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Longueira, Novoa y la cruzada de los niños

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3 de Mayo de 2013

Uno de los hitos más espeluznantes de la Edad Media fue la cruzada de los niños. Corría el año 1212 de la era cristiana y la guerra santa hacia Jerusalén por parte de la Iglesia Católica había fracasado sistemáticamente. Las cuatro primeras cruzadas, las principales; hechas con hombres fuertes y dinero, organizadas desde el Papado, con las masas esperanzadas y los guerreros sumándose en cada camino y aldea; habían resultado ser un desastre. Pero ya en 1212 el espíritu cruzado estaba en el suelo.

Una tesis comenzó a hacerse cada vez más fuerte: las cruzadas fracasaban porque los impuros eran sus ejecutores. Como en toda guerra, almas innobles habían sido convocadas para dar la batalla en nombre de la fe y el amor. El ejército cruzado, dijeron algunos, estaba rebosante de pecadores. Para ellos, Dios no habría de apoyar a los cruzados hasta que no fuese pura no sólo su causa, sino también sus hombres y sus medios. Extraño argumento porque Dios siempre eligió a tipos de dudosa reputación para sus obras. Pero la tesis comenzó a masificarse y de pronto se vio por las calles a mujeres, enfermos, ancianos y sobre todo niños, todos diciendo que iban a Jerusalén. Primero eran niños errantes, luego sumaron siete mil, algunos dicen que llegaron a ser veinte o treinta mil. Por los caminos los alimentaban, fueron muchos los que fueron al Papa a pedir que les diera su apoyo. Inocencio III lo consideró una locura. Una guerra que debían ganar los niños. Se preguntó si era un milagro, una obra del demonio o una idiotez. Pero los niños obtuvieron barcos y zarparon a tierra santa. Nunca llegaron. Un barco se hundió no bien habían iniciado el viaje, a vista de los otros niños. Y luego, en una escala en Alejandría, miles de niños fueron secuestrados para convertirlos en esclavos. Fue la peor cruzada. Los puros y santos murieron ahogados o fueron reducidos a la esclavitud por el resto de sus días, lejos de su tierra natal, lejos de tierra santa, lejos de su Dios.

Longueira ha comenzado una cruzada parecida a la cruzada de los niños. Novoa, Bofill y Maquiavelo miran escandalizados los barcos con 10 mil niños listos para zarpar y ganar a los rudos infieles. Algunos empresarios tienen fe, mientras otros están espantados. Y es que los empresarios saben que la única verdad que les interesaba era el poder y el dinero. Pero ahora tienen que financiar la cruzada de un fanático.

La UDI es en sí misma una congregación como los templarios. Con un brazo militar y otro brazo religioso, su obra es en sí misma una cruzada contra los infieles. No les importa la opinión del pueblo, porque la verdad en ellos no se ha revelado. Sí les importa el pueblo, porque desde ellos se puede extraer plusvalor o plustrascendencia. No están dispuestos a decir “todo por el pueblo, pero sin el pueblo”, pero, al menos, están completamente de acuerdo con el último 50 % de la frase. Su brazo militar no son sólo las Fuerzas Armadas. También importa allí El Mercurio, La Tercera, las universidades privadas, los centros de estudio. Su brazo religioso no es sólo la Iglesia, pues su verdad se revela también por economistas y tecnócratas. Sus cardenales no son sólo los del clero, pues también lo son los empresarios. Para la UDI la política es simplemente la fachada de un poder que se juega en otro sitio y de otras formas. La política es una actividad por secuestrar, una parodia que hay que hacer. Lo que importa es el poder, que no debe estar en la política, pues ella es servidora de Él.

La UDI tiene una gran guerra santa: defender el modelo. No sólo el económico, sino también el político, el cultural. Es el orden (la “paz social” le dicen), la moral sexual de Juan Pablo II, el libre mercado, la gran empresa, las organizaciones intermedias erosionando al Estado, la despolitización, la des-representación política, la desmovilización de la sociedad (donde la religión es fundamental). Pero en realidad defender el modelo es la  versión filosófica, la forma de construcción hegemónica, de una cincuentena de familias que tuvieron la astucia de mandar a la guerra a los militares y llevarse para la casa los capitales.

El éxito de la UDI durante estos años ha sido enorme. Si Margaret Thatcher dijo que su gran obra política había sido Tony Blair, la UDI puede decir que su gran obra política ha sido la Concertación, esa coalición que partió con la medida de lo posible y terminó con la medida de lo conveniente. Longueira tenía razón: si el gobierno de Piñera se parecía a los de la Concertación, no era culpa de Piñera. Los que gobernaron con las ideas de los otros fueron los socialistas como Lagos y Bachelet.

Un éxito muy grande guarda siempre en su seno la dificultad de administrar el futuro. El problema de todo clímax es que siempre se ha de bajar después. Ganar una elección presidencial desde la derecha fue la cima. Administrar ese futuro era una enorme dificultad. Las movilizaciones de 2011 plantearon un problema: el horizonte de ellas era el modelo económico, político y cultural. ¿Cómo salvarlo del avance de las fuerzas de la transformación? Había dos tesis. La de Novoa y la de Longueira. La guerra teológica comenzó entonces.

Tesis Novoa:

1)   La UDI debe crecer todo lo necesario, pero no todo lo posible. Debe crecer hasta el punto donde sea posible mantenerse sin transar en lo fundamental, sin modificar la ruta. Si el partido crece integrando nuevos contenidos, nuevos grupos, abriendo puertas de democracia interna, la UDI se debilitará.

2)   No se puede abrir la puerta a modificaciones parciales del modelo. Cualquier aumento en democracia, en mayores servicios públicos, participación, representación, si se distribuye poder en cualquier forma; eso no se detendrá más y erosionará todo el modelo.

Tesis Longueira:

1)   La forma de ser influyente es ser más fuerte en los sectores populares, tener más representantes en el Congreso Nacional, ser el partido más grande de Chile, sintonizar con los pobres, canalizar la energía de la calle hacia la fe en el futuro (desmovilizar movilizando).

2)   Hay que trazar una línea entre lo correcto y lo incorrecto dentro del modelo. El poder de la empresa y la política debe tener límites, debe delimitarse qué es abuso y qué no. No se debe incrementar demasiado el poder de la empresa, hay que regular, ser razonables, no dejar que la ambición rompa el saco. El modelo debe tener ciertos límites que impidan su deslegitimación.

Aunque suene irónico, no fue extraño que el affaire de los estacionamientos en los centros comerciales haya detonado la batalla campal que se dio en la UDI. La lucha se dio en el arquetipo del Chile que construyó la derecha: el mall. Longueira desesperó porque en el templo del consumo, en la plaza pública del comercio, se restringiera el acceso cobrando estacionamientos. No se podía llegar tan lejos, pensaba, pues su alma ritualista se respeta en los templos, aunque sean en forma de centros comerciales. Novoa responde algo sencillo: si se quiere crecimiento, hay que seguir creciendo. Y para eso, cobrar por lo que antes era gratis no sólo es parte de la fórmula, sino que es el corazón de la fórmula (privatizar, por ejemplo). Como toda discusión de alta teología, siempre tiene relación con un hecho ínfimo (los ortodoxos se separaron de la Iglesia porque al cambiar el calendario se perdían algunos días y con ello se ofendía a los santos de esos días). Novoa tiene claro que el modelo funciona única y exclusivamente en las condiciones en que está, que no se pueden ejecutar reformas reales sin romper el muro de contención que se construyó durante la dictadura y la transición. El modelo chileno es una extravagancia, tiene utilidades para las grandes empresas del 30 % anual, está basado en la ausencia de competencia económica y política. Inversiones de miles de millones de dólares recuperan la inversión en tres o cinco años. Las rentabilidades son de país en guerra, con un país en paz. Novoa sabe que la Universidad del Mar no es una excepción, que La Polar tampoco, que los pollos, los buses y las farmacias no son los únicos coludidos. Novoa sabe que quitar los intereses abusivos, la desinformación al consumidor, los oligopolios, la integración vertical y la presión a la microempresa; es también quitar el modelo. Novoa sabe que la primera reforma tributaria abre la puerta a la siguiente, como fue con la reforma agraria. Novoa sabe que la verdad del modelo chileno no está en la teoría económica de la libertad y el emprendimiento. Por eso, Novoa necesitaba un títere, una máscara en forma de candidato, un ser anodino que respondiera a las presiones y pudiera traducirlas en una caricatura de superación y logros del modelo. Por eso necesitaba a Golborne o cualquier cosa parecida. Pero cometió un error: fue a buscar al candidato al corazón operacional del modelo, del mismo modelo que está en proceso de fractura y deslegitimación, fue a buscar su nombre a las tierras del abuso. Y vimos morir en escena a la máscara cuando se desnudó su origen en el abuso mismo.

Pero Longueira es mesiánico. Está convencido que el modelo puede funcionar sin abusos, que las utilidades se mantendrán o bajarán muy poco, que los empresarios aceptarán los esfuerzos, que los microempresarios podrán tener oportunidades, que se puede eliminar toda contradicción entre las clases. Longueira cree que hay tierra santa, que Guzmán fue un profeta y que su nombre ha sido pronunciado por Aquél cuyos ojos no son de carne. Longueira llama a salvar un modelo que se construyó con sangre y que operó con abuso, asumiendo que es posible transformarlo en armonía, bondad, caridad y sentido social. Longueira cree que un ejército de santos podrá ir a la batalla por salvar el modelo y que ellos, sólo por su infinita fe, podrán otorgar su verdad a los empresarios abusivos, salvando el modelo y permitiendo que en él no exista distorsión alguna, ningún mal. Longueira sabe que a veces hay que ir a la guerra y está dispuesto a ejecutar los actos más oscuros, pero siempre pensando en la profecía que lo ha poseído. Su batalla no es de este mundo.

La candidatura de Longueira marca la contradicción final de la UDI. Los fanáticos mesiánicos corren a la guerra, sin armas, con la fuerza de la fe y sin la fuerza de la razón. Longueira suma a la UDI entera en su empresa suicida, la invita a creer en una utopía, se inventa un modelo que sólo existe en el cielo y corre a la redención. La fuerza de su fe inspira toda clase de emociones y probablemente será suficiente para superar a Allamand en las primarias. Y es que la fe mueve montañas. Pero Novoa tiene razón. Basta con mover un pequeño cerro en la formación geológica del modelo chileno, para que el modelo no pueda seguir operando. Y la UDI, sin este modelo, no es nada.

Longueira ha comenzado una cruzada parecida a la cruzada de los niños. Novoa, Bofill y Maquiavelo miran escandalizados los barcos con 10 mil niños listos para zarpar y ganar a los rudos infieles. Algunos empresarios tienen fe, mientras otros están espantados. Y es que los empresarios saben que la única verdad que les interesaba era el poder y el dinero. Pero ahora tienen que financiar la cruzada de un fanático.

El autor, Alberto Mayol, es Sociólogo y académico Universidad de Chile

*Fuente: El Mostrador

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1 Comentario

  1. JUan R. Fernández

    Un artículo extraordinariamente bien hecho, bien relacionado, de una lucidez, y claridad pocas veces visto en un lenguaje claro y hasta profético. Solo un aporte más, la verdad de los hechos si éstos son debidamente interpretados por la clase pensante contraria al modelo neoliberal, podría triunfar siempre y cuando congregue y articule a más personas educando a todos en las perversiones que el modelo tiene.

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