El Día de la deuda con el Teatro Nacional
por Iván Vera-Pinto Soto (Iquique, Chile)
9 años atrás 5 min lectura
En este artículo no pretendo hablar sobre los grandes hitos o sobre mi pasión de más de cuatro décadas por este arte colectivo y totalizador, como es el teatro; por el contrario, es mi propósito dar cuenta de manera objetiva y sucinta de su realidad actual y de sus demandas aún incumplidas por la imperante política subsidiaria y paternalista del Estado chileno.
Pese a los avances suscitados en materia de la institucionalidad cultural existente, aún podemos apreciar que el teatro chileno se encuentra en una situación deficitaria, crítica y marginada de una política que permita un real fomento y proyección de esta manifestación cultural. Esta hipótesis, tal vez un tanto pesimista para algunos, está sustentada en hechos muy concretos: En primer lugar, es evidente que el número de salas disponibles y de público asistente a ellas es cada vez menor a escala nacional. En segundo término, el Estado ha dejado en manos de los privados la existencia de las pocas escuelas de formación teatral que existen para estudiar dicha profesión. Las mismas que, por razones financieras, han tenido que reducirse o simplemente cerrar sus puertas. Tercero, existe de una alta cesantía de los profesionales, pues no cuentan con muchas alternativas laborales. Cuarto, la mayor parte de la creación y proyección teatral está centralizada en la capital y no existen programas sistemáticos y regulares de extensión a provincia, salvo algunos auspicios de entidades privadas. Quinto, no hay ninguna política de subvención de la salas y de las agrupaciones artísticas que desarrollan de forma autogestionada su labor. Sexto, no se cuenta en provincia con escuelas auspiciadas por la Casa de Estudios Superiores, de carácter público. Séptimo, los proyectos teatrales y el trabajo de los profesionales tienen que respaldarse en base a proyectos concursables anuales y eventuales, lo que no permite una continuidad y elevación de la labor ni menos un impacto en sus comunidades de influencias. Octavo, las regiones que poseen fondos para el impulso cultural no han generado líneas de desarrollo, por ejemplo, en dramaturgia, en formación y capacitación teatral. Por lo demás, los fondos públicos son exiguos y favorecen mayormente la ejecución de actividades y eventos, los que son seleccionados preferentemente bajo criterios políticos, dejando en segundo plano los contenidos y las estéticas de las iniciativas presentadas. Noveno, las universidades y los demás establecimientos educacionales, si bien algunos mantienen talleres y conjuntos teatrales, sin embargo, ellos no cuentan con equipos profesionales, infraestructuras adecuadas y apoyo financiero pertinente para hacer una labor permanente y trascendente en docencia, creación, investigación y extensión. Décimo, tampoco se observa una estrategia que estimule el trabajo profesional en provincia, con la otorgación de aportes constantes a quienes de manera seria y por años están trabajando en este ámbito. Es extraordinario encontrar algún Gobierno Regional o Municipio que entregue premios, reconocimientos, distinciones y respaldos financieros a autores, directores, actores y técnicos de larga y fecunda trayectoria en las tablas.
En fin, podría seguir sumando debilidades y deudas que tiene el Estado chileno con las artes escénicas. Pese a todo, quiero subrayar que la problemática no se resuelve con la entrega de más recursos financieros o la instauración de nuevos fondos concursables, puesto que en ese caso reduciríamos la discusión a un tema de planificación y gestión financiera. Desde mi óptica, el conflicto mayor se presenta en el paradigma cultural que se nos ha impuesto a los ciudadanos y sobre el cual no existe ningún proyecto de ley que procure transformarlo, por lo menos en el corto plazo. Este es un modelo que no procura la participación realmente democrática de los actores sociales, en este caso del mundo teatral, a la inversa, beneficia el dominio cultural de las cúpulas de poder político y de las élites básicamente capitalinas.
Tanto el teatro como las demás artes, requieren de un modelo donde la política estado proponga una mirada holística para la planificación pública, focalizando la correlación que existe en la cultura y la acción en la dinámica social y cultural urbana. Así también, legitimar el valor del teatro y de la cultura en su totalidad, con el fin de facultar al teatro, como uno de los vehículos culturales que podría coadyuvar a las transformaciones sociales, hacia un modo de vida sostenible como elemento central para el bienestar social, económico y medioambiental. Este axioma se traduce, entre otros aspectos, en un cuestionamiento a la expresión economicista que tiene el actual modelo social, a algunas medidas políticas-administrativas en la planificación de los equipamientos culturales, a la “enmascarada” participación cultural y a la insuficiente generación de una producción cultural valiosa para las urbes.
En pocas palabras, para que el teatro y las artes florezcan y no sólo asomen como meros registros de actividades en la cuenta pública de las autoridades, se necesita un proyecto cultural propio para cada región, creado con la participación activa y resolutiva de las instancias institucionales, sociales y comunitarias. En nuestros días implica toma de decisiones políticas fundamentales, tales como: la innovación de la Constitución Chilena y de todas las normativas jurídico-legales que consientan la participación ciudadana en la toma de decisiones.
Más allá de todo idealismo y amor que los teatristas atesoramos en nuestros corazones, exigimos de las autoridades una determinación más profunda que supere las expectativas de los discursos formales y “bien intencionados” del supuesto apoyo al teatro y a las artes. Se precisa de un cambio valórico del actual sistema y la promulgación de directrices que tengan un alto impacto no solamente en los hacedores, sino también en las ciudades que se precian inteligentes. Sin duda, este sería un punto de inflexión y una mejor forma de celebrar el Día Nacional del Teatro, pues superaría al activismo cultural al cual hemos estado sumidos por muchas décadas, con las consecuencias poco favorables ya descritas.
– El autor, Iván Vera-Pinto Soto, es Antropólogo Social, Magíster en Educación Superior y Dramaturgo
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