Problema, efervescencia, conflicto… en la “zona roja”… la prensa chilena, siempre bien dispuesta a los sinónimos y eufemismos, viene hace años nombrando de diversa forma los acontecimientos sucedidos en la mal llamada Araucanía. Aunque, de hecho, la zona no tuvo ni tiene araucanos, quienes tal vez jodieran menos y fueran menos “flojos” y “curados”… Nunca lo sabremos. El punto es que La Araucanía tiene mapuches (y asimismo lafquenches, pehuenches y huilliches). En base a ese rebautizo por chilenos de una zona “chilenizada” por las armas, con un mínimo grado de perspicacia se puede avizorar cómo se pudo haber llegado a la actual situación.
Nuestro problema no tiene un par de años. Ni siquiera una o un par de décadas. Nuestro problema, soy majadero en lo de nuestro, empieza a fines en la segunda mitad del siglo XIX.
Es tan simple como que los territorios de una nación —por más que estuviera dividida en diversos grupos y a su vez estos grupos subdivididos—, fueron invadidos y anexados por otra que poseía una tecnología bélica superior. Por si no fuera suficiente la figura de tierras ancestrales, debe recordarse que la Corona española firmó varios tratados reconociendo a la nación mapuche y sus territorios. Antes del robo de tierras a Perú y Bolivia en la Guerra del Pacífico, Chile iba de Copiapó a poco más al sur de Concepción, donde estaba la zona mapuche jurídicamente reconocida en tratados internacionales formales. Así, nuestra incipiente república continuaba por allá por el Seno de Reloncaví y Chiloé insular. La expansión militar nos convirtió en lo que hoy somos.
Tal vez uno podría exculpar a los civilizados-salvajes del siglo XIX quienes, ebrios de la mitología del racismo y el progreso, la civilización y el Estado-Nación unitario y homogéneo, nunca se preguntaron si era correcto despojar a otro pueblo de su territorio, masacrarlo y ponerlo en el último puesto en la escala de su estatus social. Con mayor razón las dudas se evitan si la mitología chovinista de los civilizados-salvajes estaba convenientemente “aceitada” con ganancias materiales.
No obstante, la complicación es que nuestra situación de base como país no ha tenido muchas variaciones en el tiempo. ¡Y ya estamos en el súpercivilizado siglo XXI! No bastan un puñado de personas con apellidos mapuche que tengan títulos universitarios, un buen pasar económico o se sientan chilenos, para evitar cuestionarse cómo hemos construido nuestra nación. Y nuestra historia no empieza con Piñera y la hiperventilación de Hinzpeter o Chadwick en la cartera de Interior. Y nuestra historia tampoco exculpa a la izquierda, que aunque hoy apoya la “causa” mapuche, por muchos años sólo vio a las primeras naciones como proletariado rural o campesinos explotados… Los agudos científicos del cambio social sí que sabían qué eran en realidad los “indios”. Los propios “indios” no tenían ni idea… y a nadie se le ocurrió preguntarles (el cholo Mariátegui era sólo un “intelectual pequeño burgués en un país campesino, atrasado”).
En tanto ciudadanos y ciudadanas de este país, por más que Ud. se considere una persona decente, al ser parte del soberano que delega su poder al Estado, todos tenemos una culpa basal en el trato que históricamente ese Estado, nuestro Estado, les ha dado a las primeras naciones. A todas. Porque los mapuches son hoy la más notoria de esas naciones, pero no la única a la cual hemos expoliado.
Algunos podrán decir, incluso con buena fe pero con cero empatía, que la Guerra de “Pacificación” de La Araucanía fue hace mucho tiempo, que ya no vale la pena alegar.[1] Otros, más fascistoides aunque crean que emiten una máxima política de gran sabiduría, dirán que lo perdido en la guerra perdido está y ya no pueden alegar. E incluso otros se extrañarán que siendo “chilenos” hace tantos años, ahora un grupúsculo alegue porque les bajó creerse “indios”. Desde todas esas perspectivas es “su” problema, no el nuestro.
Y ese, insisto en la importancia del punto, no es “su” problema. El conflicto no es “de” los mapuches. Es y ha sido por decenios, nuestro problema, nuestro conflicto. Fue el Estado chileno, que luego de invadir y anexar, dio paso a una política de limpieza étnica (expulsiones, compras, reducciones) y de asimilación, de “chilenización”, quitándoles y/o rebajándoles su idioma y el resto de su cultura. Debemos de una vez por todas asumir nuestra historia, nuestra política estatal, nuestra cultura racista. ¿Cómo es eso de traspasarle el bulto a los perjudicados, a los agraviados, a los expoliados por nosotros, por lo hecho por nuestro Estado por acción u omisión? ¿Qué responsabilidad podrían tener en ello? ¿Cómo podría ser eso “su” problema?
Para no gastar más tinta (en realidad bits) sólo imagine Ud. que los mapuches nos ganaron la Guerra de “Pacificación”, que Chile fuera de ellos y todos estos años nos hubieran tratado a los chilenos como nosotros los hemos tratado a ellos. ¿Es muy tarde para alegar si nos tocó perder y después de tanto tiempo ya deberíamos ser mapuches? El expansionismo agresivo es nuestro problema, no de nuestras víctimas. Sean esas víctimas mapuches, pehuenches, lafquenches, huilliches, atacameños, aymaras, rapanuis, selknam, kaweshkar, diaguitas, quechuas, etc.
Nuestra responsabilidad histórica debemos asumirla como sociedad, discutir en torno a ello e intentar enmendarla. No insistir con la vía armada a través del Estado. Ese, justamente, fue y es nuestro problema. Así empezó nuestro problema. Pareciera mejor intentar aprender de la opción que (a la larga) tomaron Canadá o Nueva Zelanda, estados que en su momento fueron expansionistas y colonizadores. No volver a la lógica civilizada-salvaje del siglo XIX y correr el terrible peligro de terminar siendo un ocupante al estilo de Israel.
El siempre lamentable asesinato de personas, de la etnia que sea y con el apellido que sea, no es más que un punto crítico y triste. Muy crítico y muy triste de hecho. Mas, no es el comienzo de nada en cuanto a las relaciones entre dos naciones. Y, por cierto, que nuestro Estado reaccione presuroso ante el asesinato de unos y a la vez sus propios agentes sean culpables de asesinar a otros, grafica nuestra situación. Es un ejemplo del por qué ocurren y pueden seguir ocurriendo sucesos tan lamentables. Sacar a colación esos sucesos no es intentar un empate moral, ni menos considerar una vida más que otra. Interpretarlo así es, justamente, no darse cuenta de nuestro problema.
Ojalá pronto solucionemos nuestro conflicto. Nadie, se merece llorar un asesinato. Nadie. Menos por nuestra deuda histórica adquirida por nuestras acciones y omisiones. No obstante, ello implica en primer lugar entender que tenemos un problema. ¿Seremos capaces?
[1] La ignorancia de considerar que desde la década de los ’80 del siglo XIX al presente hay un largo periodo de tiempo, queda en evidencia cuando se sabe de los por lo menos 25 mil años de poblamiento de América.
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Es muy turbio este asesinato a un señor Luchsinger que no tenía ningún pleito con los mapuches, a diferencia de su primo Jorge en cuyo fundo hace 6 años fue muerto Matías Catrileo por la espalda por un carabinero, en una toma.
Hay un sospechoso herido, de apellido Salamanca, descrito por los medios como «machi» y «sanador», No me cuadra un machi metido en un asunto, que compromete la honra de todos los mapuches, y que garantiza obviamente, la aplicación de la ley antiterrorista, trayendo un retroceso a la causa mapuche. Los diarios le han echado leña al fuego con una irresponsabilidad espantosa, y las autoridades se han subido a esta creación de un clima de miedo, con un no disimulado regocijo. Ahora hay pretexto para masacrar a los molestosos, y muchos chilenos avalan esta política.