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Yuri Gagarin: «Pobladores del mundo, salvaguardemos esta belleza, no la destruyamos»

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El vuelo del cosmonauta soviético
Yuri Gagarin inició hace 50 años la conquista por el hombre del espacio
cósmico.

Aquella proeza resumió una historia
de sueños, intentos y esfuerzos de Rusia por llegar al espacio sideral,
incubados desde el siglo XIX.

Aún en la Rusia zarista, el teórico
Konstantin Tskikovski ya consideraba que el hombre de ninguna forma podía
contentarse con conocer a la
Tierra, pues debía ir más allá y explorar el espacio.

Tal empeñó nunca abandonó a los
científicos e ingenieros rusos y continuó con más bríos después del triunfo de la Gran Revolución
Socialista de Octubre, en 1917.

Nombres como los de Serguei
Pavlovich Koroliov quedaron por siempre como método, pensamiento y enseñanzas
de referencia al hablar de la era aeroespacial en el mundo.

Algunos recuerdan que en 1933 se
registró una explosión en el sótano de un edificio moscovita que atrajo la
atención de la policía, la cual poco después selló el lugar sin más
explicaciones. Al parecer, se probaban fórmulas para alcanzar la velocidad
cósmica (7,91
kilómetros por segundo).

Sin embargo, es justo reconocer que
los avances de los soviéticos fueron insuficientes como para adelantarse a lo
que pudo lograr la Alemania
nazí, con su esclavización y el saqueo de otros países de Europa a quienes
despojó de cerebros, secretos, estudios, materias primas y recursos
financieros.

Para la II Guerra Mundial, los
especialistas al servicio de Adolfo Hitler ya habían elaborado los módulos V-1
(un pequeño avión-bomba no pilotado) y V-2 (un verdadero cohete) que emplearon
para destruir desde lejos a ciudades europeas.

Con el fin de la segunda
conflagración mundial, los estadounidenses se adueñaron de instrumentos y
documentos en los laboratorios e industrias ocupadas a los fascistas y
cobijaron en su territorio a expertos nazis, cuyo pasado ocultaron, para
iniciar su programa espacial.

La Unión Soviética logró recuperar también a algunos especialistas germanos de
nivel medio incorporándolos momentáneamente a la cosmonáutica, aunque esa
corriente ya venía desarrollándose en el país desde años atrás.

A
los pies de la estepa hambrienta

Medios de prensa rusos cuentan por
estos días, que la decisión de construir un rampa de lanzamientos dirigidos de
cohetes balísticos intercontinentales en medio de la nada en la estepa kazaja
surgió pocos años después de terminar la II Guerra Mundial.

En 1955, llegaron los primeros
camiones con soldados e instrumentos para abrir las zanjas de lo que después
sería el cosmódromo más grande del mundo, el de Baikonur, aunque la localidad
donde se edificó se llamaba Tyuratam.

Baikonur (tierra fértil en kazajo)
era en realidad un poblado situado a unos 350 kilómetros al
norte de donde se construyó la primera rampa, pero fue una maniobra de las
fuerzas de seguridad soviética para despistar a Estados Unidos, al menos al
principio.

El complejo secreto devino con el
tiempo en una enorme ciudadela con mil 470 kilómetros de
vías férreas, mil 281 de carreteras, 610 de comunicaciones, mil 240 de
cañerías, 360 de oleoductos, 92 sitios de comunicación y 60 estaciones
transformadoras.

Además, la instalación (que al
desaparecer la Unión
Soviética quedó en territorio kazajo y fue cedida en arriendo
a Rusia hasta el año 2050 por un acuerdo firmado en 2004), cuenta, además con
11 hangares para construcción y ensamblaje de piezas.

Baikonur, construido a los pies de
la colina de Battak-Dala (estepa hambrienta), consume hoy 600 millones de
kilovatios/hora e incluye cinco centros de control de vuelos y una planta
propia de producción de oxígeno y nitrógeno.

En el complejo, del cual forma parte
la ciudad de Leninsk (con unos 100 mil habitantes), trabajan más de una decena
de plataformas de despegue divididas en al menos tres bloques: flanco
izquierdo, derecho y el de centro.

Los portadores R-7 (uno de los
primeros cohetes empleados por los soviéticos), los Energia, Proton, Zenit y
Tsiklon, entre otros, cuentan con sus rampas de lanzamiento específicas.

Asimismo, Baikonur abarca dos
aeropuertos, complejos hoteleros, una ciudadela para cosmonautas y otras
instalaciones que sumadas sobrepasan el centenar.

 

¡Adelante! = Поехали!
La frase rusa más conocida de Yuri
Gagarin fue ¡Adelante!, pronunciada al arrancar los seis motores del cohete que
llevaría a su nave Vostok-1 al cosmos y plasmaría por siempre su nombre en la
era del hombre en el espacio.

Gagarin nació el 9 de marzo de 1934
en el seno de una familia campesina de la aldea de Klushino, en la provincia de
Smolensk.

Los tiempos soviéticos le
permitieron ingresar a la
Escuela de Aviación Militar Shkalov para luego presentarse a
un concurso de cosmonautas.

El chico de la sonrisa permanente
salió seleccionado entre 20 candidatos, después que la Unión Soviética
probó con otros expertos la ingravidez, la acción de la presión atmosférica
sobre el hombre y las escafandras, en un ejército de héroes anónimos de la
cosmonáutica.

Su doble, German Titov, que también
vistió la escafandra aquel glorioso 12 de abril de 1961, relataría después:
"Divisé un resplandor plateado del cohete de seis motores con una potencia
total de 20 millones de caballos de fuerza, parecía un faro gigante".

"Toda mi vida me parece ahora un
maravilloso instante. Todo lo vivido y hecho antes, se vivió y se hizo en aras
de este momento", confesó Gagarin minutos antes de subir al elevador que lo
llevaría a la entrada de la
Vostok-1 para partir a las 21:07 (hora local).

El vuelo de la referida nave duró
108 minutos, durante los cuales recorrió una distancia de 40 mil 868,6 kilómetros a
una velocidad de 28 mil 260
kilómetros por hora, a una altura de 327 kilómetros.

A diferencia de nuestros tiempos,
Gagarin regresó a la Tierra
en un módulo especial del cual se catapultó poco antes de tocar tierra, para
llegar en paracaídas a las 10:55 (hora local) a una localidad cerca de la
ciudad de Saratov, en la región de Volga.

Su llegada inesperada, ataviado en
su escafandra naranja y casco blanco, asustó a la anciana Anna Tajtarova, quien
junto a su nieta Rita fueron los primeros terrícolas en ver a Gagarin a su
regreso.

Por cierto, detalles revelados tras
la reciente desclasificación de archivos del Estado, contenidos en el libro "El
primer vuelo pilotado", escrito por el ex cosmonauta Yuri Baturin, revelan
algunos tropiezos de la hazaña soviética, más allá del riesgo general de la
misión.

En su momento, el propio Gagarin
escribió una carta que debía ser abierta en caso de su muerte, en la cual
reconoce la posibilidad de un fallo, aunque se muestra confiando en la técnica.

Según el referido libro, poco antes
del vuelo, los especialistas detectaron un desperfecto en una escotilla y
debieron desactivar sus 32 tornillos y reparar un sensor de hermeticidad.

Además, los científicos calcularon
que el peso de Gagarin, su escafandra y el sillón sobrepasaban en 13,6 kilogramos el
límite permitido para el lanzamiento, por lo que buscaron aligerar la nave con
la eliminación de aparatos dentro de la misma.

En la premura, al desmontar sensores
de temperatura y presión, los especialistas causaron un cortocircuito, cuyas
consecuencias debieron arreglar durante toda una noche.

Según una grabación del informe de
Gagarin ante una comisión estatal, el sistema de separación del bloque de
descenso para poder catapultarse estuvo trabado por 10 minutos, pero de todas
formas pudo saltar a tiempo.

Finalmente, el módulo, el sillón y
Gagarin cayeron en diferentes paracaídas, como estaba planificado.

Pero la grandeza de la hazaña del
cosmonauta soviético deja pequeño a cualquier percance de la época.

Lo primero que salta a la vista es
su importancia como avance para superar la limitación psicológica de que un
hombre puede volar al Cosmos.

El vuelo demostró que el humano es
capaz de soportar los elementos adversos del espacio y conservar su estado
psicológico sin mayores consecuencias.

Por ejemplo, pudo adaptarse a la
ingravidez, aunque debido a ese fenómeno Gagarin perdió el lápiz de apuntes de
la bitácora durante el vuelo.

Ahora en el espacio se encuentra la
nave Soyuz TMA-21, bautizada con el nombre de Gagarin, la cual fue lanzada días
antes de cumplirse el aniversario 50 del primer vuelo tripulado.

Los rusos ofrecieron conciertos
alegóricos a la fecha, inauguraron exposiciones en el Planetario moscovita y
Moscú sirvió de sede de la reunión de 40 jefes de agencias espaciales
extranjeras.

La sencillez, la juventud y la
sonrisa de Gagarin aparecen ahora como recordatorio de que él viajó al espacio
para también llevar allí las bondades de la paz y los elementos más nobles del
ser humano.


El autor es corresponsal de Prensa Latina en Moscú

*Fuente: Cuba
Debate

Поехали! (¡Poyejali!)

¡Poyejali! (en ruso: Поехали!; se traduce como "¡Vámonos!")
fue la frase que dijo Gagarin en el momento del despegue de su nave, Vostok 1. Se convirtió en uno
de los símbolos de la era espacial

ver video


 Link al video: "First Orbit"

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