¿Es un dilema real el vacunarse o no?
por Ayleen González (Londres, Inglaterra)
4 años atrás 6 min lectura
Londres, 25.05.2021
En la Unión Europea se está discutiendo la posibilidad de abrir las fronteras para aquellos que ya se han vacunado y recibido dos dosis. ¿y qué pasará con los que no se vacunen? ¿Estarán sujetos a un PCR por pagar (2 aquí en UK por lo menos) o serán excluidos de entrar en los países como lo permiten los acuerdos bilaterales o multilaterales respecto al movimiento de personas?
Hay un punto interesante respecto a la vacuna y es el alcance y límites de la decisión individual de ponérsela o no. ¿Hay algún espacio para decir que no? ¿Quiénes dicen que no? ¿porque dicen que no?
En Chile estamos frente al “carné verde”, ¿qué pasará con aquellos que no usarán la vacuna por razones fundadas o no?, ¿serán tratados como alguien con menos derechos de libre circulación, expresión o libre decisión sobre su propio cuerpo?
Con todo, la posibilidad de que la vacuna funcione es razonable y válida. Por lo mismo, la vacunación mundial que en un principio fue desplegada como voluntaria, se ha tornado casi obligatoria en un acto de reducir el temor a una muerte inminente. Pero es aquí cuando surge un punto controversial, como es la desconsideración de la libertad a elegir y a expresar disidencia, con el temor de ser considerado “bionazi” o neoliberalista, en un acto que se estigmatice como individualista, pero que, si se mira bien, puede ser un acto que pretende proteger a la sociedad en su colectivo.
Veamos las ideas en juego.
Primero es la consideración de la realidad de un virus que desplegado como mortal puede serlo o no, dependiendo de las circunstancias. Por tanto, es importante discernir acerca de si el virus es mortal y a quienes afecta como más débiles, por condiciones propias de una mala calidad de vida estructural. Algunos dicen que el virus habría sido sólo una manipulación estatal para controlar a las masas y mantenerlas cautivas en sus casas. No es menor el asunto. En esa visión conspiranoíca, se plantea, con negacionismo, que el virus no sería una amenaza y que todo lo relacionado con el manejo del virus sería una desproporción del uso de las herramientas del estado; entendido lo cual, no habría otra opción que ser disidente respecto a ponerse la vacuna.
El acto de negación individual no sería contrario al bien público, sino que sería una resistencia hacia lo represivo del manejo de la crisis sanitaria, lo que ha sido implementado e impulsado por la autoridad pública.
Dicho lo anterior, las personas que asumen tal posición personas, tratan de buscar más información antes de tomar una decisión. ¿Pero con esto esas personas por su decisión individual se ponen contra la sociedad?
Como Hobbes dijo tiempo atrás, el Estado, el Leviatán se levanta en orden a traer seguridad al costo de nuestra libertad. Por cierto, es una necesidad que exista y actúe el Estado. Y, aunque podríamos discutir si la pandemia ha derivado de una falla humana, se debe aceptar la necesidad de un gobierno y en este contexto necesitamos protección ante su amenaza. Pero, siguiendo esta lógica, ese otro, el no vacunado, puede percibirse como una amenaza concreta ¿es ese otro un potencial asesino que trae entre sus células la muerte adosada?
Por cierto, lo planteado es un poco extremo y, por tanto, podríamos considerar que el Estado está cumpliendo su rol aunque signifique abusar o extralimitar sus facultades. Técnicamente el problema no es que la enfermedad no pueda ser tratada, sino que los sistemas de salud podrían colapsar. Los problemas derivan del hecho que algunos portan el virus de manera asintomática sin enfermar, pero sí contagiándola, pudiendo contaminar a otros que podrían contraerla, con riesgo potencialmente mortal por la falta de espacios en los sistemas de salud, de no disponibilidad de una cama de cuidados intensivos en un hospital para sobrevivir.
En este contexto, juegan diversas variables, tales como, la peligrosidad del virus, las limitadas capacidades de los sistema de salud, la aleatoriedad de la vacuna, la incertidumbre acerca de la prevención de contagio, la mutación del virus. Pero hay algo más, y es cómo se delimita lo que es propio de lo que es común, lo que viene de las libertades y lo que pertenece a lo colectivo. Esto no es sólo restringido al virus, sino es la necesidad de respetar a ese otro, aquél que no quiere vacunarse, pero no por ello puede ser considerado como alguien que atenta contra el bien común o tildarle de “contaminado” o “potencial contaminante” porque no hace uso de la vacuna. Es una decisión, y el Estado no tendría por qué pasar a llevar las libertades personales. ¿O si?
Stuart Mills y su “harm principle” nos dice grosso modo que las personas debieran poder hacer lo que les plazca, mientras con ello no dañe a los demás. Eso lleva a las personas a su propia felicidad, el control de su propia vida. El Estado, en su paternalismo, no debiera forzar a nadie a vivir lo que no quiere vivir. En este orden de ideas, ¿alguien podría decir que el no vacunarse genera ese daño a los otros? En teoría sí, pero sólo en teoría, porque puede que la enfermedad ya haya pasado por mi cuerpo y ya pasó lo biológicamente esperable. Mis glóbulos blancos saben lo que es y podrían actuar en consideración. Lo que en teoría debiera entregar cierto grado de inmunidad. Y aquí otro problema, más relacionado con la ciencia y sus verdades. Y es que el problema de que no se pueda saber si el virus pasó por nosotros, ya es un problema en sí.
No puedo evitar pensar en el libro de Huxley, un Mundo Feliz, donde mediante tecnología biológica los humanos son ordenados en castas, si es cierto, aquí no hay manipulación genética, pero ¿no se convertirán los no vacunados en una casta inferior y serán tratados diferentes por ello?
Además, volviendo a Mills es importante en una sociedad sana proteger los puntos de vista opuestos, aquellos nos permiten el avance y progresar hacia nuevas alternativas de vida.
Por tanto, someter la libertad del otro en función de lo colectivo bajo estrategias directas o indirectas como el carné verde, puede significar una peligrosa segregación, un juego de estigmatización, como sería llamar al otro “bioterrorista”, disminuirlo o asustarlo. Lo relevante es que de la diversidad de la sociedad civil surjan decisiones colectivas y de colaboración de auto ayuda comunitaria, en donde se pueda manejar en los territorios alternativas inclusivas de convivencia, sin el sesgo totalitario de un Estado, a cargo de un gobierno debilitado que, medidas de excepción mediante, utiliza la crisis sanitaria para imponer una autoridad deslegitimada, con un sesgo totalitario que intenta mantener el miedo con medidas de verticalismo estatal que no responden a criterios sanitarios.
Por tanto, si bien la crisis exige adoptar medidas adecuadas, es necesario que las comunidades mantengan el respeto al que se resta a ellas, aceptando al que piensa diferente, y dejando un espacio para que el otro decida no vacunarse, Incluso, sería posible tomar el acto de oposición a la inmunización como un acto comunitario porque todo aquello que pretende ser impuesto despierta suspicacias.
Más sobre el tema:
2009: ¿Por qué la OMS fingió una pandemia con la gripe porcina?
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