Guerra contra la memoria en Argentina
por Arturo Desimone (Argentina)
9 años atrás 13 min lectura
23 Marzo 2016
Este artículo está disponible también en idioma inglés: English
Coincidiendo con la llegada de Obama a Buenos Aires, una operación de des-ideologización y desmemoria está en marcha en Argentina
Transcurrido menos de un mes de la inauguración del nuevo gobierno Macri/Cambiemos en Argentina, el nuevo liderazgo, o la nueva “gestión”, como prefiere denominarse, actuó con abrumadora rapidez. El congreso argentino, repleto de parlamentarios del partido opositor Frente Para la Victoria, perdedor de las anteriores elecciones presidenciales con solo un 2% de diferencia, cerró por vacaciones durante el caluroso mes de diciembre, cuando muchos urbanitas argentinos, indiferentes, buscan huir hacia la costa.
La batalla para clausurar tantos centros culturales como sea posible coincidió con despidos masivos de funcionarios y nuevas leyes dictadas para criminalizar las protestas contra dichos despidos. El primer y más evidente objetivo fue desmantelar el Centro Cultural Néstor Kirchner, donde los espectáculos teatrales y musicales eran gratuitos, con el objetivo de ofrecer a los más desfavorecidos y a las clases trabajadoras acceso a la alta cultura. Más ominosa aun es la batalla que está teniendo lugar para cerrar el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, un centro y un museo construidos en el interior de un antiguo centro de tortura y desaparición, la ESMA (Escuela Mecánica de la Armada), que operó campo de concentración secreto a partir de 1970. El Centro Haroldo Conti recibe su nombre de un novelista lírico y ensayista argentino que, como el militante y ensayista Rodolf Walsh o el poeta surrealista Miguel Ángel Bustos, se cuenta entre los escritores asesinados durante el régimen de la junta militar.
Además, con un absurdo decreto-ley, Macri ordenó el cambio de la icnonografía del papel moneda nacional. El decreto establece el uso de imágenes de animales salvajes típicos argentinos en sustitución de las efigies de los antiguos presidentes de Argentina, tanto los de la derecha (dirigentes del siglo XIX, con frecuencia genocidas, como el oligarca Julio Argentino Roca) como los de la izquierda (la efigie de Eva Perón, que fue impresa en el billete de 100 pesos por orden de los tesoreros de la era Kirchner). Esta medida de readaptar la moneda forma parte de lo que se conoce como “des-ideologización” de la moneda nacional. Parte de esta campaña de “des-ideologización”, o de purificación ideológica, fue la medida del poder presidencial ejecutivo que ha provocado que hayan aparecido los primeros presos políticos en Argentina desde la recuperación de la democracia a mediados de los 80. La activista jujeña Milagro Salas está presa por defender el derecho a protestar, protegido por la constitución argentina antes de las enmiendas que Macri impuso apresuradamente, aprovechando que el Congreso y los tribunales estaban de vacaciones de verano (en diciembre, en el hemisferio Sur).
Para disimular la erosión estructurada de la memoria y la libertad de pensamiento, Darío Lopérfido – el nuevo ministro de cultura – anunció que los izquierdistas habían exagerado el número de desaparecidos en Argentina, con el propósito de acumular subsidios y dinero del Estado. Lopérfido insistió, en varios artículos, conferencias de prensa, Twitter y Facebook, que el número real de desaparecidos se situaba alrededor de las 12.000 personas, y no las 30.000.
No a los dos demonios
“El Tao engendró la unidad. La unidad engendró la dualidad. La dualidad produjo la triada. La triada dio vida a los diez mil seres” – Lao Tse
Mucho antes de que se produjeran las declaraciones revisionistas del ministro de cultura, grupos de derechos humanos como HIJOS (HIJOS significa «Hijos e hijas por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio» http://www.hijos.org.ar/) y la Asociación de las Madres de Plaza de Mayo se enfrentaron al nuevo gobierno de Cambiemos. Acusan a los ministros de Macri de intentar resucitar la “teoría de los dos demonios”. En Argentina, la “teoría de los dos demonios”, favorita del sector conservador, es el evangelio de aquellos que alientan el revisionismo histórico y buscan edulcorar la guerra sucia de la década de 1970.
Algunos defensores de esta idea afirman que tanto las dos guerrillas existentes, como los perseguidos por el Estado por “subversión”, incluidos los oficiales que promulgaron políticas de abducción y ejecución, fueron en realidad también víctimas; que todos fueron igualmente culpables de haberse dejado llevar por las “circunstancias” de los años 70. Insistiendo en la visión relativista de la década de 1970, un paradigma maniqueísta absuelve a los criminales, afirmando que “todo el mundo comete crímenes bestiales”. Los arrepentidos estrían pensados para reducir la historia a un consenso banal, mientras que los libertadores son anulados, y una amnesia oficial entra en escena. Los que desean esta amnesia son los beneficiarios de los regímenes de los 70, que vieron en la democracia española post-franquista un modelo exitoso y envidiable para Latinoamérica. Pero es en este esquema donde se enterraron eficazmente la historia y la conciencia histórica, para promocionar “la paz” (en un modelo que aplaudiría la actual administración de corte post-político de la Unión Europea, con sus políticas de austeridad e inmigración, que Macri tanto admira).
El actual presidente argentino, su ministro de cultura y una retahíla de eruditos llevan tiempo sermoneando sobre una desesperanzadora tendencia a “demasiada memoria” en Argentina. Aparentemente, aquellos tiempos románticos del régimen militar solo excedieron los límites de una conducta educada, pero ahoro es necesario arreglar las cuentas. Más urgente que saldar cualquier deuda con las ancianas madres de los desaparecidos (todas ellas tildadas por el actual gobierno de extorsionistas), a Macri le preocupa apresurarse a amortizar tantos fondos financieros de cobertura como sea posible.
La década de los 70 se ve lejana y se recuerda como una nebulosa sucesión de eventos pertenecientes a una triste y modernista antigüedad, ajena a las convenciones del nuevo siglo. “¿No podemos llevarnos todos bien?”, preguntaba con frecuencia Mauricio Macri en sus días de alcalde de Buenos Aires. Más adelante, se mostró impaciente por enviar fuerzas policiales, incluso si se trataba de reprimir trabajadores y reclusos del hospital mental La Borda en 2013, cuando el personal y los pacientes se manifestaron contra la austeridad y en defensa de sus instalaciones recreativas.
La retórica de los “dos demonios” suena un poco a maniqueísmo, y promueve el baño en un líquido amnésico. Es el actual ministro de cultura, Lopérfido quien la ha propuesto, lo mismo que el programa de debate televisivo líder de aundiencia, con el periodista Jorge Lanata, una celebridad ampliamente leída y difundida, defendida por la clase media-alta argentina.
Una expresión más vulgar, que ejemplifica la cultura de los defensores de la amnesia, es la de “borrón y cuenta nueva” como fórmula para limpiar los trapos sucios y hacer nuevas cuentas, listas para una nueva administración. El mantra administrativo emergió durante la euforia neoliberal argentina de 1990. Una expresión, esta de “borrón y cuenta nueva”, explorada en el libro de la historiadora Marguerite Feitlowitz: “Un Léxico del Terror”, sobre los años de la guerra sucia, y que busca literalmente la erosión de la memoria para conseguir hacer tabula rasa. Algo que era perfectamente posible cuando, durante la presidencia de Carlos Menem, el estilo de vida impuesto se centraba en el consumo desenfrenado.
Pero ahora ya está claro hacia dónde se inclinará el nuevo gobierno de cambiemos. En enero de este año, organizó una conferencia para las supuestas “víctimas de la guerrilla”. El comité organizador fue convocado al mismo tiempo que el gobierno declaraba su guerra contra numerosos museos y centros memoriales, como el mencionado Centro Cultural Haroldo Conti. Para líderes de opinión como Lanata, el trauma nacional no tiene nada que ver con los 20.000 funcionarios despedidos, algunos de los cuales heridos por pelotas de goma cuando ejercían su derecho constitucional a manifestarse. Esos son meros “vagabundos” y “lacayos”, que habían trabajado en programas sociales como los que facilitaban inspecciones sanitarias para prostitutas, o los que repartían cestas de productos de primera necesidad para los bebés de las familias más pobres del país. Un conflicto entre el líder del progreso contra la burocracia (Macri) y el odioso funcionariado, parte del himno y el credo religioso global de la sagrada “gestión”, que alimenta la extraña retórica de progreso de la Nueva Derecha.
Los recortes en gasto público no solo sirven para hacer que la economía sea más “competitiva”. El destripamiento de la memoria, y la ligereza que conlleva la amnesia, son partes inherentes del programa de la “doctrina del shock” en un país en el que, por otra parte, incluso siguiendo el criterio de neoliberales y Chicago-Boys, no se encuentra actualmente en las condiciones críticas que requeriría esa doctrina para aplicar sus recetas.
Entre los principales objetivos de la agenda revisionista de Cambiemos está acabar con la desenfrenada “sobredosis de memoria” que se dio durante la primera década del siglo XXI, y a la que Cambiemos ofrece una larga y esperanzadora jeringuilla amnésica. O, quizás, una relajación infinita.
La banalidad de la “gestión”
El gobierno de Macri, sus credos de “gestión-contra-burocracia”, la pretensión de estar libre de ideologías o dogmas y la indiferencia hacia cualquier forma de tradición, cultura o memoria a favor de “lo nuevo”, parece validar la teoría (observada por el filósofo Legendre y otros radicales no francófonos) de que la “gestión” no es un peligroso fundamentalismo global de rasgos identificables. El método de “des-ideologización” al que se refiere Cambiemos utiliza un lenguaje administrativo para fingir una eficiencia estilosa o un orden tecnológico fluido. Hablan como progresistas, pero su visión del mundo “progresista” está más cercana al concepto “progresista” de los países de la Unión Europea, que a las connotaciones de la palabra progre en Argentina (aquí, progresista se refiere a la conciencia de clase militante, apoyo a programas sociales para incluir a marginados, a pobres, minorías, prostitutas y demás colectivos desfavorecidos, y a la defensa de un Estado de bienestar que ha sido abandonado, o de un Estado de trabajadores, basado en un capitalismo neo-Keynesiano).
La lucha para hacer de la sociedad argentina una sociedad más competitiva a través de recortes masivos en gasto público, es, en esencia, similar al tipo de explicaciones que dan los líderes de la Comisión Europea como Juncker o Jeroen Dijsselbloem, cuando discuten las medidas de austeridade imponen la quiebra deliberada de la sociedad griega (la comparación encaja, exceptuando el matiz de que Grecia no había elegido ni a Dijsselbloem ni a Juncker, y Argentina sí eligió a Macri). El resultado electoral en Argentina vio cómo muchos de los pobres y aquellos privados de voto fueron convencidos por la maquinaria de relaciones públicas y la colorida campaña de la derecha. El monopolio mediático Clarín demostró su capacidad para crear un motor tan poderoso, que fue capaz de determinar los tres candidatos elegibles de entre todos los partidos: Scioli del Frente para la Victoria, Massa del Partido A+, y Macri de Cambiemos, todos ellos neoliberales declarados.
Desleal Lopérfido: la ignorancia como fuerza
A pesar de la criminalización y de las pelotas de goma ded la policía, las marchas y las manifestaciones continúan mostrando el descontento. Una de estas marchas incluyó la ruidosa protesta pidiendo la dimisión del nuevo ministro de cultura (!), Dario Lopérfido, tras declararse revisionista histórico con la negación de las desapariciones. La declaración de Lopérfido, donde insistía en que “no hubo 30.000 desaparecidos, sino que los activistas se inventaron ese número para obtener subsidios”, enfureció a las Madres de la Plaza de Mayo, que se manifestaron exigiendo su dimisión.
El periodo del régimen militar, que el ministerio de cultura buscaba embeller, por no hablar de una nostalgia institucional, fue una época de destrucción, que eliminó los cimientos de una sociedad argentina otrora brillante. El régimen del golpe militar puso el foco, específicamente, en los jóvenes más talentosos y destacados: solo para abducirlos y para ejecutarlos, después de que las cámaras de la red putrefacta de torturadores hicieran que jóvenes de 17 o de 21 años comprendieran que hay destinos mucho peores que la muerte.
Organizaciones como HIJOS o las Madres de Plaza de Mayo, manifestándose contra la erosión de la memoria, publicaron cartas de recriminación en los periódicos y organizaron peticiones. Inmediatamente fueron humilladas e insultadas por líderes de opinión. La asociación de víctimas insistió en que esa negación por parte del ministerio de cultura era una afrenta a la moral común de la sociedad y de la democracia argentinas. Lopérfido no ha retirado sus declaraciones contra esas “quejicas”, madres privadas de sus hijos, en una cultura latinoamericana donde la dignidad de los mayores y el matriarcado familiar son aún honorados y glorificados, a pesar de los valores de la “gestión”, que buscan la erosión de esta cultura. “¿A quién le importa lo que quieran unas viejas con pañuelos blancos?”, es la desvergonzada respuesta del nuevo orden neoliberal, administrativo y tecnocrático. Lanata, que invocó el derecho a la libertad de expresión, mantuvo una posición escéptica de rebelión punki hacia la comisión de madres, que usaron el discurso que pone en duda el respeto a los derechos humanos – un concepto alienador, que el presidente Macri ha utilizado para referirse a “chantaje” o “truco”. En una ráfaga de artículos en la portada de Clarín, así como en declaraciones de televisión, Lanata, con torpes gesticulaciones, insistió que las madres no hablaban en nombre de la “sociedad”, y que no representaban a la “sociedad”.
Aquí, de nuevo, Lanata revela su incondicional thatcherismo. Sin simpatizar con la derecha ni con la izquierda argentinas, Margaret Thatcher declaró una vez que “no existe la sociedad: hay individuos y hay familia”. Las familias que consumen y se individualizan ante televisiones y pantallas, se atomizan una con respecto a las demás. Una forma de neo-thatcherismo local encaja con el paradigma del nuevo gobierno: la sociedad consiste en los espectadores de Lanata en horario de máxima audiencia, no en la generación de las madres inconformistas de los desaparecidos, del excepcional y asesinado futuro de Argentina.
Las islas del olvido
Entre las muchas facciones de la derecha y la izquierda argentinas, existen siempre pequeños puntos de convergencia o consenso en cualquier asunto político, con la única excepción de las Malvinas. La famosa proposición del escritor Jorge Luis Borges sugería que Gran Bretaña y Argentina donaran las islas a Bolivia para que así el país Andino pudiera tener un acceso al mar, que perdió durante su guerra con Chile. Quizás la respuesta subversiva y poco patriótica de Borges continúa siendo la más empática, aunque pertenece a un tiempo en que muchos argentinos asumían que las islas poseían pocos recursos naturales de gran valor.
Muchos escépticos declararon las Malvinas como un caso perdido, como una causa puramente sentimental para unos cuantos patriotas furibundos, hasta que las guerras entre la junta militar y Gran Bretaña en la década de 1980 dejaron una huella indeleble, incluidos los jóvenes soldados heridos o muertos en el campo de batalla.
Atravesando todo el espectro político argentino, desde el Nacionalismo Católico al Peronismo y la izquierda marxista, ha predominado la idea de que las islas Malvinas son legítimamente argentinas, a pesar del asentamiento británico de los “kelpers”, que expulsó a los habitantes originales a principios del siglo XX. Macri, en este contexto, es una excepción destacada, como el primer neo-thatcheriano de la política argentina. Ha hecho historia al asentir complaciente, en el foro de Davos, a la obstinación de David Cameron, que inistía en que las Falklands forman parte del territorio británico. Parece que los planes del partido Tory para las Falklands tienen más adversarios dentro del Reino Unido que dentro de Cambiemos, para preocupación de todos los argentinos , proveniesntes de todos los espectros de clase e ideológicos.
Las islas del olvido encarnan el nebuloso plan de la “des-ideologización” que está llevando a cabo el actual gobierno. Incluso si Jeremy Corbin ganase las próximas elecciones británicas y pusiese en marcha su promesa de devolver las islas, se encontraría con la indiferencia de Macri. Esto, probablemente, acabaría por enfurecer a una gran mayoría de sus ya decrecientes simpatizantes.
*Fuente: OpenDemocracy
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