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El ADN del Imperio Yanqui y su despreciable represión al mundo civilizado

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Aún sangran las venas querido Galeano

Tal como la República Romana (509 a. C – 27 a. C.) se convirtió en Imperio (27 a.c – 476 d.c), después de guerras fratricidas, traiciones y asesinatos que obligaron al Senado (compuesto sólo por aristócratas terratenientes esclavistas) a «pasar» el poder a los simpáticos Imperatores, el Imperio Yanqui, tiene algunas analogías con lo afirmado sobre la historia romana.

Los Estados Unidos de América del Norte, nació como República aprobando la Constitución de los Estados Unidos el 17 de septiembre de 1787 en la Convención Constitucional de Filadelfia , en la cual, entre otras cosas, no trató el tema de la esclavitud (hubo que esperar al décimo sexto presidente, Abraham Lincoln, para dar cara a esa ignominia, Lincoln, como la mayoría de la población del Norte de los Estados Unidos, era contrario a la esclavitud, pero eso no significa, ni mucho menos, que fuera partidario de la igualdad racial, ni que se tratase de un abolicionista radical dispuesto a imponer por la fuerza la emancipación de los esclavos en el Sur). Esta primera República americana tiene algunas similitudes con la historia romana y sólo una gran diferencia. Las similitudes las podemos resumir brevemente. En primer lugar, la Carta Magna fue redactada a espaldas del pueblo, en una mansión en Filadelfia (Cámara Legislativa) en reunión secreta, a puertas cerradas y con guardianes armados en todos los accesos. Segundo, los 55 delegados que redactaron la Constitución incluyeron a la mayor parte de los líderes más destacados, llamados Padres Fundadores, de la nueva nación. (Thomas Jefferson, que estaba en Francia durante la convención, dijo, «Esto es realmente una asamblea de semidioses»). Tercero, todos eran terratenientes ricos, de raza blanca, en un territorio lleno de esclavos. La sola diferencia es que esta República (al contrario de su Ídem romana) no necesitó esperar siglos para convertirse en Imperio, lo fue desde que nació, es decir, lo trajo en su ADN.

Como todo Imperio, el yanqui nació con una convicción mesiánica de su futuro, esta visión fanática de su destino lo llamaba a obedecer el  mandato divino de convertirse en protectores y defensores de la legalidad, la libertad y la democracia en el mundo. Esta pesada carga, que nadie se la pidió ni se le impuso, se funda en la creencia de que poseen una superioridad moral (porque son el «pueblo elegido»).

Esta suposición les ha permitido justificar su intromisión en los asuntos internos de otros pueblos (que no son «elegidos de Dios») o de plano, ejerciendo la violencia contra ellos. La primera actitud intervencionista inspirada por el espíritu del «Destino Manifiesto». Este engendro ideológico-religioso de fanatismo hiperviolento fue divulgado por las sectas puritanas inglesas llegadas entre los primeros colonos al territorio norteamericano llegando a convertirse en la Biblia de la  naciente nación. Basados en esta aberrante ideología se creó el Ku Klus Klan y todas las agrupaciones fascistas que  desfilan sin ser molestados por las calles en este paraíso democrático. Cumpliendo al pie de la letra su insano «manifiesto» fue la obsesión de los colonos ingleses por desplazar de sus tierras (o bien exterminar) a los indígenas norteamericanos y la desenfrenada necesidad de extender sus territorios hasta conformar, como corresponde, una nación fuerte y poderosa para que, de esta manera, asegurar el cumplimiento de su Destino Manifiesto. Podemos constatar, sin ningún esfuerzo suplementario, la concordancia aterradora con los principios fundacionales del Estado de Israel. En cuanto a su relación con otras naciones (desde su conversión a «República» y hasta que se derrumbe su Imperio) Estados Unidos seguirá manejando sus relaciones exteriores como si se tratara de una cruzada moral. Generalmente justifica sus acciones (sin siquiera sonrojarse) con dos argumentos, ya sea el de la «nación fuerte que protege a la débil», como pueden constatar la gran mayoría de las naciones americanas; o bien el de «la lucha contra el Mal para defender la libertad y seguridad del mundo», como actualmente alega respecto a sus invasiones inmorales y genocidas en Irak, Afganistán y Pakistán. Los pueblos latinoamericanos sabemos de memoria la aplicación de esta política «salvadora» de los yanquis (sólo basta leer «Las venas abiertas de América Latina», Galeano, Eduardo), los oligarcas de nuestros países también lo saben pero se hacen los suecos, o, para ser más modernos, los chilenos de Derecha.

Para terminar este recordatorio histórico y como último ejemplo que nos lega esta magnífica democracia yanqui añado esta joya de ejemplo: para mostrar la poca participación del pueblo en las elecciones locales basta decir que en 1999, el Alcalde de la ciudad de Dallas resultó electo con el voto del 5% de los electores inscriptos, y el de San Antonio con el 7,5%. Respecto a las elecciones presidenciales, ya sabemos que los Presidentes son electos con un poco más del 20%, y en ocasiones, como en el año 2000, designados en lugar de electos, sin contar que el 45% del pueblo estadounidense no vota, sea por ser impedidos por el régimen (analfabetos, ciudadanos por haber sido condenados por cualquier delito, el 60% de los hispanos en el país, etc.). Estados Unidos es el único país de Occidente donde el derecho a voto no está reconocido en su Constitución, hecho que da lugar a toda clase de manipulaciones en las elecciones, como la descabellada decisión  de la Corte Suprema del Estado de Florida donde Bush le robó le elección a Gore por le decisión del  tribunal de negarse al recuento de votos y, por si fuera poco, borró a más 60 mil votos de afroamericanos porque «no se conocía su condición de ciudadano representativo».

EEUU, el país «democrático» por excelencia no es otra cosa que un régimen dictatorial, dirigido por las grandes corporaciones y el complejo militar, sus presidentes son sólo unos títeres de estas mafias que dominan más del 70% del mercado y gobiernos en el planeta.

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