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El presidente Piñera, el primer salvado

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COPIAPO, Chile.- Hoy, Chile ha vuelto a las portadas y a los
noticieros de todo el mundo. Nunca antes, quizá desde la muerte de
Augusto Pinochet, en 2006, o del terremoto y tsunami de este año, tantos
ojos habían estado puestos sobre esta larga y angosta faja de tierra.

El
ballottage de enero, que instaló a Sebastián Piñera como presidente del
país, terminando con la hegemonía de la Concertación, fue sólo el
primer suceso de tantos que vendrían en un año inolvidable, el del
bicentenario.
Cuando el mandatario aún no asumía, llegó el violento
sismo del 27 de febrero, que pareció hacer trizas al Chile
libremercadista recién asociado a la OCDE, con crudas escenas que
mostraron el país que muchos no querían ver.

Cientos de muertos y
heridos por el terremoto obligaron a una unión nacional pocas veces
vista, cuyos máximos símbolos fueron la famosa foto de la bandera
chilena embarrada y la imagen de Piñera y la entonces presidenta,
Michelle Bachelet, tomados de la mano después de reunir fondos para los
damnificados en una colecta por TV.

Pero, como siempre, al poco
tiempo Chile comenzó a olvidar sus heridas y las divisiones volvieron a
primera escena. El gobierno, más preocupado de las encuestas, se
enfrascaba en infructuosas discusiones con la oposición y, a ratos,
parecía molestarse con la presencia de Bachelet, aún vista con extrema
simpatía por la población.

Piñera no conseguía tener ese carisma.
Su estilo ejecutivo, el del presidente todoterreno que el día del
cambio de mando optó por subirse a un helicóptero para visitar la zona
de un nuevo sismo, en vez de quedarse al almuerzo con los mandatarios
invitados, era un plus que no conseguía ser comprendido por la
ciudadanía.
Entonces volvieron las disputas, no conseguía levantar
cabeza en las encuestas y la notable recuperación económica postsismo no
era del todo reconocida por la población.

Momento decisivo
El
día que ocurrió el accidente de los mineros, Piñera estaba en una gira
por Colombia y Ecuador. Apenas le avisaron del suceso, sólo preguntó
cuántos eran. Inmediatamente tomó una decisión que marcará su historia
presidencial: involucrarse decididamente, y contra todas las opiniones
de sus asesores, en una empresa que bien pudo terminar con el gobierno
asumiendo una tragedia que ni siquiera era de su responsabilidad. Tuvo
esperanza y fe, cuando nadie más lo hacía.

Tampoco escuchó a
nadie, cuando le dijeron que no subiera a la mina el primer domingo de
agosto, sólo horas después de que un intento de rescate fracasara
estrepitosamente. Fueron horas duras, en las cuales dio la cara ante los
familiares y, definitivamente, comprometió todo su empeño en una
apuesta cada vez más dudosa.
Piñera puso a prueba todas sus
capacidades, se asesoró con los mejores expertos, calculó todas las
posibilidades de hallar a los mineros y delegó responsabilidades en el
ministro menos popular de su gabinete, el titular de Minería, Laurence
Golborne.

Apenas se enteró de que los trabajadores habían sido
encontrados con vida, supo que tenía el derecho de ser quien anunciara
oficialmente la feliz noticia. Surgieron las primeras críticas por el
excesivo protagonismo que tomó, pero las encuestas lo premiaron con un
alza en su aprobación por parte de la ciudadanía.

Chile tiene esa
extraña particularidad de levantarse del piso en los momentos de
desgracia, para luego desunirse cuando ésta se deja atrás. La historia
así lo confirma. Pero esta vez la madurez del país ha sido puesta a
prueba. Las implicancias sociales, laborales, políticas y espirituales
que tendrá el accidente de la mina San José son tremendas.

Recién
en el siglo XXI, por primera vez se toma conciencia sobre las duras
condiciones en las cuales trabajan sus ciudadanos más desposeídos: el
Chile que nadie quería ver -incluida la huelga de hambre de 34 mapuches-
ha sido transmitido, en vivo y en directo, a todo el mundo.

También
el accidente desnudó fallas de seguridad en una actividad vital para el
país, que esta vez volvió a mostrarse unido, con la respetuosa tregua
que ofreció la oposición.
En el campamento Esperanza, mientras tanto,
más de algún periodista extranjero dice ver a Piñera con ojos de
admiración. Las encuestas de opinión, como ha sido dicho, lo salvan
también de un año bastante más complejo de lo que un mandatario puede
esperar.
Volverá la desunión, qué duda cabe, pero el ejemplo dado por los mineros no se olvidará fácilmente.

Será,
como dicen en la mina San José, que los rescatados no son 33, sino 34, y
que el primero de ellos es, precisamente, el propio Sebastián Piñera.

-El autor es Corresponsal en Chile del diario La Nación, Argentina.

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