El llamado conflicto de Gaza suele agitar un confuso entrecruzamiento de prismas, datos, ángulos de mira, obsesiones, disciplinas (o relatos y lecturas, como se dice ahora) que sutilmente, abrumándonos con la inquietante presencia del sheriff Woody y el discurso del gran filósofo sionista Buzz Lightyear, busca remontarnos hasta el infinito… ¡y más allá!
Si el apotegma es válido, habrá que sopesar la cósmica energía de las mujeres de Gaza que nos interpelan, mirando al cielo con los brazos abiertos y las ropas empapadas con la sangre de sus hijos. ¿Verdades y mentiras? El comentarista se resiste a ensayar la cínica y serena imparcialidad de los que renuncian a fijar las verdades y mentiras de los hechos.
Hacia finales del siglo XIX, un pensador al que las razones de Occidente trastornaron sus facultades, dijo: No hay hechos. Sólo hay interpretaciones (Nietzsche). Cosa que neoliberalmente suena razonable, pues nos permite permanecer equidistantes (¿cómplices?) frente al drama de un pueblo que se niega a desaparecer bajo el fuego humanitario de los invasoras que ocupan su tierra desde 1948. El plural se justifica: sin el respaldo criminal de Estados Unidos y la Unión Europea, no existiría el enclave neocolonial llamado Israel.
¿Árabes versus judíos? ¿Hamas versus Netanyahu? Simplistas y reduccionistas, abstenerse. Porque así como las democracias occidentales fueron cómplices junto con Alemania nazi de la suerte de los judíos en Europa central, ningún Estado árabe se muestra hoy apurado en ayudar a Palestina. Con excepción de Irán, país islámico, pero no árabe que, cuando se llamaba Persia, salvó a los judíos en dos ocasiones: con Ciro II (Libro de Esdrás), y Jerjes I (Libro de Ester).
La Biblia guarda inconmensurable valor literario. No obstante, su valor historiográfico es nulo. Así es que en 2014… hechos. Por un lado, la entidad ultranacionalista inventada siglo y medio atrás por el sionismo. Por el otro, pueblos que para dicha o desdicha nacieron en Palestina, y que desde la publicación de Autoemancipación, del polaco Leo Pinsker (1882), y El Estado judío, del austrohúngaro Teodoro Herzl (1895), fueron maldecidos con dolosas interpretaciones del Antiguo Testamento.
Con esa moral, los soldados del ejército que se jacta de ser el más ético del mundo asesinan a bebés, mujeres y ancianos, destruyen escuelas y hospitales, disparan con artillería pesada, lanzan bombas de racimo y proyectiles revestidos con uranio enriquecido, y han convertido la venganza en un valor occidental aceptable (Gilad Atzmon).
En 2007, el diario Haaretz de Tel Aviv publicó un reportaje acerca de los soldados judíos que usan camisetas, gorras y sudaderas exaltando el asesinato de embarazadas palestinas. En el batallón Lavi, por ejemplo, un soldado mostraba en su camiseta a una joven palestina magullada, con el lema: Apuesto a que te han violado. En la brigada Givati, otro militar lucía en la suya el lema: Un disparo, dos muertes, inscrito bajo un dibujo de un punto de mira que apunta al vientre de una palestina embarazada vestida con la típica túnica islamita.

Al ser preguntado, el militar admitió con cinismo: Hay gente que cree que no está bien. Yo también lo creo, pero no significa nada. Nadie va a disparar a una mujer embarazada. Luego, en 2007, se hicieron camisetas con el lema Más pequeño, más difícil, en la que había el dibujo de un niño con la leyenda: Es un niño, así que tienes más problemas a nivel moral, y además el objetivo es más pequeño.
Otra de las camisetas fue encargada por una unidad de francotiradores, y llevaba el mote Mejor usa Durex, junto a un bebé palestino muerto con su oso de peluche al lado, y su madre llorando junto a él. Otra más mostraba la supuesta evolución de un niño palestino que crece hasta convertirse en miliciano. La leyenda rezaba: No importa cuándo comience. Le pondremos fin.
En el reportaje, los mandos de cada unidad afirmaron no tener control. Aseguran que ese tipo de prendas están prohibidas en ciertas unidades, pero son permitidas en otras. La oficina de relaciones públicas del Tsahal (Ejército de Defensa, sic) se justificó diciendo que si bien son de mal gusto (sic), se trata de “…ropas privadas, impresas en empresas privadas, a petición privada de los soldados que terminan los cursos”.
Millones de judíos del mundo que empiezan a sospechar adónde conducen tales métodos de impunidad y gratuita crueldad se atreven a pensar distinto. Sin embargo, raros son los judíos antisionistas (de izquierda o derecha) que cuestionan la naturaleza asesina del Estado de Israel. Algunos creen que la solución radica en los dos estados. Y otros esperan algo así como la paz sin vencedores y vencidos.
¿Y todo ese horror ilustrado para qué? Para mantener a salvo el económica y políticamente rentable antisemitismo y defender la inviabilidad de un despropósito: la identidad colectiva judía.
*Fuente: La Jornada
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