El programado y anunciado asesinato de Muammar Gadafi desde hace varios meses por la OTAN, ha tenido finalmente lugar, luego de ocho meses de guerra asimétrica con uno de los demonios que quiso fabricarse Occidente. La hipocresía y la espesa nube de embustes que se enseñorea de Europa, me ha impelido a garabatear algunas líneas a estas altas horas de la noche en medio del diluvio de odio que se versa sobre el ex líder libio, hasta hace sólo unos años gran amigo de los dirigentes occidentales. Mañana habrá que hablar de política sin tapujos, racionalmente. Esta noche sólo quisiera decir lo que seguramente piensan muchos hombres en el mundo ante una tropelía más cometida por el civilizado Occidente.
Desde hace tiempo Occidente había comenzado a considerarlo como un dictador un poco molesto, embarazoso. Olvidó raudamente que tuvo con éste relaciones de buena vecindad y que realizó pingües negocios. Gadafi se enredó en ellos y terminó por morir luego de ser perseguido y acosado como una fiera. La pantomina montada en la ONU fue difundida por la prensa. Era su aporte a la guerra que se les había encomendado. Pero no fueron los únicos colaboradores en esta « operación humanitaria ». Ni un solo dirigente político francés tuvo los cojones para denunciar la «Santa Alianza» que se formó ad hoc contra el ex amigo y vecino libio. Más aún, un connotado sionista, presunto filósofo, que funge como consejero de Sarkozy The American, y que con ocasión de las primarias socialistas anunció su apoyo a François Hollande, el recién designado candidato del PS, ha llevado el pandero en la agresión a Libia. Este último no ha escatimado elogios bendiciendo la « operación humanitaria » de la OTAN. Otros supuestos izquierdistas, también se han sumado -por omisión en algunos casos- al coro de borregos- para escarnecer al que hasta ayer consideraban como un generoso líder de la otra ribera del Mediterráneo.
En esta comedia de traiciones la actitud de Rusia y China resulta incomprensible puesto que además no obtendrán parte del botín y permitieron con su abstención en la ONU el desencadenamiento del diluvio de fuego de la OTAN. Volvemos así a un período de guerras de conquista como en plena época imperial.
El «pesado fardo» civilizatorio que supuestamente llevaría en sus espaldas el civilizado «hombre blanco» del que hablaba Jules Ferry a fines del siglo XIX justificando entonces la conquista de territorios y el sojuzgamiento de pueblos africanos y/o asiáticos por la fuerza de las armas, se despliega esta vez el bajo la cobertura de la azulada bandera de la ONU.
Nunca como hoy ha sido más peligroso ser un país pequeño. Nunca ha sido más necesario como en estos tiempos concurrir a la defensa de su pueblo dotándose de los elementos indispensables para mantener en respeto a la jauría occidental, que intentará dar nuevas dentelladas en otros lugares del mundo. La reincidencia es una característica del largo e inextinguible prontuario criminal imperial. Nunca ha sido más necesario acerar la unidad de las pobres y pequeñas naciones. Nunca como hoy se hace necesario reformar ese engendro jurídico e institucional que es la ONU, que faculta a los poderosos de este mundo a decidir de la legitimidad de gobiernos y dirigentes del mundo. Nunca ha sido más necesaria la radicalidad y la decisión de enfrentar a la jauría como lo han hecho Cuba, Venezuela y como en algún momento, con todas sus contradicciones, lo hizo la Libia de Gadafi.
La radio, la prensa y sobre todo la TV -que en el dispositivo bélico occidental ha sido un elemento decisivo- franqueó con todo desparpajo la línea que separa la decencia de su contrario. ¿Cuántas veces se ha escuchado a europeos invocar las Convenciones de Ginebra que obliga a tratar con respeto a soldados o enemigos capturados, heridos o muertos? La prensa occidental no pudo impedirse mostrar a Gadafi herido y luego asesinado. Lo ha exhibido como la ansiada presa fugitiva atrapada, como animal de zoológico descuartizado y cubierto de sangre, finalmente capturado y muerto. Igual que sus mentores estadounidenses cuando mostraron al mundo el trato vejatorio aplicado a Saddam Hussein y su posterior ejecución luego de un simulacro de proceso, amparado por las fuerzas de ocupación. Como el proceso de los dirigentes rumanos ejecutados sumariamente durante la «revolución » rumana, por valientes e intrépidos jueces que no tuvieron los cojones de mostrar la cara.
Es seguramente lo que soñó más de alguna vez Hitler : capturar a Staline, humillarlo y pasearlo encadenado en una jaula por las calles de Berlín. Es lo que hicieron las tropas italianas al capturar en 1931 a Omar Al Mokhtar, héroe de la resistencia, antes de ahorcarlo.
Inmediatament luego de la noticia del asesinato de Muammar Gadafi, la OTAN y la prensa occidental, han repetido hasta la saciedad que ha sido la propia soldadesca del llamado CNT la que lo ha asesinado, tratando de esconder que ha sido la OTAN el elemento decisivo en esta aventura y que ha mantenido en sordina su propósito de asesinato premeditado, puesto que viola la resolución 1973 de la ONU. Han utilizado sofisticados medios tecnológicos para acabar con la vida del líder libio y la de miles de sus compatriotas.
La muerte de Gadafi tuvo lugar un día después del nacimiento de la hija del actual ocupante del Elíseo. Una noticia de la AFP precisaba que en la Clínica de la Muette todo había pasado maravillosamente. Enhorabuena, puesto que todo niño es sagrado y un regalo del cielo. Sin embargo no todos los niños tienen la misma suerte. Hay niños más sagrados que otros, como diría Orwell. Los niños libios aventados por las bombas de la OTAN no gozaban manifiestamente con el favor de los Dioses.
Muammar Gadafi cumplió con lo que había dicho : morir en su propia patria defendiéndola de la violencia occidental. Es sintomático que a pesar de las toneladas de embustes instilados por el dispositivo propagandístico de la OTAN, el ex líder libio siga gozando aun después de muerto, de una gran audiencia entre sus compatriotas y fuera de las fronteras libias, particularmente en Africa negra. Es tal vez por eso que una de las primeras medidas tomadas por la OTAN ha sido la de mantener en secreto el sitio de su sepultura, para impedir que se convierta en un lugar de peregrinación.
No fue un ejemplo a seguir, pero en los momentos decisivos se alzó por encima de sus propias flaquezas contra Occidente. Y eso no se puede ignorar. Pasarán estos años y muchos libios de los que hoy -obligados a salvar sus miserables vidas o por convicción- celebran y exultan por su muerte, descubrirán con sorpresa y vergüenza que nunca tronó más alto el nombre de la antigua provincia de fenicios, griegos y romanos como cuando rugió por boca de Omar Al Mokhtar y por la del hoy denostado Gadafi.
Cuando murió Pinochet escribí un artículo que me puso en entredicho con muchos de mis compatriotas. Señalé en dicho texto que no compartía la bullanguería causada por la muerte de ese siniestro personaje, las expresiones destempladas de jolgorio de una parte de los chilenos. Enfermo y viejo, Pinochet había muerto finalmente de muerte natural.
Años antes -« prisionero de guerra » casi imberbe, trasladado en avión como paquete a un campo de concentración del norte de Chile- había dejado en la aeronave un pequeño mensaje garabateado en un billete como testimonio, una frase que en ese entonces creí premonitoria. Los años se encargaron de desmentir mi atolondrada y falsa premonición juvenil y los « generales traidores » fueron muriendo sin que nadie les « hallara el sitio del corazón ». Recuerdo haber escuchado la voz de Dolores Ibarruri cuando murió Franco. Dijo algo que me sorprendió, pero que denotaba la rancia hidalguía de sus palabras ante la muerte de un enemigo. En ese entonces no comprendí. Sólo entendí con el tiempo.
« Espero que la tierra le sea leve », había dicho Dolores.
Ahora, la hora de los hornos hace su aparición con su cortejo de sangre e ignominia. Mientras en algún lugar del desierto libio, Muammar Gadafi, aquel que tuvo la osadía de enfrentar a Occidente jacet pulvis cinis et nihil(1).
Paco Peña, París, 20 de octubre de 2011
Notas
1. Traducción: «(aquí) yace polvo, ceniza y la nada». Está tomada de Barrès en su Du Sang, de la volupté et de la mort.
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