El triste destino del poeta pastor (Centenario de Miguel Hernández)
por Pablo Martínez Zarracina (Bilbao, España)
14 años atrás 11 min lectura
Lo cuenta Pablo Neruda en sus memorias, aquel documento
situado inestablemente entre la poesía, el autohomenaje y la realidad. En 1934
el chileno llegó a Madrid como cónsul de su país y conoció a «todos los amigos
de García Lorca y Alberti». Uno de aquellos amigos era un joven poeta llamado
Miguel Hernández. «Yo lo conocí cuando llegaba de alpargatas y pantalones
campesinos de pana desde sus tierras de Orihuela, en donde había sido pastor de
cabras», escribe Neruda.
Neruda publicó los versos de Hernández en su revista
"Caballo Verde" y se convirtió en uno de sus protectores. También en
una de sus influencias literarias. «Mi poesía americana, con otros horizontes y
llanuras, lo impresionó y lo fue cambiando», afirma el chileno en sus memorias.
A continuación, Neruda acuña definitivamente en ese libro una de las imágenes
recurrentes de Hernández: la del poeta pastor, esa variante autóctona y
exagerada del buen salvaje. «Miguel era tan campesino que llevaba un aura de tierra
en torno a él», comienza Neruda. «Me contaba cuentos terrestres de animales y
pájaros. Era ese escritor salido de la naturaleza como una piedra intacta, con
virginidad selvática y arrolladora fuerza vital. Me narraba cuán impresionante
era poner los oídos sobre el vientre de las cabras dormidas. Así se escuchaba
el ruido de la leche que llegaba a las ubres, el rumor secreto que nadie ha
podido escuchar sino aquel poeta de cabras».
A continuación, Neruda dibuja a Miguel Hernández
encaramándose a un árbol de la calle para imitar el trino de los ruiseñores.
Tres años antes, el extravagante Ernesto Giménez Caballero -«gran estandarte,
cartelista y jaleador», según Machado- había escrito un artículo en "El
Robinson literario de España" en el que llegaba a pedir directamente un
rebaño para un Miguel Hernández recién aterrizado en Madrid: «Queridos
camaradas literarios; ¿No tenéis unas ovejas que guardar? Gobierno de
intelectuales: ¿No tenéis algún intelectual que esté como una cabra para que lo
pastoree este muchacho?»
Entre unos y otros, entre leyendas y hagiografías, se ha
terminado construyendo la imagen de un Miguel Hernández puro y adánico al que
le bastó su instinto para componer algunos de los más impresionantes poemas del
siglo XX español. Sin embargo, esa idealización es bastante inexacta y
efectista. Miguel Hernández nació tal día como hoy de hace exactamente cien
años, en Orihuela. Su familia gozaba de una situación no tan humilde como suele
contarse y su escolarización comenzó en una guardería privada. Después asistió
al colegio Santo Domingo, donde obtuvo unas calificaciones más que notables,
destacando especialmente en todo lo referente a la literatura y la escritura.
Clásicos y Siglo de Oro
Fue en 1925 -el poeta contaba quince años- cuando un revés en
la economía familiar le obligó a dejar los estudios y ayudar a su padre con el
ganado. A partir de entonces, la formación de Hernández fue totalmente
autodidacta, pero no por ellos menos intensa. Se sabe que el joven pastor
aprovechaba las largas horas de soledad en el campo para leer con voracidad y
seguir estudiando. Además, frecuentaba la biblioteca de la catedral de Orihuela
y, bajo el cuidado del canónigo Luis Almarcha, profundizó en su conocimiento de
los grandes autores españoles del XVI y el XVII y de los clásicos griegos y
latinos. Su pasión por el teatro también proviene de aquellos años. Formó un
grupo de aficionados con algunos amigos de su pueblo y devoró los libros de la
famosa colección "La farsa", que entre 1927 y 1936 publicó las obras
de autores tan dispares como los hermanos Machado, Benavente, Giradoux o Ibsen.
También hay que señalar que, aunque Miguel Hernández pasase
sus jornadas de trabajo aislado en el campo, tuvo acceso durante su época de
formación a un ambiente libresco y cultivado. Se sabe que los primeros poemas
de Hernández datan precisamente de la época en que es obligado a abandonar sus
estudios. Por entonces, ya se reunía con frecuencia con dos de sus mejores
amigos, Carlos Fenoll y Ramón Sijé, otros dos jóvenes letraheridos con los que
comentaba sus lecturas y ponía en común lo que ellos mismos iban escribiendo.
El firmemente católico Ramón Sijé fue una influencia clave
en la primera juventud de Hernández y en el despertar y afianzamiento de su
vocación poética. Sijé, que en realidad se llamaba José Marín Gutiérrez, animó
y aconsejó a su amigo en la redacción del que sería su primer libro,
"Perito en lunas". El poemario se publicó en 1933, llevaba un prólogo
del propio Sijé, y su edición fue financiada por el canónigo de la catedral de
Orihuela. "Perito en lunas" es una colección de octavas ideadas a
modo de adivinanzas. Los asuntos de los poemas son motivos campesinos y su
estilo es arcaizante. Se trata de un libro claramente menor, pero en él se
advierten algunas cosas llamativas. Por ejemplo, que el poeta de 22 años tiene
un oído deslumbrante. También que su conocimiento de los clásicos del Siglo de
Oro es profundo y ha sido asimilado de un modo muy personal. Por último, el
joven Miguel Hernández demuestra en su primer libro que su capacidad para hacer
estallar las imágenes en el cerebro del lector es privilegiada.
El sí de Juan Ramón
"Perito en lunas" no obtuvo demasiada repercusión
y un año después de su publicación Miguel Hernández viaja a Madrid. Será
entonces cuando comience a frecuentar a poetas como Alberti, Lorca, Rosales,
Neruda o Aleixandre. También cuando comience a conseguir sus primeros triunfos
en el mundo literario. Poco después de llegar a Madrid, publicó en la revista
"Cruz y Raya" un auto sacramental titulado "Quien te ha visto y
quién te ve y sombra de lo que eras". También entra a trabajar en la
enciclopedia "Los toros" de José María de Cossío, lo que le permite
vivir en la capital con la seguridad de un salario fijo.
Ya instalado en Madrid, el poeta oficializa su relación de
noviazgo con una joven de Orihuela llamada Josefina Manresa. En esta nueva
etapa -influido entre otras cosas por el telurismo de Neruda y por la
terrenalidad de Maruja Mallo-, Miguel Hernández se ha ido alejando de la
influencia inicial de Ramón Sijé, que por su parte ha enlazado el
ultracatolicismo con el criptofascismo. Hernández mira cada vez más menos al
espíritu para mirar más al mundo y trabaja en una obra de teatro que aborda la
situación de los mineros y campesinos del país. La Nochebuena de 1935
muere en Orihuela Ramón Sijé, con solo 22 años, a causa de una repentina
infección intestinal.
En el número de enero de la "Revista de Occidente"
Miguel Hernández le dedica a su amigo una de las elegías más celebres y
estremecedoras de nuestra poesía. Su comienzo es conocido:
Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento,
a las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado
que por doler me duele hasta el aliento».
Aquel fue un momento clave en la carrera de Miguel
Hernández. Junto a la elegía aparecían algunos poemas de lo que sería su
siguiente libro, el impactante "El rayo que no cesa". Incluso el
habitualmente imperturbable Juan Ramón Jiménez reaccionó al instante desde su
tribuna de "El Sol": «En el último número de la "Revista de
Occidente", publica Miguel Hernández, el extraordinario muchacho de Orihuela,
una loca elegía a la muerte de su Ramón Sijé y seis sonetos desconcertantes.
Todos los amigos de la poesía pura deben buscar y leer estos poemas».
Poeta soldado
En "El rayo que no cesa" Miguel Hernández combina
el dominio absoluto de una estructura estrófica clásica, el soneto, con el
desarrollo, a plena máquina, de lo que sería su particular universo poético:
ese territorio incendiado de amor, mundo y muerte. El gran poeta que Miguel
Hernandez llegará a ser ya está presente en "El rayo que no cesa": un
libro repleto de imágenes fastuosas, giros surrealistas, alardes formales y
magníficos acercamientos a los misterios cotidianos.
Cuando estalla la Guerra Civil, Miguel Hernández se incorpora al
Quinto Regimiento del Ejército Popular de la República. Será
entonces cuando comience a perfilarse la segunda parte, siempre un poco
desenfocada, de su leyenda. Primero fue el poeta pastor.
Llegaba la hora del poeta soldado.
Durante la guerra, Miguel Hernández fue «miliciano de la
cultura», participó en el congreso de intelectuales de Valencia e incluso llegó
a viajar a la URSS,
dentro de una comitiva enviada por el Ministerio de Instrucción Pública, para
asistir al V Festival de Teatro Soviético. A su regreso fue nombrado comisario
político y agregado al Comisariado del Grupo de Ejércitos de la Zona Central. En
pleno conflicto publicó "Viento del pueblo" y vio cómo el libro era
elevado a la categoría de manifiesto político. Fue un éxito absoluto en el
bando republicano: cada poema fue tomado como un himno. Sin embargo, el lector
de hoy no encontrará en él las piezas admirables de "El rayo que no
cesa", ni tampoco las toneladas de dramática verdad que encerrará su
siguiente libro, el impresionante "Cancionero y romancero de
ausencias".
"Viento del pueblo" es un libro exaltado y
combativo, urgente, en el que hay piezas tan significativas como el conocido
poema dedicado a la "Pasionaria":
«Por tu voz habla España la de las cordilleras,
a de los brazos pobres y explotados,
crecen los héroes llenos de palmeras
y mueren saludándote pilotos y soldados».
Ramón Gaya reseñó "Viento del pueblo" para la mítica revista
republicana "Hora de España" y su juicio, pese a que no eran tiempos
fáciles para andar llevando la contraria, fue de una gran perspicacia: «Es el
verso lo que en Miguel Hernández vive, es el verso, es tal o cual verso lo que
aquí se alza y luce, lo que aquí sorprende. Pero si siempre sus versos son
verso (cosa que no consiguen totalmente otros poetas actuales), en cambio, no
todos esos versos que son verso siempre, son siempre poesía».
Durante la guerra, Miguel Hernández se casó con Josefina
Manresa y vio cómo su primer hijo, Manuel Ramón, nacía para morir a los pocos
meses. Poco antes de finalizar el conflicto, nació su segundo hijo, Manuel
Miguel, que sería el destinatario de muchos de los últimos y más hondos versos
del poeta.
Cuando la victoria del bando nacional era ya un hecho,
Miguel Hernández renunció a huir del país en un avión que le ofrecía Rafael
Alberti. Se dice que llevaban dos años sin hablarse. El enfrentamiento surgió
cuando Hernández descubrió los banquetes que se daban los miembros de la Alianza de Intelectuales
mientras en el frente los milicianos pasaban hambre. Miguel Hernández intentó
huir a Portugal, pero fue detenido en Huelva por la policía de Salazar y
entregado a la Guardia
Civil. Fue trasladado a Madrid y en septiembre de 1939 un
error hizo que le pusieran en libertad. Todavía hoy es difícil comprender por
qué, en lugar de intentar entonces salir del país o ponerse a salvo, el poeta
no tuvo mejor idea que irse a Orihuela. Fue una dramática reproducción del
error que cometió Lorca volviendo a Granada. Una vez en su pueblo, no tardaron
denunciarle y detenerle de nuevo. Esta vez fue juzgado y condenado a muerte,
aunque la condena se le redujo más tarde a doce años de prisión.
En los pocos días de libertad de los que gozó entre ambas
detenciones, Miguel Hernández tuvo tiempo de entregarle a su mujer los poemas
que había escrito desde octubre de 1938. Ese libro se publicaría veinte años
después bajo el título de "Cancionero y romancero de ausencias" y es
una obra mayor que contiene algunos de los poemas más hondos y emocionantes de
toda nuestra literatura. Entre ellos, las conocidas "Nanas de la
cebolla" o el majestuoso tríptico "Hijo de la luz y de la
sombra"
«Eres la noche, esposa: la noche en el instante
mayor de su potencia lunar y femenina.
Eres la medianoche: la sombra culminante
donde culmina el sueño, donde el amor culmina»
El amor erótico por la esposa y las figuras del hijo muerto
y del hijo recién nacido dominan un poemario de ecos dramáticos dominado por
una presencia amenazante, una especie de drama inesquivable, que no es difícil
identificar como el propio destino del autor. Miguel Hernández vivió treinta y
un años y consiguió ser un gran poeta aun teniéndolo todo en contra. La guerra
destrozó su vida y no jugó a favor de su literatura. Murió el 28 de marzo de
1942 en la enfermería de la prisión de Alicante, a causa de una grave afección
pulmonar. Cuatro años después, su amigo Vicente Aleixandre le recordaba con
mucho juicio en una carta dirigida a Juan Maderos: «Miguel era un alma libre
que miraba con clara mirada a los hombres. Era el poeta del triste destino, que
murió malogrando a un gran artista, que hubiera sido, que ya lo es, honor de
nuestra lengua».
30.10.2010
*Fuente: El Correo
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