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Enterrados sobre la tierra

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Ahora tenemos sondas para comunicarnos con ellos, para que nos envíen
mensajes y poemas. Más tarde dicen que pondrán una fibra óptica para que
podamos verlos por videoconferencia. Dicen también que allí afuera se
está llenando de imágenes de la Virgencita, de Jesusito resucitado, de
varios santos y que hasta construyen grutas para ponerlos.

Antes de ayer estaban los uruguayos, los rugbistas de la película de
cuando se cayeron en la cordillera y se comieron a los que habían
muerto. Nosotros tenemos comida, menos mal. Y tenemos espacio donde
movernos, también. Parece pequeña la casita, pero tenemos donde
movernos, donde estar todos juntos. Y podemos elegir algunas cosas para
hacer, no todas claro porque la mayoría hay que pagarlas, pero algunas
sí. Por ejemplo, algunos fines de semana, el domingo, vamos a unos
edificios grandes llamados Mall, a pasear, a comer hamburguesas o a
tomar once. Está lleno de locales ahí dentro, y está todo abierto el
domingo, pero igual no compramos nada (no alcanza la plata para todo,
¿sabe?). Paseamos, no más. Total, ahí dentro está climatizado todo el
año, no como en los parques. Claro, la desventaja es que los niños no
pueden correr, pero bueno, no se puede tener todo, ¿no?

También podemos elegir qué canales de televisión ver, y al que no le
gustan los canales de la television pública, puede pagar para que le
pongan televisión por cable, con canales extranjeros (algunos en inglés,
que nadie entiende, pero bueno, vienen con el paquete). Podemos elegir
ver fútbol, las noticias, la teleserie (sobre todo la de la Elisa, que
fue la que más nos gustó), los reality (sí, claro, ¡Pelotón fue el
mejor!) y todos esos programas entretenidos. Total ponemos la tele antes
de dormir, esperando que nos dé sueño, y después, como cada mañana, a
despertar y salir corriendo al trabajo. Cada día. Y aquí, en Santiago,
tiene otra ventaja: que la tele también está en el Metro, en todas las
estaciones, así que uno no tiene tiempo ni de aburrirse.

Eso sí, estos últimos días, la tele cuenta muchas cosas de los mineros
enterrados en el norte, muchísimas. Y da pena. Porque, por mientras, uno
no puede hacer nada por ellos, rezar no más. Pedirle al padrecito
Hurtado, o leer la biblia un rato (nosotros ni teníamos biblia, pero nos
regalaron una este fin de semana pasado, los hermanos de no sé qué
iglesia, afuera del Mall).

Ayer dieron otra noticia: dice el presidente que van a construir un
santuario allí arriba de la mina. Está bien porque así, cuando los hayan
sacado, podremos ir a ese lugar, en las vacaciones, y visitarlo. Seguro
que ponen un carrito para poder ir a ver dónde estaban, y seguro que
venderán estampitas y recuerdos del lugar. Así no se nos olvida el
milagro de que hayan estado vivos después del desastre. Me imagino que
tendrán que comprarle los terrenos a los dueños de la mina, pero seguro
que ellos no dirán que no, porque igual parece que la mina tendrían que
cerrarla por insegura.

Cuando veo lo que muestran de los mineros enterrados allá abajo, a 700
metros, en condiciones infrahumanas, como decía el periodista español
ese que habla como el astronauta de una película de unos juguetes,
cuando veo que aparecen un poco las caras y el resto es todo oscuro, me
desespero también. Me imagino el calor que pasarán, el aburrimiento de
estar todo el día sin poder hacer nada, ni ir donde quieren, ni darse
una vuelta, ni poner la tele, ni ir a comprar al Mall, ni comer lo que
quieran cuando quieran, nada de nada. Pero, si me pongo a pensar mucho,
me termino de dar cuenta que tampoco nosotros, que estamos arriba,
podemos salir tanto como quisiéramos, o comprarnos todo lo que nos
gusta, o vestirnos un poco mejor o, incluso, tener una casita más
grande, con una pieza para cada uno de los niños, que son tres. Y al
final me siento como que nosotros somos los que estamos encerrados,
igual que los mineros, pero a nosotros nadie nos vendrá a rescatar. Por
eso mejor pongo la tele un poco más fuerte, y rezo un poco antes de
dormir, para que los saquen luego. Total, mañana hay que trabajar de
nuevo, nadie va a venir a hacer la pega por mí.

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