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Para salvar la vida: las mujeres en el poder

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Hay una feliz singularidad en la actual disputa presidencial
de Brasil: la presencia de dos mujeres, Marina Silva y Dilma Rousseff. Ellas
son diferentes, cada cual con su propio estilo, pero ambas con indiscutible
densidad ética y con una comprensión de la política como virtud al servicio del
bien común y no como técnica de conquista y uso del poder, generalmente, en
beneficio de la propia vanidad o de intereses elitistas que todavía predominan
en la democracia que heredamos.

Ellas surgen en un momento especial de la historia del país,
de la humanidad y del planeta Tierra. Si pensamos radicalmente y llegamos a la
conclusión –como han llegado notables cosmólogos y biólogos– de que el sujeto
principal de las acciones no somos nosotros mismos, en un antropocentrismo
superficial, sino la propia Tierra, entendida como superorganismo vivo, cargado
de propósito, Gaia y Gran Madre, entonces diríamos que es la propia Tierra la
que a través de estas dos mujeres nos está hablando, llamando nuestra atención
y advirtiendo. Ellas son la propia Tierra que clama, la Tierra que siente y que
busca un nuevo equilibrio.

Este nuevo equilibrio deberá pasar predominantemente por las
mujeres y no por los hombres. Éstos, después de siglos de arrogancia, están más
interesados en garantizar sus negocios que en salvar la vida y proteger el
planeta. Los encuentros internacionales nos los muestran poco preparados para
lidiar con temas ligados a la vida y a la preservación de la Casa Común. En este
momento crucial de graves peligros, se invoca a aquellos sujetos históricos que
están, por su propia naturaleza, mejor equipados para asumir misiones y
acciones ligadas a la conservación y al cuidado de la vida. Son las mujeres y
sus aliados, los hombres que hubieren integrado en sí las virtudes de lo
femenino. La evolución las hizo estar profundamente ligadas a los procesos
generadores y cuidadores de la vida. Ellas son las pastoras de la vida y los
ángeles de la guarda de los valores derivados de la dimensión del anima (de lo
femenino en la mujer y en el hombre), que son el cuidado, la reverencia, la
capacidad de captar, en sus mínimas señales los mensajes y sentidos; sensibles
a los valores espirituales como la entrega, el amor incondicional, la renuncia
a favor del otro y la apertura a lo Sagrado.

El feminismo mundial trajo una crítica fundamental al
patriarcalismo que viene desde el neolítico. El patriarcado originó
instituciones que todavía moldean las sociedades mundiales, con la razón
instrumental-analítica que separa naturaleza y ser humano y que le llevó a la
dominación de los procesos de la naturaleza de forma tan devastadora que hoy se
manifiesta por el calentamiento global; creó el Estado y su burocracia, pero
organizado según los intereses de los hombres; proyectó un estilo de educación
que reproduce y legitima el poder patriarcal; organizó ejércitos e inauguró la
guerra. Afectó a otras instancias, como las religiones e iglesias cuyos dioses
o actores son casi todos masculinos. El «destino manifiesto» del patriarcado es
el dominium mundi (la dominación del mundo), con la pretensión de hacernos
«maestros y dueños de la naturaleza» (Descartes).

Actualmente, los hombres (varones) se han hecho víctimas del
«complejo de dios», al decir de un eminente psicoanalista alemán, K. Richter.
Asumieron tareas divinas: dominar la naturaleza y a los otros, organizar toda
la vida, conquistar los espacios exteriores y remodelar la humanidad. Todo esto
ha sido sencillamente demasiado. Se sienten como un «dios de pacotilla» que
sucumbe a su propio peso, especialmente porque ha proyectado una máquina de
muerte, capaz de erradicarlo de la faz de la Tierra.

Ahora se hace urgente la actuación salvadora de la mujer.
Damos la razón a esto que escribió hace algunos años el Fondo de las Naciones
Unidas para la Población:
«La raza humana ha venido saqueando de forma insostenible la Tierra y dar a las mujeres
mayor poder de decisión sobre su futuro puede salvar el planeta de la
destrucción». Obsérvese que no dice «mayor poder de participación a las
mujeres», cosa que los hombres conceden pero de forma subordinada. Aquí se
afirma: «poder de decisión sobre el futuro». Las mujeres deben asumir esta
decisión, incorporando en ella a los hombres, de lo contrario, pondríamos en
peligro nuestro futuro.

Este es el significado profundo, diría, providencial, de
estas dos candidatas mujeres a la presidencia de Brasil: Marina Silva y Dilma
Rousseff.
2010-09-10

*Fuente: Koinonia

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