¿Habrá leído usted alguna vez una novela con este título? ¿Y si le digo que su autora es Annelies Marie Frank? Es probable que sí la leyó, aunque con otro título mucho más conocido, y que también el nombre de la escritora le trae cierta reminiscencia, aunque más bien imprecisa y quizás dolorosa. No se preocupe, No son muchos entre los que la leyeron, que saben que “La Casa de Atrás” era el título que su autora hubiera querido ponerle a su futura novela porque ella, Ana Frank, una potente escritora en ciernes, fue asesinada por los nazis en febrero de 1945 en el campo de concentración de Bergen-Belsen. Su novela, conocida por todos nosotros como “El Diario de Ana Frank” fue rescatada por sus benefactoras, Miep y Elli, de entre los escombros destruidos por las botas alemanas cuando allanaron su refugio en Ámsterdam —pocos meses antes del término de la guerra— y entregada a su padre, Otto Frank, que la dio a conocer al mundo. La intención de Ana Frank era convertir su Diario en novela: “Me gustaría publicar una novela sobre el Anexo (refugio) al terminar la guerra. No sé si lo lograré, pero mi Diario me servirá de fuente”, escribió el 11 de mayo, dos meses antes que la Feld-Polizei descubriera el escondite de la familia Frank y sus amigos, el 4 de agosto de 1944. El Diario de Ana Frank se editó poco después del término de la Segunda Guerra Mundial con el título que ella hubiera querido: “Het Achterhuis” en holandés El Anexo Secreto, más libremente “La Casa de Atrás”, en tanto que posteriormente se editó una versión más completa añadiendo algunos párrafos que fueran omitidos por Otto Frank en la primera versión.
El resto de la historia, estremecedora y a la vez tierna, dolorosa, pero también dulce y emotiva, usted y el mundo la conoce bien, y la verdad es que no tengo la intención de repetir los detalles que en estos días se han puesto aún más en vigencia al recordar que la pequeña Ana el 12 de junio habría cumplido noventa años. Ana Frank, al margen de su mérito personal y del testimonio imperecedero que dejó su Diario, fue sólo uno más de los trágicos eslabones que encadenaron esa época terrible a la historia contemporánea de la Humanidad. La aparición del odio racial incitado por el nazi-fascismo como punta de lanza para cimentar su poder, es una de las principales conclusiones que en los días actuales se puede extraer de la trágica experiencia de la niña judía parapetada en el frágil refugio que le ofrecía el desván de la casa de Ámsterdam. Ella no tenía, sin embargo, la intención de convertir su experiencia en un tratado testimonial de la barbarie nazi, ni en una advertencia explícita de las consecuencias que puede alcanzar una ideología basada en el desprecio de una raza por otra, de una clase social sobre las grandes masas de desposeídos, marginados así del bienestar de toda la sociedad. El origen judío de Ana Frank y su familia, así como la de otros seis millones de asesinados en los campos de exterminio del hitlerismo, y que la obligó a vivir la experiencia de su refugio en el Anexo de la capital de Holanda, es la lección que se debe extraer en estos días en que el resurgimiento del odio racial de la ultra derecha neofascista en Europa, y en parte de nuestro continente, se vuelve contra la ola de refugiados que huyen de la miseria a la que el ordenamiento neoliberal del capitalismo moderno ha condenado a sus países de origen.
El resurgimiento del extremismo de derecha, tratando de atenuar las culpas del nazifascismo mediante recursos sibilinos, entre ellos el negacionismo, ha puesto en duda no sólo el Holocausto, sino que el mismo Diario de Ana Frank, argumentando que fue un gran fraude tejido principalmente por las fuerzas progresistas del planeta con el fin de desprestigiar las ideologías nacionalistas que vuelven a surgir ante la amenaza de una invasión de los parias del tercer mundo. Lo cierto es que la brutalidad asesina del nazismo que segó la vida de más de cincuenta millones de seres humanos antes y durante la guerra, no pudo suprimir la magistral calidad literaria de la pequeña Ana, y por sobre todo no pudo borrar la expresión de sus ansias de vivir y de concretar sus sueños que quedaron plasmados en su testimonio, aunque en las últimas líneas de su Diario formulara su temor a que los entes malignos del mundo que le tocó vivir, pudieran truncar sus esperanzas:
“…sigo buscando cómo llegar a ser la que tanto me gustaría ser, la que yo sería capaz de ser, si…no existieran otras personas en el mundo”.
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