Articulos recientes

Al navegar en nuestro sitio, aceptas el uso de cookies para fines estadísticos.

Noticias

Análisis

El legado de Uru-Ka-Gina

Compartir:

INTRODUCCIÓN

En el principio existían los dioses pues eran la vida y luz del universo; todo existía en ellos y ellos también existían en todo. Constituían una comunidad celeste, una hermandad divina, hermética, excluyente, denominada ‘Gran Círculo’ pues no tenía principio ni fin. Como seres celestiales, todopoderosos, como sabias deidades inmortales que eran, habitaban el campo estelar, el dominio de las constelaciones, extensión sideral que se alza desde la tierra al cosmos donde se desplazan las galaxias; porque sólo esas vastedades infinitas pueden albergar a los dioses. Se les llamaba ‘primordiales’ y eran An, Enki, Enlil y Nannar que tenían como pareja a Antu, Ninki, Ninlil y Ningal, respectivamente; también Nin’ursag [1], Iškur (Ishkur), Inanna y Utu, que no tenían pareja estable. Seis de esos dioses, por consiguiente, eran mujeres (Antu, Ninlil, Ninki, Ningal, Inanna, Nin’ursag) en tanto los seis restantes eran varones (An, Enlil, Enki, Nanna, Utu e Iškur [Ishkur]). Así, pues, los dioses sumerios existían en estricta equiparidad de sexos: seis varones y seis mujeres que sumaban, en conjunto, doce, número de por sí sagrado, cuya sola invocación permitiría a sus devotos aplicar un sistema criptográfico que debía prolongarse en las generaciones venideras. El número seis y sus múltiplos pasaría a transformarse en la forma de medir y calcular de los sumerios bajo el nombre de ‘sistema sexagesimal’ porque si seis eran las diosas y seis los dioses, doce sería el número de los meses del año como doce las horas del día y de la noche; sesenta serían los segundos que compondrían el minuto y sesenta los minutos que darían origen a la hora, para desembocar en un círculo de trescientos sesenta grados, que contendría hasta los (360, 365 0 366, en su caso) días del año. Los dioses que se sucederían, o se agregarían a los doce primordiales, no alterarían lo que ya había sido establecido. Así había de suceder.

Un día, sin embargo, discutieron los dioses acerca de la conveniencia de bajar a la tierra y establecerse en ella para robustecer la obra de An, que había ya realizado en ese lugar algunos trabajos de importancia. Y, a pesar que había consenso en considerar interesante aquella misión, no todos decidieron emprenderla. Bajaron, así, sólo cinco, permaneciendo los otros siete en el cielo. Y puesto que An, ‘el señor del suelo firme’, ‘el que gobierna en el cielo’ había, entre sus trabajos, fundado las ciudades de Eridú, Bad-Tibira, Larak, Sippar y Šurupakk entregó cada una de aquellas a Nudimmud, a Nugir, a Pabilsag, a Utu y a Sud, respectivamente, que fueron quienes decidieron emprender el descenso. La palabra An (también, Annu) era, entonces, no sólo el nombre del dios primordial, sino sinónimo de cielo, vida excelsa, sacralidad, principio vital, origen de las cosas y de los seres vivos. No por algo se llamó ‘annunaki’ a los dioses que se instalaron en la tierra, palabra que significaba, precisamente, ‘los que del cielo bajaron’ o, también, ‘los que descendieron desde donde An (Annu) gobierna’. Fue ese quinteto pionero de la colonización divina, pues cuando, tiempo después, se levantaron Larsa y Nippur, también en el carácter de divinas, otros dos dioses tomaron a su cargo la protección de las mismas. Como aquellos que les precedieron, también estos personajes fueron descendientes de An, cuya ocupación primordial no parecía ser otra que la multiplicación de su especie.

No fue, por consiguiente, obra divina la ciudad de Lagaš (Lagash) -conocida, también, como Sirpurla por los sumerios-, donde tuvieron lugar los acontecimientos a que se hará mención en este trabajo -aunque sus gobernantes dijeron ser herederos del dios Ningirsu-, ni tampoco Umma, su rival de siempre. Y tal vez ello explique el trágico sino de uno de los más espectaculares gobernantes de los que se tiene memoria en los anales del pasado: el ‘ensi’ (juez, árbitro de disputas, protector o gobernante), y más tarde ‘lugal’ (gobernante superior, asimilado a monarca) de Lagaš, Uru-Ka-gina (Urukagina), quien, junto a su mujer Šaša’ (Shashah), también llamada Shagshag, escribiese una de las más singulares páginas de la historia de los pueblos de Mesopotamia. Los dioses, a veces, no protegen a quienes se encuentran fuera de su tutela; y, a menudo, no lo hacen incluso respecto de los que sí son sus devotos.

La tarea propuesta no está exenta de escollos y barreras. A la dificultad que significa tropezar con textos de dudosa traducción (e interpretación) -pues la escritura cuneiforme es logo-silábica (es decir, donde cada signo puede tener varias posibilidades de lectura dependiendo del contexto)-, se añade la escasa cantidad de fuentes a las que puede recurrirse. Samuel Noah Kramer, uno de los más respetados conocedores de la cultura sumeria, nos informa que la historia de Uru-Ka-gina se encuentra contenida, apenas, en tres conos y una placa oval de arcilla[2]; nada más. De allí brota la fuente que alimenta los análisis de su gobierno y de su trágico destino; de esos objetos se extraen los sucesos históricos que dan cuenta de lo que fue el período de su regencia, traducidos, en su mayor parte, al inglés. Las versiones en castellano, si bien existen, no son abundantes. Y, cuando se encuentra alguna, representa ésta, en el fondo, una interpretación, una idea de cómo quien la formula concibe el paso del gobernante por la historia. La historia no deja de ser una disciplina en donde el subjetivismo tiene espacio de sobra donde manifestarse.

No obstante existir autores (entre otros, Samuel Noah Kramer) para quienes los conos y la placa oval de arcilla -fuente de conocimiento de la obra de Uru-Ka-gina-contienen ocho inscripciones de donde emanan cuatro variantes de lo que fueron las obras del ‘ensi’ de Lagaš, de todas maneras esta sola circunstancia, de por sí, divide a los investigadores. Manuel Molina, por ejemplo, refiriéndose a las fuentes aludidas, nos indica que los textos impresos

«[…] se han conservado en ocho inscripciones que contienen tres versiones diferentes«[3].

A estos diferentes modos de concebir la historia sumeria, se une una circunstancia bastante especial: el gobernante de Lagaš fue derrotado por sus enemigos, hecho que añade una nueva dificultad a las ya existentes pues, como se acostumbraba en esos tiempos, el nombre del sometido debía ser borrado de las columnas, estelas, templos, palacios y obras públicas de la ciudad. Constituye, por consiguiente, un verdadero milagro que hayan sobrevivido tales testimonios tratándose de un personaje sobre el que, en estricto derecho, nada debería saberse. Y es que, como más de un autor lo señala, la influencia de Uru-Ka-gina pudo ser de tal magnitud que, para sus contemporáneos, debió resultar tremendamente difícil sustraerse a ella. En las páginas que siguen a continuación se intentará un breve análisis histórico de su figura, naturalmente, no exento de dificultades.

ROL DEL DIRIGENTE EN LA HISTORIA

Como sucede con la generalidad de las especies, la del ser humano está conminada a vivir en compañía, en comunidad. De lo cual se deriva que la vida social no es, en modo alguno, un acto volitivo, sino un mandato imperioso que no nace, simplemente, de la necesidad de unión para la defensa común, como podría suponerse, ni de la de emprender obras mayores. Por el contrario, la necesidad de la vida en común se origina, paradojalmente, en el principio de la diferenciación.

En efecto, el hecho que de la mano de la naturaleza sólo emanen obras únicas e irrepetibles, la circunstancia misma que la esencia del universo sea la diferenciación, hace imposible para cada individuo la satisfacción de todas sus necesidades en forma particular; por el contrario, le obliga recurrir a los demás, a efectuar combinaciones múltiples, a reunir cualidades y capacidades diversas. Le obliga, en suma, a practicar el principio del intercambio con otros seres; con mayor razón, dentro de la especie humana. Así, pues, el acercamiento entre los seres humanos no es un acto que dependa de su sola voluntad, sino un imperativo que provoca dicho principio. El intercambio no es, de esta manera, el simple trueque de productos del ingenio humano ni, mucho menos, la transferencia mutua de bienes o servicios; el intercambio se lleva a efecto, también, para comparar y comprobar ideas o pareceres, para evaluar prácticas o usos sociales, para ensayar formas culturales. La diferenciación iguala a los seres humanos en la práctica del intercambio. Y es en esa práctica donde, al hacerse manifiestas las cualidades y capacidades, se asignan las diferentes funciones que corresponderá realizar a cada individuo. Cada persona va, así, ocupando determinados espacios dentro del campo social en donde comienza a desempeñar la función para la que tiene aptitudes, está capacitado o tiene cualidades. Uno de ellos es el líder o conductor social, sujeto dotado de atributos suficiente como para actuar en el carácter de factor de unidad o, si se quiere, en el de ‘pegamento social’; constituye, en la práctica, lo que en matemáticas se conoce como ‘atractor’, es decir, un polo, un espacio, un campo hacia el cual convergen las fuerzas que operan en ese momento. El líder o conductor social, por consiguiente, no es más que un sujeto especializado al cual un grupo humano determinado reconoce como factor de unión de todos sus miembros. En palabras más simples: cumple una función social.

La naturaleza, sin embargo, si bien eterniza el desempeño de determinadas funciones, lo hace en tanto ellas sean necesarias para el fin propuesto; dicho de otra manera: el objetivo (uso o empleo) de la función determina la longitud temporal de su existencia. Cumplido dicho objetivo, la función cesa, deja de ser necesaria.

Por eso, cada vez que una persona especializada realiza la función que le compete, lo hace en momentos determinados de su vida. La función social, como toda función, no es perpetua ni universal, sino estrictamente específica y ocasional. Un médico, un músico, un arquitecto, un ingeniero, un constructor, no se eternizan sanando enfermos, componiendo melodías, bosquejando planos, proyectando obras o construyendo edificios, sino ocupan retazos de existencia en tales afanes. Como esos otros componentes sociales, el dirigente es, apenas, la expresión particularizada de la diversidad humana. Se destaca dentro del grupo social sólo porque tiene aptitudes que otros no poseen para realizar un rol social específico. A diferencia de otras capacidades y aptitudes, que no dicen relación con ello, la del dirigente es aunar voluntades, agrupar personas, reunir fuerza social. Por eso, puede decirse que el dirigente no es más que un factor de unidad, el pegamento o cemento que permite el funcionamiento conjunto y armónico de varios individuos o grupos para emprender una tarea común; es más: el dirigente no tiene otra función que no sea realizar aquella. Cuando la tarea comienza ya a realizarse y el grupo social encuentra su razón de ser en la ejecución de esa tarea, el dirigente también comienza a declinar: no parece ya tan necesario y, en tanto el grupo social toma sobre sí la realización de su propia finalidad, debería desaparecer de la vida pública. Pero, a veces, no lo hace. El grupo humano que lleva al dirigente a desempeñarse como tal sigue necesitándolo en el carácter de factor de unidad, pues la persistencia de su figura evita la disgregación de aquel como conjunto humano. Pero todo esto sucede en principio, como se verá de inmediato: otro componente se ha hecho presente en la marcha de esa sociedad. Y ese componente no es otro que la cultura.

Porque las sociedades pueden organizarse también de manera diferente; a veces, en forma horizontal; las más, en forma vertical, jerarquizada: entonces, las funciones que corresponden a los individuos dentro de esa formación social adquieren el carácter que identifica a la misma. Así, por ejemplo, si la sociedad privilegia determinados valores, las funciones -antes naturales- adquieren una connotación propia, armónica a los valores que imperan dentro de la misma. Establecidas de ese modo las funciones de cada individuo dentro de la formación social, hacen su aparición las ‘personalidades’, sujetos colocados en una escala superior a la del simple miembro social, personas a quienes se les reconoce como de importancia superior. Y si sucede de esa manera con la generalidad de las funciones a desempeñar por los individuos dentro de esa sociedad, con mayor razón ocurre con las referidas a la conducción del grupo social. En este caso, dicha función, asumida naturalmente por los individuos con mayores condiciones para hacerlo, dejan de ser ‘una’ de las tantas que es necesario realizar dentro de esa sociedad para transformarse en ‘la’ gran función de gobernar. En las sociedades que han adoptado formas jerárquicas de organización, la función de conducción se establece como una labor propia de los estamentos dominantes y no de todo el conjunto social; en algunas formaciones sociales, es función que toman para sí ciertos y determinados estamentos o familias; en otras, se manifiesta en la forma de transmisión hereditaria, en fin. Cuando así sucede, el gobernante convertido en personalidad, aparece como constructor de la historia. Y es que la historia, tal como la conocemos y llega hasta nosotros, también se organiza sobre la base de patrones culturales específicos cuyo instrumental no es otro que los valores imperantes al momento de escribirla. Si la forma de organización social, vigente en ese período, es jerárquica y piramidal, y presenta un caudillo en la cúspide como expresión máxima del poder, también habrá de suponerse un mismo tipo de modelo para las sociedades anteriores. La historia, comienza a escribirse retrospectivamente.

La tendencia a repetir el concepto de ‘rey’ o emperador’ en sociedades antiguas donde el gobernante no poseía siquiera un ‘reino’ o un ‘imperio’, a la manera europea, es manifiesta. La historia parece fabricarse con analogías generalmente anacrónicas empleadas, en algunos casos, hasta para denigrar o ridiculizar a quien sea, como sucede con el caso de los ‘sátrapas’, gobernantes de las ‘satrapías’ en la Persia de Ciro el Grande. Atribuir el carácter de ‘sátrapa’ a un gobernante es, hoy, una denostación. No debe sorprender, por consiguiente, que esa forma de establecer patrones de medición histórica nos conduzca al establecimiento de verdaderas aberraciones en los análisis. Esta forma de concebir al pasado permite entender por qué la generalidad de las sociedades antiguas ha sido descrita bajo la forma de una estructura piramidal, fuertemente jerarquizada, con un gobernante situado en la cúspide de la misma en el carácter de artífice suyo. La sociedad que juzga la historia mira a las demás como espejo de sí misma. Y es natural que suceda de esa manera respecto de Sumer (o Sumeria, como la denominan algunos autores). Semejante estructura, para el observador común, constituye una forma de organización social propia de la naturaleza del ser humano que exige la participación de personas dotadas del don de la dirección para realizar las transformaciones sociales; de ahí a estimar a aquellas como artífices de la sociedad en que se vive, hay sólo un paso. El razonamiento es muy simple: sin dirigentes adecuados no hay posibilidad de cambios; el conductor social hace la historia. Y esta es la cultura predominante. Entretanto, ante los ojos de la comunidad jerárquicamente culturizada, el dirigente aparece situado en la cúspide del pentaedro social, una suerte de divinidad que corona la estructura piramidal del grupo humano así organizado, la estrella que alumbra el porvenir. El dirigente, concebido de esa manera, es el artífice de la comunidad, la razón última de las transformaciones sociales, el realizador de las reformas. Entonces, la historia aparece construida por líderes, por guerreros, semidioses, sujetos prometeicos arrancados de las páginas más brillantes de la mitología universal.

La historia, sin embargo, se ha construido de otra manera. Grupos humanos que se superponen a otros, que dominan, se organizan internamente y seleccionan de entre ellos a quien parece tener aptitudes para el ejercicio de gobernar en nombre de ese grupo y dominar, de esa manera, a los demás. Al contrario de lo que la generalidad de los analistas parece suponer, en la historia se desata una cruel e incesante lucha de clases, una confrontación de clases o, en su defecto, de protoclases, de estamentos sociales, o grupos humanos interesados en imponer sus propias formas de vida. Pero el dirigente debe quedar al margen de esas disputas.

Siendo el dirigente un componente social obligado a cumplir una función determinada y específica, inútil sería inútil pedirle exhibir cualidades que no posee y que jamás va a poseer: el dirigente no requiere ser sabio, altruista, honrado, bondadoso, como gran parte de la sociedad parece creerlo; basta tan sólo que cumpla la función social que le fue asignada para que su rol se justifique con creces. No nos sorprendamos, con consecuencia, que sea torpe, ambicioso, ingenuo, vicioso, cruel, mentiroso, en fin: el rol social que cumple lo premia brindándole la cualidad de la perfección. Así organizado el patrón valorativo del dirigente, su rol se define como factor de unidad del grupo social que dirige (si es el estado, del estado nación; si se trata de un proto estado, une políticamente a ese proto estado). Es factor de cohesión social o pegamento político del grupo al que pertenece: no solamente de quienes le apoyan, sino de toda la comunidad, porque representa la unidad política de todo ese grupo social.

Bien vale la pena tener presentes estas ideas para poder entender el rol de Uru-Ka-gina en la sociedad de Lagaš. Y el del lugal Zaggissi, de Umma. Y el de todos los que precedieron o antecedieron a estos individuos. Porque no fueron ellos quienes escribieron la historia de sus pueblos, sino los grupos que dominaron con ellos. Así sucedió a lo largo de la historia; así sucedió en Sumer o Sumeria. Entender esta concepción nos permitirá comprender mejor el rol de reformador que cumplió nuestro dirigente en su ciudad-estado.

LA ORGANIZACIÓN DINÁSTICA DE LAGAŠ

Comencemos precisando algo previo: el nombre de Uru-Ka-gina no siempre aparece como tal en los textos. En algunas oportunidades se le llama Urukagina; en otras, Uruinimgina (Uru-inim-gina); también URU-KA-GI-NA o Urkaqi. Existen también alusiones en donde se le llama Uru’inimgina e, incluso, Irikagina. Las razones de esta profusión de nombres son múltiples y derivan de la forma de expresarse de quienes hicieron las traducciones, del sonido de las vocales y consonantes en los diferentes idiomas, etc. A menudo, esta circunstancia confunde e induce a equívocos no poco frecuentes. Nosotros hemos preferido el de Uru-Ka-gina, que refleja con mayor propiedad, para la lengua castellana, su equivalente en sumerio.

Sobre los orígenes de quien sería, más adelante, ‘ensi’ de Lagaš no existen antecedentes. Apenas si se sabe, de acuerdo a lo expresa T. Kovayashi, en un ensayo intitulado ‘The ki-a-nag of Enentarzi’, que Uru-Ka-gina fue hijo de Urutu, personaje de quien tampoco nada se conoce. Se insiste, sin embargo, que tanto él como su padre no pertenecían a la línea dinástica del lugal Enentarzi, lo cual, igualmente, poco o nada significa, que no sea destacar su presunto origen plebeyo. Y es que los autores que se refieren a ese hecho y buscan justificar, de esa manera, sus creencias en torno a suponer el carácter advenedizo de Uru-Ka-gina, olvidan que tampoco el lugal Enentarzi pertenecía a la línea dinástica sucesoria de su predecesor Eannatum II, pues esa aparece interrumpida con la muerte de este último. Esta circunstancia podemos entenderla mejor si examinamos, aunque sea brevemente, la lista de los gobernantes de Lagaš tal cual ha llegado hasta nosotros, según los testimonios arqueológicos. Ayuda, además, a entender los conceptos por los que se guían algunos historiadores para quienes la legalidad del mando la confiere la dinastía, es decir, la permanencia generacional en el mando de una nación pues, para ellos, la descendencia (en el tiempo) de un gobernante otorga ‘propiedad’ en el cargo. Quien provoca una ruptura en esa continuidad dinástica es considerado ‘usurpador’.

El primero de los ‘ensi’ de los que existe memoria en la historia de Lagaš fue En’engal (Enhengal) a quien sucede un ‘lugal’ que se llamó, por lo mismo, Lugal-Ša-Gen-Sur (Lugal Schagensur o Lugal Suggur). Ambos gobernantes pertenecieron al grupo de los ‘patesi’ o gobernantes-sacerdotes, grado superior establecido en esa ciudad-estado para la autoridad clerical. Pertenecen a la llamada ‘Primera dinastía’, denominación un tanto arbitraria pues da a entender que existía una sucesión dinástica a la manera de los pueblos que sucedieron a los sumerios, lo que no parece ser del todo efectivo. Y es que al Lugal- Ša-Gen-Sur le sucede, en calidad de ‘ensi’ y no por herencia carnal, Ur-Nanše (también conocido como Ur-Ninna), caudillo que tuvo por pareja a Menbaragabzu, de cuya unión nació el joven Akurgal, presumiblemente muerto (asesinado, según algunos autores) por el ensi Uš (Usch) de Umma. No existen antecedentes que permitan conocer en qué mujer pudo éste engendrar a sus hijos Eannatum y Eannatum I, gobernantes ambos de Lagaš. Del primero se sabe que reinó de 2455 a 2425 y fundó el primer imperio, sometiendo a las ciudades de Kiš (Kish), Nippur, Ur, Larsa y, aunque por tiempo breve, Uruk; también atacó y venció a Umma, presumiblemente, tanto en represalia por la muerte de su padre como para asegurar su dominio sobre la mayor parte de Sumeria. Eannatum domina, también, las llanuras del Elam y enfrenta a la poderosa coalición que dirige Urur de Akšak (Akshak), pero no deja descendencia; sin embargo, la línea dinástica de Ur-Nanše, continuada en la persona de Akurgal, y luego en Eannatum, se prolonga también en Eannatum I (Inannatum I), hermano de aquel, erigido en autoridad clerical, que casó[4] con Ašume’eren para engendrar, a su vez, a Entemena con quien aseguró la sucesión hereditaria. Cometió, sin embargo, Eannatum I el error de atacar a Umma, ciudad situada, más o menos, a 30 kilómetros de Lagaš, con el fin de transformarla en vasalla suya; este acto provocó una profunda y abierta hostilidad de sus habitantes en contra de la ciudad-estado a la que gobernaba, que se iría a acentuar en los años posteriores. Eannatum I se unió carnalmente -presumiblemente en matrimonio[5]-a Nin’ilisug (Ninhilisug) para dar vida a Eannatum II (Inannatum II) quien no tuvo, aparentemente, descendencia. En realidad, poco se sabe al respecto. Lo cierto es que, tras el gobierno de Eannatum II accede al mando de la ciudad el caudillo Enentarzi, calificado por algunos historiadores como ‘usurpador’, que se une a la joven Dimtur para engendrar a Lugalanda y a Geme-Baba, y crear una sucesión dinástica con el primero. No existe certeza en cuanto a saber si Enentarzi era (él mismo) sacerdote o si fue apoyado por los sacerdotes para acceder al mando de la ciudad. Lugalanda, a quien también algunos historiadores consideran ‘usurpador’, y no lo colocan como hijo de Enentarzi, toma el control del gobierno de Lagaš y se une a Baragnamtara con quien tiene dos hijas que son Mi-Šaga y Geme-Nanše, la primera de las cuales muere muy joven bajo el gobierno de Uru-Ka-gina, también considerado ‘usurpador’.

La sucesión dinástica de Lagaš precedentemente anotada, permite afirmar a ciencia cierta que el gobierno de la misma no sólo estaba constituido por una estrecha mezcla entre lo político y lo religioso sino, además, que únicamente permitía la transmisión del mando o de la autoridad al género masculino. Lo que permitirá analizar el rol de Uru-Ka-gina en el gobierno de esa ciudad-estado, es decir, si fue o no, verdaderamente, un ‘usurpador’y cuál fue el carácter de sus reformas.

La tarea no está exenta de dificultades. Riane Eissler da a entender que, en Lagaš -y, en general, en todo Sumer-, gozaba la mujer de una situación especial[6], lo que aparentemente se contradice con una sucesión dinástica volcada exclusivamente a considerar para tal desempeño a los hombres. Sin embargo, tal contradicción puede ser aparente. Porque bien pudo, precisamente, Uru-Ka-gina representar, precisamente, el retorno a prácticas sociales anteriores que, tal vez, fueron abandonadas por esa sociedad en el transcurso de la historia, entre otras, a reconocer el rol destacado que la mujer debía tener en el desarrollo de la misma. No de otra manera se explica una serie de medidas a las que nos referiremos en las páginas que siguen a continuación. Por lo demás, el hecho que la diosa Nanše haya sido venerada, como la expresa Merlin Stone, en el carácter de «la que conoce al huérfano, conoce a la viuda, busca justicia para el pobre y asilo para el débil», y que, en el Día del Año Nuevo, juzgara ella a los habitantes de esa ciudad-estado, constituyen claras manifestaciones del rol trascendental que aquellos atribuían al género femenino[7]. Como lo veremos más adelante, muchas de las reformas de Uru-Ka-gina se orientaron a proteger a los sectores sociales por cuyo cuidado y protección era la diosa Nanše, precisamente, venerada, lo que nos permite suponer que dichas reformas contenían una reivindicación de valores anteriores que, atropellados por las castas dominantes, luchaban por perpetuarse y no desaparecer.

LAS DISPUTAS FRONTERIZAS

No existen menciones acerca de la creación de Lagaš. Se sabe que era una ciudad meridional instalada en el territorio conocido como Sumer, amurallada, circundada por un canal abierto en el carácter de afluente del río Tigris. Una pintura la concibe en forma idílica, con un zigurat inmenso en una de sus esquinas, junto a otras edificaciones gigantescas, rodeada por el ya mencionado canal afluente donde circulan embarcaciones y en cuyas riberas, cubiertas de césped, parecen descansar algunas personas.

Lagaš fue una metrópoli; es más, fue una ciudad-estado que ejerció enorme influencia en los años posteriores a 2.600 A.C. Las estelas narran que sus problemas comenzaron cuando se trazaron las primeras fronteras que separaban su territorio del de otras ciudades. En esas disputas no estuvieron ajenas las veleidades de los dioses.

En efecto, cuenta un cilindro con inscripciones cuneiformes que En-Lil, hijo de Annu, dios del viento y del agua, dueño de Nibiru, había delimitado los límites territoriales para las ciudades en donde residían Ningirsu y Šara (Shara), es decir, divinidades protectoras de Lagaš y Umma, respectivamente, estableciendo donde empezaba una y terminaba la otra.

Mesilim, soberano de Kiš (Kish), al asumir el mando de Sumer en el carácter de supremo jerarca de la misma y de todas las demás ciudades de la región, se preocupó de hacer respetar esos límites tomando las armas para someter a quienes se oponían a sus designios. Umma lo hizo, por lo que Mesilim debió someter por la fuerza a sus habitantes. Dominados los rebeldes de Umma, procedió el gobernante de Kiš a levantar una ‘estela’ conmemorativa del suceso a la vez que demarcatoria de los límites territoriales que debían existir entre esa ciudad y Lagaš. Ese monumento, conocido como ‘estela de los buitres'[8], se levantó para recordar que las victorias no se alcanzan sin derramamiento de sangre. Las luchas por la supremacía regional eran bastante violentas.

La forma de gobierno imperante, tanto en Lagaš como en Umma, combinaba la autoridad política y la religiosa por lo que sus jefes ostentaban la doble calidad de guerrero/monje. Se les llamaba, precisamente por ello, ‘išakku’ (‘ishakku’), denominación que retrata esa doble función pues eran príncipe-pontífices y, a la vez, ‘ensi’, es decir, ‘protectores’ de la ciudad, árbitros en las disputas o gobernantes. En Umma, no obstante, además del de ‘ensi’ e ‘išakku’, podían adoptar sus gobernantes el título de ‘Lugal’, es decir, monarca, poder militar entronizado equivalente, en la moderna terminología, a lo que ha representado en Occidente el carácter de ‘rey’ o de ‘emperador’; sin embargo, tal equivalencia debe ser empleada cuidadosamente pues una analogía de esa naturaleza puede inducir a equívocos. En Lagaš, por el contrario, sus gobernantes rara vez emplearon tal denominación.

Sucedió, con todo, que, dentro del territorio controlado por Lagaš, de acuerdo a la voluntad del dios En-Lil, se incluía una fértil región denominada Guedinna, de enorme interés para los soberanos de Umma que veían, a menudo, invadidos sus territorios por mercaderes de Lagaš, ansiosos de colocar allí sus productos agrícolas procedentes, precisamente, de aquellas comarcas. Así, pues, al asumir Uš (Ush) como ‘išakku’ (‘ishakku’) de esa ciudad, creyendo interpretar de manera fidedigna los deseos de las castas gobernantes de Umma, procedió a desconocer, de inmediato, los términos del edicto de En-lil y, colocándose al frente de un ejército poderoso, invadió los territorios de Lagaš, apoderándose de Guedinna por la fuerza. El conflicto por los límites fronterizos quedaba, de esa manera, planteado.

ORGANIZACIÓN SOCIAL Y COMPOSICIÓN DE CLASES DE LAGAŠ

En un principio (y estamos hablando del tercer milenio antes de Cristo), Lagaš era un pequeño estado establecido sobre un territorio en donde convivían varios grupos humanos bastante prósperos, y una ‘capital’. Como bien lo expresa Kramer, en realidad Lagaš era gobernada por quien detentaba el cargo de soberano de Sumer. Pero ello es tan sólo en líneas generales y hasta cierto punto. Porque, en lo específico, el gobierno estaba entregado al ‘išakku’, un sacerdote-regente, representante del dios tutelar, normalmente, quien era considerado fundador de la ciudad. En el caso de Lagaš, ese dios era Ningirsu. Desde este punto de vista, Sumeria no exhibía una evolución diferente a la de otras comunidades antiguas de otras regiones de la tierra: también las comunidades israelita, azteca, egipcia, inca, tuvieron en un comienzo autoridades vinculadas a la divinidad que, con el tiempo, se hicieron guerreras, pasando por una fase intermedia en donde la misma calidad de monje se confundió con la del soldado.

No existen antecedentes que permitan conocer con exactitud el origen de la autoridad del ‘išakku’ ni, mucho menos, la forma cómo era éste elegido o designado. Puede suponerse que, al originarse la organización social en torno a las creencias religiosas y erigirse estelas y templos en homenaje al dios tutelar, la autoridad comenzó siendo, fundamentalmente, una autoridad moral que, de a poco, fue asentándose hasta terminar como función específica de un selecto grupo de personas, vinculado al templo y al ceremonial, para después evolucionar hacia la generalidad de los habitantes ‘libres’ de la ciudad. En apoyo de esta tesis, vale la pena recordar que otra de las autoridades sumerias era el ‘sanga’ o administrador de impuestos del Templo que, en no pocas oportunidades, tomaba las armas para erigirse en regente o declarar la guerra a otras comunidades. El ‘sanga’ tenía un papel político determinante en la sociedad sumeria y no deja de ser interesante recordar que, en el transcurso del tiempo, el cargo se hizo hereditario, de la misma manera que sucedió con el ‘išakku’. Y con el ‘ensi’.

Resumiendo: podemos suponer que, en un comienzo, la autoridad sumeria se generaba entre los ‘libres’ de la ciudad asumiendo el carácter de ‘elegida’ o ‘designada’, para terminar, posteriormente, en el de hereditaria: el gobernante pudo así adquirir la propiedad del cargo para él y su descendencia, con lo cual la sucesión devino dinástica.

La composición social de Lagaš era extraordinariamente variada; su población estaba compuesta de agricultores y ganaderos, pescadores y barqueros, mercaderes y artesanos, prestamistas y usureros, aparceros y cuidadores de sistemas de irrigación, técnicos e ingenieros, constructores y obreros. Por consiguiente, y contrariamente a lo que se enseña en los textos de historia en donde la moneda se atribuye al genio de los fenicios, en Sumer ya existía el dinero: se practicaba el préstamo a interés o mutuo, se cobraban sumas excesivas por ese servicio incurriéndose frecuentemente en el delito de usura, y, por consiguiente, se acuñaban monedas, llamadas ‘siclo’, que eran de plata y contenían un peso aproximado de 8 gramos[9].

Jaime Ariansen Céspedes sostiene que, en general, Sumer (Sumeria) tenía tanto esclavos adquiridos luego de conflictos bélicos con otras ciudades, como provenientes de la simple compraventa de personas a los mercaderes de esclavos o a la captura organizada de individuos de otras etnias[10]. La esclavitud no era, sin embargo, predominante; el régimen sumerio no era, por consiguiente, esclavista.

El régimen de tenencia de la tierra era mixto: el suelo pertenecía al dios de la ciudad, es decir, a Ningirsu; pertenecía, por ende, al Templo o, lo que es igual, a la casta sacerdotal, a los altos dignatarios, que lo administraban no para sí, sino para el bien de los habitantes de la ciudad. Esta administración contemplaba dos formas de cesión de la tierra: la primera era la venta a ciertas y determinadas personas, lo cual significa que la propiedad particular tenía plena vigencia en lo que a la tenencia de la tierra se refiere; sin embargo, la parte mayor de la propiedad territorial, en manos de la ciudad-estado, se dedicaba al arrendamiento. Y eran los aparceros quienes más se interesaban por adquirirlas para sí pues la hacían producir tanto para su propio beneficio como para el uso de las demás personas al extremo que, como bien lo expresa Kramer,

«Ni siquiera estaban los pobres desprovisto de tierras propias; y si no tierras, siempre poseían alguna alquería, algún jardín, alguna casucha o alguna cabeza de ganado«[11].

Una economía esencialmente agraria, con una composición social de agricultores y aparceros, basada en la explotación de la tierra, incrustada en pleno desierto, requería de un sistema de irrigación bastante eficaz. Y eso lo tuvo Lagaš. Los canales se repartían por toda la ciudad y llegaban hasta donde era menester el consumo del agua. Y ello facilitaba el desarrollo de una economía libre de restricciones, pues se trabajaba porque existían condiciones para producir, al extremo que la riqueza, la pobreza, el éxito o el fracaso, estaban estrechamente ligados al esfuerzo personal. De lo cual derivaba que algunos mercaderes ambulantes, agotado el mercado nacional al que podían llegar, buscasen colocar sus productos en otras ciudades-estados y despertasen, con ello, la envidia de los habitantes de aquellas, especialmente de Umma.

ESTAMENTOS DOMINANTES Y DOMINADOS

No existieron en Lagaš clases propiamente tales, sino más bien ‘estamentos’, grupos sociales diferenciados, raras veces en pugna con otros en defensa de sus propios intereses. No puede, por consiguiente, hablarse de ‘clases dominantes’ y ‘clases dominadas’ en el sentido moderno de las palabras.

Sin embargo, el poder, es decir, la capacidad que tiene un grupo social para imponer su voluntad sobre otro u otros grupos sociales, era ejercido, en primer lugar, por la casta sacerdotal; en segundo lugar, ejercía la dominación el poder militar, estrechamente ligado al sacerdocio. Podría decirse que esa alianza, el poder militar y el sacerdotal, componía el conjunto dominante de la sociedad en Lagaš.

Los estamentos, sin embargo, al igual que las clases, no operan solos. Un conjunto de personas se pliega o adhiere a aquellos que ejercen la dominación en función de cooperar con esa labor. Por eso, cuando el ser humano se organiza en la forma de protoestado, como nos parece lo era la ciudad-estado de Lagaš (es decir, un estado en proceso de devenir tal), junto al estamento que impone su voluntad se establece el elemento cooperador, expresado a menudo en un conjunto de funcionarios protoestatales, la burocracia protoestatal, con sus administradores, ingenieros, arquitectos, censores, agrimensores, perceptores de impuesto, etc. Así sucedió en Lagaš. Formaban, así, tales estamentos, una suerte de protoclase mantenedora de un estado en ciernes, o sea, de un protoestado.

La producción, esencialmente agraria, estaba conformada por agricultores que trabajaban directamente la tierra, por esclavos adquiridos en la forma que se ya se ha indicado y personas pobres que servían a los agricultores. Los esclavos y pobres no conformaban una clase: no se habían erigido en poder aparte, no habían organizado movimientos en defensa de sus intereses, no habían sido reconocidos en el carácter de clase por un poder antagónico ni producían ‘efectos pertinentes’, en fin. Lo mismo sucedía con el artesanado, los pescadores, los barqueros, los ganaderos e, incluso, con los prestamistas. En Lagaš no imperaba el modo de producción esclavista pues la esclavitud no era el motor de la economía, sino una suerte de despotismo oriental que buscaba su propia identidad.

Lagaš no era, por lo demás, un estado, sino un protoestado, un estado en proceso de ser tal como ya lo hemos afirmado, casi una ciudad-estado, pero no a la manera de Venecia o Florencia, en la Italia del medioevo. Pero, del mismo modo que sucede en otros modos de producción, los grupos sociales se presentaban en la ciudad sumeria en el carácter de dominantes y dominados. Esta situación se agravaría en los siglos posteriores hasta el ingreso de Uru-Ka-gina en la historia.

LAS GUERRAS QUE PRECEDIERON A LA APARICIÓN DE URU-KA-GINA

Durante el período en que Lagaš era gobernada por Ur-Nanše, fundador de la primera dinastía de monjes-soldados, e incluso bajo el gobierno de su hijo Akurgal, Guedinna permaneció en poder de los gobernantes de Umma. Solamente cuando el mando de la ciudad bajo a las manos de su nieto Eannatum, la situación experimentó un profundo vuelco. Y es que éste era hijo de Akurgal, presuntamente asesinado por el ‘ensi’ Uš de Umma. Puede suponerse en la mente de Eannatum, por consiguiente, un pensamiento dominante de animadversión hacia los gobernantes de la ciudad-estado de Umma basado en que éstos habían no sólo tomado para sí la región de Guedinna sino, además, ejecutado a su padre.

Dirigía Umma, en esos años, en calidad de ‘lugal’ indiscutido, el caudillo Enakalli, sujeto duro, ambicioso, convencido de ser el elegido de los dioses. Eannatum, que no tenía un convencimiento diferente a aquel, comenzó así por hacerse reconocer ‘ensi’ de Kiš y, provisto de ese título que le concedía legalidad para los actos que iba a realizar, reivindicó para sí y su ciudad el gobierno entero de Sumer, incluida la ciudad-estado de Umma. En posesión de esa calidad, procedió a dictar un decreto en virtud del cual determinó que la región de Guedinna pertenecía a Lagaš. Naturalmente, tal resolución no fue, en absoluto, del agrado de Enakalli que se negó rotundamente a reconocerla. Era eso lo que Eannatum esperaba, pues el rechazo del ‘lugal’ de Umma a sus pretensiones le permitía iniciar las acciones de guerra que tenía proyectadas. De esa manera, al frente de un poderoso ejército, atacó y venció a Enakalli, recuperando la región de Guedinna para Lagaš. Aprovechando esa victoria, restableció los límites primitivos de ambas ciudades y construyó un extenso foso divisorio junto a la frontera que, unido al canal de Idnun, separó el territorio de ambas ciudades-estado. El foso tenía por finalidad demarcar los límites territoriales, crear un obstáculo que colaborase a la defensa de la ciudad, y asegurar el abastecimiento de agua para la región. El ‘ensi’ restauró la antigua estela de Mesilim (la ‘estela de los buitres’) y dispuso que se erigiesen otras con su nombre para recordar la victoria sobre los ummaítas. Sin embargo, no se aprovechó de su situación Eannatum; por el contrario: permitió que los habitantes de Umma continuaran utilizando las tierras de Guedinna, junto a los habitantes de Lagaš, pero les gravó con una carga estableciendo para ellos un porcentaje de la cosecha que debía ser entregado a su gobierno en el carácter de tributo.

Pocos años después, y al tomar el gobierno de Umma el ‘lugal’ Ur-Lumma, procedió éste a desconocer el trato que Eannatum había suscrito con esa ciudad, empleando, si no las mismas armas políticas de aquel, técnicas y tácticas similares, pues sus acciones no se realizaron sin antes recabar y asegurar el apoyo del gobernante de Sumer para las mismas.

Señalando que la carga tributaria impuesta por el ‘ensi’ de Lagaš era vejatoria para los habitantes de esa ciudad, ordenó la suspensión de su pago y, a la cabeza de un ejército, se dirigió a la frontera a objeto de proceder a secar el foso demarcatorio y destruir todas las estelas levantadas en ese lugar. Eannatum estaba ya viejo y dio el mando del ejército a su hijo Entemena. Los ejércitos se enfrentaron en la frontera y la victoria fue para los habitantes de Lagaš; Ur-Lumma fue capturado y ejecutado por orden del propio Entemena, y, su ejército, otrora poderoso, se desbandó. Sin embargo, la victoria no consolidó una paz duradera; los problemas recién comenzaban para ambas ciudades. Sumer, como organización política regional, había sido vulnerada; su voluntad no había sido respetada y en los años siguientes tal circunstancia adquiriría enorme peso político: Lagaš comenzaba a aislarse en la región.

Luego de la derrota y muerte de Ur-Lumma, a manos de Entemena, un nuevo ‘lugal’ accedió al gobierno de Umma: fue Il, ‘sanga’ (administrador en jefe de uno o varios templos) de Zabalam, localidad situada en los límites septentrionales de aquella. Il se hizo elegir ‘išakku’ de Umma y su primera tarea fue reiniciar la guerra contra Lagaš. Volvió, por consiguiente, a la frontera, vació nuevamente el foso construido por Eannatum y destruyó las estelas declarando a Guedinna propiedad suya. No pudo, sin embargo, concluir su obra, lo que permitió que Entemena sí lo hiciera con la suya, recuperando los territorios usurpados y las estelas.

CONSECUENCIAS DE LAS GUERRAS PARA LOS ESTRATOS DOMINADOS

Las guerras producen cambios de toda índole que pueden o no ser beneficiosos para determinados grupos sociales. Sin embargo, existe un común denominador en sus efectos y es que debilitan a los beligerantes. No iría a suceder de manera diferente en Lagaš.

El régimen instaurado por Ur-Nanše nada tenía de participativo. Por el contrario: era fuertemente jerárquico, personal, autoritario, y ninguno de sus sucesores quiso hacerle reformas significativas. Obviamente, pues hacer lo contrario hubiere debilitado al poder central. Y puesto que el sentimiento dominante de toda autoridad es no dejar jamás de serlo, el efecto fue exactamente el inverso a lo que podía suponerse: ya que el gobierno no podía dar satisfacción a las demandas, hubo necesidad de aplicar mano dura; así, el sometimiento de los sectores dominados aumentó y los espacios de libertad, conseguidos a lo largo de los años, se fueron perdiendo. La generalidad de las guerras emprendidas por los soberanos fueron estériles, y las victorias en ningún caso beneficiaron a los sometidos. Y es que los amos de la ciudad reclutaban a campesinos y trabajadores contra su voluntad para enrolarlos en los ejércitos; a nadie le preguntaban si estaba o no de acuerdo en lidiar, sino lo incorporaban al ejército y, en seguida, le obligaban a fabricar armas y pertrechos de guerra. Pero, como eso era insuficiente, contrataban a otras personas (trabajadores libres) a quienes les pagaban para la fabricación de armamento; el pago se financiaba a través del aumento de la carga tributaria. Por consiguiente, las arcas fiscales seguían escuálidas y el gobierno se había visto obligado a emplear hasta los tesoros del Templo. Pescadores, agricultores, constructores, comerciantes y, en general, todos quienes debían pagar impuestos, se hacían cada vez más pobres. El sentimiento de frustración era colectivo.

Había sucedido, no obstante, otro fenómeno. Cuando un grupo social declara la guerra a otro, ambos bandos unifican su comunidad en torno a los gobernantes; las críticas se acallan porque hay una preocupación general que atrae todas las miradas. No ocurrió de manera diferente en Lagaš. Las guerras habían ocultado las críticas a los gobernantes, pero a la vez habían producido otro fenómeno: al impresionante aumento de los funcionarios administrativos, de los recolectores de impuestos y de los inspectores, se unía el crecimiento desmesurado de los servicios represivos dedicados a sancionar a quienes se negaban a pagar la carga tributaria. Así, cuando las guerras llegaron a su fin, los funcionarios se negaron a abandonar sus puestos; mucho menos, a abandonar los privilegios que habían obtenido. Por el contrario, al igual que muchos funcionarios estatales modernos, su paso por las esferas gubernamentales les había permitido ensayar innovaciones acerca de cómo explotar más aún a las masas empobrecidas y extraer la mayor rentabilidad de los actos de comercio. Lagaš se hizo famosa por sus tributos, sus contribuciones, sus impuestos y la forma de calcular las tasas impositivas. Entonces, la molestia frente a esos excesos se generalizó; y, con ella, el funcionamiento de los aparatos represivos. El clamor se hizo colectivo. Pero las autoridades no prestaron oídos a las súplicas. Los conos, que contienen algunas de las reformas emprendidas por Uru-Ka-gina, conservados en los museos, dan cuenta de lo que sucedía en esos años.

«Los bueyes de los dioses araban los cuadros de cebollas del išakku; los cuadros de cebollas y pepinos del išakku ocupaban las mejores tierras del dios«.

«Las casas del išakku y los campos del išakku, las casas del harén del Palacio y los campos del harén del Palacio, las casas de la familia del Palacio y los campos de la familia del Palacio se apretujaban unos contra otros«[12].

Comentando la situación social creada al amparo de los conflictos bélicos, señala Samuel Noah Kramer lo siguiente:

«El inspector de los barqueros requisaba las barcas. El inspector del ganado requisaba las grandes reses y las pequeñas. El inspector de las pesquerías requisaba el producto de la pesca. Cuando un ciudadano llevaba un carnero cubierto de lana al Palacio para que se lo esquilaran, tenía que pagar cinco siclos si la lana era blanca. Si un hombre se divorciaba, el išakku percibía cinco siclos y su visir, uno. Si un perfumista componía un ungüento, el išakku percibía cinco siclos, el visir, uno y el intendente del Palacio, otro. En cuanto al Templo y a sus bienes, el išakku se los había apropiado por las buenas«[13].

Sostenida en el trabajo ajeno, la burocracia se había instalado en las altas esferas del gobierno para dominar por sobre el conjunto social. No sucedía de manera diferente a como lo haría en los siglos venideros. Había recaudadores en todos los confines del territorio de Lagaš. Los gobernantes habían descubierto que podían vivir cómodamente gracias al trabajo de los demás. Y el fuerte sentimiento de estar siendo víctima de injusticias se hizo sentir en todos y cada uno de los habitantes de Lagaš. El advenimiento de Uru-Ka-gina encontraba, de esa manera, terreno fértil para hacerse realidad.

URU-KA-GINA ASCIENDE AL GOBIERNO DE LAGAŠ

No existen antecedentes que permitan suponer la razón por la que Uru-Ka-gina accede al mando de la ciudad de Lagaš siendo un personaje ajeno a la línea dinástica de su antecesor. Esta circunstancia y el hecho que sus reformas están basadas en críticas al comportamiento de los gobernantes que lo precedieron hace creer a algunos autores que el nuevo ‘ensi’ era un ‘usurpador’, un guerrero que, en virtud de un golpe de Estado, accedió al mando de la ciudad.

Los argumentos anotados son débiles. En relación al primero, la línea dinástica impuesta en Lagaš no siempre correspondía a la de su predecesor. Mesilim, por ejemplo, no impone su descendencia en la ciudad, a pesar de tener amplio poder sobre ella en su calidad de regente de toda Sumer; tampoco lo hace el ‘patesi’ En’engal, ni tampoco quien lo sucede, el ‘patesi’ Lugal-Ša-Gen-Sur; y si bien a éste no lo sucede un hijo o descendiente suyo, sino el ‘ensi’ Ur-Nanše, corresponde a este último la creación de la primera dinastía que, nuevamente, se interrumpe con Eannatum II. Asciende al gobierno de la ciudad Enentarzi que intenta crear una sucesión dinástica al casar con Dimtur y engendrar a Lugalanda. No obstante, algunos autores sostienen que el ‘ensi’ Lugalanda, reemplazado por Uru-Ka-gina, también era un ‘usurpador’.

En consecuencia, los juicios expresados en torno a estimar que Uru-Ka-gina pudo ser un ‘usurpador’ parecen poco felices. No pertenecer a la sucesión dinástica del ‘ensi’ Ur-Nanše no implica, pues, señalar a los demás en el carácter de ‘usurpadores’: también el fundador de esta dinastía fue un ‘usurpador’. La generalidad de las dinastías se genera en virtud de la usurpación de territorios ajenos al usurpador, porque nadie usurpa lo propio. Se trata, lisa y llanamente, de un robo con asalto, con violencia; el simple uso de la fuerza física. Es apropiación de la propiedad ajena. Y el robo no legitima. Aunque la conquista, la accesión y la ocupación sean fuentes del derecho.

La segunda razón también es poco consistente: criticar la conducta de los gobernantes anteriores no tiene por qué ser considerado un acto de belicosidad o de agresividad en contra de aquellos, sino más bien la forma de fundamentar el por qué de una actitud diferente e, incluso, la manera de explicar el por qué de la aplicación de determinadas medidas.

A nuestro entender, Uru-Ka-gina no llegó a ser ‘ensi’ de Lagaš en virtud de una asonada militar, sino más bien por su carácter de sujeto cercano al círculo de poder del estamento militar y sacerdotal e, incluso, del propio ‘ensi’ Lugalanda por las razones que se señalan a continuación:

1. La sucesión histórica de los gobernantes en la ciudad parece haberse regido por un criterio esencialmente masculino. Esta afirmación puede deducirse de la propia lista de gobernantes, todos varones, que precedieron a Uru-Ka-gina en su calidad de tal que, según varios autores, fueron:

1.1. Lugal Šuqqur o LugalŠangengur que reinó en 2.550 A.C.

1.2. Gursar

1.3. Gunidu

1.4. Ur-Nause, Ur-Nina o Ur-Nanse 2.494 a 2.465

1.5. Akur-gal (2.464-2.455)

1.6. Eannatum (2.454-2.425)

1.7. Enannatum I (2.424-2.404), que casa con Ašume’eren

1.8. Entemena 2404-2.375, que casa con Nin’ilisug

1.9. Eannatum II (2374-2365)

1.10. Enentarzi, que casa con Dimtur para formar una nueva sucesión dinástica.

1.11. Lugalanda, que casa con Baragnamtara para continuar la sucesión de Enentarzi.

No hay, pues, una figura femenina en toda la historia de los gobernantes de Lagaš que permita dar por supuesto el hecho de haberse instalado allí alguna mujer en dicha calidad. Por el contrario: la sucesión es estrictamente varonil, de lo que puede deducirse que las mujeres no tenían derecho a ser gobernantes en esa ciudad. Esta no parece ser una conclusión casual, sino una política clara y directamente orientada a entregar a los hombres la conducción militar y religiosa del conjunto social, por lo demás, concordante con la calidad de estado teocrático del cual evolucionaba a militar aquel protoestado.

Por consiguiente, puede sostenerse con propiedad que la descendencia femenina de Lugalanda constituía un impedimento insuperable para la permanencia de su línea dinástica. La evolución de la teocracia hacia el estado militar supone, precisamente, el triunfo de la masculinidad por sobre la feminidad, la victoria del cáliz sobre la espada. Y Lugalanda dejaba dos hijas tras de sí: Mi-Šaga y Geme-Nanše.

2. Šaša’, presumiblemente consorte de Uru-Ka-gina, toma como tarea suya la protección de las hijas del anterior ‘ensi’ reconociéndoles todos sus derechos como descendientes de una autoridad. Esta labor le compete a Šaša’ en su calidad de regente de la ‘Casa de la Mujer’, que bajo Uru-Ka-gina vuelve a denominarse ‘Casa de la diosa Baba’. Si Uru-Ka-gina hubiere sido un usurpador que tomó el gobierno por la fuerza, nada explica que su mujer tomara sobre sí la protección de las hijas de Lugalanda reconociéndoles todos los derechos que les correspondían en tal calidad.

3. Las reformas de Uru-Ka-gina fueron dentro de los márgenes de la ley y las costumbres sumerias. No hubo una revolución que implicara un cambio drástico de sistema. Los comerciantes siguieron siendo comerciantes; también los pescadores, obreros, esclavos, sacerdotes. Hubo reformas trascendentales, sí; pero reformas, talas, arreglos, ordenamientos. Si quisiésemos comparar el gobierno de Uru-Ka-gina con alguno de los grandes reformadores de los tiempos modernos, podríamos repetir, como lo hace nuestro amigo Guido Hernández, que el ‘ensi’ de Lagaš no fue, en verdad, sino el Allende sumerio o, también, un Manuel Azaña, un Olof Palme.

SITUACIÓN EN QUE SE ENCONTRABA LA POBLACIÓN DE LAGAŠ

Cuando Uru-Ka-gina accede al mando de la ciudad de Lagaš la situación de la población, en general, no podía ser más dramática. A las extensas propiedades de los ricos y altos dignatarios del templo y del ejército, que se extendían unas junto a otras en una sucesión interminable, se unía una miseria cada vez más amenazante para los sectores dominados. Los pobres ya no tenían tierras y los que aún las conservaban tenían el acoso de los ricos que llegaban hasta ellos con intención de comprárselas. Al no obtener lo que deseaban, tomaban duras represalias contra los dueños de esos predios que llegaban, a menudo, a la violencia física. Los malos tratos se multiplicaban al negárseles lo que querían.

Si la casa de un hombre humilde era contigua a la casa de un hombre ‘importante’, nos recuerdan los conos, y éste la deseaba para sí pues deseaba extender los límites de su propiedad, podía proponer a su posible vendedor la celebración de un contrato y decirle: «Quiero comprártela». Pero si al hombre ‘importante’, que estaba a punto de comprar la casa, el hombre humilde le decía: «Págame el precio que yo considero razonable», no había acuerdo. Entonces, lo normal era que el poderoso tomase represalias en contra del vendedor renuente y lo golpease. La casa, de todas maneras, pasaba a ser de su propiedad.

Los pobres no estaban constituidos solamente por personas desprovistas de medios de subsistencia. También las mujeres, al quedar solas o enviudar, pasaban a ser víctimas de la explotación y del chantaje; con mayor razón los huérfanos. Las propiedades de éstos (siembras, terrenos, ganado, instrumentos de labranza), heredadas de sus progenitores, esposos o protectores, caían rápida e irremediablemente en manos de los poderosos. La propiedad de la ciudad se concentraba cada vez en menos manos.

La explotación de los demás en forma extrema se había instaurado en Lagaš como forma de vida de sus ciudadanos; abundaban los robos, aumentaba la criminalidad y los usureros se lucraban de la desgracia ajena percibiendo altas tasas de interés sin importarles lo que sucedía a los demás.

Por otra parte, el alto mando militar parecía adquirir cada vez mayor influencia por sobre el clero; las propiedades del Templo ya no eran administradas para el dios Ningirsu ni para sus feligreses, sino parecían propiedad particular de los altos dignatarios y del ‘ensi’ que gobernaba la ciudad.

A pesar de haber recuperado Guedinna, a pesar de haber restaurado el canal que conducía las aguas para una más fértil explotación de las tierras, Lagaš parecía una ciudad en completo estado de decadencia.

EL GOBIERNO DE URU-KA-GINA

Sostenemos nosotros, aquí, que Uru-Ka-gina accede al mando de Lagaš apoyado por un amplio sector de militares y sacerdotes, poder y casta dominante en esa época que, viendo los problemas que se avecinaban y en la imposibilidad de convencer a Lugalanda acerca de las reformas que la ciudad necesitaba, lo depone del cargo y entrega el mando al reformador. En consecuencia, no hay tras Uru-Ka-gina una multitud de seres humanos que lo aclaman en el carácter de ‘revolucionario’; el nuevo ‘ensi’ de Lagaš fue un ‘reformador’ cuyas ideas contaban con el apoyo de los sectores dominantes de la ciudad que no podían tolerar la enorme sucesión de abusos por parte de una burocracia predadora integrada por los altos mandos militares y sacerdotales, defensores de los excesos de sus funcionarios y de la forma de vida impuesta por ellos. Accedió al mando de la ciudad por la simple circunstancia que Lugalanda, su antecesor, fue incapaz de introducir las reformas que exigía la estabilidad del estado. No lo hizo al mando de un ejército que se levantase en contra de su predecesor, sino aprovechando, simplemente, circunstancias que le eran favorables. De otra manera no es posible imaginar cómo pudo recabar para sí el título de ‘ensi’.

Asentado en el mando, se preocupó, de inmediato, de restaurar ciertos principios básicos: si bien era el ‘ensi’ de la ciudad, declaró que su poder no emanaba de sí, de su propia persona, sino de Ningirsu, el dios tutelar de la ciudad. Uru-Ka-gina restauró el valor de la divinidad como poder espiritual sobre el que había de construirse una nueva moral. Los conceptos que iría a aplicar estarían profundamente arraigados en las ideas religiosas predominantes en esa época dentro de los límites de la ciudad-estado. Y en esto actuaba con una sagacidad extrema.

Así, comenzó, primeramente su gobierno con la construcción de una serie de templos dedicados no sólo a Ningirsu, sino a otros dioses sumerios, entre los cuales se encontraba el propio hijo de aquel, Igalim, a quien nombró dios tutelar de la nueva unidad económica basada en la expansión de la E-Mi o ‘Casa de la Mujer’. A la cabeza de esta unidad, colocó a su mujer Šaša’. La ‘Casa de la Mujer’, que luego pasó a denominarse ‘Casa de la diosa Baba’, debía controlar no sólo el templo de Ningirsu, sino además las propiedades tanto de la familia divina como de la familia gobernante además de las del personal dependiente de sus hijos. La doctrina proclamada por Uru-Ka-gina era que la familia gobernante debía administrar terrenalmente las propiedades de la familia divina. Si bien es cierto que el control de tales propiedades había sido practicada en esa misma forma por sus antecesores, con ciertas excepciones, bajo Uru-Ka-gina no se innovó respecto la propiedad particular de la soberana Dimtur, de Lugalanda y Bargnamtara; del mismo modo, respecto de Geme-Baba, hija de Enentarzi y Dimtur. Sin embargo, las propiedades de las hijas de Lugalanda y Bargnamtara, Mi-Šaga y Geme-Nanše, así como las de los propios hijos del reformador, fueron confiscadas para pasar a control de la ‘Casa de la Mujer’. La ‘estatización’ de los bienes de los gobernantes la comenzó Uru-Ka-gina respecto de sí mismo, en su patrimonio personal y en el de su familia, actitud que, de por sí, ya lo separa de los demás gobernantes de Lagaš.

Basado en el origen divino de su mandato, Uru-Ka-gina procedió a dictar una serie de reformas que pueden resumirse, más o menos, en lo siguiente:

«Uru-Ka-gina revocó el poder de los barqueros. Destituyó asimismo al inspector de pesquerías y al recaudador de impuesto que se tenía que pagar para que se pudieran esquilar los carneros blancos. Cuando un hombre se divorciaba, ni el išakku ni su visir percibían ya dinero alguno. Cuando un perfumista elaboraba un ungüento, ni el išakku, ni el visir, ni el intendente del Palacio, percibían ya nada. Cuando se conducía un cadáver al cementerio, los dignatarios percibían una parte mucho menos importante que antes de los bienes del difunto.; en algunos casos, menos de la mitad. Los bienes del templo fueron respetados. Y de un extremo a otro del país […] ‘ya no había recaudadores’. Uru-Ka-gina había ‘instaurado la libertad’ de los ciudadanos de Lagaš«[14].

La hora de la eliminación de las cargas tributarias había llegado; también el fin de los ‘omnipresentes recaudadores’ de impuesto y del parasitismo estatal.

La obra de Uru-Ka-gina no terminó allí. La explotación y mal trato que practicaban los ricos contra los pobres también llegó a su término; también puso término a la explotación de las viudas y de los huérfanos y persiguió tenazmente a los usureros, ladrones y criminales. Como lo expresa Kramer:

«Ya no había ningún dignatario que se atreviese a usurpar el jardín de la madre de un hombre pobre, despojando los árboles y llevándose los frutos, como era costumbre antes. Uru-Ka-gina hizo pacto con Ningirsu, dios de Lagaš, especificando en él que no permitiría que las viudas ni los huérfanos fuesen víctimas de los ‘hombres poderosos’«[15].

No debe sorprender que semejantes medidas produjeran fuertes impactos en los diferentes estratos sociales de Lagaš. Grandes contingentes de personas, antes explotadas, se ofrecieron para engrosar las filas de apoyo a la labor del gobernante. Pobres, esclavos, extranjeros, barqueros, pescadores, ganaderos, serían quienes se dedicarían a levantar templos para los sacerdotes que habían sido leales a la divinidad: Uru-Ka-gina contaba con el apoyo de la gran mayoría de los habitantes de la ciudad. Por consiguiente, al amparo de esas reformas, comenzó a realizarse un impresionante número de obras públicas en los años posteriores provocando la envidia de los gobernantes de las ciudades adyacentes. Lagaš volvía a ser lo que había sido en años anteriores, pero no contaba con la simpatía de Sumer.

Agreguemos otro hecho: las reformas de Uru-Ka-gina fueron llamadas ‘amargi’ que, en sumerio tiene el doble significado de ‘libertad’ y ‘retorno a la madre’, circunstancias que nos permiten suponer, como lo hace Stone, que tales reformas no estaban sino reafirmando principios morales y éticos de una época anterior[16].

EL OCASO DE URU-KA-GINA

Lagaš constituía un modelo de sociedad que bien podían imitar las ciudades vecinas. Si había logrado erigirse en un innegable éxito interno, también podía hacerlo en el ámbito externo.

Sin embargo, lo que para algunos constituye un éxito es, para otros, un fracaso; lo que para ciertos grupos constituye la promesa de un mejor porvenir, es para otros una amenaza. Entonces, todos los medios sirven. Incluso, las viejas rencillas territoriales. Y es lo que ocurriría en Lagaš. Porque, si bien es cierto que las reformas introducidas al funcionamiento de la ciudad-estado habían resultado exitosas para su población, constituían una abominación para las ciudades circundantes, organizadas sobre la base de beneficiar el interés de las protoclases dominantes. Lagaš no era, para ellas, modelo alguno a implantar; por el contrario: representaba la aparición de una pústula pestilente que debía ser eliminada a la brevedad.

Gobernaba, en esos años, la ciudad de Umma, el ‘lugal’ Zagissi[17], hombre autoritario, convencido de haber sido elegido por los dioses para cumplir el rol de ‘salvador’ de Sumer. Extremadamente ambicioso, miraba a la ciudad vecina como una presa que debía conseguir cualquiera fuese su precio.

Zagissi comenzó analizando lo que Lagaš significaba para Umma y, por consiguiente, para él y su casta dominante. No quería cometer el mismo error de quienes le precedieron en el gobierno de Umma. Sin lugar a duda, Lagaš era un problema para él; pero necesitaba saber si también lo era para otras ciudades-estado. Si aquella debía ser destruida, el ‘lugal’ de Umma no enfrentaría solo el poder social que en Lagaš había conseguido crear en torno suyo Uru-Ka-gina. En suma: no volvería a crear un conflicto a la manera de los otros ‘lugal’ de Umma en sus guerras fronterizas. Lagaš debía ser arrasada. Pero esa tarea no era para una ciudad-estado sola como Umma.

Convencido de esa misión, envió emisarios a todas las ciudades y concertó encuentros con todos y cada uno de sus gobernantes a fin de discutir la amenaza que para todos ellos significaba la presencia de un gobernante como Uru-Ka-gina al mando de Lagaš. Fue idea común de aquellos considerar que los temores de Zagissi estaban bien fundamentados, que Lagaš sí constituía una amenaza y que era necesario emprender una acción conjunta de todos contra el gobernante de la ciudad-estado hasta lograr su completa aniquilación.

Cada una de las ciudades que pactaron con el lugal Zagissi decidió entregarle tropas para la realización de la acción en contra de Uru-Ka-gina, elevándolo al rango de comandante en jefe de las fuerzas militares unificadas. Toda Sumer debía reducir a Lagaš. Y Ningirsu no tendría poder suficiente para poder oponer resistencia a tan grande concentración de guerreros.

Así, cuando no habían transcurrido (¿siete, ocho, nueve?) aún diez años desde que Uru-Ka-gina asumiera el mando de Lagaš y la había transformado en una potencia social y económica, un formidable ejército conducido por el lugal Zagissi se dejó caer sobre aquella. Uru-Ka-gina tuvo un apoyo social inmenso, pero no lo suficientemente grande como para oponerse a la fuerza conjunta de todas las ciudades-estado unificadas bajo el mando del ‘lugal’ de Umma. Apoyado por los habitantes de Lagaš, que habían confiado en él y que habían visto los logros alcanzados en esos años, sucumbió ante el arrollador avance de las fuerzas unificadas al mando del guerrero ummaita.

Las estelas nada dicen qué sucedió después. Se sabe que las tropas del lugal Zagissi penetraron en la ciudad, mataron a muchos de sus habitantes, saquearon los templos y las casas, destruyeron las acequias, canales, paseos, edificios, e incendiaron lo que quedó de la ciudad. Así lo consignan los relatos de la época:

«El hombre de Umma ha puesto fuego al Ekibirra, ha puesto fuego al Antasurra y robado sus metales preciosos y el lapislázuli; ha saqueado el palacio de Tiraš, en el de Abzubanda, en el palacio de Tirash, en el Abzubanda, en el santuario de En-lil, en el santuario de Utu, en el A’uš, robando los metales preciosos y el lapislázuli; ha entrado a saco en el Ebabbar robando los metales preciosos y el lapislázuli; ha entrado a saco en el Giguna de Ninma’ robando los metales preciosos y el lapislázuli; ha entrado a saco en el Bagara robando los metales preciosos y el lapislázuli; ha entrado a saco en el Dugru apoderándose de los metales preciosos y del lapislázuli; ha entrado a saco en el Abzuega; ha incendiado el templo de Gatumdug apoderándose de los metales preciosos y del lapislázuli y destruyendo las estatuas; ha incendiado la Ibeanna de Innana apoderándose de las joyas y del lapislázuli y destruyendo las estatuas; ha entrado a saco en el Šapad apoderándose de las piedras preciosas y del lapislázuli; ha robado el … en ‘Enda; ha entrado a saco en Kieš, en el templo de Nindar, apoderándose de los metales preciosos y del lapislázuli; en Kinunir incendió el templo de Dumuzi-abzu apoderándose de los metales preciosos; incendió el templo del Lugal URU-KAR poderándose de los metales preciosos y del lapislázuli; entró a saco en el Eengur de Nanše apoderándose de las joyas y del lapislázuli; entró a saco en el Sagug, el templo de Ama-geština, apoderándose de la (estatua de) Ama-geština, de las joyas y del lapislázuli y la ha arrojado al pozo; ha tomado los cultivos del campo sembrados como pertenencia de Ningirsu».

Se sabe además que, acompañado de un reducido grupo de personas leales a él, huyó Uru-Ka-gina a la ciudad de Kiš desde donde desapareció de la vida pública, pero se ignora totalmente lo que sucedió con Šaša’ y con sus hijos.

Apenas si aquel que escribió el testimonio más arriba transcrito, se atrevió a proferir una maldición sobre el conquistador de Lagaš:

«El hombre de Umma (lugal Zagissi), luego de haber destruido Lagaš, ha cometido un crimen contra Ningirsu: ¡la mano que ha puesto sobre Ningirsu le será cercenada!«

Sin embargo, nada de eso ocurrió. La mano del lugal Zagissi no fue cercenada por deidad alguna y el conquistador dominó todo el territorio de la Mesopotamia, gobernó con mano de hierro a toda la región, aplastó uno por uno a quienes quisieron oponérsele e ingresó a la historia como el constructor del primer Imperio sumerio. Fue un triunfador indiscutible, el prototipo del guerrero de cuyas hazañas se nutren los libros que dan cuenta del pasado, hasta que las tropas asirias invadieron esos territorios. Enfrentado a un poder superior al suyo, intentó vanamente oponerse al ejército de Sargón. El resultado no pudo serle más adverso. El monarca asirio no sólo le infligió total derrota sino, además, mató a todos sus soldados, lo separó de su cargo y lo hizo ejecutar. De si Ningirsu cobró venganza de él por la destrucción de Lagaš de esa manera, es algo que jamás se sabrá. Pero eso es parte ya de una historia donde el poder militar, libre ya casi completamente de la tutela religiosa, comenzó a levantarse como única fuerza dominante en esa región del globo.

EL LEGADO DEL ‘ENSI’ DE LAGAŠ

No podemos terminar esta reseña sin referirnos al legado que nos dejara el ‘ensi’ de Lagaš en su fugaz aparición sobre las tablas del teatro de la historia. Porque tanto en su figura como en su obra se condensan experiencias que resultan hoy imposibles de ignorar.

Es costumbre señalar, en las aulas universitarias, al Código de Hammurabi como una de las primeras manifestaciones de la juridicidad estatuida en un cuerpo único de disposiciones legales. En realidad, este compendio no es original; se basa en otro conjunto de normas de convivencia, más antiguo e, incluso, más completo, aunque disperso. Se trata del conjunto de edictos inscritos sobre monumentos, destinados a aliviar la situación de algunos sectores sociales, denominados precisamente ‘edictos misharum’. Empleados en la Babilonia que sucedió a Sumer como forma de aliviar la situación de los más afligidos, fueron, casi con seguridad una reproducción de las disposiciones dictadas 500 años antes por Uru-Ka-gina. De lo cual podemos deducir que, parte del entramado jurídico moderno (basado en Las Siete Partidas, el Código de Justiniano y el Código de Hammurabi), también encuentra sus raíces en la tradición legada por el ‘ensi’ de Lagaš.

Las reformas de Uru-Ka-gina se orientaron en torno a conceder mayor libertad, alimentos y protección a los sectores más desposeídos de la sociedad de Lagaš. A la luz de la historia, estas reivindicaciones se nos aparecen hoy como emanaciones de una suerte de derecho ‘natural’, pues si tales derechos ya se disputaban en esos años es porque siempre han estado incorporados a la naturaleza del ser humano. La defensa de los mismos no sería, de esa manera, un acto privativo de la era actual, sino algo que se realizó ayer, en el pasado, y que se ha realizado en todas las épocas desde aquella ocasión en que se inició el proceso de ruptura de la ‘unidad originaria’. Por lo mismo, las reformas del ‘ensi’ nos enseñan, además, que, desde tiempos inmemoriales, se viene intentando instituir el respeto de esos derechos o, lo que es igual, hacerlos extensivos a todo el grupo social.

No los llamemos principios ni derechos, sin embargo, aunque puedan así considerarse. Y es que no lo son. Constituyen, en realidad, una manifestación de nuestra esencia de seres vivos. Como lo dijésemos en un principio, el principio de la diferenciación nos obliga a agruparnos para combinar nuestras diferentes especialidades; de esa asociación de funciones nace lo que se conoce malamente como ‘igualdad’, expresión errónea, que induce a equívocos, pues la asociación o convivencia de sujetos diferentes que se necesitan entre sí no puede operar sin este requisito indispensable. Ese principio, biológico, por cierto, de la igualdad en la desigualdad, nos recuerda que la necesidad del ser humano de agruparse en comunidades para alcanzar su realización no tiene por qué asociarse a la idea de su subordinación de unos a otros; ni, mucho menos, a su sumisión.

Existe, por consiguiente, una aproximación natural, una forma de agrupamiento basada en la diferenciación, que hermana a los individuos en cuanto al cumplimiento de derechos y obligaciones recíprocas, y que hace repugnante cualquier intento de dominación. Estos son basamentos morales, éticos. De lo cual se deduce que la moral misma tiene un fundamento biológico. Explica, por lo demás, por qué el ser humano lucha desde la antigüedad por el imperio de esos ‘principios’ y que la figura misma de Uru-Ka-gina coloca sobre el tapete de la discusión.

Nos recuerda, también, la figura del ‘ensi’ que, a menudo, el interés personal puede ser determinante para iniciar una época de reformas cuando hay voluntad política de hacerlas y que, en algunas oportunidades, personajes vinculados a las esferas del gobierno de una nación son capaces no solamente de defender sus propios intereses o lo que les indica su ambición personal, sino pueden dar pasos decisivos hacia el robustecimiento de los derechos conculcados a las grandes mayorías nacionales.

Lo sucedido con el ‘ensi’ de Lagaš debe, no obstante, traer a la memoria un hecho crucial. Y es que los basamentos biológicos de la convivencia humana pueden ser atropellados cuando actúan personajes que provienen de una cultura diferente; especialmente, si en ella predominan valores que hacen apología a la destrucción. La ‘igualdad’ de sujetos diferentes que conviven para combinar sus aptitudes y cualidades en función de un fin superior se rompe, entonces; y la labor colectiva que realizaba la comunidad es usurpada por unos pocos que la convierten en individual o particular. El fin social se realiza, de todas maneras, pero solamente en beneficio de un sector minoritario que detenta la fuerza. Por lo mismo, no debe sorprender que siempre existan sectores interesados en destruir cualquier intento de imponer cierto equilibrio social.

La circulación de una moneda (el ‘siclo’) que permitía el préstamo a interés, la circunstancia de existir artesanos libres que recibían paga por la fabricación de armas para el ejército de Lagaš, el hecho de pagarse en dinero las obras que ejecutaban ingenieros, arquitectos y demás funcionarios protoestatales, implica la existencia de venta de fuerza o capacidad de trabajo y, en consecuencia, un sistema capitalista en ciernes, naturalmente no dominante, que permite reafirmar nuestra idea acerca del pasado. En efecto, hemos sostenido nosotros que las ideas tanto del progreso como del desarrollo, de por sí lineales, han de entenderse mejor como una sucesión de configuraciones en donde los elementos que dan origen a toda nueva sociedad siempre se encuentran presentes, aunque no son predominantes en determinados momentos históricos. Es, por lo demás, la única manera de entender aquella afirmación según la cual toda sociedad vieja lleva en sus entrañas a la nueva que ha de sustituirla.

Un hecho significativo que nos muestra el gobierno de Uru-Ka-gina y que debe tenerse siempre presente es que, generalmente, cuando se sienten realizados, los sectores que apoyan a un gobierno son capaces de grandes transformaciones. Nos recuerda, en cierta manera, la abnegación con que los jóvenes, durante el gobierno de la Unidad Popular, en Chile, salían a trabajar en beneficio de los sectores más desposeídos y del propio Gobierno Popular en esas jornadas dominicales que se conocían bajo el nombre de ‘los domingos solidarios del trabajo voluntario’; nos recuerda, del mismo modo, ‘la batalla de la producción’ y el regalo que ofrecieran a Salvador Allende los trabajadores del edificio Unctad III (más tarde, Edificio ‘Gabriela Mistral’, Edificio ‘Diego Portales’ bajo la dictadura y ‘Centro Cultural Gabriela Mistral’ bajo la Concertación) de entregarlo antes de la fecha estimada para el término del mismo. En el caso del ‘ensi’ de Lagaš, los sectores beneficiados por las reformas impuestas por su gobierno no trepidaron en salir en defensa de su ciudad-estado y encontrar la muerte al enfrentar al enemigo.

El enemigo de un sistema no siempre se manifiesta en forma abierta. Normalmente, aparece en forma de dictador, un sujeto nacido de las propias filas del que va a derrotar: su manifestación, entonces, es interna; otras veces, proviene de fuera, como una fuerza exterior invasora. En ambos casos, se presenta para abolir las formas de gobierno instaladas en esa nación, lo que no sucede por simple casualidad. Y es que, en realidad, los grupos humanos no funcionan tan independientemente como pudiera creerse; conforman, generalmente, un ‘sistema mundial’ dentro del cual los gobiernos representan intereses que deben ser correspondientes con los de aquel. Este sistema mundial no siempre se presenta, en la historia, como ‘global’, sino como microsistema, como sistema mundial en miniatura, a veces de carácter regional e, incluso, provincial. En ese caso, son tales intereses los que se ponen en campaña para destruir al elemento exótico. Así sucedió con el ‘ensi’ de Lagaš cuyo éxito unificó las fuerzas que habían de destruirlo. Porque el éxito despierta envidias y constituye una amenaza para el envidioso cuando una forma de vida ajena a la que ha establecido como óptima se presenta, ante su comunidad, en la forma de alternativa cierta que puede sustituir a la suya. En esos casos, la labor del gobernante reformador debe centrarse en torno a intentar acciones que impidan el avance de esa envidia para lo cual, antes de nada, ha de iniciar un proceso de ruptura con el aislamiento regional, que es la única manera de introducir proposiciones destinadas a impedir la unión de los adversarios: el modelo intentado debe reproducirse para facilitar su propagación, no encapsularse.

¿Cuándo se hace presente el enemigo? El enemigo está siempre presente y se manifiesta en la defensa de intereses de grupo. Las reformas introducidas por un gobernante pueden, a menudo, afectar esos intereses; entonces, los sectores afectados comienzan a conspirar primero, a través de quejas y bromas de mal gusto, en las que siempre está presente la persona del gobernante; luego, empiezan a reunirse para evaluar la situación y analizar sus fuerzas. Y es porque, en esos momentos, las reformas introducidas por el gobernante comienzan a socavar los cimientos del sistema, las libertades concedidas ponen díscolos a los operarios, disponen éstos de cantidades de dinero similares a las de los sectores dominantes y sus derechos empiezan a equiparse. En palabras más simples: se hace presente el momento en que el sistema vigente comienza a dejar de ser tal para iniciar su tránsito hacia otra forma de convivencia social. Digámoslo más directamente: el enemigo se hace presente cuando las transformaciones introducidas por el elemento exótico han sobrepasado los límites mismos del sistema. Entonces, la necesidad de aplastar a los reformadores se hace imperiosa.

¿Cómo un sistema amenazado realiza la destrucción del elemento exótico? ¿Cómo neutraliza al díscolo? La historia de Uru-Ka-gina no es diferente a la de todos aquellos que se han empeñado en ascender por el escabroso sendero de las reformas sociales o por conseguir una sociedad mejor. Cuando el sistema vigente ha visto traspasados sus límites, la reacción siempre se hace presente, al principio, en la forma de amenaza cierta. De perseverar esa trasgresión de límites, la amenaza se hace realidad, y cuando ello ocurre se materializa en virtud la imposición de la fuerza. El uso de la fuerza física es el último recurso al que apela, en toda circunstancia, un sistema que teme colapsar. Y puesto que la fuerza física o coacción se encuentra permanentemente en manos de las fuerzas armadas en forma de monopolio, SIEMPRE serán éstas quienes habrán de pronunciarse sobre el futuro de la sociedad. Salvo que se oponga a ellas un poder igual o similar también armado.

Que, en determinadas circunstancias, la fuerza militar se vea sobrepasada por la acción de las masas, como ha sucedido en algunas oportunidades con revoluciones democráticas triunfantes, no quiere decir que esa sea, también, una alternativa posible. Las alternativas se plantean en el plano de las posibilidades ciertas, no de las inciertas; y la posibilidad que una fuerza militar se vea sobrepasada por una fuerza social poderosa es sin lugar a dudas, una alternativa, pero una alternativa incierta. Por lo mismo, difícil de considerar como medianamente posible. Las fuerzas armadas son esencialmente estructuras jerárquicas y obedientes, estructuras organizadas para imponerse sobre otras, para dominar; no para ejercer la ‘democracia’.

El uso de la fuerza por parte de un sistema que se siente amenazado por las maniobras que ejecuta un reformador puede ser tanto interno como externo; ya lo hemos dicho. El sistema vigente tiene la posibilidad de elegir cómo actuar en defensa de su propia integridad. Pero, en uno u otro caso, el uso de la fuerza adquiere el carácter de inevitable.

Cuando un gobernante toma el mando de una nación y empieza a introducir reformas que dicen relación con la incorporación de mayores conquistas sociales, no puede atribuirse, livianamente, ese hecho al simple deseo de aquel de ganar la voluntad de los sectores dominados, como algunos investigadores interpretan las reformas del ‘ensi’ de Lagaš. En las modernas elecciones de gobernantes, el discurso político, el programa de acción, muchas veces es determinante para inclinar la balanza hacia uno u otro candidato; las promesas electorales hacen fácil presa del elector incauto. El acceso al gobierno, pues, puede comenzar con la mentira. En el caso de Uru-Ka-gina, el proceso se inicia con la toma, primero, del mando de la ciudad-estado; posteriormente, la época de reformas se hace presente. No hay acto electoral previo. Es cierto que, en los casos en que se advierte la amenaza de desestabilización puede el gobernante recurrir a la introducción de reformas con tal de ganar la voluntad de los sometidos. No nos parece que eso suceda en el caso del ‘ensi’ de Lagaš pues no se advierte que existiese amenaza alguna de desestabilización a lo largo de su regencia; más bien, la propia ascensión del ‘ensi’ al mando de Lagaš parece constituir la culminación de un eventual proceso de desestabilización, por supuesto, previo a ese suceso. Es más: un gobernante puede ser, al principio, repudiado; más adelante, y no solamente por ganar la voluntad de los gobernados, puede ser adorado por la efectividad de sus obras. Especialmente, cuando las reformas que introduce están directamente relacionadas con la restauración de derechos conculcados en toda la extensión de la historia.

Un hecho sintomático en el gobierno de Uru-Ka-gina es el rol desempeñado por la mujer en la sociedad que existía dentro de la ciudad-estado de Lagaš, hecho celebrado por Rianne Eissler para quien su obra consistió solamente en restituir dicho rol. En efecto, de las obras de orfebrería, de las inscripciones que quedan en las estelas, de las leyendas contenidas en los cilindros, se desprende que la mujer sumeria, en los comienzos de la civilización mesopotámica, gozaba de una consideración insuperable que, a menudo, se manifestaba como superior a aquella de la cual gozaba el hombre. Las historias de Innanna de Uruk y de otras deidades presentan a la mujer dueña de sus atributos, independiente, dirigiendo junto a los hombres, de igual a igual, la administración de la sociedad en que vive. Por el contrario, en la medida en que dicha sociedad se fue haciendo cada vez más jerárquica y militar, el rol de la mujer comenzó a decaer, labor que Uru-Ka-gina no vaciló en restaurar en la persona de su mujer, Ša-Ša’. No por algo le cupo a ella la tarea de dirigir ‘La Casa de la diosa Baba’, edificación notable, en la que participaban solamente mujeres, y que pone de manifiesto el profundo interés que guiaba al gobierno del ‘ensi’ en torno a restaurar a aquellas los derechos que les habían sido conculcados antaño.

El gobierno de Uru-Ka-gina nos enseña, además, que la tarea de realizar grandes transformaciones desde el gobierno dentro de determinada institucionalidad es plenamente posible y que solamente basta tener la voluntad política para ello. Aunque en ese empeño se sobrepasen límites que, según se sabe, nadie debe sobrepasar. De hecho, tales fueron las banderas de lucha enarboladas por Manuel Azaña, en la Península Ibérica en la primera mitad del siglo pasado, y Salvador Allende en el Chile de 1970. Que tales experiencias hayan arrojado trágicos resultados, como la del propio Uru-Ka-gina, no significa que esa vía ha de desecharse como una de las tantas posibles para emprender el camino hacia la construcción de una sociedad mejor.

Pero la figura del ‘ensi’ de Lagaš nos lega, finalmente, una lección que jamás ha de olvidarse: que la tierra toda no es un inmenso mercado en donde sólo tienen cabida compradores y vendedores para sacar provecho de sus acciones, que la vida, fundamento de la existencia misma de la tierra, no fue hecha para hacer negocios o para quitar a los demás lo que les pertenece, sino que cobija a individuos como nosotros para auxiliarnos mutuamente, para asistirnos hermanados en nuestro rol de seres humanos, para repartirnos lo que podamos extraer de ella, que es la única forma de entender el inmenso significado que contiene el principio de la diferenciación.

Santiago, junio de 2011

TEXTO DE LAS REFORMAS DE URU-KA-GINA

(Cono C)

(Según la versión en castellano entregada por Manuel Molina)

A Ningirsu, héroe de Enlil, Uru-Ka-gina, lugal de Lagaš, el palacio de Tira’a le construyó; el Anta-ura’ le construyó; el templo de Baba le construyó; el Bursag, su santuario para las ofrendas regulares, le construyó; su edificio de Urukug en el que se esquilan las ovejas le construyó; para Nanie el «Canal-que-fluye-hacia- NINA»,SU amado canal,le excavó (y) su desembocadura hasta el interior de (la región de) Hörse lo hizo llegar; los muros de Girsu le construyó.

Desde los lejanos días, desde el surgimiento de la semilla, en aquellos días, el «hombre de la barca» se apropiaba de las barcas; de los asnos el administrador de los rebaños se apropiaba; de las ovejas el administrador de los rebaños se apropiaba; de … …el supervisor de la pesca se apropiaba; los sacerdotes-gu-dug las contribuciones de cebada en Ambar medían; los pastores de ovejas de lana por una oveja pura pagaban plata; el agrimensor el cantante superior del culto, el administrador, el maestro cervecero, todos los supervisores por un cordero lechal pagaban plata; los bueyes de los dioses en los campos de cebollas del ensi, araban; sobre los buenos campos de los dioses las plantaciones de cebollas (y) las plantaciones de pepinos del ensi, estaban; las cuadrillas de asnos (y) los vigorosos bueyes de los administradores del templo eran uncidos, (pero) la cebada de los administradores del templo por el personal del ensi, era recibida; un vestido- de mangosta, un vestido- …, un vestido lujoso (?), un vestido- …, un vestido- de lino, un de fibra de lino, fibra de lino atada en haces, un yelmo de bronce, un clavo de bronce, un de bronce, una piel brillante, plumas de «cuervo que grazna», (y) una cabra …los administradores del templo como contribución IL, entregaban; los administradores-GAR del templo en el huerto de un ama-uku; talaban árboles (y) los frutos recogían; para llevar un cadáver al cementerio siete jarras de cerveza, 420 panes, 2 ul de cebada-ha-zi, un vestido, un carnero-guía, (y) una cama el uh,-mus cogía para sí, y el lu-umum-ma 1 de cebada cogía para si; cuando a la «caña de Enki» un hombre era llevado 7 jarras de cerveza, 420 panes, 2 ul de cebada, un vestido, una cama, (y) un asiento de madera el uh-muš, cogía para sí, (y) 1 u1 de cebada el lu-umum-ma cogía para sí; los artesanos el ninda-šu-il-la tenían, y las parejas de obreros la tarifa de «la puerta de la ciudad» tenían; en las propiedades del ensi, y en los campos del ensi, en las propiedades de la «Casa de la Mujer» y en los campos de la «Casa de la Mujer», en las propiedades de los hijos y en los campos de los hijos se cometían irregularidades; desde la frontera de Ningirsu hasta (la región de) Hör había gente que en calidad de inspectores actuaba; (cuando) el Šub-lugal en la parte estrecha de su campo construía su pozo, al igi-nu-du, cogía (para el trabajo), (y también para los trabajos de) los canales de irrigación que tenían lugar en el campo al igi-nu-du, se cogía.

Las normas de los tiempos anteriores eran estas. Cuando Ningirsu, héroe de Edil, a Uru-Ka-gina la realeza de Lagaš le dio, (cuando) entre 36000 hombres su mano cogió, el destino de tiempos anteriores estableció,las órdenes que su señor Ningirsu le había dado comprendió: de(1 control de) los barcos al «hombre de la barca» apartó; de(1 control de) los asnos (y) de las ovejas al correspondiente administrador de los rebaños apartó; de … … al supervisor de la pesca apartó; de las contribuciones de cebada de los sacerdotes-gudug al supervisor de los silos apartó; por una oveja pura (o) por un cordero lechal del pago (de tasas) en plata al inspector apartó; de las contribuciones-E, que los administradores del templo al palacio llevaban al inspector apartó; en las propiedades del ensi, (y) en el campo del ensi, a Ningirsu como propietario estableció; en las propiedades de la «Casa de la Mujer» (y) en el campo de la «Casa de la Mujer» a Baba como propietaria estableció; en las propiedades de los hijos (y) en el campo de los hijos a Šulšagana como señor estableció; desde la frontera de Ningirsu hasta (la región de) Hör dejó de haber inspectores; (cuando) se lleve un cadáver al cementerio 3 jarras de cerveza, 80 panes, una cama, (y) un carnero-guía, el uh-muš, cogerá, (y) el lu-umum-ma 3 ban de cebada se llevará; cuando a la «caña de Enki» un hombre sea llevado, 4 jarras de cerveza 240 panes (y) 1 u1 de cebada el uh-muš, se llevará; (y) el lu-umum-ma 3 ban de cebada se llevará; un tocado de mujer (y) 1 sila de «perfume de primera calidad» la sacerdotisa-nin-dingir se llevará; 420 panes secos (?) son los panes de la contribución, 40 panes calientes son los panes para la cena (?), 10 panes calientes son los panes de mesa, 5 panes del «hombre del bando», 2 ánforas (y) una vasija-sa-dug, de cerveza (la ración) del cantante de lamentaciones de Girsu; 490 panes, 2 ánforas (y) una vasija-sa-dug, de cerveza es (la ración) del cantante de lamentaciones de Lagaš; 406 panes, un ánfora y una vasija-sa-dug, de cerveza es (la ración) de los (otros) cantantes de lamentaciones; 250 panes (y) 1 ánfora de cerveza es (la ración) de las ancianas; 180 panes (y) un ánfora de cerveza es (la ración) de los ancianos de NINA; para el igi-nu-du, de servicio en el (su ración es de) un pan para la cena (?), 5 panes para el amanecer (?), un pan para el mediodía (?) (y) 6 panes para la noche; 60 panes, un ánfora de cerveza 3 ban de cebada (es la ración) para los que trabajan como sag-bur; la tarifa de ‘la puerta de la ciudad para las parejas de obreros él (Uru-Ka-gina) revocó, (y) para los artesanos el ninda-šu-i1-la revocó; los sacerdotes-GAR el jardín del ama-uku, dejaron de saquear; (cuando) a un šub-lugal un asno de buena calidad le nazca, (y) su supervisor «te lo quiero comprar», le diga, «si lo quieres comprar el precio que satisfaga a mi corazón págame» (si el šub-lugal) le responde, (o) si no se lo quiere vender, el supervisor coléricamente no le golpeará; cuando la propiedad de un ‘hombre grande’ con la propiedad de un šub-lugal limite, y ese ‘hombre grande’ «quiero comprártelo» le diga, «si la quieres comprar el precio que satisfaga a mi corazón págame, mi casa es un gran recipiente-pisan, ¡llénamelo de cebada!» (si el šub-lugal) le responde, (o) si no se lo quiere vender, el ‘hombre grande’ al šub-lugal coléricamente no le golpeará.

(Esto es lo que Uru-Ka-gina) ha dicho.

A los ciudadanos de Lagaš:

al que estaba endeudado, al que había establecido una medida-gur (falsa), al que había llenado (inapropiadamente una medida-gur con) cebada, al ladrón (y) al asesino, su prisión él la ha limpiado (de ellos); su libertad él ha dispuesto.

Que el huérfano y la viuda al poderoso no le sean entregados con Ningirsu Uru-Ka-gina ha acordado.

En ese año el pequeño canal que Girsu tiene a Ningirsu le ha excavado; el nombre que desde ese día lleva, «Ningirsu-es-Soberano-ante Nippur», Uru-KA-gina le ha dado; hasta el «Canal-que-fluye- hacia-NINA» él lo hizo llegar; el canal es puro, su lecho es claro; ¡que a Nanše agua corriente le traiga!

TEXTO QUE DESCRIBE LA DESTRUCCIÓN DE LAGAŠ

(Traducido del italiano por el autor)

«El hombre de Umma ha puesto fuego al Ekibirra, ha puesto fuego al Antasurra y robado sus metales preciosos y el lapislázuli; ha saqueado el palacio de Tiraš, en el de Abzubanda, en el palacio de Tirash, en el Abzubanda, en el santuario de En-lil, en el santuario de Utu, en el A’uš, robando los metales preciosos y el lapislázuli; ha entrado a saco en el Ebabbar robando los metales preciosos y el lapislázuli; ha entrado a saco en el Giguna de Ninma’ robando los metales preciosos y el lapislázuli; ha entrado a saco en el Bagara robando los metales preciosos y el lapislázuli; ha entrado a saco en el Dugru apoderándose de los metales preciosos y del lapislázuli; ha entrado a saco en el Abzuega; ha incendiado el templo de Gatumdug apoderándose de los metales preciosos y del lapislázuli y destruyendo las estatuas; ha incendiado la Ibeanna de Innana apoderándose de las joyas y del lapislázuli y destruyendo las estatuas; ha entrado a saco en el Šapad apoderándose de las piedras preciosas y del lapislázuli; ha robado el … en ‘Enda; ha entrado a saco en Kieš, en el templo de Nindar, apoderándose de los metales preciosos y del lapislázuli; en Kinunir incendió el templo de Dumuzi-abzu apoderándose de los metales preciosos; incendió el templo del Lugal URU-KAR poderándose de los metales preciosos y del lapislázuli; entró a saco en el Eengur de Nanše apoderándose de las joyas y del lapislázuli; entró a saco en el Sagug, el templo de Ama-geština, apoderándose de la (estatua de) Ama-geština, de las joyas y del lapislázuli y la ha arrojado al pozo; ha tomado los cultivos del campo sembrados como pertenencia de Ningirsu».

«El hombre de Umma (lugal Zagissi), luego de haber destruido Lagaš, ha cometido un crimen contra Ningirsu: ¡la mano que ha puesto sobre Ningirsu le será cercenada!»

Notas

[1] Emplearemos la letra ‘š‘ para reproducir con ella el sonido de la castellana ‘ch’ o de la inglesa ‘sh’ a fin de mantener con mayor fidelidad su equivalente sumerio. Šurupak, en este caso equivale a la Shurupak o, simplemente, Churupak, según sea escrita en la versión inglesa o castellana. Del mismo modo, ocuparemos el signo ‘ para suplir la letra ‘h’, de manera que en el espacio donde debería ir una ‘h’ emplearemos solamente el signo ‘.

[2] Kramer, Samuel Noah: «La historia empieza en Sumer», Aymá S.A. Editora, Barcelona, 1962, pág.100.

[3] Molina, Manuel: «Las reformas de Uru-Ka-gina», Universidad de Murcia, 1995, documento contenido en la publicación oficial de esa universidad denominada «Lengua e Historia» (1995).

[4] La palabra ‘casar’ la empleamos aquí en el sentido de unión entre un hombre y una mujer reconocida por la organización social sumeria.

[5] También empleamos aquí la expresión ‘matrimonio’ en el sentido de ceremonia reconocida por la organización social sumeria que permitía el ayuntamiento carnal entre hombre y mujer, aunque no en el exacto sentido moderno.

[6] Véase de Riane Eissler, ‘El cáliz y la espada’, páginas 73,74 y 75.

[7] Véase la obra de Merlin Stone, ‘When God was a woman’.

[8] La ‘estela de los buitres’ es un monumento recordatorio a la victoria de Eannatum sobre Akurgal debe su nombre a la circunstancia que, en algunos de sus fragmentos, se ve marchar a los soldados de Lagaš por encima de los cadáveres de sus enemigos de Umma donde también se ven buitres y perros. De ella sólo se conservan siete fragmentos. Bien pudo, también, ser llamada ‘estela de los perros’.

[9] Kramer, Samuel Noah: Obra citada en (2), pág. 98.

[10] Ariansen Céspedes, Jaime: «Historia de la Exploración y del Transporte», tomada de las páginas de INTERNET.

[11] Kramer: Obra citada en (2), pág. 96.

[12] Esta referencia contenida en uno de los conos que da cuenta de la situación social previa a la aparición de Uru-Ka-gina ha de entenderse en el sentido que todas esas propiedades conformaban un todo o, si se quiere, una extensión territorial única, ininterrumpida, una vastedad para las protoclases privilegiadas que se formaban al amparo del clero y del mando militar.

[13] Kramer, Samuel Noah: Obra citada en (2), pág. 98.

[14] Kramer, Samuel Noah: Obra citada en (), pág. 99.

[15] Kramer, Samuel Noah: Obra citada en (), págs. 99 y 100.

[16] Véase la obra de Riane Eissler ‘El cáliz y la espada’, pág. 74, Editorial Cuatro Vientos, Santiago, 1990.

[17] En la generalidad de los textos aparece el nombre de este gobernante como ‘Lugalzagissi’, pero bien sabemos nosotros que el prefijo ‘lugal’ se refiere al título otorgado al gobernante entronizado. Desde ese punto de vista, la asimilación del término ‘lugal’ a ‘rey’ es aceptable, pues el ‘lugal’ era un militar entronizado como lo es el rey. Por lo mismo, siguiendo ese mismo razonamiento, antepondremos nosotros dicho prefijo al nombre Zagissi, y no emplearemos el de ‘Lugalzagissi’, usualmente empleado, para referirnos al gobernante que enfrentó a Uru-Ka-gina.

Compartir:

Artículos Relacionados

Deja una respuesta

WordPress Theme built by Shufflehound. piensaChile © Copyright 2021. All rights reserved.