El Frente de Salvación israelí
por Uri Avnery (Tel Aviv, Israel)
10 años atrás 8 min lectura
28 de marzo de 2015
Las elecciones de 2015 han sido un paso gigantesco hacia la autodestrucción de Israel.
Una mayoría decisiva ha votado a favor de un Estado de apartheid entre el Mar Mediterráneo y el río Jordán, en el que la democracia irá desapareciendo lentamente.
Esta decisión aún no es terminante. La democracia israelí ha perdido una batalla. Aún no ha perdido la guerra.
Si no saca las conclusiones, sí que va a perder también la guerra.
Todas las justificaciones y las coartadas de la izquierda israelí son inútiles. Lo que cuenta es el fondo de las cosas.
El país se halla en un peligro existencial. No está amenazado desde fuera sino desde dentro.
Los líderes que perdieron deben marcharse. En la lucha por la vida del Estado no hay una segunda oportunidad
Ahora se necesita un Frente de Salvación israelí.
No tenemos otro país.
En primer lugar hay que reconocer la derrota en toda su envergadura y se debe asumir toda la responsabilidad.
La lucha entre Isaac Herzog y Binyamin Netanyahu era una ronda de boxeo entre un peso pluma y un peso pesado.
La idea de un gobierno de Unidad Nacional debe rechazarse y condenarse rotundamente. En un gobierno de este tipo, el Partido Laborista jugaría nuevamente el rol despreciable de una hoja de parra para la política de ocupación y opresión.
Ahora se necesita una nueva generación de líderes, jóvenes, enérgicos y originales.
Las elecciones exhibieron sin merced los enormes abismos entre los distintos sectores de la sociedad israelí: orientales, asquenazíes, árabes, “rusos”, ortodoxos, religiosos y demás.
El Frente de Salvación debe abarcar a todos los sectores.
Cada sector tiene su propia cultura, sus propias tradiciones, su propia creencia (o creencias). Se debe respetar a todas. El respeto mutuo es el fundamento de la convivencia israelí.
Para fundar el Frente de Salvación se necesita un liderazgo nuevo y auténtico que debe emerger de todos los sectores.
El Estado de Israel pertenece a todos sus ciudadanos. Ningún sector tiene la propiedad en exclusiva del Estado.
El abismo enorme entre los muy ricos y los muy pobres, que no para de crecer y que refleja en gran medida el abismo entre las comunidades étnicas, es un desastre para todos nosotros.
Debe emerger una alianza sincera entre las fuerzas democráticas de los judíos y los árabes en Israel
La salvación del Estado debe basarse en una vuelta a la igualdad como valor básico. Es intolerable una situación en la que cientos de miles de niños viven bajo el umbral de pobreza.
Los ingresos del 0,01 por ciento de arriba, que alcanza los cielos, se debe reducir a un nivel razonable. Los ingresos del 10 por ciento más bajo deben elevarse a un nivel humano.
La separación casi total entre la parte judía y la parte árabe de la sociedad israelí es un desastre para ambas partes y para el Estado.
El Frente de Salvación debe basarse en los dos pueblos. El abismo entre ellos debe eliminarse, por el bien de ambos.
Las frases vacías sobre igualdad y fraternidad no bastan. No tienen credibilidad.
Tiene que emerger una alianza sincera entre las fuerzas democráticas en ambos lados, no sólo en palabras sino en una cooperación diaria efectivas en todas las áreas.
Esta cooperación debe expresarse en un marco de colaboración política, luchas conjuntas y encuentros conjuntos regulares en todas las áreas, basados en el respeto por el carácter único de ambos grupos.
Sólo una lucha conjunta permanente puede salvar la democracia israelí y el propio Estado.
El conflicto histórico entre el movimiento sionista y el movimiento nacional árabe palestino amenaza ahora a ambos pueblos.
La solución de los Dos Estados no es una receta para la separación y el divorcio sino para una coexistencia cercana
El país entre el Mar Mediterráneo y el río Jordán es la patria de los dos pueblos. Ninguna guerra, ninguna opresión ni revuelta cambiará este hecho básico.
Si este conflicto continúa sin fin, pondrá en peligro la existencia de ambos pueblos.
La única solución era siempre y sigue siendo la coexistencia de estos pueblos en dos Estados soberanos: un Estado libre e independiente de Palestina al lado del Estado de Israel.
Las fronteras de 1967, con cambios que se realizarán de mutuo acuerdo, son la base para la paz.
La coexistencia de dos Estados en una patria común necesita un marco de colaboración al máximo nivel, así como fronteras abiertas para el movimiento de personas y mercancías. También necesita sólidas medidas de seguridad para el bien de ambos pueblos.
Jerusalén, abierta y unificada, debe ser la capital de los dos Estados.
La tragedia dolorosa de los refugiados palestinos debe encontrar una solución justa, acordada entre ambos bandos. Esta solución incluirá un regreso al Estado palestino, un regreso limitado y simbólico a Israel y el pago de generosas indemnizaciones a todos, por parte de fondos internacionales.
Israel y Palestina trabajarán juntos para conseguir que se devuelvan las propiedades judías abandonadas en países árabes o el pago de indemnizaciones generosas.
El Estado de Palestina mantendrá su afinidad con el mundo árabe. El Estado de Israel mantendrá su afinidad con las personas judías en el mundo. Cada uno de los dos Estados será responsable de sus propias políticas de inmigración.
Israelíes y palestinos no creerán en la paz si no hay una colaboración verdadera entre los bloques de paz de ambos pueblos
El problema de los colonos judíos en Palestina encontrará su solución en el marco de los cambios de frontera acordados entre los dos Estados, la inclusión de algunos asentamientos en el Estado palestino con el visto bueno del Gobierno palestino y el reasentamiento del resto de los colonos en Israel.
Ambos Estados coloborarán en la creación de un conjunto regional democrático, en el espíritu de la “Primavera Árabe”, resistiendo contra la anarquía, el terrorismo y el fanatismo religioso y nacionalista en toda la zona.
Las masas de israelíes y palestinos no creerán en la posibilidad de la paz y coexistencia si no hay una colaboración verdadera y abierta entre los bloques de paz de ambos pueblos.
Para establecer esta colaboración, las organizaciones y los individuos de ambos bandos deben empezar ahora mismo a llevar a cabo acciones políticas conjuntas, como consultas permanentes y una planificación conjunta a todos los niveles y en todas las áreas.
El carácter judío del Estado de Israel encuentra su expresión en su cultura y su afinidad con los judíos en todo el mundo. No debe expresarse en su régimen interior. Todos los ciudadanos y todos los sectores deben ser iguales.
Las fuerzas democráticas entre la población judía y la árabe deben unir sus manos y trabajar juntos en sus actividades diarias.
La presión internacional por si sola no salvará Israel de sí mismo. Las fuerzas de salvación deben venir desde dentro
La presión de todo el mundo a Israel puede y debe respaldar las fuerzas democráticas israelíes, pero no puede reemplazarlas.
Los valores fundamentales no cambian. Sin embargo, la manera de comunicarlos al público sí debe cambiar.
Las viejas consignas ya no son efectivas. Los valores deben redefinirse y reformularse en un lenguaje actual, acorde a los conceptos y el idioma de una nueva generación.
La visión de los Dos Estados la definió un pequeño grupo de pioneros después de 1948. Desde entonces, el mundo, la región y la sociedad israelí han experimentado enormes cambios. La visión como tal sigue siendo la única solución practicable para el conflicto histórico, pero debe verterse en nuevos moldes.
Hace falta unidad política, un frente de salvación unificador que junte todas las fuerzas de paz, democracia y justicia social.
Si el Partido Laborista es capaz de reinventarse desde los cimientos, puede constituir la base de este bloque. Si no, debe formarse un partido político completamente nuevo, como núcleo del Frente de Salvación.
Dentro de este frente deben encontrar su lugar diversas fuerzas ideológicas y deben entablar un fructífero debate interno mientras lleven a cabo una lucha política unificada por la salvación del Estado.
El régimen dentro de Israel debe garantizar una completa igualdad entre todas las comunidades étnicas judías y entre los dos pueblos, mientras preserven la afinidad de la sociedad judia-israelí con los judíos del mundo y la afinidad de la sociedad árabe-israelí con el mundo árabe.
La confrontación de religiosos y laicos debe posponerse hasta después de conseguir la paz
Debe terminar la situación en la que la mayoría de los recursos están en manos del 1 por ciento de la población, a costa del restante 99 por ciento. Debe restablecerse una igualdad razonable entre todos los ciudadanos, sin miramientos de sus orígenes étnicos.
No existe un mensaje social sin mensaje político, y no existe mensaje político sin mensaje social.
El colectivo judío oriental debe participar plenamente en el Estado, junto a todos los demás sectores. Su dignidad, cultura, estatus social y situación económica debe recibir su lugar adecuado.
La confrontación de religiosos y laicos debe posponerse hasta después de conseguir la paz. Las creencias y ceremonias de todas las religiones deben respetarse, al igual que la visión laica.
La separación de Estado y religión – con asuntos como el matrimonio civil o el transporte público en el shabat – puede esperar hasta que se haya decidido la lucha por la existencia.
La protección del sistema judicial, y sobre todo del Tribunal Supremo, es un deber absoluto.
Las diversas asociaciones por la paz, los derechos humanos y la justicia social, que llevan a cabo cada una su lucha independiente y loable en el campo que han escogido, deben entrar en el ruedo político y jugar un papel central, juntos, en un unificado Frente de Salvación.
Publicado en Gush Shalom | 28 Marzo 2015 | Traducción del inglés: Ilya U. Topper
– El autor, Uri Avnery, es periodista y ex diputado israelí. Nacido en 1923 en Alemania, emigró con su familia en 1933
*Fuente: M’sur
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