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1° de mayo: un pasado redivivo maquillado de feriado

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El pasado miércoles se conmemoró en el mundo un nuevo aniversario de la lucha obrera por la reducción de la  jornada laboral (a excepción paradojal de los EEUU –junto a Canadá- donde tuvieron lugar los acontecimientos que motivan ésta efemérides). ¿Día festivo? ¿De lucha? Según los diversos países y circunstancias tal vez algo de alguna de esas características, pero mayoritaria y masivamente, mucho de nada, de extensión del sueño matutino, de dominguismo relajado y ausentista; de feriado al fin. Un lamentable indicador de debilidad contemporánea que habrá que intentar revertir como si aquel “feriarum” del latín derivado en “festus” hubiera colonizado la jornada. No sólo en homenaje al merecido recuerdo de los mártires de Chicago, sino también a los antecedentes previos, que conjuntamente, merecerían auspiciar un debate sobre la duración de la jornada laboral de interesante actualidad. Uno de los –peyorativamente llamados, en particular por Marx y Engels- “socialistas utópicos” e impulsor pionero del cooperativismo, Robert Owen, ya sostenía en 1810(¡!) que la propia calidad del trabajo tiene una relación directamente proporcional con la calidad del trabajador. “Por lo que para cualificar la producción de cada obrero, es indispensable brindar mejoras en las áreas de salarios, vivienda, higiene y educación; prohibir el trabajo infantil y determinar una cantidad máxima de horas de trabajo”. Por entonces, el cooperativista lo cifraba en 10 ½ hs, pero 7 años más tarde acuñó el lema “8 hs de trabajo, 8 hs de recreación y 8 hs de descanso”. Muchos años después, a mediados del siglo XIX esta propuesta fue retomada por el movimiento cartista inglés. Regulaciones paulatinas –y escasas- durante todo aquel lejano siglo, más enfocadas sobre el trabajo infantil y femenino, se fueron adoptando en diversos países europeos y también en los EEUU donde entonces la jornada laboral estaba regulada, pero en 18 hs (¡!). También en Australia, donde la lucha comenzó en 1855 y la jornada de 8 hs se logró en el sector de la construcción 3 años después pero se generalizó lentamente al resto de los gremios. Recién en el congreso de Ginebra de 1866, la Asociación Internacional de los trabajadores (la I internacional) tomó la propuesta de las 8 hs como reivindicación propia, es decir medio siglo después de haber sido planteada por el “utopista” inglés.

20 años más pasaron para que la “Labour Union” estadounidense lanzara su famosa huelga del 1° de mayo para exigir la jornada de 8 hs que fue acompañada de imponentes movilizaciones que motivaron la represión (también la indefendible detonación de explosivos que mataron varios policías) y la detención arbitraria y juzgamiento falaz y tramposo de los mejores dirigentes anarquistas que los llevó a la ominosa ejecución que hoy se recuerda en esa fecha. Muchísimos años más aún, para que esta conquista arribara a las costas latinoamericanas con el primer antecedente de México en 1917. Una primera conclusión resulta obvia: las sucesivas formulaciones de la demanda y las luchas que la acompañaron han sido largas, extendidas a lo largo de la historia e internacionalizadas, no exentas de sangre y sufrimientos. Sin embargo requerirá de algunas mediatizaciones y la formulación de otros interrogantes.

La primera de ellas es que la obtención de la conquista legal y formal en el mundo –occidental- no necesariamente conlleva su logro real. Particularmente en América Latina, la incorporación cuasi estructural de las horas extras a la par que el multiempleo (problemas a los que los estudios de sociología laboral han prestado escasa atención) ponen en duda la efectivización plena de la conquista, además de potenciar el desempleo de capas de trabajadores más estancadas al sobreemplear a los ocupados. Es llamativo que aún en centrales sindicales con larga tradición organizativa y de lucha, escaso nivel de burocratización y corrupción, como la uruguaya o brasileña, verdaderos ejemplos mundiales para la organización de los trabajadores, no hayan tomado a fondo este problema, más allá de las exigencias salariales aplicables a esta forma de sobreexplotación como desaliento relativo para los empleadores. El interrogante que además surge es que pasado ya más de un largo siglo desde la obtención de esta conquista (y dos siglos desde su formulación) y con el abismal crecimiento de la productividad del trabajo, ¿basta sólo con recordarla o es hora de renovarla actualizadamente y reincorporarla, cual obrera injustamente despedida, al acervo de luchas inmediatas? El hecho de que 8 hs sean más soportables que 12 o 16, ¿justifican su preservación en un contexto de desigual distribución del empleo?

La extorsión de plusvalía de los trabajadores, no es sólo valor creado y apropiado por los patrones, sino también tiempo libre (aquél que se labora más allá del valor creado para su propia retribución monetaria) expropiado. El momento de ocio que ya en el siglo XIX exaltó Paul Lafargue -a quién el exilio londinense le deparó el abandono del anarquismo proudhoniano y un matrimonio con Laura, convirtiéndolo en yerno de Marx- comenzó a ser valorado como parte de las condiciones laborales. En el debate sobre la duración de la jornada laboral no se pone en juego exclusivamente la distribución poblacional de la oferta de empleo por parte del capital, (cosa nada despreciable, más aún en momentos en los que la crisis capitalista internacional expulsa centrífugamente trabajadores, tanto de sus trabajos, cuanto de sus propias casas) sino también lo que se conciba cualitativamente como vida, particularmente la de aquellos que producen la riqueza de la que disfruta, desigualmente, el conjunto de la humanidad. A las razones de solidaridad interobrera, se le añaden las de conquista de tiempo vitalmente disponible, excluyente momento de disfrute de goces y libertades.

Suelo participar de los actos del día del trabajador donde me encuentre. Este último en Uruguay, donde tengo recuerdos memorables de sus actos a mediados y fines de los ´80, al retorno del exilio aunque no pude estar en el histórico de 1983 en dictadura. La leve ondulación de la avenida montevideana que une visualmente la “Plaza del Entrevero” con la explanada del Palacio Legislativo, me permitió fijar en mi memoria las más conmovedoras imágenes del torrente de masas invadiendo aquel ancho cauce vehicular. No son las únicas. Aunque por otros motivos, un 26 de julio en La Habana o algunos 24 de marzo en Buenos Aires, me quedarán siempre grabados como momentos en los que la movilización de masas, solía anticipar posibilidades próximas de conquistas y emancipaciones, aún parciales. Razones de proximidad me situaron esta vez en la ciudad de Minas, la pequeña capital del departamento uruguayo de Lavalleja. La comparación con otros actos allí mismo, tal como -por comentarios de dirigentes amigos- sucedió también en Montevideo o San Carlos (que a la vez festejaba su 250° aniversario) y otros puntos del interior uruguayo, llaman la atención sobre la declinación significativa de la convocatoria, además de la composición etaria más avanzada en edad y la escasa participación femenina. Nada de lo señalado se explica por ausencia de enjundia discursiva de los oradores. Por el contrario, la proclama del Pit-Cnt leída en todos los actos del país (cuya copia solicité para confirmar en la lectura las precisiones escuchadas), además de algunas particularidades de los sindicalistas locales, es verdaderamente encomiable. No por contemplar la problemática con la que inicio este artículo, sino por presentar una puntualización programática diversificada, una suerte de plan macroeconómico y social, superador de la mera reivindicación defensiva y acotadamente salarial, que el Frente Amplio debería tomar muy seriamente en cuenta, ya que allí reside su pilar fundamental, independientemente de su carácter pluriclasista.

Es evidente que además de planteamientos estrictamente sindicales de logros actuales o esperablemente futuros, sobre todo para los trabajadores más postergados como los rurales, domésticos, los discapacitados, los clasificadores de residuos, o los nocturnos, la amplitud, variedad y complementariedad de las caracterizaciones y demandas, lo convierten en una breve exposición de horizontes a conquistar. En la esfera económica se aborda desde la “mayor y mejor distribución de la riqueza” con propuestas concretas en materia tributaria, de incremento diferencial que priorice el salario mínimo, pasando por políticas de empleo que contemplen la calificación profesional “con políticas selectivas y de formación profesional por ramas de actividad”, la autogestión y cooperativismo y diversificación productiva en cadenas. Pero a la vez, desde una perspectiva social toma en cuenta la problemática educativa, de vivienda, salud, previsional (con el drama de las AFAPs, verdadera estafa al futuro de los trabajadores y factor de diferenciación interobrera) o la salud reproductiva con clara reivindicación del aborto legal y seguro. Y llega inclusive a posicionarse políticamente como frente a la reciente consagración de la impunidad de los criminales de la dictadura, la amenaza de la baja de edad de imputabilidad penal, la violencia doméstica con su inevitable correlato de género, o la integración latinoamericana.

Personalmente creo que tanto o más importante que las magnitudes salariales o las particularidades de condiciones laborales de cada gremio y sector, la reducción de la jornada laboral bien podría ser un factor de reencantamiento con la lucha y la movilización. Tanto como un punto de encuentro con las recalificaciones profesionales necesarias que hasta puedan interesar también a los empleadores para interesarse en ello. En cualquier caso, como aquellos luchadores de Chicago y del mundo entero, sólo los conscientemente interesados en obtener avances en materia laboral serán los que logren conseguirlos. Y sólo los beneficiarios de los actualmente obtenidos, serán quienes puedan defenderlos ante toda clase de amenazas retrógradas.

No pienso particularmente en ganarle tiempo a la jornada laboral para entregarlo al remanso televisivo y a la tibieza hogareña, sino para sumarlo a una formación crecientemente integradora entre las habilidades laborales y la comprensión de la propia situación laboral. O para conquistar mejores tiempos. En eso también consiste el ocio creativo, el que hace la historia.

– El autor, Emilio Cafassi, es Profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano. cafassi@sociales.uba.ar

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