Nuestro idioma es mejor porque se entiende
por Jorge Majfud (Uruguay)
14 años atrás 7 min lectura
En Francia continúa y se profundiza la discusión y el
rechazo al uso de la nicáb y la burca en las mujeres musulmanas. Quienes
proponen legislar para prohibir el uso de este tipo de atuendo exótico y de
poco valor estético para nosotros, van desde los tradicionales políticos de la
extrema derecha europea hasta la una nueva izquierda alérgica, como es el caso
del alcalde comunista de Vénissieux. Los argumentos no son tan diversos. Casi
siempre insisten sobre los derechos de las mujeres y, sobre todo, la "defensa
de nuestros valores" occidentales. El mismo presidente francés, Nicolás Sarkozy,
dijo que "la burka no es bienvenida al territorio de la Republica Francesa".
Consecuente, el estado francés le negó la ciudadanía a una mujer marrueca por
usar velo. Faiza Silmi es una inmigrante casada con un ciudadano francés y
madre de dos niños franceses.
Para el ombligo del mundo, las mujeres medio vestidas de
Occidente son más libres que las mujeres demasiado vestidas de Medio Oriente y
más libres que las mujeres demasiado desnudas de África. No se aplica el axioma
matemático de transitividad. Si la mujer es blanca y toma sol desnuda en el
Sena es una mujer liberada. Si es negra y hace lo mismo en un arroyo sin
nombre, es una mujer oprimida. Es el anacrónico axioma de que "nuestra lengua
es mejor porque se entiende". Lo que en materia de vestidos equivale a decir
que las robóticas modelos que desfilan en las pasarelas son el súmmum de la
liberación y el buen gusto.
Probablemente los países africanos, como suele ocurrir,
sigan el ejemplo de la Europa
vanguardista y comiencen a legislar más estrictamente sobre las costumbres
ajenas en sus países. Así, las francesas y las americanas que ejerzan su
derecho humano de residir en cualquier parte del mundo deberán despojarse de
sus sutiens y de cualquier atuendo que impida ver sus senos, tal como es la
costumbre y son los valores de muchas tribus africanas con las que he
convivido.
Todas las sociedades tienen leyes que regulan el pudor según
sus propias costumbres. El problema radica en el grado de imposición. Más si en
nombre de la libertad de una sociedad abierta se impone la uniformidad negando
una verdadera diferencia, quitando a unos el derecho que gozan otros.
Si vamos a prohibir el velo en una mujer, que además es
parte de su propia cultura, ¿por qué no prohibir los kimonos japoneses, los
sombreros tejanos, los labios pintados, los piercing, los tatuajes con cruces y
calaveras de todo tipo? ¿Por qué no prohibir los atuendos que usan las monjas
católicas y que bien pueden ser considerados un símbolo de la opresión
femenina? Ninguna monja puede salir de su estado de obediencia para convertirse
en sacerdote, obispo o Papa, lo cual para la ley de un estado secular es una
abierta discriminación sexual. La iglesia Católica, como cualquier otra secta o
religión, tiene derecho a organizar su institución como mejor le parezca, pero
como nuestras sociedades no son teocracias, ninguna religión puede imponer sus
reglas al resto de la sociedad ni tener privilegios sobre alguna otra. Razón
por la cual no podemos prohibir a ninguna monja el uso de sus hábitos, aunque nos
recuerden al chador persa.
¿Cubrir el rostro atenta contra la seguridad? Entonces
prohibamos los lentes oscuros, las pelucas y los tatuajes, los cascos de
motocicletas, las mascarillas médicas. Prohibamos los rostros descubiertos que
no revelan que ese señor tan elegante en realidad piensa robar un banco o
traicionar a medio pueblo.
Al señor Sarkozy no se le ocurre pensar que imponer a una
mujer quitarse el velo en público puede equivaler a la misma violencia moral
que sufriría su propia esposa siendo obligada a quitarse los sutiens para
recibir al presidente de Mozambique.
En algunas regiones de algunos países islámicos -no en la
mayoría, donde las mujeres extranjeras se pasean con sus pantalones cortos más
seguras que por un barrio de Filadelfia o de San Pablo- la nicáb es obligatoria
como para nosotros usar pantalones. Como individuo puedo decir que me parece
una de las peores vestimentas y como humanista puedo rechazarla cuando se trata
de una imposición contra la voluntad explícita de quien lo usa. Pero no puedo
legislar contra un derecho ajeno en nombre de mis propias costumbres. ¿En qué
suprime mis derechos y mi libertad que mi vecina se haya casado con otra mujer
o que salga a la calle ataviada de pies a cabezas o que se tiña el pelo de
verde? Si en nombre de la moral, de los valores de la libertad y del derecho
voy a promover leyes que obliguen a mi vecina a vestirse como mi esposa o le
voy a negar derechos civiles que gozo yo, el enfermo soy yo, no ella.
Esta intolerancia es común en nuestras sociedades que han
promovido los Derechos Humanos pero también han inventado los más crueles
instrumentos de tortura contra brujas, científicos o disidentes; que han
producido campos de exterminio y que no han tenido limites en su obsesión
proselitista y colonialista, siempre en nombre de la buena moral y de la
salvación de la civilización.
Pero las paradojas son una constante natural en la historia.
La antigua tradición islámica de relativa tolerancia hacia el trabajo
intelectual, la diversidad cultural y religiosa, con el paso de los siglos se
convirtió, en muchos países, en una cultura cerrada, machista y relativamente
intolerante. Los Estados Unidos, que nacen como una revolución laica,
iluminista y progresista, con el paso del tiempo se convirtieron en un imperio
conservador y enfermo de una ideología mesiánica. Francia, la cuna del
iluminismo, de las revoluciones políticas y sociales, en los últimos tiempos
comienza a mostrar todos los rasgos de sociedades cerradas e intolerantes.
El miedo al otro hace que nos parezcamos al otro que nos
teme. Las sociedades españolas o castellanas lucharon durante siglos contra los
otros españoles, moros y judíos. En el último milenio y antes de las olas
migratorias del siglo XX, no había en Europa una sociedad más islamizada ni con
un sentimiento más antiislámico que en España.
En casi todos los casos, estos cambios han resultado de la
interacción de un supuesto enemigo político, ideológico o religioso. Un enemigo
muchas veces conveniente. En nuestro tiempo es la inmigración de los pueblos
negros, una especie de modesta devolución cultural a los abrasivos imperios
blancos del pasado.
Pero resulta que ahora una parte importante de esta
sociedad, como en Estados Unidos y en otros países llamados desarrollados, nos
dicen y nos practican que "nuestros valores" radican en suprimir los principios
de igualdad, libertad, diversidad y tolerancia para mantener una apariencia
occidental en la forma de vestir de las mujeres. Con esto, solo nos estamos
demostrando que cada vez nos parecemos más a las sociedades cerradas que
criticamos en algunos países islámicos. Justo cuando se ponen a prueba nuestros
valores sobre la real tolerancia a la diversidad, se concluye que esos valores
son una amenaza para nuestros valores.
El dilema, si hay uno, no es Oriente contra Occidente sino
el humanismo progresista contra el sectarismo conservador, la sociedad abierta
contra la sociedad cerrada.
Los valores de Occidente como los de Oriente son admirables
y despreciables. Es parte de una mentalidad medieval trazar una línea divisoria
-"o están con nosotros o están contra nosotros"- y olvidar que cada
civilización, cada cultura es el resultado de cientos y miles de años de mutua
colaboración. Consideremos cualquier disciplina, como las matemáticas, la
filosofía, la medicina o la religión, para comprender que cada uno de nosotros
somos el resultado de esa infinita diversidad que no inventaron los
posmodernos.
Nada bueno puede nacer de la esquizofrenia de una sociedad
cerrada. La principal amenaza a "nuestros valores" somos nosotros mismos. Si
criticamos algunas costumbres, algunas sociedades porque son cerradas, no tiene
ningún sentido defender la apertura con una cerradura, defender nuestros
valores con sus valores, pretender conservar "nuestra forma de ser" copiando lo
peor de ellos.
Ahora, si vamos a prohibir malas costumbres, ¿por qué mejor
no comenzamos prohibiendo las guerras y las invasiones que solo en el último
siglo han sido una especialidad de "nuestros gobiernos" en defensa de "nuestros
valores" y que han dejado países destruidos, pueblos y culturas destrozadas y
millones y millones y millones de oprimidos y masacrados?
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