España: A Pablo Iglesias no le perdonaron que mirara de frente al régimen del 78
por Javier Lezaola (España)
2 años atrás 8 min lectura
Él ha demostrado que la izquierda española puede ser algo más que un folklórico convidado de piedra del turnismo bipartidista, pero la cloaca mediática ha demostrado que está dispuesta a despedazar a quien ose volver a intentarlo.
“Si no estáis prevenidos ante los medios de comunicación, os harán amar al opresor y odiar al oprimido”. La icónica frase de Malcolm X, asesinado en 1965 en Nueva York, en la actualidad está aún más vigente que cuando fue pronunciada. Y en España aún más.
Cuando, con una especie de macrofiesta sin medidas de seguridad en plena pandemia de coronavirus bajo sus pies, Isabel Díaz Ayuso se asomó anoche al balcón del edificio que acoge la sede de su partido –edificio que el PP va, o iba, a vender, no se sabe bien si por su insoportable olor a chorizo o porque no puede, o no podía, sostenerlo económicamente– para celebrar que la suma de derecha ultra y ultraderecha había alcanzado la mayoría absoluta en las autonómicas de este 4M en Madrid, algunos vieron reflejada en ella la imagen de Vivienne Rock, histriónica telepredicadora, interpretada por Emma Thompson, que llega a primera ministra británica en la distópica serie de HBO ‘Years and Years’.
Las ya indisimuladas fechorías del poder mediático español no explican todo lo acontecido este 4M pero sí buena parte de ello, y es que en esta campaña electoral los medios de comunicación –desde los principales, incluidos los pretendidamente progresistas, hasta los libelos más abiertamente ultraderechistas– no sólo han vuelto a desempeñar el papel que venían desempeñando con pocos disfraces y pocas líneas rojas, sino que lo han hecho al unísono, sin ningún disfraz y sin ninguna línea roja, incluida la de abordar el fascismo como una ideología más, cuando no como una ideología más respetable que otras; algo con lo que costaría, si es que es posible, encontrar parangón en el resto del mundo presuntamente civilizado. A las fechorías de ese poder mediático tan particular y tan volcado ya sin ambages en la intoxicación y la mentira –algo que ni está ni puede estar amparado por la libertad de información– se debe buena parte –no todo, pero sí buena parte– del resultado del 4M.
Muchos de los miembros de ese poder mediático pasaron prácticamente de un día para otro de propagandistas del franquismo a propagandistas del régimen del 78 –fieles al relato impulsado por las élites que impulsaron la Transición de un régimen al otro–, y algunos de ellos lo hicieron incluso sin dejar de ser propagandistas del franquismo. Periodistas a quienes entonces se permitió empezar a ser ‘demócratas’ sin dejar de ser fascistas y a quienes ahora se permite empezar a ser fascistas sin dejar de ser ‘demócratas’, completando así un viaje de ida y vuelta demasiado previsible.
A ese factor específicamente español se suma otro más general pero que en España se ha desbocado, sobre todo tras la crisis de 2008: el proceso de concentración de la propiedad de los principales medios de comunicación, que están cada vez en menos manos, y la mayoría de esas cada vez menos manos son las de bancos y fondos buitre.
Ambos factores han dado como resultado un poder mediático fascistizante y altamente dependiente del poder económico; han dibujado un panorama en el que la verdad cada vez importa menos y en el que los principales medios de comunicación ejercen, prácticamente al unísono, de altavoces o de silenciadores –según convenga a sus propietarios– de unos u otros marcos, relatos e ideas, legitimando los que convienen a sus dueños y deslegitimando los que les perjudican, así como ensalzando a quienes defienden sus privilegios económicos y denigrando a quienes los ponen en riesgo.
Nada nuevo; de hecho, esas cuestiones tenía en mente el estadounidense Malcolm X cuando pronunció su icónica frase. Y en España tampoco es nuevo: “Su número rebasa ampliamente el centenar y todos ellos tienen una fuentes preferentes y, la mayoría de las veces, casi únicas: las cloacas del Estado. Ellos son imprescindibles para que tanto el CESID como el Ministerio del Interior puedan llevar adelante sus campañas de intoxicación y criminalización, con el independentismo vasco siempre de fondo. Pero ecologistas, okupas, insumisos, antifascistas y otros militantes de movimientos sociales antisistema también suelen estar en su punto de mira. Ellos son los periodistas de Interior”. Lo escribía Pepe Rei en ‘Ardi Beltza’ cuando corría el año 2000.
Un nuevo objetivo
Tres lustros después, ese poder mediático fascistizante, altamente dependiente del poder económico y estrechamente vinculado a las cloacas del Estado encontró un nuevo objetivo en un nuevo partido, Podemos, y en su secretario general, Pablo Iglesias, decidido a superar de una vez el turnismo bipartidista que caracterizaba el régimen del 78 y a dejar atrás el papel subalterno que la izquierda institucional había desempeñando en él; por eso Iglesias se convirtió pronto en el principal enemigo a abatir por la prensa –impresa y digital–, la radio y la televisión.
Y allí estaban Atresmedia –propietario de Antena 3 y laSexta– y Mediaset –propietario de Cuatro y Telecinco–, y allí estaban los abiertamente derechistas Unidad Editorial –propietario de ‘El Mundo’– y Vocento –propietario de ‘ABC’– pero también el presuntamente progresista Grupo PRISA –propietario de ‘El País’ o de la Cadena SER–, y allí estaban también los libelos más abiertamente ultraderechistas, volcados en la intoxicación y la mentira hasta el extremo, aprovechando que en España demasiado a menudo sale gratis.
Las relaciones de periodistas más o menos conocidos de la mayoría de esos medios de comunicación con las cloacas del Estado están probadas y tienen varios nombres propios, pero uno de ellos destaca sobre todos los demás: el del excomisario del Cuerpo Nacional de Policía José Manuel Villarejo.
El ‘Informe PISA’ (Pablo Iglesias Sociedad Anónima) –plagado de intoxicaciones y mentiras y elaborado por la cloaca policial para ser filtrado a la cloaca mediática con el fin de derribar o al menos erosionar al secretario general de Podemos– fue el primero de una interminable lista de ataques a Iglesias y respondía a un viejo ‘modus operandi’ que sigue en vigor: la elaboración de informes policiales o parapoliciales basados en bulos publicado por medios de la cloaca mediática y de los que después acaban haciéndose eco esos mismos u otros medios de la propia cloaca mediática.
Desde aquel ‘Informe PISA’, la interminable lista de ataques a Podemos pero sobre todo a Iglesias ha venido aumentando en intensidad, paralelamente al acoso callejero contra él y su familia, alimentado a su vez por esas intoxicaciones y mentiras de la cloaca mediática. Primero se intentó impedir el crecimiento del partido para evitar que abriera una grieta en el turnismo bipartidista; después se intentó evitar que el partido en general e Iglesias en particular accedieran al Gobierno central; después se intentó maniatar al secretario general de Podemos dentro del propio Ejecutivo, y finalmente se ha tratado de evitar que Iglesias acceda al Gobierno de la Comunidad de Madrid, territorio en el que tiene su sede el grueso del poder mediático y desde el que sus propietarios –cuyos nombres propios tantas veces ha pronunciado Iglesias, aunque ninguna de ellas ha sido emitida por la radio ni por la televisión– controlan sus negocios en beneficio propio y en perjuicio de la mayoría. El secretario general de Podemos había llegado, a un altísimo coste, al Gobierno central, pero no podía llegar al de Madrid, coto económico de esos nombres propios tantas veces pronunciados por Iglesias y coto político de la derecha trumpista que les atiende el cortijo.
Al modo de la “borbónica quijada” que, en los versos de Helios Gómez, ríe con “risa amarilla y colorada”, las carcajadas de los conductores y conductoras de los matinales de radio y televisión de máxima audiencia han sido estridentes este miércoles, a la mañana siguiente de que Iglesias anunciara que abandona sus cargos políticos e institucionales tras constatar en las dos últimas semanas un incremento “sin precedentes” de la agresividad de la derecha ultra y de la ultraderecha que campan a sus anchas en Madrid, así como una normalización “sin precedentes” de los discursos fascistas, de las amenazas de muerte y de la deshumanización del adversario político por parte del poder mediático, que lo ha convertido en el chivo expiatorio capaz de movilizar “lo peor” de quienes odian la democracia y sus bases materiales.
Iglesias ha cambiado la historia demostrando algo que nadie había demostrado antes: que la izquierda española puede ser algo más que un folklórico convidado de piedra del turnismo bipartidista diseñado en la “pacífica y modélica” Transición del “atado y bien atado” franquista. Y eso nunca se lo han perdonado los dueños de la cloaca mediática, que tras su salida del Gobierno central le han soltado a los perros para alejarlo ya por completo de la política institucional. Iglesias ha demostrado que la izquierda española sí puede mirar de frente al régimen del 78, pero la cloaca mediática ha demostrado que está dispuesta a despedazar a quien ose volver a intentarlo.
A la pregunta de por qué, cuatro décadas después de consumada la Transición, en España el relato fascista sigue siendo presentado en los medios como “sentido común” y el relato antifascista sigue siendo presentado en esos mismos medios como “guerracivilismo” o a la pregunta de por qué en España se puede ser “demócrata” sin ser antifascista e incluso siendo abiertamente fascista, Malcolm X tiene la respuesta.
*Fuente: LaUltimaHora.es
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