta hirviente sangre se alzarían estos hombres si no persiguieran únicamente la muerte de la madre de la peste, del tifus, sino de los gamonales, el día que alcancen a vencer el miedo, el horror que les tienen! “¿Quién ha de conseguir que venzan ese terror de siglos formado y los salve? ¿Existe o no existe?, ¡carajo, mierda!”, diciendo como tú, lloraba fuego, esperando, a solas.

Manataq critiku literatura yachaysapa runakuna kay pinsasqayta, kikin chaupinpuni novelapa qapariyninpi churasqayta qawayta atirqakuchu qallariyninpiqa. Chaymantaña, huklla qawariruspa larullata qellqarurqan.

Los críticos de literatura, los muy ilustrados, no pudieron descubrir al principio la intención final de la novela, la que puse en su meollo, en el medio mismo de su corriente. Felizmente, uno, uno solo, lo descubrió y lo proclamó, muy claramente.

¿Chaymantarí, wayqey? ¿Manachu qan, qanpuni umacharqanki chay piki siki hacienda, llapan runakunamanta astawan saruykachasqata, asnukunamanta astawan asnu, astawan allqo hina asutisqa, asnaq toqaywan toqaynisqa runakunata; manachu qan hatun, nina kanchariy, valeqkunamanta astawan valeq runanman tukuchispa kallpachirqanki, almachirchirqanki, rurunpi, unay, manchay unay, urpi rumi almanta hatarichispa, paykunawan, nisqayki hina kikin Qosqo Catedral punkukama chayaspa runasimipi qaparispa, gamonalkunata, chay mawka Cristopa, titi Cristopa churinkunata, ayqechirqankichik, qechasapa hukuchakunata, hina? Wayqchay wayqe, ñoqa hina as yuraq uya, sinchi indio sonqo, weqe, taki, tusuy, cheqniy; ñoqamanta astawan qari kaypi qari runa, común runa, hacienda-runa.

¿Y después hermano? ¿No fuiste tú, tú mismo quien encabezó a esos “pulguientos” indios de hacienda, de los pisoteados el más pisoteado hombre de nuestro pueblo?; ¿de los asnos y los perros, el más azotado, el escupido con el más sucio escupitajo? Convirtiendo a esos en el más valeroso de los valientes, ¿no los fortaleciste, no acercaste su alma? Alzándoles el alma, el alma de piedra y de paloma que tenían, que estaba aguardando en lo más puro de la semilla del corazón de esos hombres, ¿no tomaste el Cusco como me dices en tu carta, y desde la misma puerta de la Catedral, clamando y apostrofando en quechua, no espantaste a los gamonales, no hiciste que se escondieran en sus huecos como si fueran pericotes muy enfermos en las tripas? Hiciste correr a esos hijos y protegidos del antiguo Cristo, del Cristo de plomo. Hermano, querido hermano, como yo, de rostro algo blanco, del más intenso corazón indio, lágrima, canto, baile, odio.

Ñoqaqa, hatun wayqey, rupay waqayllatan allinta waqayta yachani; piro chay rupaywan kay Limapa umanta, sonqonta mama taytanta mana reqsiq, mama taytamanta pinqakuq Lima umata asllatapas chuyaykachini; llaqtanchiskunapipas, runamasinchispa ñawinta asllatapas hatunyachini; huk extranjero nisqanchu llaqtakunapipas, valisqanchista, chaninsapa kaqninchis kikin kaqninchistan uqarichini as altuta, llipipiqta allinta qawanankupaq, kuyawananchispaq; yanapayninchista suyanankupaq; amaña wakchamanta hina khuyapayanawananchis, penqakunanchispaq.

Yo, hermano, solo sé bien llorar lágrimas de fuego; pero con ese fuego he purificado algo la cabeza y el corazón de Lima, la gran ciudad que negaba, que no conocía bien a su padre y a su madre; le abrí un poco los ojos, los propios ojos de los hombres de nuestro pueblo, les limpié un poco para que nos vean mejor. Y en los pueblos que llaman extranjeros creo que levanté alto y con luz suficiente para que nos estimen, para que sepan y puedan esperar nuestra compañía y fuerza; para que se apiaden de nosotros como del más huérfano de los huérfanos; para que no sientan vergüenza de nosotros, nadie.

Chaykunatam, wayqey, lliw llaqtanchiskunapa suya suyaykusqan wayqey, mana waqaspa waqaq, acero llampu sonqo, runamasinchis, indio nisqanku runamasinchis hina wayqey, chaykunatan iskayninchis ruranchis. Retratuykitan huk hatun Barrio Latinu Parispa libreríapi qawarqani, qari qari tukuspay, Camilo Cienfuegos, “Che” Guevarapa ladunpi, ancha kuyana Hugoy, Hugo.

Esas cosas, hermano, a quien esperaron los más esclarecidos de nuestras gentes, esas cosas hemos hecho; tú lo uno y yo lo otro, hermano Hugo, hombre de hierro que llora sin lágrimas; tú, tan semejante, tan igual a un comunero, lágrima y acero. Yo vi tu retrato en una librería del barrio latino de París; me erguí de alegría, viéndote junto a Camilo Cienfuegos y al Che Guevara

Yaw, nisqayky hukta, wayqey kayninchis puralla sutinpi: yaw, hermano, chayraqmi cartaykita leespay urpi sonqo, wayta sonqo, kikin Puquio indio runamasiy hina sonqo kasqaykita yacharuni. Qaynapunchaomi cartaykita chaskini, manan llapan tuta kusikuyniywan, puñayta atinichu, puriykachaylla puriykachani.

Oye, voy a confesarte algo en nombre de nuestra amistad personal recién empezada, oye hermano, solo al leer tu carta sentí, supe que tu corazón era tierno, es flor, tanto como el de un comunero de Puquio, mis más semejantes. Ayer recibí tu carta: pasé la noche entera, andando primero, luego inquietándome con la fuerza de la alegría y de la revelación.

Manan allinchu kasiani, wayqey, kallpaymi tutayachkan. Kunanqa wañuspaypas, astawan kusim wañusaq. Chay nisqayki suma sumaq punchao, llaqtanchis runakunapa kikin huktawan paqariynin punchao hamuchkanmi; ñawi ruruypim qawani achikyay kanchariyninta; chay kanchariypim qampa rupay llakiyki sutusian, gota por gota, wiñaypaq. Ancha Yawar, ancha yawartaqchus hina chay aurora qallariy punchay valinqa. ¿Au? Chayta yachaspan qaqchayta yachanki, cárcel ukumanta umanchanki, kallpachakunki.(.) Wawallaraq kaqtiy kuyawasqan uywawasqan runakuna hinapin, sonqoykipin kan nina cheqniy millay tukuy laya gamonalkunapaq; sufrig, suyug, wakchasapa runakunapañataq, tuya qasqo, chuyay pukio unuyninpa cielo junta qapaqchaq kuyay, waqay. Lliw yawarniykim waqayta yachasqa, wayqechay, hermanuy. Mana waqay yachaq-qa manam kunan timpunchispiqa, kuyayta yachamanchu.

Yo no estoy bien, no estoy bien; mis fuerzas anochecen. Pero si ahora muero, moriré más tranquilo. Ese hermoso día que vendrá y del que hablas, aquel en que nuestros pueblos volverán a nacer, viene, lo siento, siento en la niña de mis ojos su aurora, en esa luz cayendo gota por gota tu dolor ardiente, gota por gota sin acabarse jamás. Temo que ese amanecer cueste sangre, tanta sangre. Tú sabes y por eso apostrofas, clamas desde la cárcel, aconsejas, creces. Como en el corazón de los runas que me cuidaron cuando era niño, que me criaron, hay odio y fuego en ti contra los gamonales de toda laya; y para los que sufren, para los que no tiene casa ni tierra, los wakchas, tienes pecho de calandria; y como el agua de algunos manantiales muy puros, amor que fortalece hasta regocijar los cielos. Y toda tu sangre ha sabido llorar, hermano. Quien no sabe llorar, y más en nuestros tiempos, no sabe del amor, no lo conoce.

Yawarniykiqa yawarniypiñan, hermano, don Felipe Maywapa, don Victo Pusapa, yawarnin hina. Don Victo, don Felipeqa, tuta punchaymi, mana nunca tipispa alma ukuypi waqanku, qaqchawanku, runasiminwan, hatun yachayninwan, maykamaraq chayaq, intipa kanchariyninmantapas astawan karu chayaq, taytay papallay, waqayninwan. Paykunam, yaw, Hugo, uywawarqaku, anchta kuyawaspanku, weraqochapa churin kasiaspa indio hina usuchisqata qawawaspanku. Paykunaraykum lliw qellqasqayta, lliw yaqa mana ati harkaqkunata tuñichispa, saqtaspa, rurasqayta rurarqani. Qampas paykuna raykutaq, paykuna hina runakuna raykutaq, yachaqpa wawqen kankin, runamasin kuyaqpa runamansin kankin.

Tu sangre ya está en la mía, como la sangre de don Víctor Pusa, de don Felipe Maywa; don Víctor y don Felipe me hablan día y noche, sin cesar lloran dentro de mi alma, me reconvienen en su lengua, con su sabiduría grande, con su llanto que alcanza distancias que no podemos calcular, que llega más lejos que la luz del sol. Ellos, oye Hugo, me criaron, amándome mucho, porque viéndome que era hijo de misti, veían que me trataban con menosprecio, como a indio. En nombre de ellos, recordándolos en mi propia carne, escribí lo que he escrito, aprendí todo lo que he aprendido y hecho, venciendo barreras que a veces parecían invencibles. Conocí el mundo. Y tú también, creo que en nombre de runas semejantes a ellos dos, sabes ser hermano del que sabe ser hermano, semejante a tu semejante, el que sabe amar.

¡Maykamañataq escribisqayki, wayqey Hugo! Manam qonqawankimanñachu, wañuy hapiwaptinpas, hatun, ritisqa urqunchikkuna hina kallpayoq piruano runa, carcelpi hatunyaq rumi urpi.

¿Hasta cuándo y hasta dónde he de escribirte? Ya no podrás olvidarme, aunque la muerte me agarre, oye, hombre peruano, fuerte como nuestras montañas donde la nieve no se derrite, a quien la cárcel fortalece como a piedra y como a paloma.

Chayqaya qellqaramuyki kusisqa, manchay onqoyniypa tutayaypa chawpinpi kusisqa. Ñoqanchistaqa manam misti llakiqa aypawanchikchu, llaqta, pacha paqariq yachaq llakillan hapiwanchik. Chaywan llakiyqa, wañuyqa, manam wañuychu. Icha manachu wayqey. Sonqoyta chaskiykuy.

He aquí que te he escrito, feliz, en medio de la gran sombra de mis mortales dolencias. A nosotros no nos alcanza la tristeza de los mistis, de los egoístas; nos llega la tristeza fuerte del pueblo, del mundo, de quienes conocen y sienten el amanecer. Así la muerte y la tristeza no son ni morir ni sufrir. ¿No es verdad, hermano? Recibe mi corazón.

José María

Segunda carta de Hugo Blanco a José María Arguedas

El Frontón, 25-11-1969

¡Taytalláy! Taytáy José María:

¡Padre mío! Padre mío José María:

Sapa kutin, qanmanta rimawaspanku sonqoytan waqachinku imaymanawan.

Cada vez que me hablan de ti hacen llorar mi corazón, con una u otra cosa.

Qaynaqa rimasqaykiwan phiñakunaymanta, kunantaq onqosqa kaspayki hamuyta munasqaykiwan.

La vez pasada, porque creíste que criticaría tu actitud y ahora, porque estando enfermo quieres venir.

¡Taytáy! ¡Hayk’atan sonqoy munashan qanwan tupayta! ¡Hayk’atan ñawiykuna munanku hatun taytay qhawayta!

¡Padre mío! ¡Cuánto está queriendo encontrarse contigo mi corazón! ¡Cuánto desean mirar mis ojos a mi gran padre!

Qanwan tupay taytáy ¡iman kanman! Ñawpaqmantaraq yacharqani hoq sonqolla kasqanchista, manan “Los Ríos Profundos” leespallaychu, ima qelqasqaykita leespay, ima ruwasqaykita qhawaspay, indio runa kasqaykin rikhurimun.

Encontrarme contigo, padre mío, ¡qué sería! Desde mucho antes sabía que éramos un solo corazón, no solamente leyendo Los ríos profundos; sino que, leyendo cualquier cosa que escribes, mirando cualquier cosa que haces se traduce tu ser indio.

Suyaymanñataqchu critikukuna nisqankuta. Munasqankuta rimachunku chay mistikuna; sonqoyqa sonqoykita rikushan qelqasqaykipi, chaypin ch’uya unupi hina rikhurinki.

¿Iba yo a esperar escuchar lo que dijeran los críticos? Que hablen lo que quieran esos mistis; mi corazón está mirando al tuyo en lo que escribes, allí apareces como en agua clara.

Chayrayku taytáy, qanwan tupayqa ¡Imaraq kanman! Manan watantimpipas willanakuyta tukusunmanchu.

Por eso, padre, encontrarme contigo ¡qué sería! Ni en todo el año terminaríamos de relatarnos.

Chaytaq mana atikunchu visitapi. Manan iskay horallamanpas chayanchu. Manan ima parlanapaqpas aypanchu. Ashkha runan purikachanku, llaqtanchiskuna plasakunapi hina. […]

Y eso no se puede en la visita. No dura ni dos horas. No alcanza para conversar nada. Mucha gente trajina, como en los mercados de nuestros pueblos [….]

[…] Qanwanqa taytáy manan chunka minutullachu parlasunman. Sonqonchischá phatanman ¡Imaymana willanakuna kashaqtin, imaymana parlanakuna kashaqtin!

[…] Y conmigo, padre mío, no podríamos hablar solo diez minutos. Nuestro corazón reventaría. ¡Habiendo tanto que relatarnos, habiendo tanto que conversar!

Ñoqanchis puraqa soseguwan parlananchis, allin runa hina; soseguwan tiaspanchis, sonqonchispas llakhi, cocachanchista hallpaspanchis, ch’ulla sigarrollamanta pitaspanchis, kharu orqokunata qhawaspanchis. Kaypiqa manan hinachu kanman taytáy. Imayna qelqaskaykita manan kumuntachu leeni, hinalllataqmi.

Contigo tenemos que hablar claramente, como hombres serios; sentándonos tranquilos, el corazón plácido, hallpando nuestra coquita. Fumando de un solo cigarrillo, perdiendo la vista en los cerros lejanos. Acá no sería así, padre. Así como no puedo leer comúnmente tus escritos, por esa misma razón no podría encontrarme contigo comúnmente.

Chaywanpas hoq p’unchay wajjachisayki taytáy, chhikay sosego kashaqtin; yupaychasqay uyaykita qhawanallaypaqhpas, sonqoykita sonqoyman mat’inallaypaqpas.

A pesar de eso, te haré llamar un día, padre; cuando haya algo de calma; por lo menos para contemplar tu venerado rostro, por lo menos para apretar tu corazón al mío.

Chay p’unchay chayanan kama, qelqasayki sapa kutin, sonqoyta sonqoykiman t’ijraspay. Imayna trigo erapi rastrojoq samaynin ujupi, ch’askakunata qhawaspanchis willanakusunman kausasqanchista, yuyasqanchista; hina kikillan kanqa taytáy. Ama llakikuychu, ama waqaychu. Imayna kharu kaspanchispas, kaq sonqollan kanchis.

Mientras llegue ese día, así te escribiré cada vez, volcando mi corazón al tuyo. Como si en la era del trigo, dentro del aliento del rastrojo, mirando las estrellas, nos estuviéramos relatando lo que hemos vivido, lo que pensamos; así igual va a ser padre, no te apenes, no llores. Cuán lejos estemos, somos el mismo corazón.

Allintan reqsini sonqoykita taytay, manaraq qelqawaqtikiraq. Nisqay hina, ch’uya unupi hinan rikhurin sonqoyki qelqasqaykipi. Manan yachanichu mistikuna rikusqankuta. “Chayqa allin crítikun” ninankupaqtaq imaymanata rimanku. Manapunin sonqoykita rikunkumanchu qhawachiqtikipas. Mistiqa mistin, tayta. Allin runa kanankumantaqa, wakinqa allin runan kanku, manan k’amishanichu. Icha sonqoykitaqa indio masillaykin allinta rikun. Mistikunaqa allin runa kaspankupas, chaypaqqa qhawaq ñausan kanku. Paykunaqa mana khatatapaspa ñoqayku hina qelqasqaykita leenku. Manapuni tayta, mistiqa mistin.

Conozco bien tu corazón, padre, aún antes de que me escribieras. Como te digo, al igual que en el agua cristalina se ve tu corazón a través de tus escritos. No sé qué verán los mistis en ellos; y para que les digan: “Ese es un buen crítico”, hablan una u otra cosa. Es imposible que ellos vean tu corazón, aunque se los estés mostrando. El misti es misti, padre. En cuanto a ser buenas personas, algunas son realmente buenas personas, no les estoy insultando. Pero tu corazón, solo tus congéneres indios lo vemos bien. Los mistis, aun siendo buenas personas, para eso son ciegos que miran. Ellos no sollozan temblorosos como nosotros al leer tus escritos. Imposible padre, el misti es misti.

Taytáy, hoqtan ninay kasharan; yaqapaschá poetakunamanta rimaqhtiy niranki: “¡Ñoqaykumantapas kay maqt’aqa rimapakushan!”

Padre mío, algo tenía que decirte; quizá cuando hablé de los poetas habrás dicho: “¡Inclusive a nosotros se está refiriendo este cholo!”.

Manan taytay, manan chhaynachu. Manachu “Los Ríos Profundos” qelqasqaykipi sumaqhta willakunki aqhawasiyoq mamanchismanta sumaqta willakunki. Chay qelqasqaykita leespay ch’inllalla waqarani Arkipa cárcel k’uchuypi. Chhaynaqa niymanchu personaykimanta “Manan kumun runamanta rimanchu” nispay.

No, padre, de ninguna manera. ¿Acaso en tu novela Los ríos profundos no relatas de forma encantadora lo de nuestra madre chichera? ¿Acaso leyendo esas cosas no llegué a llorar en silencio en mi rincón de la cárcel de Arequipa? ¿Y así iba a decir de ti: “No habla de la lucha del hombre común”?

Manan chayllachu taytáy. Arkipa carcelpi kaspaymi allinta reqsirayki. Reqsispaytaq nirqani “¡Yasta carajo, kunan ichaqa kikin indion rimashan!” Chhaynatan rikurqayki.

Y no solo eso, padre. A ti, ya estando en la cárcel de Arequipa, te conocí bien. Y al conocerte dije: “¡Ya está carajo, ahora el mismo indio está hablando!”. Así te miré.

Ichaqa ñaupaqhmanta, huch’uycha kaspayraqmi yupaycharqani misti qelqaqkunata indiuman sayapakuspanku rimaqtinku: Clorinda Matto, Ciro Alegría, Jorge Icaza, Enrique López Albújar.

Pero desde antes, desde mi infancia respeté a los señores mistis cuando escribían a favor del indio. Por eso, aunque son mistis, mucho respeto a esos señores: Clorinda Matto, Ciro Alegría, Jorge Icaza, Enrique López Albújar.

Chay qelqaqkunaqa mujutan sonqoyman churarqanku herq’ellaraq kaqtiy, paykunapas yanaparanku yawarniy phullpunampaq, rikuchiwanku qhawaspay mana rikusqayta. Chayraykun wayqeyta yupaychani, paymi reqsichiwaran chay qelqaqkunata, chayta leenaypaq; pay kikinpas wayna kaspa qelqaranmi chikanta.

Esos señores pusieron la semilla en mi corazón cuando solo era muchacho, ellos también ayudaron para que mi sangre hirviera, me hicieron ver lo que no veía. Además, por eso respeto a mi hermano, él me hizo conocer lo que escribieron esos señores, él mismo escribió un poco en su juventud.

Chay kawsasqaywanmi niki taytáy: Qelqasqaykiqa manan mana indio pachateqsipi runakunata ñoqanchis runa kasqanchista yachanankullapaqchu; manan chayllachu tayta. Llamp’uyachinmi kikin llaqtanchis sonqonta, rijch’arichinmi. Manayá qanqa rikunkichu mayman chayanqa muju t’akasqayki.Mana yachanchischu may wayna sonqokunapi sumaqta qarpakushan chay muju. Imayna Ciro Alegría, Icaza, mana yacharqankuchu sonqoypi mujunkuta qarpasqayta.

Por esa experiencia mía te digo padre: Lo que escribes no es solo para mostrar a los no-indios de todas las naciones que nosotros somos gentes; no es solo eso, padre. Ablanda el corazón de nuestro propio pueblo, lo despierta. Claro que tú todavía no ves a dónde llega la semilla que derramas. Quién sabe en qué jóvenes corazones se está regando hermosamente esa semilla. Así como Ciro Alegría, Icaza, no supieron que en mi corazón ya regaba su semilla.

Paykuna, misti kaspanku allinta tarpuranku, chhayna maqanakuypi poqonampaq. Chhaynaqa manachu sumaqta poqonqa indio hina tarpusqayki.

Ellos siendo mistis, sembraron bien para que madura así en la lucha. ¿Y así no iba a madurar en forma preciosa lo que como indio siembras?

Rikunaykipaq kikin runa saphiyoq kasqayta, llaqtanchispa saphiyoq, qoyki kay willakuyta taytaypa Lorenzomanta, Chayqa sut’inmi. Cheqaymi karan, sutikunapas cheqaymi.

Para que veas que tengo la raíz del propio hombre, la raíz brotada de nuestra propia tierra, te envío este relato que hago de mi padre Lorenzo. Eso no es cuento, padre; ahí estoy relatando lo realmente sucedido, también los nombres son verdaderos.

Unayñan chay hatun runamanta qelqayta munarqani, llapa runa rikunanpaq indio saphinchis kallpanta. Tiempullan mana karqanchu. Kunan ichaqa, onqosqa kasqaykita yachaspay, nini: “Ruarulllasaqña taytay José Maríaman apachinypaqh, chayllawanpas sonqon kusikunanpaq, llaki kusikuyninchiswan.” Chayta nispaymi osqhayta qelqaruni kunantaq apachishayki tukuy sonqoywan.

Desde hace tiempo quería relatar acerca de ese gran hombre; para que todos vieran la fuerza de nuestra raíz india. Solo tiempo me faltaba para hacer eso. Pero ahora, al enterarme que estás enfermo, dije: “De una vez lo haré, para enviarlo a mi padre José María; para que por lo menos con eso se alegre en su enfermedad, para que se alegre con nuestra triste alegría”. Diciendo esto, padre, lo hice rápido, y ahora te lo estoy enviando con todo mi corazón.

Hoq p’unchay kama taytáy, yawarniypa yawarnin, llakiypa llakiynin, kusikuypa kusikuynin.

Hasta otro día padre, sangre de mi sangre, pena de mi pena, alegría de mi alegría.

Ñoqallamanta kaqtinqa manan hayk’aqpas kay qelqayta tukuymanchu, imaymanatan qanman niyta munani. Hoq p’unchay kama taytáy.

Si solo fuese por mí, jamás acabaría esta carta, cuando tantas cosas tengo que decirte. Hasta otro día padre.

Hugo

El maestro

[El Frontón, noviembre de 1969]

12A las hojas de mostaza silvestre sancochadas, llamamos yuyu hauch’a. Nos gusta mucho, a pesar de que evoca la muerte en su causa más extendida y silenciada: el hambre.

13Cuando viene el hambre, devora habas, maíz, papas, chuño (papa helada y deshidratada); no deja nada al indio… más que esas hojas, ya sin manteca, sin cebolla, sin ajos, hasta sin sal. Después de esas hojas viene la muerte, son sus “heraldos verdes”. Viene la muerte con diferentes seudónimos en castellano y en quechua: tuberculosis, anemia perniciosa, neumonía, pujiu (manantial), wayra (viento), layqa (brujería). Se le llama por sus seudónimos porque su verdadero nombre es mala palabra: HAMBRE.

14Pero el yuyu hauch’a no tiene la culpa de esto, por eso nos gusta tanto. No digo que sea rico y la gente entendida afirma que es insípido. Por eso yo solo digo que nos gusta mucho, aunque nos recuerde las hambrunas. Esas hambrunas en las que a veces los gringos (¡tan buenitos ellos!) nos mandan de limosna maíz con gorgojo y “leche” en polvo; que llegan a la parroquia, a la alcaldía o a la gobernación, y de allí pasan a servir de alimento a los chanchos de los hacendados. Yo no pido que nos repartan esa limosna, yo exijo que nos devuelvan lo nuestro para que no hayan hambrunas. Fue mi primo hermano Zenón Galdos, quien pidió que se repartiera; le costó caro; por exigir eso, el señor Araujo, alcalde de Huanoquite, lo mató de un balazo. El señor Araujo no está preso, es de buena familia.

15Un domingo de mil novecientos cuarenta y tantos, saboreando mi ración de yuyu hauch’a, conversaba con la campesina que lo vendía, sentada en el barro del mercado de San Jerónimo, Cusco. Conversábamos el tema del día: los temblores. Ella me explicó su origen: eran enviados como castigo porque los indios del ayllu se levantaron contra los padres dominicos de la hacienda “Pata-pata”. Así lo manifestó el señor cura durante la misa de esa mañana: “El demonio no ha muerto, está en el hospital del Cusco”. El señor cura no dijo que la muerte del “demonio” era la condición para que cesen los temblores, la campesina lo entendió así por su cuenta.

– ¿Morirá?

– Seguro, está muy mal dicen, por su culpa todo esto…

16Ella no quería temblores ni quería ir al infierno, por eso sus palabras condenaban al “demonio”. Pero su cara, su voz, el barro en que estaba sentada, el yuyu hauch’a, su corazón: Todo eso era de tierra, de tierra como el “demonio” que estaba en el hospital, de tierra que gritaba silenciosamente su desesperado anhelo de que el “demonio” se salvara. Y se salvó nomás Lorenzo Chamorro… Se salvó a medias porque quedó inválido. El médico le dijo: “Solo un indio como tú puede estar vivo con seis agujeros en las tripas; lo que te fregó es que la bala te afectó la columna vertebral”. Y así lo conocí tiempo después, ya en su rincón: Lagañas, mugre, muletas, poncho grande, voz vibrante, ojos fuego. Lo miré y supe que era verdad que producía temblores: mi sangre temblaba, mis siglos temblaban cuando me acerqué a abrazarlo.

– Tayta, cuéntame.

17Y me dijo cosas que ya sabía: Que la hacienda “Pata-pata” de los dominicos continuaba arrebatando tierras a la comunidad, que la comunidad tenía títulos de propiedad, que la justicia no llegaba nunca, que los campesinos organizaron el sindicado, que él era el secretario general, que quisieron sobornarlo, que no cedió; que lo amenazaron, que no cedió; que cuando estaban trabajando las tierras en litigio vinieron el prior del Convento Santo Domingo y sus matones; que, como los matones no lo conocían, el prior lo señaló “con la misma mano que consagra el Sacramento”, que entonces recibió los balazos de uno de los matones.

– Todos mis compañeros corrieron a atenderme.

– Yo les decía: “¡No!, ¡déjenme! ¡Agárrenlo a él!, ¡Agárrenlo!” y ¡ahí nomás me desmayé!

18No hubo cárcel para los heridores del indio, ni indemnización para el indio herido, se sobreentiende; estamos en el Perú. Los campesinos temían ir a visitarle en su rincón de inválido, era peligroso…, comprometedor… Pero las campesinas iban…, “solo a visitar a su mujer”, hasta que el señor cura se enteró y tuvo que explicar desde el púlpito:

– Hijos míos, el Señor ha perdonado a este pueblo, pero ustedes abusan de su bondad, vuestras mujeres siguen visitando la casa del demonio. ¡Va a caer lluvia de fuego sobre San Jerónimo!…

19Las campesinas evitaron la lluvia de fuego, dejaron de ir donde la mujer de Chamorro.

– Mi hijo mayor lloraba mucho tocando su guitarra, de pena se ha muerto.

20Yo seguí visitándolo, en busca de la lluvia de fuego, la sentía, escuchando relatos desconocidos.

– ¿Conoces el cerro Picol?

– Sí, tayta, desde el Cusco se ve; también desde el camino a Paruro; desde bien lejos se ve ese cerro.

– Eso también querían quitarnos. Mandaron guardias a caballo. Nosotros estábamos preparados.

21Los guardias no se dieron cuenta de que el camino se contorsionaba para dificultarles el ascenso; no veían que los p’atakiskas (cactus) abrían sus brazos erizados de espinas amenazándolos; no notaron el odio de las piedras, de los guijarros; no comprendieron que, si la gran herida roja del cerro tomaba color humano, era por la cólera, la santa cólera de ver guardias donde solo debía haber hombres. De pronto algunas piedras se movieron, no eran piedras, eran indios honderos como los de antes, como los indios de siempre, con las hondas de siempre. Las hondas de las huestes de Thupaq Amaru, las hondas que lanzaban el grito de rebelión. “¡Warak’as!”. Pero esta vez los proyectiles no eran las piedras indias… ¡Dinamita! Se atascó el cerebro de los guardias; antes de que se dieran cuenta de lo que sucedía, los caballos estaban en dos patas y ellos en cuatro; corriendo ladera abajo en medio de explosiones, sin hacer caso a los brazos feroces de p’atakiska que fácilmente se desprenden del cuerpo de la planta y difícilmente del cuerpo de la gente o de las bestias.

– No regresaron más. Así hay que pelear, aprende, con warak’a y con dinamita; con las mañas de los indios y con las mañas de los mistis; hay que conocer bien lo de nosotros y lo de ellos.

– Sí, tayta… hay que conocer bien lo de nosotros y lo de ellos para pelear mejor.

Y las lecciones continuaban:

– Toca mi cabeza en esta parte. ¿Qué hay?

– Hueco, tayta, no hay hueso, hueco nomás hay.

– Te voy a contar de ese hueco. Eso fue en Oropeza. Los indios estábamos en pleito con el hacendado. Él se consiguió compadres, nosotros nos cuidábamos. Pero una vez tuvimos fiesta y nos estábamos emborrachando; en eso llegaron los compadres del hacendado queriendo matarnos a palos. Los antiguos contendientes, los de siempre, los de siglos, los de toda la tierra. De un lado, “los compadres del hacendado”, mezcla de bestias y máquinas, como todo aquel que combate para el amo, sea mercenario, mariner yanquiranger o amarillo. Es la antihumanidad que hiere al hombre. Máquina bestializada que no piensa. Encierra a un hermano adentro, claro está; pero mientras no surge el hermano, es todavía eso: Máquina y bestia fabricada para herir al hombre. Del otro lado, “los indios”, representantes del hombre en general, humanizados por encima de la borrachera porque ahora solo la rebelión convierte al hombre en hombre. “Los indios” luchando por el hombre, por la tierra; por la tierra de ellos y de todos los hombres.

– De repente nomás llegaron. A mí me agarró uno de ellos y me rompió la cabeza de un palazo; yo me caí muerto, pero me levanté para meterle el cuchillo y de vuelta me caí muerto. Después no sé cuánto tiempo habrá pasado, comencé a escuchar de lejos el doble de las campanas. “¿Cómo será? decía yo en mi adentro ¿de mí estarán doblando o del perro del gamonal?”. Después ya me moví un poco, me desperté bien y me di cuenta de que estaba vivo. Recién me puse tranquilo, “del compadre del gamonal había sido”, diciendo. Así, aunque te rompan la cabeza, cuando tienes que seguir peleando, resucitas.

– Sí, tayta.

– Con juicios nunca ganamos los indios, tiene que ser así, peleando. Los jueces, los guardias, todas las autoridades están a favor de los ricos; para el indio no hay justicia. Tiene que ser así, peleando.

– Sí, tayta, así peleando.

22Me relató muchas cosas más, me contó que sus huesos no se habían roto al saltar del tren en marcha cuando lo llevaban preso.

– ¿Cuentas a tus profesores lo que hablo?

– A algunos nomás, tayta.

– ¿Qué te dicen?

– Unos me dicen “así es”, te quieren tayta; otros me dicen “son ideas foráneas”.

– ¿Qué es eso?

– No sé, tayta.

23Y las lecciones de “ideas foráneas” seguían. Lluvia de fuego. Impotente, acorralado volcaba en mí toda su candela. Pero a veces, estallaba:

– ¡Carajo! ¡Ya no puedo pelear! Estas malditas piernas ya no pueden ir a los cerros. Mis manos ya no sirven. No valgo para nada. ¡Ya no puedo pelear, carajo!

– ¡Sí, tayta! ¡Vas a seguir peleando! Tú no estás viejo, tayta, tus pies, tus manos nomás están viejos. Con mis pies vas a ir donde nuestros hermanos, tayta; con mis manos vas a pelear, tayta; como cambiarte de poncho nomás es. Mis manos, mis pies, te vas a poner para seguir peleando. ¡Como cambiarte de poncho nomás es, tayta!

24[Hugo Blanco]

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Antecedentes sobre la riqueza y complejidad cultural de Perú: El legado cultural de José Marías Arguedas

Notas

1 Revista Amaru, n°11, Lima, diciembre 1969, p. 12-13 (carta revisada y completada por Hugo Blanco el 20 y 23 de octubre de 2018).

2 José María Arguedas, Obras Completas, Tomo XII, Vol. 7, Obra Antropológica y cultural, Lima, Editorial Horizonte, 2012, p. 614-616.

3 Véase “El escritor y el revolucionario”, en Punto Final, Suplemento Documentos, n° 95, Santiago de Chile, 6 de enero de 1970: 1.

4 Campesino. Revista cuatrimestral de estudios sociales, Año I, n° 2, Lima, [¿1970?], p. 66-72.

5 Hugo Blanco, Nosotros los Indios, Cusco, CBC, 2017, p. 29-41.

6 Ibídem, 1969, p. 12-17.

7 Véase Hugo Blanco, Tierra o Muerte, México, Siglo XXI, 1971, p. 93.

8 Ibídem, p. 2-3.

9 Op.cit., p. 28.

10 Ibídem.

11 Según el escritor colombiano Carlos Vidales, el escritor empezó a redactar esta carta el 12 de noviembre, en “El escritor y el revolucionario», op.cit., p. 1.

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Para citar este artículo

Referencia electrónica

Hugo Blanco y José María Arguedas«Intercambio epistolar entre Hugo Blanco y José María Arguedas (noviembre 1969)»Amérique Latine Histoire et Mémoire. Les Cahiers ALHIM [En línea], 36 | 2018, Publicado el 30 enero 2019, consultado el 12 junio 2021URL: http://journals.openedition.org/alhim/7313; DOI: https://doi.org/10.4000/alhim.7313

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Autores

Hugo Blanco

(Cusco, 1934), revolucionario peruano, líder campesino y personaje político

Artículos del mismo autor

José María Arguedas

(Andahuaylas, 1911-Lima, 1969) escritor, poeta, traductor, profesor, antropólogo y etnólogo peruano

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1 Comentario

  1. Hector Felipe Ortega Verbal

    Que buen articulo respecto de Jose M.Arguella y Hugo Blanco, importante saber que escritores chilenos sean similares en su preocupacion de nuestros pueblos originarios, empezando por el Mapuche y su lengua, tambien maltratado hasta el dia de hoy

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