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“Los partidarios del magnicidio de Allende no comprenden el significado de su sacrificio”

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Publicado el 20 Enero 2014
México DF.- En entrevista digital desde Canadá, Hermes H. Benítez (1944), doctor en filosofía, analiza el fallo de la Corte Suprema en relación al suicidio del Presidente Salvador Allende, descarta la hipótesis del magnicidio reciclada durante 40 años y confronta los antecedentes históricos que publicó en dos libros: Las muertes de Salvador Allende (RIL, 2006) y Pensando a Allende (RIL, 2013). El acucioso investigador Hermes H. Benítez opina: “He ahí uno de los más notorios y recurrentes problemas de la mayoría de los que han escrito en defensa de la teoría del magnicidio: toman como verdadera, o creíble, cualquier declaración, sin que importe su origen o fuente, pues son incapaces de formular, y aplicar, criterios críticos de evaluación de las presuntas evidencias, o de cotejar lo que alguien afirma con otras fuentes o evidencias. De allí que frecuentemente hagan uso de declaraciones salidas de la boca de miembros de las Fuerzas Armadas, así como de otros supuestos testigos, indignos de la más mínima confianza, como si poseyeran la más completa credibilidad”.

MC.- El 7 de enero la Corte Suprema cerró la investigación judicial del presunto asesinato del Presidente Allende, los magistrados respaldaron el veredicto del Juez Mario Carroza. ¿Qué piensas sobre la sentencia definitiva que confirma el suicidio de Salvador Allende?

HB.- Tengo sentimientos encontrados con las conclusiones de la investigación judicial dadas a conocer hace algún tiempo. Porque, por un lado, ellas confirman lo que he denominado desde el 2006 como la “versión oficial” de la muerte de Allende, es decir, el suicidio con el fusil AK, que yo nunca he suscrito. Los que han leído mi libro de aquel año, recordarán que allí yo argumento en favor de la hipótesis de que Allende se habría dado muerte con un arma corta, la que probablemente fue sacada del Salón Independencia, junto con otras piezas evidenciales, por los propios invasores golpistas. Por otro lado, tal como lo ha demostrado el doctor Julián Aceitero en varios trabajos de análisis forense, y yo mismo en un par de artículos, uno de los cuales escribimos conjuntamente con el médico español, la investigación judicial estuvo plagada de errores, por solo nombrar dos, una incorrecta identificación del fusil del Presidente Allende, y la confusión de los dos diferentes pares de lentes suyos encontrados en distintas fechas en lugares distintos de La Moneda. A cualquiera que estudie los documentos del caso con algún sentido crítico, le será manifiesto que estos errores, y varios otros de calado semejante, junto a la actitud prejuiciosa de la mayoría de los jueces ante toda explicación alternativa a la versión oficial de la muerte de Allende, le restan credibilidad y legitimidad a las conclusiones de la investigación judicial. Esto que afirmamos se refleja, incluso, en las palabras del propio juez Dolmestch, como miembro disidente, al final del documento judicial en el que se rechaza el recurso de casación presentado por los abogados Celedón, Coll y Ávila Toledo, al declarar que no debió haberse cerrado para siempre la causa, sino sobreseerla solo temporalmente, lo que por cierto hubiera sido la decisión más racional y correcta, tanto desde un punto de vista jurídico como científico, dado que es muy posible que en el futuro pudieran encontrarse nuevos antecedentes capaces de despejar las muchas dudas que la investigación judicial dejó sin dilucidar.

MC.- En el ámbito político, Fidel Castro fue responsable de difundir la teoría del asesinato de Allende, y en el ámbito periodístico la idea proviene de Robinson Rojas. ¿Había elementos para afirmar el presunto magnicidio entre 1973 y 2013?

HB.- Es cierto que Fidel Castro tiene una importante responsabilidad en la difusión de la teoría del asesinato de Allende, pero hay que entender las circunstancias de los primeros días posteriores al Golpe, llenos de rumores de todo tipo y sin información confiable, por no decir nada de las noticias y declaraciones provenientes de los golpistas y de su prensa adicta, que junto con defender y justificar sus brutales acciones, se dedicaban a desprestigiar y a poner en duda la valerosa conducta del Presidente en sus últimas horas en La Moneda. En tales condiciones, es razonable pensar que Fidel debió convocar, en primer lugar, a los diplomáticos y periodistas cubanos expulsados de Chile por los golpistas, buscar información entre los exilados chilenos que lograron escapar a México y Cuba, entre ellos la familia Allende, y que debió haber recibido por mediación de Luis Fernández Oña, marido de Beatriz Allende, el relato casi enteramente apócrifo de los últimos momentos de Allende contado por Renato González, el joven GAP salvado por milagro de ser asesinado por los golpistas que asaltaron La Moneda. El discurso de Fidel del 28 de septiembre en la Plaza de la Revolución, en La Habana, representa el resultado y compendio de todos estos esfuerzos de recabar, apenas unos días después del golpe, la mejor información entonces disponible. Pero, además, no debe olvidarse que en aquel extraordinario discurso Fidel deja una “puerta trasera”, como diría Paul Kägi, al señalar allí la posibilidad del suicidio de Allende. Ahora, al parecer, casi nadie sabe que en el 2002 el líder cubano reconoció públicamente que entonces estaba equivocado, porque en realidad Allende no fue asesinado el día del Golpe, sino que se quitó la vida.

En cuanto al periodista Robinson Rojas, a nuestro juicio, su principal contribución a la difusión de la teoría del asesinato de Allende en La Moneda consistió en crear el modelo de la argumentación espuria destinada a probar que el Presidente había sido asesinado por los militares golpistas que penetraron a segundo piso del palacio presidencial, aquella tarde del 11 de septiembre de 1973. Este modelo ha sido seguido hasta hoy, al pie de la letra, por la casi totalidad de los defensores dogmáticos del magnicidio. Por cierto, Robinson Rojas escribió y publicó su libro, titulado Estos mataron a Allende, en 1974, cuando era muy poco lo que se sabía acerca de los detalles de la muerte del Presidente, y se desconocían los más importantes documentos del caso, de manera que Rojas tuvo que suplir lo que no sabía mediante el uso de su fértil imaginación. Pero lo que es imperdonable es que sus actuales discípulos y seguidores, entre ellos, por cierto, doña Maura Brescia, que investigaron y escribieron sus libros 40 años después del golpe, y 23 años después del fin de la dictadura, sigan repitiendo las mismas gastadas argumentaciones de Robinson Rojas.

Por cierto que había motivos más que suficientes para desconfiar de la versión difundida por los golpistas. Si me permites que te cite de mi libro del 2006: “Tres causas principales contribuyeron a configurar un cuadro de desconfianza, dudas, e incertidumbre, en torno a la muerte del Presidente Allende: primero, el hecho de que las precisas circunstancias de su muerte fueran conocidas originalmente por unos pocos testigos leales, los que caerían de inmediato en manos de los golpistas; segundo, el hecho de que solo estos últimos tuvieran acceso directo y conocimiento de los detalles de la muerte, que manipularon desde el primer momento en beneficio propio; y tercero la circunstancia de que la información completa acerca del contenido del examen forense hecho en La Moneda por funcionarios de la Policía Técnica de Investigaciones, así como la totalidad de los resultados de la autopsia practicada a los restos de Allende en el Hospital Militar la noche del 11 de septiembre, demoraron 27 años en ver la luz pública”.

MC.- La fabulación llega al extremo de que Jorge Araya Toro, hijo de un amigo del general Javier Palacios, afirma que su padre le dijo: “Palacios asesinó al Presidente Allende” (Proceso, 10/09/2013). ¿Es válido un testimonio de esta naturaleza? ¿Conoces a otros supuestos testigos que apuesten por el magnicidio?

HB.- He ahí uno de los más notorios y recurrentes problemas de la mayoría de los que han escrito en defensa de la teoría del magnicidio: toman como verdadera, o creíble, cualquier declaración, sin que importe su origen o fuente, pues son incapaces de formular, y aplicar, criterios críticos de evaluación de las presuntas evidencias, o de cotejar lo que alguien afirma con otras fuentes o evidencias. De allí que frecuentemente hagan uso de declaraciones salidas de la boca de miembros de las Fuerzas Armadas, así como de otros supuestos testigos, indignos de la más mínima confianza, como si poseyeran la más completa credibilidad.

En cuanto a otros supuestos testigos del asesinato de Allende, puedo citarte a dos en este momento: en primer lugar Renato González, el joven GAP al que me referí antes, quien recientemente parece haber cambiado de opinión; y el “famoso” Teniente Riveros (René Riveros Valderrama), que de acuerdo con los partidarios fanáticos del magnicidio habría sido quien asesinó a Allende en el Salón Independencia, de La Moneda.

MC.- De las 42 personas que estuvieron en el bombardeo de La Moneda el 11 de septiembre, 23 sobrevivientes llegaron a la Embajada de México. El periodista de Excélsior, Manuel Mejido, entrevistó en Chile, junto al embajador Gonzalo Martínez Corbalá, a los 23 colaboradores del Presidente Allende y todos coincidieron en el suicidio desde el principio. ¿Conoces a un sobreviviente que se haya retractado posteriormente para defender la teoría del magnicidio? ¿La familia Allende-Bussi tuvo dudas sobre la forma cómo habría muerto el Presidente?

HB.- Es significativo que, por ejemplo, entre los sobrevivientes de la Moneda que se quedaron hasta el final, es decir: la Payita, Nancy Julien, Verónica Ahumada, Osvaldo Puccio Huidobro, los doctores Patricio Guijón, Arturo Jirón, Oscar Soto, Enrique Ruiz Pulido, Patricio Arrollo, Víctor Oñate, Alejandro Cuevas, José Quiroga y el doctor Danilo Bartulín, solo este último se manifestó públicamente como dudando del suicidio del Presidente, según lo registra una entrevista que le hizo el diario español El País, el 10 de septiembre de 1988. Sin embargo, más recientemente, en el 2006, Bartulín ha relativizado su suposición al declarar que “cualquier versión es defendible, también la del asesinato”.

Entre los que han escrito libros de carácter biográfico o testimonial sobre Allende, es decir, J. Lavretski, Alejandra Rojas, Juan Gonzalo Rocha, Diana Veneros, Oscar Soto, Osvaldo Puccio, Carlos Jorquera, Ozren Agnic, Mario Amorós, Miguel Labarca, Jesús Manuel Martínez y Eduardo Labarca, solo Lavretski, que escribió la primera biografía del Presidente apenas cinco años después del Golpe, por cierto, teniendo a la vista el libro de Robinson Rojas, creyó que Allende fue asesinado.

En cuanto a las dudas de la familia Allende-Bussi con respecto a la muerte de Allende, tendré que hacer un poco de historia. El 15 de septiembre de 1973, asilada en la Embajada de México en Santiago, Tencha Bussi declaró, en el curso de una entrevista telefónica de larga distancia concedida a la televisión mexicana, que Allende se había suicidado en La Moneda. Al desembarcar en Ciudad de México al día siguiente Tencha reitera ante la prensa que Allende se había quitado la vida. Sin embargo el 19 de septiembre dará ella un giro completo a sus declaraciones originales, al anunciar que “sobre la base de nueva información, ha cambiado ella de opinión porque ha llegado a su conocimiento que su esposo tenía heridas de bala en el pecho y el estómago, además de la perforación en la boca, reportada por la Junta”. (Nathaniel David, pág. 285). Esta versión del asesinato, propalada entonces por Tencha Bussi, se mantendría como la explicación cuasi-oficial de la muerte de Allende, y sería creída, difundida y repetida por la izquierda chilena durante 17 largos años, hasta septiembre de 1990, cuando con motivo de la llegada al poder del primer gobierno de la “democracia tutelada” (Felipe Portales dixit) sería reemplazada, -luego del lanzamiento de una compleja operación comunicacional que incluyó la exhumación de los restos de Allende y su Funeral Oficial- por lo que en realidad constituyó un retorno a la versión original de su suicidio.

Por su parte, la entonces diputada Isabel Allende, la hija mayor del Presidente, declaró años más tarde que se demoró 17 años en admitir que su padre se suicidó y no fue asesinado durante el golpe que lo derrocó e instaló en Chile la dictadura del general Pinochet. “Me convencí del suicidio el año 1990, cuando mi padre fue exhumado [para cambiarlo de tumba], precisó la diputada” (El Mercurio, 17 de agosto del 2003).

MC.- Los partidarios del “magnicidio” encuentran conspiraciones hasta en los sepultureros de la exhumación de los restos de Allende hecha en 1990, piensan que el descuido de tirar a la basura la ropa del Presidente Allende demostraría que el Estado chileno encubrió el asesinato. ¿Qué otros objetos serían parte de la mitología del “magnicidio”? ¿Cuál es tu conclusión sobre el fusil AK-MS regalado por Fidel?

HB.- La reciente relectura de la parte escrita por el doctor Luis Ravanal del libro titulado Salvador Allende: Yo no me rendiré (2013), me permite darte una respuesta precisa a esta pregunta. La ocasión de los hechos a los que te refieres fue lo que yo denominaría como la “exhumación y reconocimiento express”, en 1990, de los restos de Allende, enterrados desde el día 12 de septiembre de 1973 en el mausoleo de la familia Grove en el cementerio Santa Inés de Viña del Mar. Operación nocturna en la que no participó nadie con entrenamiento forense, sino varios empleados del cementerio, mientras que el fugaz reconocimiento estuvo a cargo del doctor Jirón. En realidad no se trató allí del simple descuido de tirar a la basura unas cuantas ropas del Presidente, sino de una imperdonable y gravísima perdida de evidencias absolutamente irremplazables. Según lo relata Ravanal: “Gran parte de los restos contenidos en la urna habrían sido eliminados, depositados sobre una lona y arrojados a la basura, entre ellos los remanentes de prendas de vestir, zapatos, y un número no cuantificado de restos y/o fragmentos cadavéricos (óseos), entremezclados con trozos de la urna que se desprendía a pedazos”. Ravanal, con la cautela científica que lo caracteriza, comenta que: se trata “de un hecho sorprendente que requiere ser confirmado”. Es manifiesto que nadie, excepto un entrenado perito forense, puede establecer si acaso un determinado objeto asociado con lo que se investiga pudiera tener valor evidencial, pero cualquiera sabe que lo más importante son los restos óseos que por su dureza resisten el paso del tiempo y preservan en su estructura cualquier corte, impacto o trizadura a las que pudieran haber sido sometidos.

Por cierto que entre los objetos vinculados con la teoría del magnicidio el más importante es el fusil de asalto del Presidente. He aquí un ejemplo de utilización mítica de esta famosa arma. El periodista Camilo Taufic sostuvo y lo reiteró muchas veces, que la mañana del golpe de 1974, el fusil AK del Presidente fue dejado en El Cañaveral, la casa de veraneo de la Payita. En realidad esta afirmación no es más que una explicación ad hoc inventada por Taufic con el fin de demostrar que Allende no pudo haberse disparado con aquella arma en el Salón Independencia de La Moneda, como a las dos de la tarde del 11 de septiembre, porque ella solo habría sido introducida por los golpistas en el escenario de la muerte antes de dicha hora con el propósito de hacer el montaje del suicidio del Presidente. Es decir, lo que Taufic se propuso con esto fue “demostrar” otra de las viejas “teorías” de Robinson Rojas.

Para “probar” su constructo especulativo, Taufic puso como testigos, primero a Joan Garcés y a don Víctor Pey, y posteriormente a Max Ropper, el hijo menor de la Payita, quien en el año 1973 se alojaba en El Cañaveral. Pero todos ellos negaron categóricamente las afirmaciones de Taufic. Sin embargo, aunque Taufic falleció en junio del 2012, su fábula sigue viva, porque Maura Brescia se ha encargado de seguir repitiendo que “la metralleta obsequiada por Fidel Castro… nunca salió de El Cañaveral…” (Salvador Allende. Mi carne es bronce para la Historia, pág 79).

MC.- La opinión pública mexicana está convencida del suicidio del Presidente Allende, también la comunidad del exilio chileno en México. El periódico La Jornada entrevistó al embajador Gonzalo Martínez Corbalá: “Rechazo que Salvador Allende haya sido asesinado: lo afirmo porque supe las versiones más íntimas de lo que pasó en La Moneda” (29/05/2011). ¿Está aceptada la tesis del suicidio de Allende en Chile?

HB.- Creo, Mario, que las cosas son diferentes con la opinión pública chilena. Hace 14 años investigadores de la Escuela de Psicología de la Universidad Católica de Chile realizaron una encuesta de opinión pública, con el fin de establecer la visión que los chilenos tenían hasta ese momento del Golpe del 73 y de la muerte del líder popular. El 49,1% de los encuestados manifestó su creencia de que el Presidente Allende no se suicidó en La Moneda, sino que habría sido muerto allí, mientras que el 50,9% de aquellos manifestaron creer que Allende sí se suicidó. Es cierto que desde entonces se han escrito y publicado un considerable número de artículos y libros sobre la muerte de Allende, y se llevó a cabo la investigación judicial cuyos resultados confirmaron la tesis del suicidio del Presidente. Sin embargo, me inclino a pensar que si bien el número de creyentes en el magnicidio debe haber disminuido considerablemente como consecuencia del efecto conjunto de estos hechos, aún deben quedar en Chile un buen número de “die-hards” [duros de matar], lo que parece confirmado por la publicación casi simultánea, en Santiago, en el 2013, de dos libros en los que se defiende la tesis del magnicidio.

MC.- Dos libros conmemoraron el 40 aniversario del “magnicidio”. Maura Brescia publicó: “Salvador Allende. Mi carne es bronce para la Historia” (2013), basado en pasajes plagiados de otros libros. Tú presentaste una denuncia por plagio ante el Colegio de Periodistas de Chile en contra de dicha autora. ¿Cómo tomar en serio un libro si su autora recurrió al plagio para demostrar su teoría? ¿Qué esperas del fallo del Colegio de Periodistas?

HB.- En efecto, el día 4 de octubre del 2013 le envié una bien documentada denuncia a doña Doris Jiménez, presidenta del Tribunal de Ética y Disciplina del Consejo Metropolitano del Colegio de Periodistas de Chile, en la que demuestro que en el primer capítulo de aquel libro Maura Brescia ha copiado descaradamente extensos pasajes del capítulo 23 de mi libro titulado Pensando a Allende. Escritos interpretativos y de investigación (2013) sin ponerlos entre comillas, ni citar su fuente o autor. Por cierto, Mario, quien debe recurrir a este tipo de engaños y subterfugios para escribir un libro en que se postula una determinada interpretación de la muerte de Allende, no solo muestra que carece del talento y de la formación necesarias para esta difícil tarea, sino que además se ha descalificado a sí misma desde la partida, porque ha perdido toda autoridad moral y credibilidad frente sus posibles lectores.

Han pasado ya casi cuatro meses desde que hice la denuncia formal ante el Colegio de Periodistas y hasta el momento no ha habido ni el asomo de un fallo, ni nadie me ha dado la menor explicación, o disculpa, por esta inexplicable tardanza. Digo inexplicable porque todo lo que el referido tribunal necesitaría hacer para confirmar, o rechazar, mi denuncia, es cotejar los pasajes indicados de mi libro, con las versiones plagiadas en el suyo por doña Maura Brescia, elemental operación que no debiera tomar más de unos 15 minutos.

Lo que espero, como cualquier persona que es víctima de un robo, ya sea material o intelectual, es por lo menos una “restitución moral”, en este caso el reconocimiento público, en forma de una inserción en el periódico electrónico piensaChile.com, así como en el Clarín de Chile, tanto en su versión electrónica como en la edición mensual impresa, en la que se declare públicamente que doña Maura Brescia plagió repetidas veces extensos pasajes del capítulo 23 de mi libro titulado Pensando a Allende. Por cierto, el Colegio de Periodistas de Chile determinará si acaso decide aplicarle alguna otra sanción a la plagiaria. Pero cada día que pasa se acrecienta mi escepticismo en que el Colegio de Periodista llegue a fallar en mi favor y menos a penalizar a la plagiaria.

MC.- El siguiente libro lo escribieron Francisco Marín y Luis Ravanal: “Salvador Allende: Yo no me rendiré” (2013). ¿Cuáles serían sus errores en la argumentación histórica? ¿Cuál sería su aporte a la investigación forense?

HB.- En primer lugar, habría que decir que el libro de Marín y Ravanal es, en realidad, un compuesto heterogéneo de dos textos en los que se examina el mismo tema desde dos ángulos diferentes, pero que carecen de una verdadera unidad, al haber sido escritos por sus autores en forma separada, a excepción de la Introducción que, evidentemente, fue escrita en conjunto. En lo que a su primera parte se refiere, es preciso destacar que ella se ha organizado a partir de una falsa dicotomía entre mártir y héroe, que Marín presenta de la siguiente forma: “Hay una distancia sideral entre el mártir que acaba su vida para evitar que su pueblo salga a la calle y se enfrente a la traición… y el héroe que defiende a tiros el honor de su investidura y las esperanzas colectivas de un Chile nuevo(Allende: Yo no me rendiré, pág. 7). Mucho antes de leer estas frases de Marín yo había escrito lo siguiente, que le calza como anillo al dedo: “Es muy común que quienes aún siguen creyendo en el magnicidio de Allende, entiendan de manera incorrecta el combate y el suicidio como si se tratara de hechos desconectados, o simplemente contrapuestos. Pero el suicidio no fue para el Presidente otra cosa que la culminación de su actitud de combate, de su decisión voluntaria y conscientemente asumida de morir antes que entregar el poder a los golpistas”. Esto es lo que no comprende Marín, al oponer en su cabeza las figuras del mártir y el héroe. Entre paréntesis, Allende no se quitó la vida para impedir que pueblo chileno saliera a las calles a defender su gobierno, cosa que a nadie se le había ocurrido escribir hasta ahora. Allende es justamente aquel héroe “que defiende a tiros el honor de su investidura y las esperanzas colectivas de un Chile nuevo”, pero eso no lo consiguen ver los partidarios dogmáticos del magnicidio, aunque lo tengan frente a sus ojos.

En cuanto a la parte del libro conjunto que comentamos escrita por el doctor Luis Ravanal, y que sin duda será la única perdurable, consiste esencialmente en un preciso y elaborado argumento forense en favor del asesinato de Allende, que merece toda nuestra atención, cualquiera sea nuestra posición acerca de la muerte del Presidente. La estrategia de Ravanal consiste en someter al más riguroso examen los hechos y documentos forenses relacionados con aquella muerte, entre ellos: El Informe de la Autopsía de Allende, el Informe de la Policía Técnica de Investigaciones, el Informe de la Brigada de Homicidios, todos ellos de 1973, así como otros posteriores. Las conclusiones de los análisis metapericiales del médico forense pueden resumirse en cuatro principales: 1. Las lesiones descritas en el informe de la Autopsia del presidente Allende no son compatibles con un disparo de tipo suicida; 2. Se constata la existencia de al menos dos impactos de bala ocasionados por dos armas de fuego diferentes, uno que provoca un orificio de salida en forma redondeada en la zona posterior de la bóveda craniana, y el otro que hace estallar el cráneo; 3. Dado que no se describen signos de vitalidad en la herida submentoniana, es posible concluir que se trata de una herida post-mortem; 4.Se confirma que el disparo en la región submentoniana no corresponde a los denominados de corta distancia, lo que demuestra que no ha sido un disparo efectuado a boca de jarro o con apoyo, y por lo tanto no corresponde a una lesión típica de tipo suicida. Como puede verse, cada una de estas conclusiones contradicen, punto por punto, las conclusiones contenidas en los documentos nombrados más arriba.

Aunque persuasivas, las conclusiones a las que ha llegado el doctor Ravanal luego de sus acuciosos exámenes, presentan, a nuestro juicio, dos grandes problemas: Primero: han sido obtenidas, en su mayoría, a partir de análisis de documentos forenses generados no por testigos imparciales sino por autoridades médicas que hicieron su trabajo bajo las órdenes de la dictadura. Por cierto, esto no descalifica a dichos documentos en su totalidad, pero hace difícil poder distinguir en ellos lo verdadero de lo falso, lo correcto de lo incorrecto. Ravanal ha hecho un gran trabajo de identificación de fallas de procedimiento, errores, omisiones y contradicciones, contenidas en aquellos documentos, pero nadie podría asegurar, más allá de toda duda, que haya sido capaz de detectarlas todas. El segundo problema es que las conclusiones del médico forense se contradicen expresamente con ciertas declaraciones de dos testigos presenciales, (los doctores Guijón y Quiroga) quienes jamás han variado en lo esencial sus testimonios, en el sentido de que como a las dos de la tarde del día del Golpe, desde la puerta de la oficina presidencial, vieron alzarse violentamente el cuerpo del Presidente Allende, entre el humo y la semioscuridad de aquel lugar, inmediatamente después de lo cual uno de ellos, el doctor Guijón, ingresa allí y ve al Presidente moribundo con el cráneo destrozado. Por cierto, el intento de desalojo de estos testimonios mediante argumentos ad hominem no resuelve nada, ni tampoco el intento de asignarle arbitrariamente mayor valor probatorio a las conclusiones de Ravanal que a las declaraciones de dichos testigos.

MC.- Cometí el error de trabajar un libro en coautoría con Francisco Marín: “El doble asesinato de Neruda” (2012). El corresponsal de la revista Proceso falsificó partes de la historia, censuró testimonios y descalificó los resultados de la exhumación de Neruda. ¿Encuentras alguna comparación entre la “metodología” de Marín en el caso Neruda y en el caso Allende?

HB.- Yo creo que sería demasiado generoso de nuestra parte llamarle una “metodología”, pero es evidente que (si descontamos la parte escrita por el doctor Ravanal en el libro conjunto), en ambos se evidencia la misma actitud de creencia ciega de Marín en una cierta explicación de los hechos del caso, que son convenientemente manipulados con el fin de que prueben aquello en lo que se cree con fe de carbonero, es decir, contra toda posible evidencia en sentido contrario. De allí que ninguno de los partidarios dogmáticos del magnicidio use jamás en sus libros la palabra “hipótesis”, en el sentido que tiene en el vocabulario científico, porque una hipótesis es una explicación meramente posible y refutable, mientras que lo que ellos postulan y defienden no es otra cosa que “la verdad misma”.

MC.- En entrevista el doctor Oscar Soto me dijo: “Algunas personas, con marcadas intenciones de sensacionalismo, dan versiones que van desde el asesinato del Presidente Allende… a supuestos acuerdos de los médicos que allí estuvimos, con el general Palacios, para dar la versión de la Junta Militar… Es una falta de respeto a la memoria de nuestro querido presidente el amarillismo con el que algunos tratan su muerte. (Clarín, 26/06/2011). Los fanáticos del “magnicidio” olvidan la condición humana de Salvador Allende y de los amigos que lo acompañaron. ¿Confunden el suicidio con un acto de cobardía?

HB.- Yo he criticado en mis dos libros sobre Allende, y en varios de mis artículos periodísticos, aquel recurso utilizado corrientemente por los partidarios dogmáticos del magnicidio, desde Robinson Rojas hasta Maura Brescia, consistente en descalificar cualquier testimonio que contradiga la tesis de un Allende asesinado por medio de argumentos ad hominem, es decir, por ofensivos ataques personales. Por cierto, el blanco principal de estos ataques ha sido siempre el doctor Patricio Guijón, el testigo crucial del suicidio del Presidente; pero hasta donde sé, el único que tuvo la temeridad, e insolencia, de acusar por escrito a la totalidad de los médicos de La Moneda, de haber entrado en acuerdos con los golpistas con el fin de testificar en su favor, fue Camilo Taufic. No cabe duda que quien necesitó recurrir a este tipo de falsas e infundadas acusaciones, debió haber carecido de mejores argumentos y pruebas para defender su propia interpretación de la muerte de Allende.

Comentando lo que señala el doctor Soto, es efectivo que quienes hacen tales acusaciones no solo tienen una opinión muy pobre de la conducta y moralidad del Presidente, sino también de la de quienes lo acompañaron hasta el final el La Moneda, y que aquellos, al igual que los denigradores derechistas de Allende, son totalmente incapaces de comprender el significado moral y político de su último sacrificio.

MC.- Finalmente, dado que el veredicto de la justicia es inapelable, ya no habrá más distracciones forenses ni deformaciones en la historia ante los tribunales. Terminada la falsa polémica del “magnicidio”, ¿hará falta retomar el estudio biográfico e ideológico del Presidente Allende? ¿Cómo crees que será recordado el Presidente Allende?

HB.- En el prefacio del libro de Nathaniel Davis, Los últimos dos años de Salvador Allende, de 1985, el ex embajador norteamericano en Santiago escribió algo que parece una verdadera profecía: “El fantasma de Salvador Allende no descansará”. Es cierto que la justicia chilena ha entregado su veredicto definitivo sobre el caso Allende, pero creemos que en Chile ello no pondrá término, por lo menos en el corto y mediano plazo, a las dudas y polémicas sobre la muerte del Presidente. Pero al ir falleciendo, en Chile y el extranjero, aquellos que vivieron la experiencia de la Unidad Popular y el Golpe, y que sienten una profunda identificación con el líder y su gobierno, a veces rayana en la idolatría, creemos que se irá haciendo posible una visión más objetiva y equilibrada de su vida, obra, y especialmente de su muerte. No me cabe la menor duda que Allende será recordado en la historia, no solo de Chile, sino también de todos los pueblos progresistas del mundo, como un hombre valiente e íntegro, que enfrentado a una situación límite, prefirió darse muerte antes que perder su dignidad de hombre y Presidente.

Artículo publicado también en www.elclarin.cl

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