Primera parte
"La verdadera ciencia, en una medida siempre creciente,
descubre a Dios como si Dios estuviera esperando tras cada puerta abierta por
la ciencia".
Papa Pío XII (1951)
Un lector de este periódico, llamado Elías Vera, ha salido a
quebrar algunas lanzas en defensa de Leonardo Boff, desplegando un empecinado
esfuerzo en refutar prácticamente la totalidad de las afirmaciones de mi
comentario crítico acerca de su escrito titulado: "La materia no existe, todo
es energía." Yendo directamente al punto, don Elías parte negando que el
artículo del teólogo de la liberación tenga un carácter, o intencionalidad
religiosa, y lo afirma de la manera más categórica: "No he podido encontrar en
el artículo de Boff ninguna afirmación que pudiera considerarse propicia a la
apología religiosa o expresiva de una intencionalidad teológica."
Me pregunto: ¿estaremos comentando el mismo texto, mi
crítico y yo? ¿cómo es posible que don Elías no vea lo que tiene frente a sus
ojos? Porque lo que en realidad Boff nos presenta en su artículo es nada menos
que una suerte de breve argumento probatorio de la existencia de Dios, el que
reducido a su expresión más simple diría así: "El progreso de la ciencia
conduce a Dios". En otras palabras, que las búsquedas de la ciencia natural
conducirían, en el límite, a lo sobrenatural; que es casi exactamente lo que
afirma la frase de Pío XII, que sirve de epígrafe a este artículo.
Por cierto, en ninguna parte Boff anuncia, o anticipa, que
él va a desplegar tal argumentación, simplemente lo hace. Con este fin el
teólogo introduce su particular interpretación del desarrollo de la física a
partir de Einstein, según la cual, "la materia dejó de existir". Apoyándose en
una suerte de doble lectura del significado de esta frase, Boff concluye lo que
podría expresarse de la siguiente manera: físicamente la materia sigue
existiendo, pero metafísicamente, ha desaparecido. Con este pase retórico Boff
ha conseguido dos cosas: librarse de la molesta materia, y preparar el camino
para extraer la conclusión teísta que vendrá después.
Sostiene, categóricamente también, don Elías que: "El
esfuerzo de Benítez de intentar mostrar que Boff se equivoca cuando afirma que
la materia no existe, pues todo es energía, es absolutamente innecesario,
porque dicha afirmación no pertenece a Boff sino a la ciencia". Lo no puede ser
más falso, porque en su artículo el teólogo no se limita a repetir lo que sería
una conclusión puramente científica, si no que la da su particular
interpretación y extrae de ella sus propias conclusiones teístas. De allí,
precisamente, que sea necesario examinar críticamente de qué manera interpreta Boff aquella afirmación, y qué
conclusiones teológicas extrae de ella.
Pero, aparentemente, nada de esto lo ve, o lo quiere ver, don ElíasVera.
A partir de los dicho más arriba, es manifiesto que mi
crítico vuelve a equivocarse al afirmar que "todos entendemos que la frase: ‘la
materia no existe’, tiene una connotación eminentemente sintética y alegórica,
y está claro que la materia sigue existiendo". Porque, evidentemente, Boff no la
entiende así, por lo menos en cuanto al significado metafísico especial que le
asigna a la frase, de modo que le sirva como premisa de su breve argumento
probatorio de la existencia de Dios.
No comprendo cómo puede parecerle extraño a don Elías que yo ponga de manifiesto que
el escrito de Boff posee una
intencionalidad teológica. Es más, en su artículo el teólogo nos entrega una
breve y original expresión de un argumento perteneciente en una viejísima
tradición, casi tan antigua como el cristianismo, denominada "teología
natural", que ha sido definida del modo más conciso por el teólogo jesuita
Michael Buckley como "el uso de la ciencia para basar afirmaciones
religiosas".(1) Que es, precisamente, lo que hace el teólogo brasileño en su
articulo.
Escribe en otra parte don Elías: "Benítez se equivoca una
vez más al intentar convencernos, que a su juicio, Boff estaría afirmando que
el camino de la ciencia deba conducir directamente a Dios. No hay ninguna
conclusión teológica en sus palabras. Sólo habla vagamente de la posibilidad de
que la llamada energía de fondo pudiera ser la "mejor metáfora de lo que
significa Dios". Con lo que mi crítico quiere implicar que yo no sería
consciente del carácter heterodojo de la idea de Dios utilizada aquí por Boff,
cuando eso es, precisamente, lo que quisimos indicar con la frase: "…habría que
preguntarse de qué manera aquella "energía de fondo" pudiera tener remotamente
la menor semejanza con la representación del Dios antropomórfico de la teología
cristiana suscrita por Leonardo Boff". Pero esto es algo secundario, lo central
aquí es comprender que aunque la visión de Dios suscrita por éste no aparezca
en su artículo en acuerdo con la idea de Dios de la teología cristiana oficial,
no significa que él no dé expresión en aquel pasaje a una conclusión de
naturaleza teológica, por vaga, o alusiva, que sea su manera de extraerla, o
presentarla.
Afirma mi critico: "Benítez insiste en contradecir algo que
Boff no ha afirmado. Su afirmación de que las conclusiones de la ciencia y la
teología son incompatibles presupone que el mundo físico y el mundo espiritual
son realidades radicalmente diferentes, y además opuestas". Respondo: Boff no
lo afirma, pero su argumentación presupone que podría transitarse, sin
problema, desde ciertas conclusiones de la ciencia a ciertas extrapolaciones
teológicas. Sin embargo, la razón por la cual la ciencia y la teología son
últimamente incompatibles no tiene nada que ver con la postulación de dos
grandes realidades, una propia de la ciencia y la otra de la teología, demarcación territorial que considero en sí
misma inaceptable, sino con el hecho de que sus respectivos principios
explicativos no pueden ser mantenidos simultáneamente. Si hay algo que revela
con gran claridad dicha radical incompatibilidad es aquel principio
constitutivo de la ciencia (escasamente conocido fuera del ámbito de la
filosofía de la ciencia), denominado "ateísmo metodológico", esto es, la
expresa prohibición, en la práctica científica y en la formulación de hipótesis,
de salirse del marco de las explicaciones naturalistas o materialistas, y de
recurrir a explicaciones en términos de entidades espirituales, milagros, o de cualquier clase de fuerzas o
causas que no han sido descubiertas, extraídas, o deducidas de la realidad
misma de los procesos bajo estudio.
Porque como lo ha expresado de modo tan penetrante el
teólogo Ronald Wiebe, profesor del
Trinity College, Cambridge:
"La determinación misma de buscar las causas sólo en la
naturaleza y obtener sólo explicaciones naturales de los acontecimientos, en sí
misma constituye un proyecto que está en conflicto con la cosmovisión religiosa
tradicional que se caracteriza por una doble causación, esto es, una
cosmovisión en la cual todos los hechos involucran tanto la actividad humana
como la divina"(2) Doble acusación, además, en el sentido de que en esta visión
del mundo todos los fenómenos se explicarían, alternativamente, como resultado de la acción de Dios o de las
fuerzas naturales, mientras que para la visión científica no existiría "a
priori" más que una forma de causación: la natural.
Notas:
1. Michael Buckley, S.J., At the Origins of Modern Atheism, New Haven: Yale University Press, 1987, pág.
102.
2. Donald
Wiebe, The Irony of Theology and the Nature of Religious Thought, Montreal @
Kingston, McGill-Queen’s University Press, 1991, pág. 141.
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