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Sortear los sillones parlamentarios

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En la Grecia antigua se sorteaban los cargos de magistrados que sumaban, aproximadamente, mil ciudadanos. En la rifa sólo podían participar los mayores de 30 años, con patrimonio propio, excluidas las mujeres, los metecos – extranjeros – y los esclavos – de los 300.000 habitantes, únicamente podían participar en la Eclesia, (Asamblea del Pueblo), unos 30.000 eupátridas – que elegían a las autoridades en forma directa. Con respecto al azar, Sócrates, un viejo “cascarrabias”, que pasaba su tiempo dialogando y preguntando “tonteras filosóficas” sobre el saber, rechazaba el genial método de elegir por las “habas” – blancas y negras según el dictamen de la lotería y la suerte de cada candidato. No coincido con este pensador griego, pues me parece genial que todos los cargos públicos sean sorteados, garantizando así que no haya persona alguna que, al menos por un día, tenga la oportunidad de ocupar un puesto público.
El sorteo sería mucho más justo para seleccionar a los candidatos a parlamentarios que el voto bajo el sistema binominal. En las elecciones de noviembre, 80% de los diputados llamados incumbentes y que se “repiten el plato”, es casi seguro de que formarán parte del próximo Congreso, lo cual prueba fehacientemente que el voto sigue siendo una pantomima inútil y, lo más grave, un engaño para los ciudadanos – ni siquiera es necesario recurrir, como en el pasado, al cohecho, que daba a los pobres la posibilidad de comer una empanada, donada por los comandos de los candidatos -.
Si imitáramos a los griegos y utilizáramos las “habas” para definir, por medio del azar, quiénes serían los diputados y senadores, nuestro Parlamento sería “perfecto”, pues podría dar la oportunidad de participar en la rifa a todos los ciudadanos que optaran por inscribirse, eliminando el trámite de la nominación a dedo, método empleado actualmente por las mafias partidarias – así desaparecerían, por ejemplo, los Girardi, los Escalona, los Larraín y los Meleros -. Reconozco que el azar tiene riesgos: supónganse que saliera favorecido “el coleccionista de calzones – recientemente descubierto – y que envistiendo a las inscritas a diputadas “a la americana”, serían gajes del oficio, que también se da con el voto cuando se mezcla la política y los negocios, y un senador y uno que otro diputado, se dedican a comentar películas pornográficas en plena sesión de votación de un importante proyecto de ley.
Los personajes de la serie, La vida es una lotería, de Marco Enríquez-Ominami, son mucho más agudos e inteligentes que los actuales conscriptos, pues logran superar las adversidades que les coloca el destino; por lo demás, estadísticamente, los afortunados en los juegos de azar invierten mejor su premio que los parlamentarios con respecto al dinero fiscal, pues la suerte es mucho más sabia que el sufragio popular, sobre todo cuando sistemas electorales como el chileno, lo convierten en un verdadero fraude.
Según Vicente Huidobro, en el parlamento republicano chileno se servían los tés más apetitosos de Santiago, pero se hacían las leyes más podridas; los helados del comedor de la cámara de diputados no han podido ser superados hasta hoy – Carlo Cocina es un niño de pecho comparado con aquel maître del Congreso -. Actualmente, el edificio del Congreso es una auténtica torta de moka y el té es un humilde refrigerio, que se contradice con sus abultadas dietas parlamentarias. Por otra parte, es difícil que apruebe buenas o malas leyes, pues es muy raro el día en que estén en la sala – acaban de tomarse vacaciones hasta octubre, so pretexto de que “tienen que trabajar en su reelección”. Si cambiara el método actual por el del sorteo, se acabaría el problema.
El sorteo tendría otra bondad política: si se aplicara, como lo propone el columnista y rector de la UDP, Carlos Peña, para los debates presidenciales, se lograría una mayor participación de los candidatos, al dividirlos por grupos, que se determinarían por sorteo.
Creo que también podríamos imitar a los griegos, sorteando los cargos de jueces, los integrantes de las Cortes de Apelaciones y los magistrados de la Corte Suprema, pues estoy seguro de que los fallos serían mucho más justos que los actuales y, como en la antigua Gracia, los cargos sorteados no podían durar más de un año.
25/09/2013

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