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La vida secuestrada en Colonia Dignidad

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Abril de 2004
José Efraín Morales Norambuena fue robado de su familia por Colonia Dignidad a los dos meses de edad, adoptado ilegalmente, explotado, castigado, drogado y abusado. Su secuestro duró 36 años. El 29 de marzo, partió a Alemania con otro nombre, hablando poco español, sin educación formal, y sin dinero. Nunca alcanzó a conocer a sus padres verdaderos. En el mismo vuelo viajó también uno de los jerarcas de Colonia, huyendo de la justicia.

Efraín había dejado Colonia Dignidad en diciembre de 2002, luego de tres intentos de suicidio. No soportaba más la vida de esclavo, los abusos, la explotación, los castigos, los controles. Quería definir su propio destino, vivir en Chile, formar una familia, y tener un perro; quería decidir qué comería cada día, qué tipo de ropa se pondría, con quién se casaría. Sus ambiciones laborales no eran desmedidas: quería operar una retroexcavadora, como lo hizo por años para las empresas de Colonia, pero esta vez, con licencia y recibiendo un sueldo. Tal vez estudiaría algo, pero no confiaba en su propia capacidad: «No sé cuánto de mi cerebro mataron las drogas que me daban,» explicó. Fueron 23 años de dopaje forzado.

Entonces meses después de partir de Colonia con algunos teléfonos y direcciones de personas que había conocido cuando trabajaba en el casino de Colonia en Bulnes, pidió al Juzgado del Crimen de Parrral que ordenara exámenes médicos para saber qué daño le habían hecho. Por años había guardado muestras de las distintas tabletas que le habían obligado a tomar, y finalmente tuvo la oportunidad de entregarlas al Juzgado para que fueran analizadas. El juzgado las envió al Servicio Médico Legal en Santiago en agosto de 2003. Dos tabletas «se perdieron» en el camino. De las otras, no se ha hecho ningún informe a la fecha.

Interpuso una querella por defraudación, imposición ilegítima de servicios y contribuciones personales, secuestro, lesiones, y asociación ilícita en contra de 13 jerarcas de Colonia Dignidad, entre ellos Hans Jurgen Blanck, Gerhard Mucke, Kurt Schnellenkamp, Hartmut Hopp, y Wolfgang Müller, quien, a pesar de la oposición del Consejo de Defensa del Estado, fue autorizado por los tribunales a viajar a Alemania. Müller (alias «Wolle»), es gerente general de la Inmobiliaria Cerro Florido, de propiedad de Colonia Dignidad, y está siendo procesado como cómplice en el secuestro del adolescente chileno Rodrigo Salvo, víctima de los abusos sexuales de Schäfer. Pronto a dictarse el fallo de primera instancia que lo mandaría a la cárcel al menos cinco años, Wolfgang Müller Altevogt se fue del país con su hermano Michael, subiendo al mismo avión que llevaría a Efraín a Frankfurt, no sin antes intentar abordar también con una hermana, el esposo de ésta, Rainer Döring, y un hijo adoptivo de la pareja, Christian Döring, quien tenía orden de arraigo.

Al igual que Efraín, el niño había sido abusado sexualmente por Schäfer, mientras los demás dirigentes de Colonia, como su «tío» Wolfgang, hacían la vista gorda. Al salir de Colonia, tras una minuciosa planificación y preparación que le permitió irse con un poco de dinero -habiendo peleado para que le pagaran por el trabajo que hacía- y toda la documentación posible que pudiera servir de pruebas en contra de Colonia, Efraín se dirigió a La Serena. No le gustaba el frío. Ahí se hizo de algunos amigos y trabajó como guardia en un condominio. Seis meses después, se vino a la capital, en busca de trabajo y sometiéndose a tratamiento psicológico con ayuda de la Fundación de Ayuda Social a las Iglesias Cristianas (FASIC).

La investigación en Parral no llegaba a ningún lado. Todos los careos que solicitó con los jerarcas fueron rechazados. Las pesquisas policiales sobre los negocios de los jerarcas de la Colonia chocaron contra un muro: ninguno accedió a declarar ante la Policía de Investigaciones. Los jerarcas se sentían más seguros con Carabineros y los tribunales que con la Policía de Investigaciones. Los carabineros eran sus amigos. De hecho, cuando en uno de los allanamientos efectuados a Colonia Dignidad para buscar al prófugo Schäfer, un grupo de carabineros lo vio a cuatro metros de distancia, no actuaron, no lo detuvieron como era la orden judicial.

Los tribunales de Parral y Talca, en tanto, están poblados de amigos de Colonia. Por eso, al entrar al Juzgado en Parral, Efraín se encontró frente a frente con un «íntimo amigo de la Colonia»: Luis Alberto Matus Oñate, actuando como secretario en su causa. A Matus lo conocían en Colonia; su nombre era familiar. Gracias a Matus Oñate, decían, se informaban anticipadamente de las visitas policiales, de acciones judiciales, requerimientos, y hasta de las preguntas que les harían en tribunales.

No era de sorprender entonces que los dichos de los jerarcas ante el tribunal respecto de la explotación laboral, el abuso y las drogas a lo que fue sometido Efraín Vedder fueran rotundamente negadas por cada uno, como inventos de un muchacho «abandonado» por su familia. A decir del Dr. Hartmut Hopp ante el tribunal, Efraín «provenía de un hogar destruido, ya que en dicha familia sucedieron hechos graves que no le permitían llevar una vida normal, la que hizo en Villa Baviera en donde se le educó, aprendió una profesión. Es más, tiene la ventaja sobre la gran mayoría de los chilenos, que este joven habla dos idiomas -español y alemán». Los jerarcas, además, podían mostrar certificado de estudio, contrato de trabajo, contrato de arriendo, recibos de salario, imposiciones en AFP y Fonasa… Toda la vida legal fabricada a pedido de Colonia a sus amigos en puestos claves para sustentar la «normalidad» de la vida al interior de Colonia.

ROBO DE BEBÉS
Efraín, hoy un hombre de 37 años que habla dificultosamente el castellano con acento extranjero, nació el 18 de septiembre de 1967, uno de nueve hijos de una humilde familia de Catillo. Recién en 2002, descubrió que uno de los colonos, Franz Baar era, en realidad, su hermano de sangre: Francisco Morales Norambuena había llegado a Colonia de niño, y terminaría siendo adoptado por el colono alemán Hugo Baar. Franz Baar escapó de Colonia Dignidad en abril de 2003 junto a su esposa y suegros.

A los dos meses de vida, Efraín enfermó gravemente, y su madre lo llevó al Hospital de Colonia Dignidad. De ahí no salió más. Cada vez que sus padres iban a buscarlo, les decían que Efraín seguía enfermo, y que debía continuar tratamiento. Pasaron meses. Cuando sus padres se enfermaron, fueron las hermanas a reclamar al bebé. Fueron intimidadas y amenazadas. Efraín se quedó al cuidado de la matrona Ingrid Seelbach, viviendo virtualmente encerrado en el Hospital de Colonia Dignidad.

Algo parecido pasó también con el chileno Arnold Blank: los jefes del Hospital de Colonia Dignidad le dijeron a su familia que el niño había muerto. El continúa en Colonia, habiendo sido adoptado ilegalmente por colonos, como muchos otros niños chilenos sustraidos de sus familias bajo engaño o amenaza. Efraín no recuerda haber jugado cosas de niños, ni haber compartido con niños en sus primeros ocho años de vida. De hecho, los primeros autitos de juguete que tuvo se los compró él mismo el año pasado, simplemente porque nunca había tenido. Hoy lo acompañan en Alemania.

Jamás tuvo un entorno familiar ni sintió el cariño de sus supuestos protectores. A los seis años, fue pasado a vivir a la panadería, y a los ocho, fue integrado a un grupo de niños. Vivía en una casa grupal, durmiendo en piezas colectivas con otros niños. Las niñas dormían lejos de ahí. Nadie conoció la vida familiar, ni el cariño y el amor entre padres e hijos, parejas, y parientes, porque a decir de los jerarcas, todos quienes siguen los deseos de Dios son la familia. La comunidad era la familia. En 1976, Efraín fue adoptado por la colona alemana Johanna Vedder Veuhoff, viuda de 55 años. Sin embargo, sus padres biológicos jamás habían renegado de él, ni lo habían dado en adopción. Su padre había muerto el año anterior, pero su madre seguía en Catillo sin saber nada de su hijo. Ella moriría años más tarde.

No obstante, esto no fue ningún impedimento moral o legal para que la jerarquía de Colonia Dignidad pidiera favores a algunos de sus amigos en lugares precisos. Para gestionar ilegalmente los documentos de adopción de José Efraín Morales Norambuena, Colonia acudió a la señora Tati San Martín, funcionaria del Servicio de Registro Civil de Catillo, quien, el 4 de octubre de 1976, extendió un certificado de adopción a Johanna Vedder. Efraín pasaría a llamarse José Efraín Vedder Veuhoff, nacido en Chile, de madre alemana. «La relación con ella no era una relación de madre verdaderamente. Ahora, fuera de Colonia, me doy cuenta cómo es el cariño dentro de una familia. Esto era una formalidad, para las aparencias. No vivíamos juntos, y con mi madre adoptiva sólo hablábamos cuando la veía en el trabajo, de nada especial. Ella murió en 1988, y no lo supe hasta un año y medio después,» recuerda.

DROGAS Y VIOLACIÓN
Del año anterior que Efraín venía cuestionando su vida, preguntándose de dónde venía, quiénes eran sus padres realmente, y porqué vivía con tantas restricciones. Quería buscar a sus padres, y comenzó a resistir la disciplina impuesta al grupo. «Ahí comenzaron a darme tabletas. Cuando vieron que yo no las tomaba, que las botaba, comenzaron a inyectarme una vez por semana. Cuando vieron que eso no bastaba, entonces me llevaban al hospital y me internaban por semanas. Me daban medicamentos e inyecciones hasta quedar inconciente. Me aplicaban electroshock, tratando de borrar mi memoria. Cuando me veían tan débil que ya no era capaz de rebelarme -ni siquiera de levantarme-, entonces me devolvían al grupo. Hasta mi próxima rebeldía,» relata.

Con cada muestra de indisciplina, se intensificaba el «tratamiento». Efraín no tenía fuerzas para levantarse y caminar. Gran parte del tiempo en el hospital de Colonia lo pasó inconciente. De vez en cuando, alguien lo llevaría a la ducha para lavarse, pero sólo si Paul Schäfer, dueño de todas esas vidas, lo autorizaba. No se explicaba porqué, cuando recobraba conciencia, despertaba con fuertes dolores de cabeza y con calambres en las manos. Hasta que un día el dirigente de la Colonia Hugo Baar le preguntó si había sentido «que le daba la corriente en las piernas».
Poco después, otro colono en el hospital le consultó si era verdad lo que se rumoreaba: que se aplicaba electroshock a los «pacientes». Fue entonces que Efraín cayó en cuenta que entre tabletas e inyecciones, también le aplicaban electroshock, «para borrar mi memoria».

El tratamiento con electroshock, sedantes, tranquilizantes, valium u otros fármacos duró hasta 1998, cuando Schäfer huyó de Colonia para evitar ser arrestado por los 27 cargos de pedofilia que pesan en su contra. Entonces, Efraín exigió que le dejaran de suministrar medicamentos. Había estado 23 años bajo «tratamiento» a manos del mismo Schäfer, su esposa, Maria Streben, Gisela Seewald, Hartmut Hopp y su primera esposa, Dorotea  Witthan, Ingrid y Helmut Seelbach, Hugo Baar, y Jutta Gerd. Otro colono también pidió ser liberado de las drogas, pero no soportó vivir sin ellas. Tras intentar dejarlas, comenzó a ingerirlas voluntariamente. Actualmente, unos 15 colonos están permanentemente bajo drogas en Colonia Dignidad.

A la falta de amor, la desconfianza y la permanente sensación -efectiva- de control por parte de los jerarcas sobre cada aspecto de su vida, su sumaban los maltratos, los golpes, y los castigos arbitrarios a causa de cualquier cosa no normada, e incluso, nimiedades, como cerrar mal la puerta. Nunca hubo privacidad, tiempo ni libertad para hacer lo que uno deseaba. Al encierro de su vida en Colonia Dignidad se le agregaba un castigo adicional, el «stubenarrest», el encierro en piezas por  periodos prolongados, aislado de los demás. «Los primeros abusos y golpes se debieron a que yo me levantaba en la noche a tomar agua. Esto ocurrió en la panadería de la Colonia.

Yo tenía 4 ó 5 años y fui golpeado con una vara, con pijama o desnudo. Los golpes me los dieron Elizabeth Witthahn, Ruth Gerd y Elfriede Laube,» recuerda Efraín. En los siguientes años, sería maltratado y golpeado por éstas y otras siete mujeres (Matilde Schurvelin, Eli Gerlach, Edith Gerlach, Hilde Scholz, Ursel Schwöll, Magrid Müller y Anna Maschke), que a su vez, eran las «tías» encargadas de la escasa educación informal que recibió en Colonia Dignidad.

Fue a los ocho años también, cuando Efraín comenzó a formar parte del selecto grupo de sprinter del líder, Paul Schäfer, compuesto por unos 20 niños, jóvenes y adultos de hasta 30 años que eran turnados para servirle de ayudantes y esclavos sexuales. «Cuando Paul Schäfer abusó de mí por primera vez, me llevó a su pieza, donde habían 3 camas: una para él, otra para el sprinter y una para mí. Cuando yo me dormía, él despertaba al sprinter y tenía relación con él. Cuando él me violó, yo estaba bajo el efecto de las drogas que normalmente me daban. Yo me sentía muy mal, débil, necesitaba cariño. Yo no sabía lo que significaba eso. Esto duró hasta los 26 años. Yo sé de otros niños que se negaban y sufrían, los castigaban, se  enfermaban,» dijo.

Efraín advierte que no sólo los niños colonos eran abusados por Schäfer, sino que también se sabía que los hijos de los amigos de Colonia que solían pasar sus vacaciones en la hermosa localidad a orillas del río Perquilauquen eran violados por el «Doctor», por lo que llamó a aquellos padres que alguna vez enviaron a su hijos de vacaciones a Colonia a conversar con ellos, para ayudarles a romper un secreto que quizás les ha roto la vida, pero que con ayuda profesional podrían superar. Entre las notables visitas a Colonia han figurado Manuel Contreras, Pedro Espinoza, Mónica Madariaga, Horst Paulmann (dueño de Supermercados Jumbo), y el oficial de Ejército, Magaña Bau.

ALUMNO EJEMPLAR
Ni a Efraín ni a ningún otro niño de Colonia se le celebró alguna vez un cumpleaños. Y como los otros, tampoco fue al colegio. La escuela de Colonia Dignidad no funciona como tal, sino que se usa para eventos y ensayos, y para dar la aparencia de escuela si llegan inspectores externos. De hecho, ningún colono ha recibido educación formal, ni dentro de Colonia Dignidad, ni de parte del sistema escolar chileno. Antes de la cancelación de su personería jurídica en 1991, Colonia Dignidad incluso recibía subsidios de parte del Estado de Chile para su «escuela privada».

Evidentemente, el Ministerio de Educación nunca ha fiscalizado que Colonia cumpla con la normativa legal vigente para el resto del país, que establece la enseñanza básica obligatoria para todos los niños en Chile. Lo que Efraín Vedder ha aprendido -consistente en nociones básicas de matemáticas y lenguaje- lo ha obtenido de las clases aisladas que le hacían algunos colonos, sin ninguna preparación pedagógica ni académica para enseñarle. El español que sabe lo aprendió solo y de a poco. De lo que pasaba fuera del predio de Dignidad, ya sea en Chile o el resto del mundo, escasamente se enteraba.

Sin embargo, esto no fue obstáculo para que el 28 de abril de 2000, la Secretaría Regional Ministerial de Educación emitiera un certificado promoviendo a Efraín Vedder, entonces de 32 años, al primer año de enseñanza media, tras haber «aprobado» con notas sobresalientes, el examen de validación de estudios de octavo año básico el 6 de abril de ese año.
Según el certificado del Seremi de Educación, firmado por el director de la Escuela Municipal F-568 «El Libertador», en Remulcao, comuna de Parral, Juan Muñoz González, Efraín aprobó el ramo de castellano con un 6.5, historia y ciencias sociales con un 7.0, matemáticas con un 7.0 y biología con un 7.0. Según el certificado, Efraín habría sido un estudiante ejemplar.

Pero Efraín nunca pisó la escuela «El Libertador», a 40 kilómetros de Colonia, y nunca se le tomó un exámen de validación de estudios. El certificado fue fabricado por el director de la escuela, a pedido de la directiva de Colonia Dignidad. No sólo en el caso de Efraín. Los demás jóvenes colonos, carentes de una educación formal, hoy también cuentan con certificados de estudio ilegítimos. Algunos de ellos, incluso, hoy estudian en universidades chilenas, condicionados a retornar a Colonia tras titularse para aplicar sus conocimientos en la comunidad.

CAMPO DE ESCLAVOS
Efraín no tenía condiciones para aprender, le dijeron desde pequeño. Sólo para trabajar. A los 10 años, en 1977, se inició en el trabajo, en condiciones muy duras, incluso para un adulto, y a veces con riesgo real de muerte. Debía trabajar a pesar del agotamiento, el sueño que le provocaban las drogas, la debilidad, y la depresión de un niño trabajando siete días a la semana, sin pago, y viviendo como esclavo, sin ninguna explicación. Tenía 11 años cuando le avisaron que partirían al sur, un viaje de ocho días, a buscar oro. Llevaron dos retroexcavadoras y camiones a la cordillera de Nahuelbuta, donde la dictadura militar le había otorgado a Colonia Dignidad una concesión de 99 años para la extracción de oro, uranio, titanio y molibdeno.

Al llegar al lugar, comenzaron a cavar un hoyo de unos 20 metros de profundidad y unos 200 metros de ancho. Y luego comenzaron a trabajar. Una noche mientras dormían, se vino abajo un muro de unos 20 metros de altura y unos 15 metros de ancho. Niños y adultos buscaron debajo de escombros y piedras si había quedado alguien debajo. Afortunadamente, nadie murió. No fue así en otras ocasiones. Uno de los hijos de la madre adoptiva de Efraín, Reiner Vedder Veuhoff, murió a los 11 años al ser golpeado por un cable de acero que se cortó accidentalmente cuando extraían un árbol del bosque. Y también el caso del colono Karl Stricker, quien había intentado escapar de Colonia Dignidad y fue forzado a regresar. A Stricker lo tenían fuertemente dopado, y aún debilitado, lo obligaban a trabajar. Otros colonos habían advertido que en esas condiciones, el anciano no podía estar trabajando de esa manera. Hasta que un día, Stricker se cayó de una escalera, y falleció.

De los 10 años en adelante, Efraín trabajó sin cesar, al igual que sus pares, en jornadas largas de labores pesadas y faenas agrícolas. Más adulto, pasaría a operar maquinaria pesada y retroexcavadoras, a pesar de no tener licencia para conducirlas. Los fines de semana, lo destinaban a trabajar en el casino familiar de Colonia en Bulnes, como cocinero o recogiendo platos. Fue en esa experiencia también, donde pudo palpar cómo era la vida fuera de Colonia, cómo se relacionaba la gente, las familias, las parejas. Si lo pillaban conversando demasiado con un cliente, rápidamente lo mandaban a otra parte. Nunca hubo feriados ni festivos, aunque una vez al año, se le permitía ir en grupo una semana de vacaciones a acampar en la cordillera. Entre 1980 y 1998, es decir, de los 13 años a 31 años, se le asignó un vigilante permanente, que lo acompañaba a todas partes. Este vigilante siempre andaba armado, y dormía en su misma pieza, con un equipo de radio y el arma debajo de la almohada. Entre quienes cumplieron ese papel se incluyen Michael Hühne, Georg Schmidtke Miottel, Günter Schafrick, Fritz Seewald y Hans Jürgen Riesland.

A partir de 1988 -año en que la dictadura inició su retirada-, los jerarcas de Colonia Dignidad traspasaron sus bienes,  creando sociedades anónimas, en anticipación a lo que vendría con la salida de sus amigos militares del poder, y que se tradujo en 1991 en una medida muy lejana a la requerida: se le canceló su personería jurídica como sociedad benefactora.
Así, en abril de 1988 y con un capital de $10 millones, Karl Van Den Berg, Willi Malessa, Helmut Seelbach y Siegfried Hoffmann fundaron Abratec S.A., la que controlaría la planta de áridos y el casino de Bulnes. En 1990, con un capital de $50 millones, se creó la Inmobiliaria e Inversiones Cerro Florido Limitada, para administrar las actividades agrícolas de la Colonia, y cuyos  socios mayoritarios eran Hartmut Hopp, Kurt Schnellenkamp y Karl Van Den Berg. Hoy los jerarcas de Colonia Dignidad cuentan con más empresas y locales repartidos por todo el sur y la capital, donde venden sus productos. Las actividades comerciales de la ahora llamada Villa Baviera varían desde la venta de cecinas, a la minería, la explotación forestal, a la administración de su casino familiar en Bulnes, entre otras.

En 1992, Efraín entró a trabajar en Abratec, S.A. como «ayudante agrícola» en todas las parcelas de Villa Baviera, firmando un contrato indefinido que establecía su salario ($40 mil pesos mensuales) y horario de trabajo (48 horas semanales). El auditor de las empresas de Villa Baviera, Luis Lama Zarricueta, aseguró ante el Juzgado de Parral que todos los empleados de Colonia eran pagados con efectivo en un sobre, ya que consta que cada colono firma un recibo por un supuesto pago todos los meses, y la empresa deduce las imposiciones correspondientes a Fonasa y la AFP Provida. Sin embargo, nunca recibieron dinero por sus labores. A pesar de firmar obligadamente el recibo, ningún trabajador de Colonia recibió sueldo. Sólo los jerarcas profitan de la mano de obra gratis y las utilidades de las empresas. Otros, como Hartmut Hopp y Hernán Escobar -quien vive fuera de los predios de Colonia con su esposa, la profesora de la escuela básica de la zona, Vilma Ortíz (casada con un detective de la Policía de Investigaciones), reciben sueldos mensuales.

A pesar de estar inscrito en Fonasa, Efraín nunca hizo uso de bonos para servicios de salud. Sin embargo, los jerarcas sí. Dos veces por semana le pedían firmar bonos de Fonasa a su nombre por consultas médicas, nivel 1, con el Dr. Hartmut Hopp Miottel, RUT 5.409.236-9. Nunca entendió de qué se trataba cuando llegaban con el papelito que debía firmar. Muy  tarde entendería el negocio redondo de los directivos de Colonia Dignidad que cobraban sus bonos sin prestación de servicios. No ha habido fiscalización de estas irregularidades por parte de las autoridades de salud, quienes tampoco se han preocupado de averiguar porqué el Hospital de Villa Baviera compra más sedantes y tranquilizantes, proporcionalmente, que cualquier otro centro de salud en el país. Tanto así, cuenta Efraín, que durante los allanamientos policiales, debieron esconder cajas de estos fármacos para no despertar sospechas.

En los diez años en que trabajó en Abratec como tractoristay operador de maquinaria pesada, sólo en los últimos cinco meses se le pagó a Efraín, debido a sus reiteradas demandas. Se le pagó de mala gana, descontándole de su salario reajustado de $168.000 pesos, unos $32.000 por Fonasa y AFP, otros $20.000 pesos por concepto de «arriendo» de la pieza que ocupaba (dinero retenido por la Inmobiliaria Cerro Florido), y $60.000 por alimentación (retenido por la empresa Abratec). A su pieza en el primer piso del edificio «Gildehaus», parcela 6 de Villa Baviera, se llevaba la magra suma de $55.000 pesos.

Con eso, logró comprarse algunas cosas a su gusto -como ropa colorida, inusitada entre los colonos, y collares de perro para el canino que algún día tendría en su nueva vida- y ahorrar para su plan de salida de Colonia. La mayor libertad que gozaba Efraín en relación a sus pares -lograda a punta de persistentes demandas y peleas- provocó recelos entre los demás. En las Asambleas regulares de los colonos -en algunas de las cuales se leyeron cartas del prófugo Schafer, otros comenzaron a reclamar los mismos derechos.  Efraín se había convertido en un problema para la jerarquía, quien temía una escalada de demandas de parte de sus súbditos.

Por eso, tal vez, cuando en noviembre de 2002, Efraín logró  juntar $200 mil pesos y anunció a sus superiores en Abratec de que se iría de Colonia Dignidad, «legalmente», los directivos respiraron aliviados. El 15 de noviembre de 2002, el gerente de Abratec, Siegfried Hoffmann, le extendió un certificado, dejando constancia de que Efraín Vedder había prestado servicios en la empresa desde febrero 1992. «Don José siempre fue diligente y cuidadoso. Con los compañeros de trabajo tenía relaciones amistosas. El sale de nuestra empresa por su propio deseo. Le deseamos un futuro próspero,» anotó Hoffmann.

«Los jerarcas dicen que todos tienen libertad para irse cuando quieran, y que mejor no lo hagan en la mitad de la noche, pero ¿cómo se va a ir la gente si no tiene plata? ¿Adónde va a ir? ¿Quién los va a ayudar si no conocen a nadie? El gobierno chileno no hace nada, y no se puede confiar en la Embajada de Alemania,» explica Efraín. Pero en él primó el hambre de libertad, y el 1 de diciembre de 2002, armó un par de maletas y partió para nunca más volver. Como él mismo lo describe hoy, «venía de otro planeta».

SILENCIO OFICIAL
El 3 de diciembre pasado, Efraín Vedder escribió al Presidente Ricardo Lagos, por intermedio del abogado de la Oficina de Derechos Humanos de la Corporación de Asistencia Judicial, Nelson Caucoto. Luego de un breve relato de sus 36 años al interior de Colonia Dignidad, Caucoto pidió que el gobierno ayudara a Efraín a reinsertarse en la sociedad, en todos sus planos, porque «creemos indispensable que sea el Estado de Chile el que asuma la responsabilidad que tiene ante el abuso sufrido por este chileno, y varios otros, a manos de los integrantes de una entidad de extranjeros que tanto daño han causado en nuestro país».

La respuesta llegó dos días depués, en una escueta nota firmada por el Asesor de Gestión del Gabinete Presidencial, Domingo Namuncura. «El Gabinete Presidencial ha tomado conocimiento de dichos antecedentes y se ha solicitado al Señor Ministro del Interior, la información y adopción de las providencias necesarias en torno a este caso». Pasaron tres meses. El 5 de marzo pasado, Caucoto nuevamente envió carta, solicitando ser informado sobre el estado de la petición. No ha habido respuesta. Antes de irse a Alemania, donde espera poder ayudar a los otros colonos que sabe quieren salir, Efraín seguía esperando alguna ayuda o respuesta del Estado de Chile. Esperaba que los tribunales chilenos desenmascararan a Colonia Dignidad y arrestaran a sus responsables. Esperaba integrarse a la sociedad, que alguien le diera un trabajo. Esperó en vano, demasiado tiempo.

Como en los últimos 43 años, el Estado de Chile mira hacia otro lado, con su pasividad permitiendo que decenas de otros jóvenes como Efraín vean sus vidas destruidas, encerrados en un campo de explotación laboral, sometidos a castigos, abusos y drogas, sin educación, sin dinero, sin familias, ni derechos de ningún tipo: una comunidad construida sobre la mentira, y sustentada hoy por mentiras legales y administrativas, que las autoridades no se molestan en fiscalizar y menos en sancionar. Muchos quisieran irse, pero ¿adónde ir? ¿Con qué dinero? ¿Dónde pasarían la noche? ¿Cómo comerían? ¿En qué trabajarían? ¿Quién les daría una mano? ¿Cómo relacionarse con el extraño mundo externo? ¿Cómo se protegerían de las intimidaciones, engaños y peligros de los antiguos dueños de sus vidas? ¿Cómo comenzarían a tomar decisiones propias, y lanzarse al vacío como Efraín Vedder?

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