Dícese que el ser humano es el único animal capaz de tropezar dos veces con la misma piedra. Es una metáfora, pero si la extrapolamos puede resultar muy cierta. Como el todo suele ser más que sus partes, podemos decir que la humanidad entera reincide también en sus mismos errores casi de manera cíclica. En los años previos a la Segunda Guerra Mundial ese aserto tuvo su mayor vigencia cuando a ojos vista de la torpeza y la negligencia de las naciones y los gobiernos del mundo, se fue desarrollando en Alemania un engendro cuya sintomatología presagiaba, sin ambages, lo que más tarde habría de ocurrir.
Hoy, cercano a los cien años del surgimiento del fascismo en Europa, se continúa poniendo el énfasis en las características más tangibles que marcaron la consolidación del nazismo en Alemania. Los germanófilos, en un esfuerzo loable por tratar de salvar en parte la vergüenza de haber seguido masivamente, con sumisión ciega, los dictados de Hitler, culpan al carácter represivo del régimen la imposición del nazismo, lo que no permitió al pueblo alemán esbozar una resistencia de importancia. Sin desmerecer a los pocos, porque los hubo, que en ínfima cantidad, casi a nivel de unas cuantas personalidades de la cultura y la ciencia, fueron capaces de desafiar al fascismo, en muchos casos a costa de sus vidas, no se puede soslayar el cariz más siniestro que tuvo el régimen hitleriano, aquel de haber arrastrado ciegamente a toda una nación tras su política de locura y de muerte.
No fue, entonces, la carrera armamentista, la destrucción de los estamentos democráticos en pos de una dictadura, ni siquiera la persecución de opositores que comenzaron a llenar tempranamente los campos de concentración hitlerianos, lo que justificó el éxito clamoroso del nazismo en Alemania, sino la capacidad admirable del partido nacional-socialista para convencer a un pueblo entero que los designios enarbolados por el fascismo, incluido el extremo aberrante de querer exterminar a una raza, la judía, eran plenamente justificables, necesarios y hasta ineludibles para la supervivencia de la propia raza aria.
¿A qué viene esto de remover la llaga no superada que mancha la historia reciente de Alemania? Ponga usted atención: hace un par de días se conoció una encuesta realizada en Israel para conocer la opinión de los judíos respecto de la transitoria solución que ha tenido la guerra reciente desatada contra Palestina, es decir la tregua indefinida acordada hace un par de días, y la aceptación de sentarse a conversar por ambas partes buscando una paz duradera. Lea usted bien, por favor, y dígame si la comparación con la ceguera germana pro nazi no es válida: casi el 70% de los encuestados criticaron duramente a Netanyahu por… ¡haber pactado la tregua y no haber aplastado definitivamente a ese pueblo, el palestino, que no tiene derecho a la paz, a una vida digna, a una patria física!. Es decir, lo mismo que ayer los alemanes creyeron de los propios judíos.
El resultado de la encuesta que critica a Netanyahu por no masacrar a toda Palestina es, sinceramente, impactante. No es extraño, entonces, que en medio del genocidio que estremecía al mundo, en Israel nadie se manifestara con fuerza en las calles oponiéndose a tamaña canallada. Manifestaciones hubo, dirá usted, al menos una en Tel Aviv. Cierto. Pero tan ínfima, y de la cual la mayoría no eran israelitas, que no sirve para salvaguardar aunque sea en parte el honor de un pueblo, como no lo fue tampoco la débil oposición en Alemania en contra de los anteriores nazis de idéntica mentalidad genocida. No se trata, por lo tanto, de que un gobierno, o un aparato militar rabiosamente agresivo, le este imponiendo al pueblo israelí la vergüenza de ser los más repudiables genocidas del siglo XXI en el planeta.
¿Es, entonces, peligrosa la existencia de un estado donde se desarrolle una incondicionalidad tal de su pueblo cuya ceguera pudiera permitir una escalada incalculable al estilo nazifascista? Aparentemente no. Al menos hasta ahora el nazi-sionismo no representa un peligro mundial, salvo, claro está, para los vecinos de Israel como le ocurrió en un comienzo a los vecinos de Hitler. Israel es un estado pequeño, aunque Alemania también lo era si se le comparaba en esos tiempos con el resto de Europa. Tienen, sin embargo, a su haber los israelitas un poderío bélico enorme, incluido armamento atómico no declarado, que convierte a su ejército en el quinto más poderoso del planeta. Eso por una parte. Tienen, además, un poderío económico que, a diferencia del resto de las naciones del mundo, sobrepasa sus fronteras ya que cada judío, esté donde esté, es un colaborador de la “madre patria”, más aún si es dueño de algún poderoso consorcio internacional, lo que también es muy común.
En todo caso sería hilar muy fino pensar que la “raza elegida de Dios” quisiera adelantarse a los designios del Todopoderoso y decidiera que ha llegado el momento de aplastar con la planta del pie divino a los “herejes” que repudian al sionismo en el mundo, esperando a su dios con el plato ya servido. Con qué ropa, pensará usted. Confiemos en que los pueblos del mundo, llegado el momento, sabrán bajarle los grados a la soberbia febril de un pueblo a quien la amnesia histórica le borró la memoria junto con la mesura.
Mientras tanto, el reloj de la actual tregua seguirá su marcha inversa, es decir hacia atrás. Netanyahu, en estas últimas horas, está dando muestras de ceder a la presión de la soberbia beligerante de su pueblo y ha vuelto a amenazar con una inminente nueva embestida. Niega también haber propuesto una solución duradera que contemple devolver a Palestina las fronteras anteriores a la guerra de 1967. Lo cierto es que llegada la hora cero, los nazi-sionista, sin importar la opinión del mundo, volverán a salir a matar a los indefensos habitantes de Gaza, sobre todo a los niños, ya que la muerte de estos les asegura que no crecerán con la dignidad y el arma en la mano dispuestos a defender su patria frente a los que han cambiado la esvástica por la estrella de David.
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La muy-bien-pensada creación del estado de Israel ocurrió. Es historia.
Ciertos israelíes y ciertos judíos y algunos otros gentiles del mundo tienen sobradas razones para creer que los judíos navegarán sobre la Tierra hasta el fin de los tiempos.
Todos queremos vivir.
Y tenemos la obligación moral de dejar vivir.
Hay palestinos y semitas árabes y otros infieles y gentiles que no quieren a los judíos al menos en el Estado de Israel. En absoluto. Y se meten dinamita bajo las ropas para volar a cuantos puedan junto con sus convicciones, y cavan túneles como topos para lanzarles misiles que destrocen concreto y despedacen cuerpos.
La reacción a ello: lo que denota esa «encuesta», otras encuestas, y aunque no existieran ellas, el simple hecho que el Estado de Israel es altamente Militar. Siempre lo fue desde su creación.
Y además, el hecho es: allí vive gente judía que, convencida o no, están dispuestas a vivir allí.
No estoy de acuerdo con ese odio de ida y vuelta, círculo vicioso sin arreglo posible.
Si estaría de acuerdo en hacer fuerza mental para que bien de todos -de Todos- lo mejor que podría pasar es que la Tierra los deje sin tierra a los dos.
Que empiece a hundirse a ojos vistas, lenta pero implacablemente bajo las aguas del Mediterráneo, como dicen que se hunden otros lugares, la Tierra considerada Sagradamente otorgada por Jehová u otros dioses. ( ..¡Dios me ayude!..).
Cuando ya les llegue hasta las rodillas tendrán que pensar con inteligencia, no ya visceralmente, con un sentido falso de religiosidad bélica, donde ir buscando nuevas tierras…
Y no le podrán hechar la culpa a nadie, porque sería un fenómeno muy natural, sin intenciones malévolas….a menos que en el paroxismo, piensen que algún Golem misterioso les está jugando una mala pasada.
Este infantil deseo mío persisitirá mientras viva.
Porque amo a los árabes y a los judíos como personas humanas que son. Como me amo a mí mismo, que tengo ancestros de ambos, además de arios y de tehuelches. Y quisiera verlos integrarse a la Humanidad como están los genes integrados en mi persona.
«Oremos» para que se desilusionen de manera evidente por obra de los «elementales del agua salada». Sin muertes.
En una de ésas, resulta…la única solución pacífica.