Luego de veinte años de espera y del fracaso del modelo. Es tiempo de transformaciones
por Diego Vela (Chile)
12 años atrás 10 min lectura
Este año se cumplen cuatro décadas del golpe de Estado, momento de nuestra historia que no sólo trajo la muerte de más de 3.500 personas y la tortura para millares más, sino también impuso un cambio en las raíces de cada espacio del país: la Constitución y el sistema económico, político y social.
Desde la vuelta a la democracia no se han podido llevar a cabo transformaciones reales en la Constitución y en las bases del modelo existente, los candados impuestos a través de los altos quórum de aprobación, sistema binominal y atribuciones del Tribunal Constitucional han respondido perfectamente a la intención de sus creadores: “Si llegan a gobernar los adversarios, se vean constreñidos a seguir una acción no tan distinta a la que uno mismo anhelaría, porque -valga la metáfora- el margen de alternativas que la cancha imponga de hecho a quienes juegan en ella, sea lo suficientemente reducido para hacer extremadamente difícil lo contrario”, dijo Jaime Guzmán, ideólogo de la dictadura y fundador de la UDI.
Sin embargo, pareciera que las nulas transformaciones estructurales del sistema no han sido sólo porque no se “ha podido” cambiar, sino también porque los representantes políticos que dicen buscar los cambios no han querido. En especial, la Concertación en dos oportunidades (con Ricardo Lagos y Michelle Bachelet) tuvo la oportunidad de hacer cambios profundos a la herencia de la dictadura teniendo los quórum necesarios para modificar sustancialmente las instituciones económicas, sociales y culturales, entre ellas la ley de universidades y la ley antiterrorista, pero ha terminado prevaleciendo la visión conservadora y/o neoliberal por sobre avances en derechos sociales.
Lo que observamos es que en estos años se han logrado mejoras en algunas materias como cobertura de algunos derechos, disminución de la pobreza y crecimiento económico, pero también nos hemos convertido en el segundo país del mundo más segregado en educación y seguimos con los niveles más altos de desigualdad. Además pareciera que todo el espacio público se ha transformado en algo privado. Ejemplo de esta pérdida de lo público es lo que vemos día a día en nuestro Banco del “Estado” que lo único que busca es autofinanciarse y generar una mayor lógica de consumo y endeudamiento. Otro es nuestro canal estatal Televisión Nacional de Chile (TVN) que en vez de buscar generar cultura termina respondiendo a los dictámenes del raiting y lo que se ha transformado en un experimento único a nivel mundial. Nuestra educación “pública” desfinanciada por parte del Estado y seleccionando estudiantes por nivel socioeconómico a través de financiamiento compartido (con una discriminación de precios casi perfecta), terminando en lógicas mercantiles para lograr financiarse.
Lógica mercantil
Hoy cada espacio público o comunitario está bajo el influjo de la lógica privada o mercantil, priorizando siempre lo individual sin considerar el impacto colectivo que esto genera. Se ha llegado a decir que “hay que dejar la libertad de que las familias paguen la educación”, pero esa “libertad” limita el ingreso a la educación para quien no puede pagarla, por lo tanto se transforma en una libertad definida en relación al patrimonio propio y no en función de la libertad de elegir que supuestamente se pregona.
En el sistema político, vemos cómo la ciudadanía ha perdido poder, y finalmente el ejercicio democrático ha terminado respondiendo a una validación de negociaciones y transacciones entre dos coaliciones de poder. La lógica mercantil, ha inundado cada espacio donde estamos insertos, desde nuestros derechos sociales que son comprendidos como bienes privados hasta las relaciones familiares, donde las cosas se han trastocado a tal punto que lo principal hoy es asegurar un incremento en el patrimonio o directamente producir riqueza y cada acto de cariño se ha visto cercado por la lógica del intercambio mercantil, “yo doy esperando algo a cambio”.
Los movimientos sociales han demostrado que no estamos dispuestos a ser cómplices de este sistema depredador y continuar nutriendo este árbol podrido. Rompiendo la indiferencia y movilizándonos podemos cambiar las cosas, la esperanza no existe si nos quedamos en la sola espera. Punta de Choros, el movimiento estudiantil, Aysén, Freirina, HidroAysén, el pueblo mapuche buscando reivindicación política e histórica, son ejemplos de cómo los ciudadanos hemos terminado con la complacencia y estamos luchando, y seguiremos en ello, por romper las injusticias de este país.
El lucro omnipresente
Durante todos estos años un grupo de cínicos nos ha dicho qué debemos esperar: un país justo y más igualitario llegará cuando logremos el desarrollo producto del sistema de libre mercado. Sin embargo, quienes lo sostienen como dogma de fe no son los que ven limitada su esperanza de vida por la atención que tienen en salud, quienes se trasladan todas las mañanas en el transporte público como rebaños humanos y mucho menos quienes no pueden estudiar en una escuela por no tener el dinero para pagar el financiamiento compartido. Estos cínicos son los que han dicho que no quieren una Constitución soberana, quienes han matado la educación pública y quienes justifican que la educación sea comprendida y administrada como un negocio. Chile es el único país en que la libertad de empresa es más importante que el derecho a la educación y el lucro en ella es el fiel reflejo de esto. Hoy como país, podemos terminar con esta farsa en la que se ven inmersos nuestros derechos y acabar con el cinismo de frases como “la educación es un bien de consumo” (Sebastián Piñera, 19 de julio 2011) y lograr realmente una educación en beneficio de todos.
Esta lógica mercantil que está presente en todos nuestros espacios determina qué ideal de sociedad queremos construir. La lucha por poner fin al lucro en educación, ha evidenciado el problema estructural que tenemos como sociedad. La educación, herramienta para aprender, crear libertad y un espacio donde desarrollamos nuestras capacidades y nos formamos como ciudadanos, hoy se ha reducido a un medio para generar dinero. Hemos naturalizado que el fin de una institución educativa no sea educar sino generar lucro.
El fin ordena todos los medios para alcanzar este fin, por ejemplo si nuestro fin es ser felices, todos los medios que utilicemos apuntaran en conjunto a generar felicidad. En el caso de la educación con fin de lucro, el director de una escuela o rector de una Institución de Educación Superior alineará todos los medios para lograr dicho fin. En este caso el fin de lucro significa maximizar el retiro de utilidades, esto es maximizar la diferencia entre los ingresos que genera (aranceles+aporte del Estado) y los costos que tiene (calidad) en un horizonte de tiempo. Por su parte el estudiante lo que buscará será tener el máximo aprendizaje y formación posible, lo cual se da en gran parte por la calidad (profesores, bibliotecas, infraestructura, metodologías de enseñanza, y otros factores) que tenga la institución y que esto le signifique lo menos costoso posible (aranceles). Por lo tanto vemos que los fines del estudiante están en contraposición con los que tienen los dueños de la institución con fin de lucro. Ejemplo de esto es lo que sucedió en la Universidad del Mar, los controladores de esa universidad buscaron tener los máximos ingresos posibles a través de aranceles altísimos, muchos alumnos y con buena capacidad de pago, razón por la cual hasta estuvieron dispuestos a hacer estafas para conseguir la acreditación con tal de tener estudiantes con Crédito con Aval del Estado; en cambio los 18.000 estudiantes buscaban tener una educación de calidad sin saber que los estaban estafando y ofreciendo carreras sin campus clínico en el caso de la salud, ni tampoco campo laboral. Finalmente, lo que demuestran los hechos es que lo que prima en una institución con fin de lucro es lucrar, no entregar una educación de calidad.
Sin temores
La educación no es un bien de consumo en que con una boleta puedo pedir que me cambien el producto o me reembolsen el dinero de la compra. En un bien de consumo como una manzana o una polera uno puede darse cuenta si la manzana o calidad de la polera es mala. Al morder uno puede sentir el sabor amargo de la manzana o al poco uso de la polera uno nota el desgaste, en cambio en la educación es muy difícil percibir si se está en una institución de buena calidad, recién cuando uno se inserta en el mundo laboral se puede percatar un poco de las falencias que tiene. La teoría de oferta y demanda supone que la oferta mala desaparecerá o que las instituciones malas no tendrán demanda, eso puede resultar para una manzana pero en el caso de la educación al existir altas asimetrías de información y una demanda que casi no cambia (demanda inelástica) ese ajuste es muy difícil que ocurra. Lo más grave de esto es que todas las generaciones de personas que vivan esta mala educación producto del “desajuste” del mercado van a ver afectado para siempre su aprendizaje y habrán perdido años de vida. Aún peor, si consideramos que hay procesos de aprendizaje que se dan en cierta edad y después es muy difícil recuperar. Muchos defendemos los derechos humanos al decir que todas las vidas valen lo mismo, en la educación deberíamos utilizar la misma lógica. La educación en muchos casos es una decisión única en la vida, no sirve la boleta, y hoy la vida está siendo considerada como un bien de consumo.
De nosotros depende
Estamos siendo esclavos del sistema en vez de que el sistema responda a nosotros, la dictadura logró su objetivo de que nuestros fines se trastocaran y que el fin de la educación no sea educar sino lucrar y el de nuestras vidas generar dinero en vez de buscar felicidad. El mercado es un instrumento que nos permite organizar los intercambios pero no puede ser nuestro amo. Día a día vemos cómo las estructuras impuestas dan fruto en cada espacio en el cual nos desenvolvemos durante la vida y sabemos que nuestras raíces como sociedad y seres humanos no pueden seguir comiendo estos frutos podridos. A 40 años del golpe de Estado somos muchos los que no tenemos los miedos que con asesinatos, represión y tortura se buscaron crear. Estamos convencidos de que no hay un solo camino posible, no estamos dispuestos a ceder en transacciones políticas con tal de mantener nuestros privilegios y espacios de poder, queremos avanzar hacia lo que consideramos justo y por ello seguiremos movilizándonos para construir una sociedad en la cual podamos vivir juntos, donde no nos encerremos en nosotros mismos sino logremos una sociedad de la vida en común.
Como dice Eduardo Galeano: “Al fin y al cabo somos lo que hacemos para cambiar lo que somos”. De nosotros depende que el poder de los cínicos no se imponga sobre el poder que tenemos las millones de personas que queremos los cambios. Está claro que no será un camino fácil ni inmediato, pero de la consecuencia de cada uno y de las acciones que emprendamos, depende terminar con este árbol podrido que tenemos de sistema. Pasamos veinte años pidiéndole al olmo que diera peras. Para tener un Chile justo y democrático tenemos que cambiar el árbol.
-El autor es Presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad Católica de Chile (FEUC)
Publicado en la edición de marzo de 2013. Le Monde Diplomatique
*Fuente: Le Monde Diplomatique
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De acuerdo hay que cambiar el árbol, pero eso significa una Nueva Constitución Política o Carta Fundamental. Una camino para ese logro es la Asamblea Constituyente, al menos no se conoce o escuchado aun otra forma. Otro camino para cambiar el árbol pasa por reformas al sistema electoral establecido, entiéndase sistema binominal, pero para eso se requiere quorum cualificado, es decir 4/7 en las dos cámaras.Cabe destacar que han rechazado 7 veces el cambio del binominalismo.
Cambiar el árbol requiere, de todas formas, el mas amplio consenso social y político, de lo contrario el árbol seguirá ahí.