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1810-2010: Nada que celebrar, mucho que organizar.

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Compañeros que llevan adelante una iniciativa de prensa independiente en
Concepción, “Resumen” (www.rsumen.cl), me solicitaron hace unos días
respondiera a la siguiente pregunta: “¿Qué tan independiente es Chile
hoy?” Esta pregunta y sus respuestas están comprendidas en un esfuerzo
por reunir y difundir opiniones alternativas frente a la abrumadora
maquinaria ideológica que ha puesto en marcha el bloque en el poder, que
además en esta coyuntura histórica, cuenta a este respecto con la
anuencia de fuerzas supuestamente críticas, pero que añoran ser
reconocidas como parte de la República y sus instituciones. Intento en
lo que sigue ensayar una respuesta que satisfaga la intención mencionada
y contribuya a develar las sutiles trampas de la iconografía de la
dominación.

En primer lugar tiene sentido preguntarse ¿quiénes somos ese "nosotros"
implícito en la pregunta? En el siglo XIX habitaron este "trozo
colonial", por arriba, la oligarquía criolla -mezcla de rentistas,
capitalistas del comercio, del transporte y la extracción, y la
burocracia religiosa y cívico-militar- y por abajo, el artesanado, el
peonaje, y pueblos indígenas aún en franca resistencia e insumisos. El
proceso de independencia, sabemos, no fue una obra de ese "nosotros"
sino solo de una fracción de los de arriba, por más que segmentos
populares e indígenas constituyeran una fuerza social de apoyo
imprescindible. De los de abajo, muchos ni siquiera comprendieron el
significado de la ruptura y otros tantos aprovecharon el desenlace para
pasar a otra fase de la larga guerra contra el invasor. 

Sabemos que aquí la independencia fue impulsada y organizada por los de
arriba, que a diferencia de Haití o de otros territorios como la Gran
Colombia o la mayor de las Antillas, la presencia "política" de los
dominados fue subordinada, que su contenido descolonizador y popular,
siempre subalterno, fue utilizado por una reconfigurada clase dominante
para sus propios fines. En efecto, los colonialistas ahora devenidos
"independentistas", "patriotas", "chilenos", tuvieron que hacer lo que
toda elite de poder debe hacer para constituirse y legitimarse:
proveerse de una identidad política-ideológica, de una  iconografía, de
una institucionalidad y de normas, todas condiciones necesarias para
inventar, sobre un territorio originariamente robado, una nación, un
Estado y un país a su imagen y semejanza. 

Y este invento histórico, como antes la conquista y la colonización, se
fundó en un acto de fuerza, fuerza ejercida ahora contra los realistas y
sus aliados pero sobre todo contra los de abajo, fueran éstos los
integrados al nuevo modelo de acumulación (los explotados), o bien, los
"extranjeros internos”, los pueblos indígenas resistentes (los
oprimidos). Por ello, este invento acaecido en la periferia de la
economía mundial, nació doblemente fracturado: el "nosotros" incluía en
calidad de explotados a las masas trabajadoras destinadas a generar
excedentes (primera fractura), y excluía, en calidad de oprimidos aunque
no explotados, a los que había que desplazar o exterminar para
continuar la ocupación y apropiación de tierras y demás recursos
(segunda fractura). Estas fracturas serán el trasfondo estructural de la
lucha de clases entre capital y trabajo y entre opresor y oprimido que
recorrerá toda la historia de este invento llamado Chile. 

Toda la política, todas las estrategias y todas las tácticas, de los de
arriba y de los de abajo, tendrán ese telón de fondo; desde el lejano
pasado hasta este mismo instante cuando, en el norte, 33 mineros,
enterrados a más de 700 metros, sufren la impudicia del capital y en el
sur, 32 presos políticos mapuche, enfrentan esa misma impudicia del
mismo capital, apelando al dramático recurso de la huelga de hambre.

En segundo lugar, debemos insistir en que el proceso de consolidación
del capitalismo chileno ha requerido disciplinar social e
ideológicamente a los explotados incluidos y a los oprimidos excluidos.
La estrategia de disciplinamiento social y económico combinó garrote e
imposición de la escasez. Las leyes contra el bandolerismo y el
vagabundaje para forzar al trabajo asalariado, las guerras de
pacificación para someter, desplazar y "liberar" tierras y recursos, y
las múltiples formas de represión, dejaron una estela de lodo y sangre,
fue la huella del capital obligando a grandes masas a emplearse para
hacerse de las mercancías para vivir, y a otras, al éxodo hacia las
profundidades o hacia los bordes del territorio para sobrevivir a la
constitución de la Patria, de la República. 

El disciplinamiento ideológico, buscando legitimidad y consentimiento,
apeló al nacionalismo y al racismo. Al nacionalismo, porque se afanó por
absorber lo popular en el "ser chileno", ora enalteciendo la imagen del
"roto", el valiente y aguerrido defensor de la patria, ora apelando a
la "chusma" cuando éstos, los incluidos súper explotados, maduraban en
conciencia de clase. Y al racismo que, luego de la "pacificación", se
transformaría lentamente en el sutil expediente que hasta hoy hace
iguales a empleado y patrón frente  "los otros", los "indios", la masa 
excedente del territorio a la cual hay que negar. A estos, los
"extranjeros del interior", sólo les queda el sometimiento, el silencio,
la ausencia como pueblo, como cultura, como nación. 

No son de extrañar entonces los ce-hache-í-ele-é, las banderas chilenas
en el fondo del socavón, la valentía "del chileno", alentada y difundida
por toda la prensa del poder, mientras el silencio, la negación, se
reservan para las vidas que hora a hora continúan consumiéndose en las
celdas de las chilenas cárceles del sur. Sólo las franjas más
conscientes de los explotados y los oprimidos, sólo los espíritus más
sensibles, los luchadores a toda prueba, han sacado la voz denunciando
la trampa ideológica y el cerco informativo del poder, un poder que ha
colonizado nuestras mentes con su Patria y su "Raza".

Y en tercer lugar, no está demás recordar que la clase dominante
reconfigurada al ritmo de la independencia, por más que apelara al
nacionalismo frente a las masas, no asumió nunca un carácter "nacional"
con intereses estructuralmente opuestos al orden mundial. Por el
contrario, desde siempre ligó su ideología e intereses al centro. Y que
no nos llamen a confusión las múltiples contradicciones fraccionales que
la han acompañado, pues desde carreristas y o´higginistas a
neoliberales y republicanos, pasando por liberales y conservadores,
éstas se relacionaron más con las vicisitudes del propio centro
metropolitano que con la emergencia de proyectos genuinamente
"nacionales" con propósitos contrapuestos al capital mundial. 

La economía chilena, desde el boom del trigo, del guano, del salitre,
del cobre, o de los recursos naturales no cupríferos de nuestros días,
así como la propia "sociedad chilena", ha sido en general una sociedad
extravertida y dependiente. Por ello en el origen de la independencia,
la disputa entre pro yanquis y pro ingleses; por ello ahora, después de
casi un siglo de hegemonía estadounidense, la recolonización del
territorio y sus riquezas por el imperialismo europeo y en particular
por el español. Casi pudiera decirse, rememorando a Luis Vitale, que las
clases dominantes inventaron Chile para venderlo, que inventaron este
artificio jurídico-político, este Estado, para expropiar a los
originarios y para explotar a los trabajadores haciéndolos titulares de
una supuesta ciudadanía reconocida por ese truco llamado Chile que hoy
cumple doscientos años.

Así las cosas, la independencia ha sido, por una parte, un largo proceso
de apropiación y expropiación de las fuentes de riqueza de los
originarios, y por otra, de apropiación y expoliación del talento
productivo de los nacidos y criados como fuerza de trabajo. Se trata de
una independencia del capital, de una independencia cuyo lado oscuro ha
sido y es la sistemática y creciente guerra contra la autonomía,
soberanía, y libertad sustantivas de los oprimidos y explotados, valores
que reconocidos episódicamente en las constituciones y leyes, se niegan
diariamente en las prácticas vitales. El capital ha construido su
matrix patriótica, racista y capitalista y se dispone triunfante a
celebrar su cumple siglo. Es tarea nuestra, al menos en esta vuelta,
aguarle la fiesta; ya habrá ocasión para enfrentarle en toda la línea y
disputarle radicalmente el presente y el futuro. Por ello entonces, nada
que celebrar, mucho que organizar.
Santiago, 1 de septiembre,


-El autor es Investigador Plataforma Nexos.

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