“Diarios del Sáhara”. San Mao salva del olvido al muy noble pueblo Saharaui
por Javier Cortines (España)
8 años atrás 4 min lectura
La primera vez que me hablaron de la escritora china San Mao (Chen Ping) [1] me sorprendió lo querida que era en China, Taiwán y Hong Kong, donde decenas de millones de personas conocen su vida y/u obra, y lo desconocida que era en España, a pesar de que describió con una voz y perspectiva únicas las turbulencias del Sáhara en la década de los setenta.
A lo anterior se une su trágica historia de amor con el español José María Quero (1951-1979) a quien ella llamaba He Xi, “Loto del Oeste”. La vida de esa pareja parecía salida de la ficción, cual terrible creación de W. Shakespeare.
¡Por fin! -exclamé- cuando Ediciones Rata anunció en octubre el feliz acontecimiento de la publicación, por primera vez en Occidente, de la obra cumbre de San Mao “Diarios del Sáhara”, en los que la escritora – una mujer muy adelantada a su época – nos deja un valiosísimo testimonio de los saharauis que habitaron la ex colonia española antes de ser empujados al destierro argelino.
Los Diarios del Sáhara, que llevan títulos como “El esclavo mudo”, “Un restaurante en el desierto”, “Una muñeca vestida de novia” y en “Busca del amor”, han sido vertidos al castellano por Irene Tor Carrogio con la colaboración de Zang Jiechao. Auguro un gran futuro a esta obra maestra.
San Mao, conocida en el extranjero como Echo[2] Chen, se trasladó con su familia a Taiwán en 1949, cuando tenía seis años. Estudió por libre filosofía y literatura. Publicó más de veinte de libros, entre ellos “Diarios del Sáhara” y “Nunca volverá la estación de las lluvias”. Su poema más famoso “El olivo de los sueños”, inspiró múltiples canciones. Fue la traductora de Mafalda al chino.
Lamento no haberme encontrado con esa bella e irrepetible escritora – posiblemente la primera china que pisó el Aaiún en la historia de la humanidad – las dos semanas que pasé en el Sáhara en el verano de 1975. Mi obsesión, siendo estudiante de periodismo, era estar con la guerrilla del Frente Polisario y conocer a aquellos hombres y mujeres que preferían morir antes que arrodillarse ante el rey Hassán II, quien se autoproclamaba descendiente directo del profeta Mahoma.
Su marido José María, jienense que conoció en Madrid siendo un muchacho de dieciséis años, (aunque su relación sería posterior), trabajaba (1974-1975) como submarinista en la empresa española Fosbucra, que explotaba en la ex colonia el yacimiento de fosfatos más rico del mundo. Su misión era vigilar el buen estado de los pilotes del muelle de carga donde atracaban los barcos que exportaban el producto al extranjero.
En su relato “El llanto de los camellos”, incluido en los “Diarios del Sáhara”, San Mao escribe:
Durante la noche han estallado tres bombas (…). La guerrilla cada día transmite por la radio (desde Argelia) que han de liberar a los esclavos y permitir que las mujeres estudien. (…)
– José, ¿cuánto crees que durará esta situación? – le pregunté preocupada.
– No tengo ni idea. El gobernador general español ha dicho que les concederá la independencia.
La autora, cuyo seudónimo ‘San Mao’ significa “Tres Pelos”, (lo que hace alusión a un pequeño vagabundo huérfano que sólo tiene tres pelos en la cabeza y deambula por la inmensa China en busca de fortuna), penetra con todos los sentidos en lo más hondo del pueblo saharaui, al que retrata con una grafía “cargada de pulsaciones” que se funde con la vida.
San Mao, nacida en 1943 en la ciudad de Chongqing (suroeste de China) en el seno de una familia acomodada, se suicidó a los 48 años en Taipei, capital de Taiwán. Se dice que nunca superó la muerte de su marido José María, a los 27 años, cuando practicaba submarinismo en la isla de la Palma. El único periódico peninsular que dio la noticia fue La Vanguardia.
La tumba de José María se ha convertido en un lugar de peregrinación para un creciente número de orientales que van a Santa Cruz de la Palma. En homenaje a “Tres Pelitos” (como la llaman cariñosamente los chinos) y a “Loto del Oeste”, el Cabildo ha levantado una escultura en la isla bonita.
Y vuelve a cantar quiquiriquí el Noble Gallo Beneventano para recordar que todavía existen los campamentos de Tinduf que visitó, entre otros, Eduardo Galeano, que se han ganado el triste sobrenombre de “el infierno de los infiernos”.
Notas:
[1]Yo viví en Pekín, como corresponsal de EFE, de 1996 a 2003.
[2] Echo, homónimo en inglés de la ninfa griega Eco.
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