Este domingo 12 de julio se cumple un aniversario más del natalicio de Pablo Neruda (nació el 12 de julio de 1904). Mucho se ha escrito y escribirá sobre el gran poeta y gran comunista, Premio Nacional y Premio Nobel de Literatura. Pero ahora, mi compañero y amigo Marcos Pinto, antiguo profesor normalista, quien fuera Secretario Regional del Partido Comunista en Iquique en tiempos del Golpe cívico-militar del 73, me ha escrito desde Venezuela, donde reside actualmente, pidiéndome que escriba algo referente a la presencia de Pablo Neruda en el Norte, y me ha enviado algunos materiales que recuerdan esto. No hay tarea más grata de cumplir que la encomendada por el amigo, aunque sea en tiempos de pandemia y estemos todos atrincherados en nuestros hogares.
Neruda, para el Norte Grande de Chile, tiene una significación especial, tanto por su poesía como por su actividad política. Estoy seguro de que, para la gran mayoría de los nortinos de mi país, los viejos de las salitreras de Antofagasta y de Iquique, los trabajadores portuarios y los maestros normalistas, los obreros y las dueñas de casa, el recuerdo de Neruda siempre ha estado presente en su memoria, así como el nombre de los grandes líderes comunistas que estuvieron siempre junto a los trabajadores del Norte: Recabarren, Laferte, Volodia, Luis Corvalán, y otros.
El año 1945, Pablo Neruda se presentó, como compañero de lista de Elías Lafertte, como candidato a Senador por las provincias de Tarapacá y Antofagasta. Juntos recorrieron todo el norte: la pampa salitrera y los puertos, los mercados y las plazas, las escuelas y los tugurios donde vivían hacinados los pampinos. Laferte recuerda algunos momentos de esta gira política: “A través de nuestros viajes por la Pampa fui dándome cuenta cómo el Norte, con su vida dura y violenta, iba penetrando en el espíritu del Poeta. Este conocimiento del Norte por parte de Pablo, del cual fui testigo paso a paso, se tradujo después en estrofas magníficas de su Canto General.
«La más hermosa proclamación -continúa diciendo Lafertte-, desde el punto de vista emocional, fue en el Campamento La Paloma, de la Oficina Concepción, en el Cantón Pampa Unión de Antofagasta. La luna llena iluminaba la Pampa. Los niños corrían entre los manifestantes que estaban sentados en el suelo, inmóviles, mirando con sus ojos que en la noche parecían tizones. Pablo estaba emocionado, lo sentía revolverse a mi lado y yo, por mi parte, no pude contener las lágrimas cuando los trabajadores rompieron a cantar el «Canto a la Pampa» en el que se confunden la triste aridez del desierto, la sangre derramada por los pampinos en las matanzas y la esperanza de días mejores para todos los pobres:
“Canto a la pampa, tierra triste,
réproba tierra de maldición,
que de verdores jamás se viste,
ni en lo más bello de la estación...”
Comprensible ha de resultar sigue Lafertte– compartir la emoción de quién escucha por primera vez el Canto a la Pampa; más aún si la oye de los hijos o nietos de algunos de los que perdieron la vida a raíz de la Gran Matanza ocurrida en la Escuela Santa María de Iquique en 1907.”
Pablo Neruda recuerda también estos luminosos momentos en su libro de memorias Confieso que he vivido (pág. 203 y siguientes):
“Esta gente sin escuela y sin zapatos me eligió senador de la república el 4 de marzo de 1945. Llevaré siempre con orgullo el hecho de que votaron por mí millares de chilenos de la región más dura de Chile, región de la gran minería, cobre y salitre. Era difícil y áspero caminar por la pampa. Por medio siglo no llueve en esas regiones y el desierto ha dado fisonomía a los mineros. Son hombres de rostros quemados; toda su expresión de soledad y de abandono se deposita en los ojos de oscura intensidad. Subir del desierto hacia la cordillera, entrar en cada casa pobre, conocer las inhumanas faenas, y sentirse depositario de las esperanzas del hombre aislado y sumergido, no es una responsabilidad cualquiera. Sin embargo, mi poesía abrió el camino de comunicación y pude andar y circular y ser recibido como un hermano imperecedero, por mis compatriotas de vida dura.”
Y más adelante escribe: “Entrar en aquellas planicies, enfrentarse a aquellos arenales, es entrar en la luna. Esa especie de planeta vacío guarda la gran riqueza de mi país, pero es preciso sacar de la tierra seca y de los montes de piedra, el abono blanco y el mineral colorado. En pocos sitios del mundo la vida es tan dura y al par tan desprovista de todo halago para vivirla. Cuesta indecibles sacrificios transportar el agua, conservar una planta que dé la flor más humilde, criar un perro, un conejo, un cerdo. Yo procedo del otro extremo de la república. Nací en tierras verdes, de grandes arboledas selváticas. Tuve una infancia de lluvia y nieve. El hecho solo de enfrentarme a aquel desierto lunar significaba un vuelco en mi existencia. Representar en el parlamento a aquellos hombres, a su aislamiento, a sus tierras titánicas, era también una difícil empresa.”
Volodia Teitelboim también los acompañó en algunas de estas giras. Él cuenta:
«Fui testigo de algunas proclamaciones. El espectáculo era singular. En las oficinas salitreras más ruinosas y carcomidas se reunían para escuchar a un viejo conocido- don Elías– que les hablaba en su idioma y repetía los gritos del trabajo, usaba la jerga del pampino que la había dicho mil veces y era la de su juventud. Luego presentaba a Neruda: Ahora vamos a oír un discurso más particular que se haya escuchado en la Pampa. Dejo con ustedes a mi distinguido compañero de lista, el poeta Pablo Neruda. El orador anunciado sonrió, un poco confundido. Dijo tres o cuatro frases consabidas. Ustedes me van a perdonar, yo no soy orador, pero he preparado unas cositas para leérselas. La voz gangosa se hizo más alta y el tono revistió seguridad: «Norte, llego por fin a tu bravío silencio mineral de ayer y de hoy, vengo a buscar tu voz y conocer lo mío, y no te traigo un corazón vacío, te traigo todo lo que soy.»
Y eso fue lo que Neruda nos trajo al Norte, todo lo que él era, toda su personalidad, su torrencial poesía y su gran corazón comunista. Como precandidato presidencial lo vimos nuevamente hablándole al pueblo, con su mismo orgullo de sentirse representante de los más humildes, de los trabajadores, a los que nunca abandonó.
Los antofagastinos, los iquiqueños, los pampinos, recordaremos siempre a este gran hombre que, siendo un gran poeta, supo reconocer en el hombre común su propio destino como ser humano. Su poesía sigue entre nosotros, total y planetaria, eterna, porque las nuevas generaciones seguirán cantando -con ella- al amor, al hombre y a sus luchas. Él lo dijo, proféticamente, al final de su Oda a la poesía: “como si el tiempo/ que poco a poco me convierte en tierra/ fuera a dejar corriendo eternamente/ las aguas de mi canto.”
Recordemos, los nortinos, esta joya. Es un soneto:
Salitre
Salitre, harina de la luna llena,
cereal de la pampa calcinada,
espuma de las ásperas arenas,
jazminero de flores enterradas.
Polvo de estrella hundida en tierra oscura,
nieve de soledades abrasadas,
cuchillo de nevada empuñadura,
rosa blanca de sangre salpicada.
Junto a tu nívea luz de estalactita,
duelo, viento y dolor, el hombre habita:
harapo y soledad son su medalla.
Hermanos de las tierras desoladas:
aquí tenéis como un montón de espadas
mi corazón dispuesto a la batalla.
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