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El Arte del BIEN AMAR (I Parte)

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Si me nombras

 


Sé que existo si me nombras tú. 


Sé que alumbro si me das tu luz. 


Que si esperas llegaré puntual. 


Si no llegas yo te espero igual. 


Que por tu piel me pongo a caminar 


En cada despertar. 


Que si pides doy, si me llamas voy, 


Trenzas mi voluntad. 


 


Sé que puedo si me lo juras tú. 


Sin tu cara siempre me sale cruz. . 


 


Sé que existo si me nombras tú, 


Que sin ti seré nadie en la multitud. 


Que sin ti seré nadie en la multitud. 


 


Si me sonríes vuelo, si te arrodillas creo, 


Si tú tropiezas yo caeré. 


Si me perdonas nazco, si creces yo te alcanzo 


Y si me olvidas moriré.


 


Victor Manuel

 

La definición del ser humano como ser racional nos ha llevado a muchos
equívocos, porque las definiciones son siempre simplistas, restrictivas y
están hechas a medida del que define, no de lo definido. Quizás el
hecho de que nuestro cerebro haya desarrollado la facultad  de poder
reflexionar conscientemente nos diferencia de la generalidad de los
animales, pero nuestras motivaciones siguen siendo claramente
emocionales, y “eso que llaman amor” penetra y entreteje nuestra vida, y
es el andamiaje que nos permite vivir con alegría y en comunidad.

Y así  como teniendo la facultad de razonar, no necesariamente razonamos
con lógica y ésta es necesario aprenderla, también tenemos que aprender
a amar, porque no necesariamente ejercemos esta facultad cuando creemos
que lo hacemos. Y el arte de amar solo se aprende en el camino de la
existencia a punta de equivocaciones.
 
Nuestra biósfera humana es biológica y emocional, y también mental y
espiritual.  Tenemos un hemisferio izquierdo capaz de realizar funciones
de abstracción que nos permiten manejar símbolos, nos permiten sacar
conclusiones por inducción y deducción, nos permite planificar y
organizar secuencialmente en el tiempo y esos razonamientos lógicos  los
podemos hacer lejos de los objetos que van a ser afectados por nuestras
acciones.

Así, con el  hemisferio izquierdo ordenamos las emociones y percepciones
que sucita en nosotros nuestro entorno, ya que estas son la materia
prima de lo que está hecha nuestra realidad y son las que dan las
ponderaciones individuales y particulares a las ecuaciones del
razonamiento.

Vemos así que la importancia que atribuimos a cualquier tema en la
ordenación de nuestra existencia, tiene una base en las emociones
primarias que permiten la supervivencia.   Estas son las que nos indican
inseguridad o temor y sus reacciones de huida o agresión, o el placer
relacionado con los ambientes que no nos amenazan y permiten ser lo que
somos sin tapujos  logrando así algunos estados de bienestar  más
propicios para atisbar ese sentimiento tan íntimo y que tiene
connotaciones espirituales, que es la felicidad.

Somos animales emocionales, animales con corazón y sentimientos pero con
un “upgrade” de ciertas funciones que permiten organizar  y planificar
las acciones que satisfarán nuestras más recónditas necesidades
emocionales.  Pero para planificar nuestras necesidades emocionales,
debemos primero que nada reconocerlas, darles nombre y constatar su
pertinencia.

Nosotros percibimos la realidad con nuestros sentidos que son
prolongaciones de nuestro cerebro. Con ellos transformamos la energía en
materia, en organismos, en colores y olores, en sonidos, en texturas. 
Con nuestro cerebro emocional, que incluye organizaciones nerviosas que
tenemos a la altura del corazón, percibimos si estas energías nos atraen
o las rechazamos. Si nos atraen es porque nos provocan seguridad,
placer, integridad, confianza de que no nos van a matar ni agredir. 
Confianza que el ámbito de cosas con las que nos identificamos y que
consideramos nuestro  ser, vale decir que nuestro cuerpo, nuestras
creencias, nuestras actitudes, nuestra familia, nuestra patria,  no van a
ser destruidos por  el ambiente.   En ese estado de confianza, podemos
crear un campo de relación con una energía especial a la que llamamos
amor. 

Por el contrario si nos sentimos amenazados, inseguros, descalificados y
tenemos miedo, nos cerramos a establecer comunicación  y en vez de
establecer un campo de afecto, lanzamos señales hostiles de agresividad o
abandonamos el campo,  y no concretamos esta vinculación o campo
amoroso.

En el amor bajamos la guardia, somos realmente nosotros mismos, podemos
dormir en brazos del otro, aunque sea metafóricamente. En el campo del
amor no existe la violencia, la negación del otro ni la destrucción. 
Existe un fluir natural de las energías que no le teme a la separación
porque sabe que ese fluir se mantiene en el espacio y el tiempo. El amor
no quiere decir identidad entre las partes que se relacionan, es más
bien un flujo constante y parejo de información  y energía que va y
viene y enriquece a ambas partes provocando bienestar.

En este campo de “amor” nuestra biología florece ya que atrae a otros
seres y nos podemos reproducir alegremente.   Y también nuestros
talentos individuales florecen ya que tienen más probabilidad de ser
reconocidos por los otros, porque dentro del amor hay  más aceptación a
lo novedoso y a lo diferente, hay un ojo más bondadoso para mirar el
mundo.

Pero el lenguaje ha perdido su exactitud conceptual y ha llamado amor a
muchas cosas relacionadas con el apego, que no cumplen con las
condiciones mencionadas y esto nos lleva a tremendas equivocaciones.   
Me casé por amor, decimos aquí en Occidente, cuando elegimos libremente
nuestra pareja y a la hora de la verdad vemos que la infatuación y las
hormonas  nos hacían ver realidades que no eran. Fuimos víctimas,
gozosas, pero víctimas del “amor romántico” y  este tan mentado amor no
cumplía con las condiciones necesarias de lo que es, en verdad, este
sentimiento, en términos de profundidad y perseverancia.

¿Y cuáles son las condiciones necesarias para el amor?

 El amor nutre y cuida el cuerpo físico a través de alimento, calor,
caricias, y protección. Nuestro cuerpo emocional a través de la
contención emocional, y de empatizar con los estados emocionales del
otro, ya sea para consolar, conmemorar, compartir o apoyar, es decir
hacerme parte del mundo emocional del otro. Y nutre nuestro cuerpo
mental a través de información que intercambiamos sobre el mundo de la
naturaleza y el de la cultura, sobre nuevas creaciones del pensamiento
que permiten manejar en mejor forma nuestra realidad o nos dan placeres
estéticos intelectuales. Eso es hacerse parte del mundo mental del otro.

Y yo diría que el conjunto de los tres nutre nuestra vida espiritual y
dicen los iluminados que la vía a este mundo espiritual pasa por el amor
que se percibe con el cuerpo emocional.

Los prefijos con/com/co que vienen del Latín, describe las acciones que
se hacen juntos con otro o que aúnan.   De ahí la palabra “compasión”
que no es lástima ni conmiseración, es juntarse con el pathos del otro,
hacerse uno en la emoción.

Pero hay que tener claro que fallando la comunicación emocional, la
alimentación física e intelectual no rinden los mismos frutos.  Es tan
así, que una guagua sin afecto y sin contacto físico puede morir, aunque
no le falte alimento.

Antiguamente vivíamos todos reunidos en la familia, y en  la familia
extendida o  tribu, que durante millones de años se las arregló para
proporcionarnos eso que estamos olvidando que existe y que es el amor,
en su acepción más genuina que es el Ágape de los Griegos.  Y también en
familia pasaban los peores pecados del desamor.

Los Griegos reconocían también otra forma de amor que es el Eros, y se
refiere a los estados “amorosos” que nos flechan sin saber por qué,
creando el ambiente propicio para que dos seres se acerquen y se vean  a
la luz de esta especie de posesión, se unan sexualmente y creen nuevos
seres.  Como será de agradable el amor para los seres humanos, que la
Naturaleza lo usa  como estrategia para preservar la especie.  Pero la
Naturaleza asegura unos siete años de apego, que es lo que ha necesitado
históricamente un cachorro humano para aprender a ser humano.

Dice el mito de Eros y Psique, que su amor solo era posible de noche,
porque Eros así lo quería y cuando Psique lo desobedeció y contempló su
rostro de día, él la dejó.

La versión latina de Eros es Cupido, quién lanza las flechas del
enamoramiento repentino, primer estadio del amor romántico y de la
atracción sexual por el otro.

Nosotros tenemos magnificado el amor erótico  y también el amor
romántico, que es la versión más bien femenina  y de corte adolescente
de la atracción sexual en nuestra cultura, ya que producen sensaciones
fuertísimas  que son insaciables y adictivas. El erotismo que es la
atracción sexual más refinada, es parte de las experiencias  no
racionales más embriagantes y seductoras que existen y es íntima de a
dos, no de tres ni de multitudes. Es una complicidad que casi no se
verbaliza, porque pierde el hechizo, y no se divulga ni se comenta,
porque si sale a la luz, se transmite por TV, y se ventila públicamente,
se convierte en voyerismo vulgar. No hay que confundir el erotismo con
la atracción sexual pura y simple, entre ellos existe la misma relación
que entre un guiso de alta cocina y un buen plato de porotos en un día
de  Invierno. Y una buena cocina puede ayudar a dar permanencia a este
sentimiento tan volátil y hacerle trampa a la Naturaleza, creando así el
matrimonio que conocemos en cuyo seno se deberían cocinar los dos tipos
de amor.

Evidentemente el Eros no es Ágape, porque fuera del del contacto físico y
del apego temporal sin obligaciones que no sean las propias del
erotismo, no cumple los requisitos de nutrir  y cuidar, de vincularse
emocionalmente, ni intelectualmente. Si la atracción sexual   que nos
hace buscar pareja a través del deseo  específico por otro se convierte
en erotismo, este puede ser un buen condimento para que la relación se
mantenga en el tiempo y se pueda producir el amor que cuida y nutre.  
Los amores eróticos tienen la virtud de acercar a seres humanos que
quizás jamás hubieran sido amigos y puede, digo puede, que esta relación
tan íntima y gozosa dé origen eventualmente, a un campo amoroso
verdadero.  Pero no necesariamente es así, y eso lo saben todos los que
han tenido algo de experiencia en el tema.  A veces pierde la magia y se
agota sin haberse transformado. Lo mismo sucede con el amor romántico
que muchas veces no resiste la prueba de la realidad.

Nuestro primer conocimiento del Ágape es en el hogar, y de la calidad de
esta experiencia, depende nuestra vida física, emocional e intelectual
como adultos.  Ahí recibimos la experiencia básica de nutrición y
cuidado, de contención emocional, de visión de mundo y formas de
relacionarse. Recibimos el idioma, los gestos, los hábitos relacionales,
que la escuela generalmente no puede suplir.

Dentro de la información sobre como relacionarse que da el hogar a los
hijos, está la información sobre el mundo que los rodea y sus
exigencias.  Esto parte por el establecimiento de límites y jerarquías,
del lenguaje tanto verbal como no verbal, de las formas de relacionarse
de la sociedad en que vivimos, los protocolos, la etiqueta, las buenas
maneras, lo que no debe hacerse nunca, o lo que debe hacerse siempre
etc. Porque el mundo de los seres orgánicos se organiza así, con
individuos que tienen límites, y en relaciones jerárquicas de acuerdo al
estadio de desarrollo del individuo, que tienen formas preestablecidas
de comunicarse  Y ese aprendizaje es indispensable para poder entrar en
contacto con otros y no ofenderse a la primera de cambio, abriendo así
las oportunidades para crear campos amorosos.

Al hacerse las sociedades más complejas, cada sub cultura desarrolla sus
protocolos de comunicación para entenderse y mientras más aisladas
estén las culturas más posibilidades hay de desentendimiento.  Así hay
sociedades en que se recomienda eructar después de comer para expresar
la satisfacción por lo ingerido y otras que lo consideran una grosería. 
Por eso es necesario, dentro de un país, la integración cultural  en la
escuela como mínimo común denominador, ya que la convivencia se hace
más fácil y hay menos puntos de roce, y menos miedo de que el otro no me
acepte.

Pero el amor tiene sus condiciones para establecerse. La comunicación
verbal y no verbal tiene que ser congruente, lo que requiere una gran
honestidad. En los campos del amor, no son válidos los juegos de poder,
posesiones y competencia. El amor respeta y dignifica, en ese campo no
existe la humillación ni la descalificación el maltrato, la agresividad
ni el atropello de límites, porque el amor no brota en el miedo y la
falta de respeto. El campo de amor debe tener reglas claras acerca de
cuanto puede uno intervenir en el campo del otro, y los límites de esos
campos.  En otras palabras no me puedo meter a salvar al prójimo que no
quiere ser salvado por mí, ni ayudar a atravesar calles a viejecitas
indefensas que no quieren atravesar ninguna calle, ni catequizar a nadie
que no desee ser catequizado.  No existe el pelambre ni la maledicencia
ni la infidencia, la deslealtad y menos el caficheo ni el vampireo y 
tampoco la mentira malintencionada. En amor es más fácil  redireccionar 
los malos hábitos y quitarle su componente maligno a ciertas emociones y
sentimientos como el rencor, la envidia y el resentimiento crónico.

El amor hay que regarlo y abonarlo con respeto y celebración, con ritos
que le den un reconocimiento colectivo.  Pero teniendo siempre en cuenta
que la energía tiene que fluir por ambos lados, ya que el parasitismo
no es amor.  Es co- dependencia con ribetes de masoquismo y toques de
sadismo.

La experiencia amorosa da vida,  y se convierte en un gozoso campo de
colaboración cuando es madura y recíproca.  Ese cuento de “la maté
porque era mía” no es amor, es un apego enfermizo con afanes de posesión
de un yo inseguro, miedoso y agresivo.

Tampoco  siente amor el que lo exige por la fuerza. El amor no subyuga
por la fuerza, solo invita, no esclaviza, libera, ya que quiere el bien
del otro.

Hemos visto el amor en el plano individual.  ¿Y qué significa “amar al
prójimo como a ti mismo”?  Significa que todo lo dicho anteriormente,
parte de un sano amor a sí mismo, al propio cuerpo,  al respeto   y
reconocimiento de las propias emociones practicando eso de “conócete a
ti mismo”  en cuanto a funcionamiento biológico, emociones y valores.

Pero  debemos reconocer que la sociedad humana se organiza en grupos, y
que no sacamos nada con practicar el amor dentro de nuestro grupo, pero
no con otros grupos dejando un vacío que en el que en cualquier momento
puede estallar la agresión y por ende la guerra.

Así se ve como necesario que los grupos humanos en conjunto debieran
relacionarse entre ellos de la misma forma que individuos amorosos,
cuidándose y nutriéndose mutuamente en lo físico, con “compasión” en lo
emocional, con intercambio de logros intelectuales  en el campo del
pensamiento, sabiendo además que sin “compasión” los otros cuerpos del
ser humano no reciben bien ni la alimentación ni la educación ni  la
vida espiritual y esto es tan válido para grupos como para personas.

Es amor al prójimo el tratar de integrar a los grupos marginados de la
sociedad dignificándolos, nutriéndolos con  mejores opciones, más
conocimientos, tratando de erradicar los miedos y las humillaciones que
los marcan para siempre y no les permite realizarse en todo su
potencial.

Es amor al prójimo el que  los políticos y autoridades traten de
restaurar la confianza perdida, porque sin confianza hay sospecha y
miedo y la sociedad se retrae y no crea.

Es amor al prójimo respetar las culturas minoritarias en todo aquello
que no interfiera con el bien común, integrándolas como parte de la
diversidad del ser y negociando las diferencias.
Septiembre 2010

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