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Notas sobre las protestas en las naciones árabes

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Hacer una distinción entre las causas generales y particulares que provocan un fenómeno tiene sus ventajas: ayuda a colocar ‘los bueyes delante de la carreta’ y a evitar trasposiciones, a menudo poco felices, y que inducen a error. En el fenómeno de las protestas que, durante los meses de enero y febrero han tenido lugar en la generalidad de los llamados ‘países árabes’, pocos analistas han tenido el cuidado de separar los conceptos más arriba indicados.

Es cierto que la distinción enunciada no es la más adecuada y que pueden ensayarse otras mejores, pero no es el tiempo ni la ocasión de hacerlo en esta oportunidad, toda vez que se trata aquí solamente de redactar un artículo que sirva para expresar una opinión al respecto.

Nos referiremos, por consiguiente, a las causas generales y no a las particulares; ello nos permite desnudar las veleidades de un sistema que se solaza ocultando sus contradicciones en su labor de supervivir.

Nuestra idea al respecto es que las causas generales o extremas de lo que sucede en las naciones árabes no han de encontrarse en la pobreza, la falta de libertad u otros factores similares, propios de aquellas, pues éstos, presentes desde tiempos remotos en esas mismas regiones, no explican por qué ahora -y en todas ellas- han explotado las revueltas; tampoco pueden encontrarse en el uso generalizado de Twitter, de Facebook, de los correos electrónicos o de la telefonía móvil y, en general, de los adelantos técnicos que invaden tales regiones. Mucho menos, puede situarse el origen de las mismas haciendo mención a la diferente cultura diferente de los pueblos, materia a la que recurren muchos en su intento de explicar lo que, frecuentemente, resulta inexplicable. Hablar de esa manera, y permítasenos recurrir aquí a otro refrán, no implica más que ‘tomar el rábano por las hojas’. Porque todas esas razones son valederas. Sin lugar a dudas, pero dentro de un contexto más general, aún. Nos explicamos.

Nuestra convicción es que la llamada ‘izquierda’ -lugar desde el cual emana gran parte de los razonamientos sobre el particular-no ha elaborado una teoría al respecto o no ha empleado convenientemente el acervo teórico dejado por los clásicos para entender la verdadera naturaleza del sistema capitalista. No debe sorprender, entonces, sea incapaz de entender el sentido que tiene afirmar la existencia de una nueva fase en la evolución del SKM, a partir de la última década del pasado siglo, que hemos denominado ‘de expansión’. A contrario de lo que señalan quienes apuestan por su próxima e inevitable extinción, estamos nosotros convencidos que sucede, exactamente, algo inverso.

En efecto, en nuestra concepción, el SKM experimenta un violento momento de crecimiento que le hace extenderse por todo el planeta y abrazar al conjunto de naciones en una acción que no da muestras de agotarlo, y que, por el contrario, parece no querer detenerse sino hasta convertir en capitalista al último rincón del planeta. En esta fase, caracterizada por la aparición de dos inmejorables instrumentos de trabajo que son el ordenador e INTERNET, la moneda, al transformarse en impulso electromagnético, se convierte en instrumento ágil para que el capital -hoy sí y no antes como lo consignaba el discurso de esa ‘izquierda’ un tanto inmovilizada-, se desplace sin trabas a lo largo y ancho del globo. Que las revueltas empleen hoy esos instrumentos de trabajo, puestos a disposición de determinados sectores de la sociedad, y empleen aquellos para sus cometidos no debe sorprender; sí debería hacerlo el que no lo hicieran, o siguieran atados a las formas de comunicación del pasado siglo: el no uso de lo que se tiene a la mano en tales casos más que un error constituye una insensatez. Así, pues, decir que la causa de la revuelta radica en el uso de las redes de Internet y de las modernas formas de comunicación es invertir la argumentación para que las conclusiones aparezcan en lugar de las premisas y viceversa.

Tampoco puede deducirse que, por el hecho de no ser convocadas esas protestas por organizaciones políticas y ser autónomas, constituyan, desde ya, o vayan a transformarse en auténtico ‘poder popular’. O que por la simple circunstancia de denominarse ‘anticapitalistas’ o ‘antinorteamericanas’ (algunas) van a ser ‘socialistas’ o representativas de una voluntad ‘popular’, fraseología que si nada pudo indicar en el pasado, difícilmente podrá hacerlo en el presente. Una posición ‘anti’ es una negación, nada indica; salvo el hecho simple de señalar que no se está en determinada dirección; pero no define con claridad o exactitud proyecto ni idea alguna. Tampoco lo hace el hecho que uno o más rasgos de un determinado fenómeno social se repitan en otro para asimilar ambos o considerarlos en el carácter de hechos de una misma clase. Porque es cierto que las protestas del mundo árabe se han autoconvocado, que han sobrepasado las expectativas de los partidos que las apoyaban, que obedecen al deseo de las masas de construir un mundo mejor. Pero todo ello es insuficiente para calificarlas de ‘avanzadas’. No porque un caballo tenga patas ha de confundirse con una hormiga que también las tiene, ni porque un pez tenga cabeza, al igual que un ser humano, ha de señalarse que ambos son iguales o similares. A este tipo de asimilaciones parciales está acostumbrada gran parte de la población. No por algo dicen algunos, livianamente, que ‘el ser humano es un animal’, con lo que, en definitivamente, nada expresan. Las nomotetias, a este respecto, entendidas por tales las ‘generalizaciones’, son asombrosas. Y es que la similitud de ciertas características no autoriza para hacer analogías, a menudo, del todo inconvenientes e inexactas.

Por el contrario: nuestra idea es que, tal como empezábamos diciéndolo, la fortaleza del sistema capitalista no ha sido lo suficientemente evaluada por sus antagonistas quienes, en cada crisis, están viendo el derrumbe inevitable del mismo o prediciendo su próxima e irremediable extinción. Nada más torpe e ingenuo. Nada más falto a la verdad. El SKM, si se expande, si experimenta una fase de expansión, es porque crece, se hace global, abarca la generalidad de las naciones del globo, rompe barreras idiomáticas, religiosas, culturales, territoriales, políticas, artísticas, y se extiende como un manto por sobre las naciones y los pueblos transformándose en su forma de vida, en su manera de ser. El SK no es un ente inmaterial, fruto de la imaginación, una simple elaboración teórica, sino un modo de producción; implica la forma cómo los seres humanos producen que es, a su vez, su forma de vida. Por lo mismo, al contrario de lo que muchos afirman hoy, su expansión se pone a prueba precisamente con estas protestas que demuestran su avance incontenible en esta fase de su evolución. Y exactamente a la inversa de lo que puedan pensar otros analistas, nosotros estamos profundamente convencidos que el SKM deberá perseverar en ese empeño de destruir todas las barreras culturales, ideológicas, religiosas, psicológicas y materiales que dividen a los pueblos pues sólo de esa manera podrá imponerse. China, India, Corea del Norte, Indonesia, Birmania, no deberían ser excepción a este avance; también en esas naciones deberán desplomarse, tarde o temprano, las trabas que impiden el libre y soberano desarrollo de sus fuerzas productivas armónicas a unas relaciones de producción adecuadas a esas regiones. Es cuestión de tiempo, y de comprender la verdadera naturaleza de un sistema.

No hay, por consiguiente, en el horizonte del mar mundial social, revueltas que indiquen el despertar de una nueva sociedad ni ‘socialismo’ alguno ‘ad portas’; tampoco el derrumbe de un sistema que, por el contrario, se expande, crece, se desarrolla e invade todos los rincones de la tierra. Ni mucho menos, una dirección política que, basada en las enseñanzas de los clásicos, nos muestre un camino hacia una sociedad mejor. Las grotescas invenciones ‘socialistas’ de aventureros, como Gaddafi o de Kim Il-Sung, no son diferentes a las que crean los socialdemócratas que sueñan no sólo situándose ellos mismos en el más alto vértice de la gran pirámide social sino, en su defecto, colocar allí, para cuando ellos ya no estén, a su descendencia dinástica. No nos parece que esa sea una manera muy ‘marxista’ de construir una sociedad mejor.

Santiago, 20 de febrero 2011

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