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19 de Septiembre: el Día de “Las glorias del Ejército” (masacres, golpes de Estado, “milicogate, Pinochet, Cheyre, Fuente-Alba, Oviedo…”)

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16/09/2019
El ejército chileno ha ganado más guerras masacrando a su propio pueblo que frente a potencias extranjeras: la Guerra del Pacífico, por ejemplo, la ganaron más bien los ministros civiles plenipotenciarios del gobierno de Aníbal Pinto que los militares. Tanto generales como almirantes se hicieron famosos por sus pocas luces y carencia de capacidad estratégica, y los únicos héroes de esta guerra fueron los civiles, Rafael Sotomayor y José Francisco Vergara,  sumados al capitán Arturo Prat, (poco menos que un intelectual, despreciado por sus ignorantes almirantes), pues el general Baquedano sabía solo atacar con bayoneta calada, sin importar preservar la vida de su tropa.

Con el pretexto de pretender “civilizar” a los mapuches el ejército emprendió la llamada “Pacificación de la Araucanía”, que no fue más que la guerra de exterminio e usurpación de tierras, contra el pueblo que había resistido por tres siglos en embate de los españoles.

El historiador Gabriel Salazar contabiliza 23 masacres impunes  llevadas a cabo por ejército de Chile.

Desde el golpe de Estado, en 1924, contra Arturo Alessandri Palma, el ejército se acostumbró a apropiarse del poder por la fuerza, (mi abuelo, Rafael Luis Gumucio Rivas, dirigente del Partido Conservador, se mostraba satisfecho porque la derecha había expulsado del poder al demagogo Alessandri; el humorista Genaro Prieto, en ese tiempo redactor del Diario Ilustrado, perteneciente a este Partido, le reconvino diciéndole que “porque era cojo no había hecho la guardia, ´servicio militar´, por consiguiente, no sabe cómo son los militares, pues cuando se toman el poder no lo sueltan nunca más”, y aprendió esta lección, pues de ahí en adelante fue antimilitarista, y en su casa podría haber curas y políticos, pero jamás  militares).

A la caída de Carlos Ibáñez del Campo, (1931), los militares no se atrevían a salir con uniforme a la calle. En las Memorias del Carlos General Prats González se consigna que los militares, atemorizados por los civiles, se negaban  a embarcarse en una aventura, sin embargo, durante el gobierno de Pedro Aguirre Cerda, Ariosto Herrera intentó derrocar al Presidente radical. Durante el segundo gobierno de Carlos Ibáñez, la llamada línea recta tenía claro su propósito golpista. Durante el gobierno de Eduardo Frei Montalva algunos militares protagonizaron el llamado “tacnazo”.

Desde el golpe de Estado de 1973, las Fuerzas Armadas se transformaron en “fuerzas de ocupación” contra su propio pueblo, asesinando, haciendo desaparecer, torturando y exiliando a miles de chilenos.

El general Augusto Pinochet Ugarte, además de haberse convertido en un asesino impune, fue un ladrón consumado, incluso, los derechistas que lo calificaban como “salvador de la patria”, porque los había librado de convertirse en una nueva Cuba, (lo dice la publicación de El Mercurio, del día 11 de septiembre 2019), ahora no se atreven a rendir culto público al general, que usaba para sus negociados algunos alias, entre ellos el de “Daniel López”, y no es el único general que utilizó seudónimos para evitar, en definitiva, la acción de la justicia, pues antes, por ejemplo, lo hizo Carlos Ibáñez del Campo, con el nombre “Domingo Aránguiz”.

Después del triunfo de NO en el plebiscito de 1988, Pinochet pactó con los líderes de la Concertación de Partidos por la Democracia, entre muchos acuerdos políticos, el que los políticos no tocarían a los militares, un área de exclusivo dominio de Pinochet. El mismo general comandante en jefe lo dijo con toda claridad que si tocaban a uno  de sus hombres habría un nuevo golpe de Estado.

Ya en democracia “protegida”, y con su Presidente, Patricio Aylwin Azocar, cuando los delegados de investigación de crímenes de la dictadura dieran a conocer el Informe Rettig, el ejército se dio el lujo de rechazarlo.

Con motivo de las acusaciones contra su hijo, Augusto Pinochet Jr., y la investigación de la Cámara de Diputados sobre negociados con FAMAE, se rebeló contra el gobierno establecido en dos ocasiones.

Los generales en jefe que le sucedieron aprendieron muy bien las martingalas para malversar los bienes fiscales. A su vez, los gobiernos democráticos exageraron en honrar su firma, y no se entrometieron en los asuntos militares, y a tal grado que pudieron hacer uso y abuso de los recursos destinados a las fuerzas armadas, incumpliendo los ministros de Defensa y Hacienda con el deber de fiscalizar y defender el dinero de todos los chilenos. Sabemos que en Chile  la impunidad es la ley, ninguno de ellos ha sido investigado por incumplimiento de deberes.

El general del “nunca más”, Juan Emilio Chyre, fue condenado a tres años de prisión remitida, (pena muy baja para crímenes de lesa humanidad que no prescriben nunca),  como encubridor de torturas y crímenes, perpetrados en La Serena, por la “caravana de la muerte” cuando era un joven teniente.

Las Fuerzas Armadas percibían el 10% de las ventas del cobre, pero los militares, buenos discípulos de su líder Pinochet, se robaron gran parte de los millones de dólares, que se distribuían entre ellos, incluyendo, desde luego, el alto mando, disimulando los gastos con facturas y boletas, material ideológicamente falso.

El cabo, Juan Carlos Cruz, y el  coronel, Clovis     Montero se pusieron de acuerdo para falsificar la firma de los encargados y así atiborrar sus billeteras en pesos y dólares. El cabo Cruz, con un sueldo de 500  mil pesos mensuales, por ejemplo, despilfarró 2 mil millones de pesos en el Tragamonedas  del Casino Monticello, que le regalaba alimentación, alojamiento y estacionamiento.

(Me permito recomendar la lectura del libro de Mauricio Weibel, Traición a la patria)

Montero se auto acusó en una conversación gravada, llevada a cabo con el ex contralor del ejército,    Santchis, en la cual le advierte que también se está investigando al comandante en jefe del ejército, Juan  Miguel Fuente-Alba, por la reventa  de autos de lujo, marca Audi. El monto de lo defraudado por los implicados equivale, según el autor de este libro, a la construcción de ocho hospitales, la erradicación de todos los campamentos en Chile, el monto de la reforma tributaria, aprobada por Presidente Bachelet y la construcción de todos los liceos emblemáticos.

Una de las aristas del milicogate fue el descubrimiento de la vida de lujos, muy superior a su salario, del general en jefe del ejército, que alcanza al monto de 3 mil millones de dólares, producto del desvío y mal uso de los gastos reservados, que no se rinden hasta ahora, salvo la declaración de que constituyen una buena inversión para el país.

El general sumaba en su patrimonio 19 propiedades y 10 autos de lujo; la parcela de agrado, en Chicureo, Santa Filomena, la pagó de contado por la suma de 500 millones de pesos; en  su casa trabajaban 21 personas, entre ellos, varios cocineros, todo a costa de todos los chilenos. Con los gastos reservados regalaba a las esposas de los generales, (incluso en retiro), finas joyas, y a los maridos, relojes de lujo. (A Fuente-Alba lo llamaban “el señor de los anillos” y “el príncipe”, por el símbolo de los autos y de gustos exquisitos).

Los pasajes y viáticos, cuando no eran utilizados, los revendían y, a veces, los de primera clase eran cambiados a turistas, quedándose los generales con la diferencia. París era uno de los paraísos predilectos, y alojaba en un elegante hotel de Champs Elisées, en una suite con vista a la Tour Eiffel.

Otro de los implicados es también el ex comandante en jefe, Humberto Oviedo, acusado por la fiscal Romi Rutherford, de malversación de fondos fiscales, otro de los implicados, además, en el mal uso de los gastos reservados, que han sido aprovechados por su mujer, (hoy llamada a declarar), y por sus hijos, que se aprovecharon al pedir pasaportes diplomáticos, cuando no cumplían misión alguna, y, como si fuera poco, recibían un viático de 3 mil dólares por persona.

En todo caso, los ciudadanos tienen derecho a la presunción de inocencia, por consiguiente, hay que agregar el ´condicional´ en cada uno de los párrafos de acusación.

No hay nada qué celebrar el 19 de septiembre y opino que las fiestas patrias, en vez de tanto Tedeum y marchas militares, debiera considerarse como un día de recuerdo de los valores republicanos.

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