Cuchufleta: “Pillería, trampa, hacer algo de manera deshonesta y fuera de las reglas establecidas”
Maroma: “Función acrobática de los volantineros o maromeros; por extensión, movimiento distractor y engañoso”.
Diccionario Popular Chileno
Cuando el presidente derechista, Jorge Alessandri Rodríguez -llamado el “Paleta” por los desclasados de entonces-, devaluó el siempre alicaído peso chileno, terminando con una paridad de casi tres años con el otrora soberbio e incontrarrestable dólar, tiempo que tuvo a los empresarios en una especie de éxtasis paradisíaco, hubo de afrontar una avalancha de críticas, tanto del sector más recalcitrante de su bancada (equivalente a los evópolis y udientos de hoy). Con su proverbial parquedad, el mandatario conservador respaldó la medida –inevitable-, según las premisas y condiciones de las leyes del mercado vigentes a inicios de los 60.
La implementación de aquella difícil vuelta de gobernalle fue realizada con la mayor cautela, entre gallos y medianoche, pudiéramos decir, para que no se filtrara la información privilegiada. No obstante, tres días después del funesto aviso -bolsísticamente hablando-, Alessandri se enteró de que su brazo derecho, el ministro de hacienda, el célebre “Ruca” Vergara, había adquirido, directamente en el Banco Central, a nombre de un “palo blanco” o sustituto consanguíneo, la suma de un millón y medio de dólares (treinta “palos verdes” de hoy), ganándose, en la “pasada”, cerca de un millón más, libre de polvo y paja, gracias al porcentaje del nuevo guarismo cambiario. ¡Notable!
Pero eran otros tiempos, década del 60 del pasado siglo, época en la que conocí a mi amigo y entrañable poeta, Hernán Miranda Casanova. (Quizá esto no venga a cuenta con el relato, pero me sirve para ubicarnos –tú y yo, querido (a) lector (a)- cronológica y moralmente hablando). Quiero decir que entonces la derecha empresarial y política (viene a ser lo mismo) aún preconizaba una cierta ética en los negocios y exhibía un proceder honorable, de caballeros, aunque muchos lo fuesen de horca y cuchillo. Por supuesto que sin considerar en ello su carácter de expoliadores, mas no podemos aplicarles aquí el rasero de la ética del materialismo histórico ni menos exigirles acciones de una adecuada praxis, según nuestra filosofía.
El hecho fue que el “Paleta” llamó a su despacho al “Ruca”, enrostrándole su doloso proceder, su acto de prevaricación y mal uso de información privilegiada. Roberto Vergara Herrera, el flagrante corrupto de cuello y corbata, se encabritó, como suelen hacerlo los de su clase, acostumbrados al proceder de dueño de fundo (Jorge Edwars dixit). Así, ofreció presentar su renuncia inmediata, más ofendido que contrito. Don Jorge denegó aquella proposición de falsa hidalguía, diciéndole:
-A mí no me viene usted con cuchufletas ni maromas. No va a renunciar por voluntad propia, porque, en este mismo momento, yo lo destituyo… ¿¡Qué se ha imaginado?!
Y lo hizo abandonar La Moneda, con cajas destempladas. Luego, entregó la información fidedigna a la prensa, lo que iba a traerle la desafección de un importante sector de la derecha, que encontraba atinada y justa la medida, pero no su exposición pública. En esto no ha habido cambios, ya lo sabemos; nuestro “momiaje” así lo practica y por algo hizo también popular la frase: “señor en la casa, puto en la calle”.
¿Se imaginan ustedes, amigos lectores, que el criterio recto de Alessandri se aplicara hoy en día a sus herederos de clase en el poder? Según las proporciones, Sebastián Piñera debiese estar cumpliendo cadena perpetua; Mañalich, veinticinco años sin beneficios; Longueira, otro tanto; Novoa y Moreira, cinco años y un día… Estos tres últimos apellidos, de estirpe y prosodia gallega, me escuecen. Recuerdo a mi padre, cuando alguno de los muchos franquistas de Estadio Español (los sigue habiendo) le decía: -“Qué tanta queja contra Francisco Franco, coño, si es gallego igual que tú”. Y mi padre, cabreado, le respondía: -“Hombre, no te apures, hijos de puta hay en todos los sitios”.
A Jaime Mañalich, después de escuchar y leer el manejo mañoso e irresponsable de las cifras de la pandemia, el juego vejatorio de la aritmética aplicada a los muertos, el manoseo de la estadística sanitaria manipulada hasta la náusea, tendríamos que dejarle el adjetivo de maromero, aunque solo cumple órdenes y directrices de su mandante mayor, para mostrar a la opinión pública, no lo que hacen y cumplen, sino cifras de inciertas promesas y estadísticas de guarismos futuros que nadie cree en medio de este desastre pandémico y la aguda crisis social que tiene a más de la mitad de la población al borde de un colapso económico, incluida la acerba amenaza del hambre.
-No es primera vez que le oigo a usted encomiar a Jorge Alessandri. ¿No le parece una inconsecuencia ideológica?
-Nada de eso, al César lo que le corresponde. Don Jorge hizo posible que nuestro gremio contase hoy con una sede digna, la Casa del Escritor, en Simpson 7, como usted también recordará, nuestra segunda morada y, a veces, la primera.
-Sí, El mismo año en que asumió Jorge Alessandri, en 1958, Pablo Neruda ganó democráticamente el cargo de presidente de la Sociedad de Escritores de Chile. El poeta y los directores Rubén Azócar y Esther Matte Alessandri, solicitaron al jefe de Estado el apoyo para la adquisición de un inmueble que acogiera a los hombres de letras. Jorge Alessandri les respondió, sin ambages ni dilaciones, como era su hábito:
–”Los escritores significan mucho para Chile.(…) Quiero que busquen una casa con biblioteca y salas dignas de ustedes”.
-Ah, ¿y le parece poco mérito? ¿Acaso usted se imagina hoy a Sebastián Piñera, con los “culturales” de Evópoli, concediendo entrevistas a destacados poetas coetáneos como Hernán Miranda, Rosabetty Muñoz, Carmen Berenguer, Diego Maquieira, José Ángel Cuevas, Omar Lara, Juan Cameron, Elikura Chihuailaf o Clemente Riedemann, para estructurar con ellos una propuesta renovadora, más justa en sus procedimientos y mejor dotada del Premio Nacional de Literatura?
-No, jamás lo barruntaría, la verdad. Menos en estos tiempos en que las artes se ven aún más preteridas que de costumbre…
-Y a propósito, ya se agitan las aguas del Premio Nacional de Literatura 2020, esta vez asignado a Poesía, género destacadísimo en este largo pétalo de versos y estrofas que presiden Gabriela y Pablo; ella, del estrecho norte verde cordillerano; él, hijo de la lluvia y los trenes de La Frontera.
-Y aunque algunos digan que no hay candidatos previos ni postulaciones con currículo, fotografías con ilustres pendolistas y cartas de recomendación institucionales, los corceles de la palabra ya se alinean en el punto de partida.
-Así es. Se perfilan nombres e instituciones de sólido padrinazgo…
Poetas del Sur, donde es un tópico su excelencia lírica y lárica, nacida entre la lluvia y la perenne sinfonía del bosque, esgrimen la proclividad del centralismo cultural que nos corroe para entregar el premio a hijas o hijos de esta urbe gris que contiene, sin dominarla, a cerca de la mitad de la población de Chile. Y aunque no vivimos en los aciagos días de la dictadura militar-empresarial, cuando un coronel de aviación ponía el visto bueno o rechazaba los textos literarios, la desvergonzada derecha que nos gobierna tiene al cura y al barbero de Evópoli para el escrutinio final.
Y nos recuerdan, estos poetas sucesores de Pablo Neruda y Juvencio Valle cómo fueron omitidos grandes poetas como Jorge Teillier y Enrique Lihn (yo agregaría a Gonzalo Millán). Proponen ellos algunos nombres, más solo esperan, al parecer sin muchas ilusiones, que los estamentos y jurados lleven a cabo una selección rigurosa, atenida a los fundamentos del Premio Nacional de Literatura y no se dejen seducir por las sirenas trasnochadas de grupos, sectas o partidos de vana retórica.
Les leo en Facebook y estoy de acuerdo con ellos en lo esencial de su análisis y proposición, aunque mi “candidato” no es sureño, sino hijo de la entonces más meridional de las comunas de Santiago del Nuevo Extremo… Veremos si entre los pasillos de Evópoli, carcomidos por el óxido y el orín de las inquisiciones, alguien recoge estas voces críticas, más allá de candidaturas y nombres barajados sobre el tapete de nuestra alicaída cultura nacional.
-Y que el máximo galardón de las letras chilenas se otorgue con toda justicia, por sobre todas las maromas y cuchufletas posibles. Ojalá a un poeta del pueblo, como lo es Hernán Miranda Casanova.
*Fuente: Politika
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