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El imperio del miedo: El transito desde la disciplina al control

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"En el pasado, ningún gobierno había tenido el poder de mantener a sus ciudadanos bajo una vigilancia constante.
Ahora la Policía del Pensamiento vigilaba constantemente a todo el mundo".
George Orwell.   1984. 

INTRODUCCIÓN
El derrumbe de las torres gemelas el 11/S 01, no sólo causó la destrucción del World Trade Center, sino que profundizó la política global de vigilancia y control policial, dotándola con características distintas a  las implementadas por las estructuras de dominación hasta el año 2001. El ataque a las torres sirvió como pretexto para un discurso beligerante y atemorizador donde pareció emerger una nueva concepción de  bipolaridad mundial, esta vez no ideológica sino religiosa enmarcada en un enfrentamiento del fundamentalismo islámico, fanático y  terrorista; y la cristiandad, democrática y liberal.

El discurso presentó  un escenario donde la seguridad  de  Occidente se encuentra amenazada por  el enemigo venido del Oriente, el terrorismo islámico de los países que conforman “el eje del mal”.  Este acontecimiento, que dio inicio  al siglo XXI,  demandó como objetivo enfrentar al enemigo externo, lo que no sólo conllevó el cambio en los hábitos y leyes internas del país agredido si no que tuvo como consecuencia el  desarrollo de una estrategia  política de características policíaco-militar,  en sus formas global y local, que involucra a la sociedad mundial en su lucha contra el terrorismo y particulariza en  los estados que la conforman   el control y la lucha contra la delincuencia y los elementos de marginalidad  peligrosos, que subvierten el orden y la seguridad nacional. De este modo se percibe  un cerco totalizador vigilante que  vehiculiza  una inseguridad latente, necesaria para la implantación de dispositivos controladores e intimidatorios que supera ampliamente las prácticas de control implantadas en las últimas décadas del siglo recién pasado por los estados y sus instituciones especializadas. 

Uno de los elementos diferenciadores de esta nueva forma de confrontación antiterrorista es el concepto de guerra preventiva, una figura indeterminada y amenazante que sugiere que no es suficiente que ocurra un hecho demostrable para ejercer la acción militar del ejército imperial, sino que basta la sola presunción de  una conspiración. Este concepto de guerra de prevención deja abierta  su aplicación en las políticas locales, en lucha contra la delincuencia y abre un universo de posibilidades al control de la libertad individual en función de la prevención de delitos no materializados  Ya no se castiga y controla solamente lo que es, los hechos o actuaciones, se controla y penaliza socialmente lo que puede ser, lo que es considerado potencialmente peligroso. Los más afectados con esta nueva política son los sectores marginados o con escasa participación en el mercado, los cuales son considerados  tanto por el estado como por la empresa  privada, foco de posibles conflictos políticos.

Ahora bien, hay que tomar en cuenta que la guerra moviliza las instituciones, la  paz reproduce solapadamente sus estrategias por lo tanto hay que ver la guerra desde la paz. Desde este punto de vista estamos en una batalla continua, no existe el sujeto neutral. Siempre se es el adversario de alguien.1  

Existe  de facto una nueva situación de entrelazamiento entre las acciones policiales  y la guerra, donde lo policial va tomando cada vez más preponderancia y  el límite de diferenciación entre ellas se va evanesciendo.

Negri y Hardt en su libro Imperio describen esta nueva situación en su análisis del biopoder y la seguridad: “De este modo la guerra parece tender hacia dos sentidos opuestos al mismo tiempo: por un lado, se reduce a la acción policial ; por el otro se eleva a un nivel absoluto y ontológico mediante la tecnología de la destrucción global. Sin embargo, estos dos movimientos no son contradictorios: la reducción de la guerra a acción policial no resta, sino que realmente confirma su dimensión ontológica. Al atenuarse la función bélica y aumentarse la función policial, se mantienen los múltiples signos ontológicos de la aniquilación absoluta: la policía de guerra se erige sobre su fundamento último, la amenaza del genocidio y de la destrucción nuclear”2

Lo señalado por Negri se ejemplifica  en la invasión y destrucción de Irak por parte del ejército imperial, donde se pudo observar, además del origen espurio de ésta, la  constitución de  una fuerza de seguridad privada que en los hechos ha desarrollado tareas represivas en mayor medida que las tropas conjuntas. Las torturas y encarcelamiento de los prisioneros hablan de esta nueva forma de mestizaje entre accionar militar y policial destinado no sólo a la degradación del vencido sino a pro y re-producir miedo en el resto de la sociedad no involucrada en el conflicto. Este aparente “téngase presente”, como elemento pacífico de prevención, es parte de una estrategia comunicacional distinta que   se materializa en una   nueva construcción de imágenes sobre este  tipo de guerra, sin muertos ni heridos. La ausencia, el poder de lo no mostrado, la asepsia de las imágenes ,  donde la muerte no tiene rostro, deja  en suspenso lo que verdaderamente está ocurriendo, produciendo  una interrogante que queda abierta y  que  puede dar paso a una construcción de horror anestesiado: lo que no se ve, no se siente. La inseguridad, la in-certeza: no permite dimensionar la crueldad de la guerra. 

Las políticas del control
Las sociedades donde tradicionalmente sus clases dominantes basaban su poder en la represión y el amedrentamiento, han sido sustituidas por sociedades de control.

Al observar este proceso de construcción tanto simbólico como material de una sociedad subsumida en la seguridad y el control se hace necesario examinar como se desenvuelven sus rasgos diferenciales, los elementos que confluyen en la  materialización de la política de la incertidumbre y el temor  y el universo categorial de los dispositivos  facilitadores de su implementación.

A la sombra del terrorismo, se está perfeccionando una forma de dominación biopolítica que tiene como principal característica la posibilidad, siempre presente, de una guerra global con el uso de armamentos tecnológicos de tal poder que hacen predecible la destrucción masiva y la vida a nivel planetario. El poder imperial, cuyo representante más visible es el estado norteamericano tiene en sus manos el poder de decidir sobre la vida y muerte ya no sólo sobre sus enemigos directos sino de la humanidad en su conjunto. Es la propia estructura de la vida la que se ve amenazada y degradada, por un poder que actúa en una dualidad perversa esgrimiendo por un lado su poder nuclear sin contrapeso y por otro ejerciendo el sometimiento del cuerpo social a las políticas de control, que se  implantan a nivel  mundial en defensa de la seguridad,  y que son adoptadas rápidamente por los países del primer mundo y adecuadas a las realidades de cada país del tercero. Se está construyendo un sistema policial mundial de control y seguridad cuyas características hacen pensar  que se trata de instalar una “globalización  del  temor y de la  inseguridad.”

El estado de excepción
En Noviembre de 2001,  George W. Bush emitió una “orden militar” que autorizaba la detención indefinida y el proceso por parte de “comisiones militares” de los no ciudadanos sospechosos de estar implicados en acciones terroristas. Esto tuvo como consecuencia el término de todo estatuto jurídico de los individuos, produciendo un ser jurídicamente innombrable e inclasificable. Los talibanes capturados en la invasión de Afganistán no son ni acusados ni prisioneros, sino “detainees,” detenidos indefinidamente fuera de toda ley y control jurídico.

La concentración de poder en manos presidenciales no es nada nuevo en la política estadounidense. Desde Woodrow Wilson hasta el gobierno de Bush las medidas de excepción que intervienen el estado de derecho han sido frecuentemente usadas por los presidentes para la toma de medidas extraordinarias en el terreno económico y bélico. En plena Segunda Guerra Mundial el presidente F.D. Roosevelt pidió al Congreso poderes extraordinarios: …”En el caso de que el Congreso no actúe, o no actúe adecuadamente, asumiré yo mismo la responsabilidad de la acción (…) El pueblo norteamericano puede estar seguro que no dudaré en usar cada uno de los poderes con los que he sido investido para vencer a nuestros enemigos en toda parte del mundo en la cual nuestra seguridad lo requiera” (Rossiter, 1948, p. 269.)3

Es en función de estos mismos poderes soberanos, que George W. Bush se refiere a si mismo como el Commander in chief of the army. Esto que constituye per se un estado de excepción, busca:”…producir una situación en la cual la emergencia devenga la regla y la distinción entre paz y guerra (y entre guerra externa y guerra civil mundial) resulte imposible.”  

Este estado de excepción considerado como respuesta del estado a los conflictos internos más agudos se ha ido desarrollando como una política cada vez más permanente  en los estados, presentándose un maridaje entre democracia y totalitarismo y convirtiéndose en paradigma de gobierno de la política contemporánea.

“El totalitarismo moderno puede ser definido en este sentido como la instauración, a través del Estado de excepción, de una guerra civil legal, que permite la eliminación física  no sólo de los adversarios políticos sino de categorías enteras de ciudadanos que por cualquier razón resultan no integrables en el sistema político”4 Es lo que se ha venido observando en la política del gobierno estadounidense.  “Las disposiciones casi dictatoriales de los sistemas constitucionales modernos, sean estas la ley marcial, el estado de sitio o los poderes de emergencia constitucional, no pueden realizar controles efectivos sobre la concentración de los poderes. En consecuencia todas estas instituciones corren el riesgo de ser transformadas en sistemas totalitarios, si se presentan condiciones favorables”5

La sociedad se encuentra subsumida en el centro  de  un poder que penetra toda la estructura social, produciendo la expresión de una fuerza de dominación que se internaliza en la conciencia y el cuerpo de los dominados y se manifiesta en la totalidad de sus relaciones sociales. ”Como dijo Foucault: La vida se ha vuelto ahora… un objeto del poder”.  El biopoder,  tiene como objetivo la afectación de la producción y reproducción de la vida, objetivo que sólo en una  sociedad de control es posible su completa materialización.  La bío-política impregna la sociedad desde sus más básicos organismos, ya que  tiene el poder de decidir la muerte por medio  de una guerra total de aniquilación o por el manejo de la vida la cual se ha convertido en el objetivo del poder, de allí que el manejo del aborto y la eutanasia o la creación y fragmentación de nuevas y antiguas naciones, estén comprendidas en este tablero de ajedrez en que se ha convertido el mundo y sus habitantes. Para ello usa todos las estructuras y dispositivos que el poder le proporciona performando una sociedad que se discipline tras sus principios. 

Al respecto, es ilustrativo un párrafo del Manifiesto para Cyborg donde Donna Haraway analiza como se van construyendo los instrumentos que van posibilitando la implementación del biopoder. Según Haraway las nuevas tecnologías de la comunicación son fundamentales para favorecer: ”…el establecimiento rapidísimo de un establecimiento militar permanente de alta tecnología (…) la cultura de los video juegos está sobre todo orientada a la competición individual y a la guerra extraterrestre. Aquí son producidas imaginaciones genéricas y de alta tecnología que pueden dar lugar a la desaparición del planeta y a una huída de ciencia ficción de sus consecuencias. La militarización va más allá de nuestras imaginaciones, y las otras realidades de la guerra nuclear y electrónicas son ineludibles…”6

Paul Virilio, citado por Deleuze y Guatari también señala algunos tópicos importantes sobre esta situación: como la máquina de guerra ha encontrado su nuevo objeto en la paz absoluta del terror o de la disuasión; como efectúa una “capitalización” técnico-científica; como esta máquina de guerra no es temible en función de la posible guerra que nos promete, como un chantaje sino, por el contrario en función de la paz; como esta máquina de guerra no tiene necesidad de un enemigo cualificado, sino que se puede ejercer sobre un “enemigo indeterminado”, interior o exterior; como de ella surge una nueva concepción de la seguridad como guerra materializada, como inseguridad organizada, o catástrofe programada, distribuida, molecularizada.7

En el albor del siglo XXI no es el Estado-nación el que decide e impone una lógica de control en base al miedo  sino que es el poder global (imperial) el que lo produce y lo reflecta en los estados occidentales como tributarios de su política. Así no sólo se mantiene un ejercito multinacional para defender al mundo cristiano del terrorismo (la invasión a Irak y Afganistán) sino que también se controlan, a través de los estados, los brotes subversivos locales en función de una creciente inseguridad objetivada principalmente en el temor a la delincuencia,  al inmigrante y  a factores múltiples que hacen que la incertidumbre y la inseguridad estén en estado de latencia social.

Frente a estos peligros, la sociedad se autodisciplina para aceptar los elementos legales e ilegales que permita la defensa del “Estado de derecho”, todas las medidas que el aparato de poder público y los poderes privados ejerzan sobre ella, aún afectando sus derechos legales, siempre que sea en beneficio de una prevención y control de las amenazas latentes.

Se está constituyendo un modelo de   sociedad  cuyo ejercicio de dominación es posicionar sutilmente  la inseguridad y la incertidumbre, con el propósito de generar la necesidad y aceptación  de  la vigilancia y el control, tanto en sus formas preventivas como coercitivas. Se trata de una  política  cuyo diseño envuelve  una totalidad, pero que a su vez  se fragmenta en su particularidad. Se percibe un peligro binario. Por un lado está el peligro indeterminado y atemporal del terrorismo, del cual ninguna nación está libre y por otro el temor cotidiano del ataque de la delincuencia.

Existe una relación cada vez más estrecha  entre los poderes públicos y los  privados en función de la vigilancia, control y represión. El estado hace su parte materializándolas por medio de sus instituciones y particularizándolas de acuerdo a los segmentos sociales a los que va dirigida. Siendo una condición fundamental para el buen desarrollo de las relaciones del mercado que exista una situación de seguridad y armonía en la sociedad., ambas esferas, tanto la pública como la privada, sintonizan con un discurso que pone fuertemente el acento en la necesidad de mantener la paz social,  legitimando de paso el desarrollo de  sus políticas de vigilancia  y coordinando permanentemente en sus agendas el problema de la delincuencia y de la seguridad.

“En sus —por otro lado, difíciles de situar— primeros momentos, los riesgos y la percepción de los riesgos son «consecuencias involuntarias» de la lógica de control que impera en la modernidad. Política y sociológicamente, la modernidad es un proyecto de control social y tecnológico por parte del Estado-nación. Talcott Parsons fue el primero en definir la sociedad moderna como una empresa para la construcción de orden y control”8

La transferencia hacia sectores privados de la utilización de la fuerza y la coerción, anteriormente monopolio del Estado, constituye un eslabón más de la cadena de servicios y funciones donde se funden las instituciones públicas y privadas. La seguridad privada, se constituye en una  industria  coherente con las políticas estatales de preservación del orden y la complementan sobre todo en la esfera comercial. La privatización de las cárceles y  las respuestas privadas al problema  de  seguridad, mediante aparatajes tecnológicos de vigilancia-control y de  personal adiestrado en seguridad, nos develan un   nuevo concepto de manejo de poder donde cada vez más la frontera de lo estatal y lo privado  se va difuminando.  

En medio del mayor desarrollo del consumo masivo del capitalismo tardío, donde la compra y venta de bienes y servicios se estimula hasta la exacerbación, las demandas de seguridad y control se han sometido a las leyes de la oferta y la demanda, mercantilizándose el valor de la seguridad. Esta se ha transformado en bien de consumo adquiriendo la categoría de mercancía. Las tareas inherentes a la policía pública tradicional, fundamentalmente las preventivas, disuatorias o de custodia, comienzan a ser percibidas como un producto.  Así temor y mercado establecen una relación incestuosa para fortalecer la  dominación de las estructuras de poder donde el mercado es el mayor accionista. El temor provoca una incesante necesidad de seguridad la cual está disponible para su consumo. Estamos frente a un equilibrio en el mercado: a la oferta del miedo corresponde una igual demanda de seguridad; mientras más crecen los temores, más se diversifica la oferta de sus  productos  convirtiendo la analgesia de la desazón, en artículo de primera necesidad. 

En la actualidad, los dueños del capital han agregado a sus activos la propiedad de una policía con su correspondiente dispositivo controlador, las que en algunos casos al disponer de sofisticadas y completas bases de datos les otorga de hecho un gran poder que posibilita que, en determinadas ocasiones, puedan ejercerlo sobre el resto de la sociedad. No es la única  adquisición. El negocio de los seguros se ha convertido en otro de los objetos rentables para los grandes consorcios cuyas filiales aseguradoras se han expandido en la sociedad actual. Desde los seguros inmobiliarios hasta los aseguramientos corporales, toda clase de seguros ofrecen la posibilidad de sustraerse a posibles riesgos y a cubrir las necesidades que el actual modelo no proporciona.

Con la aplicación de esta política emerge un nuevo modo de regulación social la que se denomina las “sociedades aseguradoras”. El seguro, base en la compensación de riesgos, se transforma, de simple tecnología del riesgo en tecnología política. Es posible que estemos avanzando a la constitución de un nuevo  pacto social basado en la seguridad y la protección del individuo,  en la constitución de una nueva sociedad de la seguridad-inseguridad. Esta posibilidad no es tan inédita.  En 1852. Emile de Girardin en su obra La política universal, hace del seguro un principio global de reorganización social. Al entender los problemas sociales como situaciones de riesgos, vincula su solución al aseguramiento. El contrato social es re-definido como contrato de seguro.9 

“Los riesgos en los que se cree son el látigo empleado para mantener el momento presente

corriendo al galope. Cuanto más amenazantes sean las sombras que caen sobre el momento

presente desde el terrible futuro que asoma en la distancia, más inevitable la conmoción que

puede provocarse hoy por la dramatización del riesgo. Esto es demostrable no sólo con el

discurso de la crisis medioambiental, sino también, e incluso quizás más enfáticamente, con

el ejemplo del discurso de la globalización. Por ejemplo, la globalización del trabajo remunerado no existe (todavía) en alto grado; sin embargo, ya amenaza, o, más exactamente, la empresa transnacional nos amenaza con ello.”10

Riesgo y temor son dos caras de una misma moneda que  hacen posible y deseable el control social. El seguro cubre el riesgo pero no elimina la amenaza eventual. Entonces las políticas de control aparecen como solución insoslayable. Sólo mayores medidas de control tanto  punitivas como restrictivas aseguran “el orden y la paz social”. 

La pregunta es: ¿Cómo se materializa esta sociedad del control, cuáles son los dispositivos que permiten implantar la política del temor sin que se manifieste el rechazo de los dominados y se evidencie la contradicción  entre libertad individual y control? 

Los instrumentos que posibilitan esta política de control y dominación por medio del temor son definidos por las estructuras de poder que los emplean.  El Estado, eficiente fuente de violencia y control social,  confecciona  el discurso e  implementa ciertas acciones que desarrolla por medio de sus   instituciones, las que a menudo son coordinadas con instituciones privadas de seguridad. Parte importante de esta implementación la asumen los medios de comunicación, los que se encargan de agendar coordinadamente las respectivas políticas. Las instituciones soporte del cuerpo social burgués: la familia, la escuela y la iglesia, son agentes re-productores de las formas de poder y control re-produciéndolas en su interior con la indudable ventaja que dan los lazos afectivos y la receptividad de la corta edad. Otros medios efectivos para alcanzar el fin deseado  son el uso de la tecnología  y  de  personal altamente cualificado en el terreno de la comunicación. Estos dos últimos dispositivos merecen una atención especial por la incidencia en la conducta del cuerpo social.

Tecnología:  Vigilar y controlar
La dominación y control por medio de la vigilancia y el temor no es algo nuevo en el desarrollo histórico de las distintas sociedades, sin embargo es a partir de fines del  siglo XVIII donde comenzará a tomar una connotación científica y por lo tanto se volverá más eficiente. 

En 1825 Adolphe Quetelet, elabora  tablas de criminalidad, de mortalidad y de lo que llama “la tendencia al crimen”, lo que  se traduce en la probabilidad más o menos grande que un individuo tiene de cometer un crimen.. Usando la métrica, sus observaciones le permiten formular leyes probabilísticas, cartografías de las tasas delincuenciales asociándolas a los índices de inestabilidad. En 1848 en una de sus obras donde expone sus “tablas de criminalidad” demuestra la utilidad que estas pueden proporcionar como instrumento de gobierno señalando:”Al considerar las cosas desde este punto de vista, se concebirá mejor la alta función del legislador que, de alguna forma, tiene entre sus manos el presupuesto de los crímenes y que puede disminuir o aumentar su número con medidas combinadas con mayor o menor prudencia.”11

La sociedad del siglo XIX y de gran parte del siglo XX controlaban el sometimiento y obediencia a  sus estructuras de poder, sus reglas, normativas y preceptos  legales por medio de un campo disciplinar que implantado desde sus estructuras soporte: la familia, la escuela y la estructura religiosa, contribuían a su desarrollo en gran medida por el apoderamiento y manipulación del cuerpo. La disciplina va performando cuerpos dóciles que habilitados para la obediencia conforman un bios interactivo de un cuerpo social de asimilable docilidad. Así la disciplina se ha convertido en mecanismo eficaz de  dominación. La acción disciplinaria actúa acondicionando el pensamiento y la sumisión.  Su práctica asegura el comportamiento y la inteligibilidad en función del poder. Sin embargo, en el naciente siglo XXI,  las sociedades disciplinarias han dado paso a las sociedades de control donde el cuerpo dócil e inteligible que  analiza Foucault, se ha convertido en un cuerpo aceptador, que por medio del deseo se convierte en unidad integrada de una  estructura  no sólo  coercitiva  sino también  seductora  que lo moldea y lo atrae al mismo tiempo para una deseada asimilación. Es esta posición de aceptación, casi gozosa, del cuerpo social lo que presupone la dificultad del desmontaje de las estructuras de poder que entrecruzan la sociedad 

Un poco de historia dará cuenta de las diferencias que se perciben entre las sociedades disciplinarias y las sociedades de control.

El panóptico es el paradigma por excelencia de la vigilancia y control. Diseñado por Bentham a fines del siglo XVIII da una nueva estructura a la vigilancia y a la prisión, pero fundamentalmente a la relación de poder entre  vigilante y vigilado. “El dispositivo panóptico dispone unas unidades espaciales que permiten ver sin cesar y reconocer al punto”12. El mayor efecto del panóptico fue la funcionalidad de su principio  ya que no sólo servía para vigilar a los detenidos, en su arquitectura de torre central-ojo-vigilante  sino también para observar a los enfermos, los trabajadores o los escolares, por la versatilidad de su aplicación. Es la primera forma de invisibilidad del poder de control, que hoy, en nuestro siglo, ha sido perfeccionada por la cámara omnipresente. 

“ De ahí el efecto mayor del Panóptico: inducir en el detenido un estado consciente y permanente de visibilidad que garantiza el funcionamiento automático del poder. Hacer que la vigilancia sea permanente en sus efectos, incluso si es discontinua en su acción. Que la perfección del poder tienda a volver inútil la actualidad de su ejercicio; que este aparato arquitectónico sea una máquina de crear y de sostener una relación de poder  independiente de aquel que lo ejerce; (..) El panóptico es una máquina de disociar la pareja ver, ser visto: en el anillo periférico, se es totalmente visto, sin ver jamás, en la torre central, se ve todo, sin ser jamás visto.” 13

Si para Bentham el poder  debía ser visible pero in-verificable, (el detenido ve la torre de control, pero no sabe si lo están vigilando), para la sociedad moderna el poder tiene una connotación espacial, debe ser visible y verificable. Esta visibilidad está entrelazada con el control disciplinario que las estructuras de poder ejercen sobre el cuerpo, efectivizando estratégicamente la función de los dispositivos del  miedo como función dualística vigilancia-protección y que se proyecta tanto en el espacio público como en el privado.

Lo que fue una idea arquitectónica para vigilar y aislar locos y presos a fines del siglo XVIII y durante el siglo XIX se ha transformado en una necesidad en el siglo XXI con  la aceptación de los modernos vigilados. a diferencia del panóptico original. Vivimos en una sociedad panóptica.  El mall, el espacio público por excelencia de la sociedad del consumo, necesita de la cámara-vigilante, de los guardias observantes y de los detectores contra robos, la ciudadanía plácidamente sometida, los requiere. No hay cuestionamiento  para los que  observan en la impunidad de la sala de control. El voyerismo protector está asimilado y aceptado.

Se ha establecido  una subjetividad positiva en torno a la vigilancia-seguridad por  parte del cuerpo social, donde  sólo se percibe la relación de seguridad de las que son beneficiarios, produciéndose una desmaterialización de la situación de poder ejercida sobre ellos,  desvinculándola de los efectos de inteligencia y control subyacente detrás de ese imaginario pasaporte a la tranquilidad y protección. El temor-siempre-presente a la agresión,  a la privación de sus pertenencias, a la “inseguridad familiar” impide que se focalice la mirada en la invasión a  la privacidad que se lleva a cabo paulatinamente. Se produce una aporía del poder: si bien el ojo vigilante que lo re–produce está presente, la percepción del poder mismo no la está. 

El dispositivo panoptiano, creado desde unos simples principios de arquitectura geométrica fue capaz de perfeccionar el ejercicio del poder; para decirlo en palabras de Foucault:: ”… Es un intensificador para cualquier aparato de poder ( ) garantiza su eficacia por su carácter preventivo, su funcionamiento continuo y sus mecanismos automáticos. Es una manera de obtener poder, en una cantidad hasta entonces sin ejemplo, un grande y nuevo instrumento de gobierno…, su excelencia consiste en la gran fuerza que es capaz de imprimir a toda institución a que se lo aplica”14

En una época tecnologizada  como la nuestra, el efecto producido por el panóptico en el siglo XIX se puede considerar exiguo en comparación con la vigilancia y control  que se posibilita gracias a las empresas de tecnología computacional, industrias de armamentos militares y  los sofisticados dispositivos  que se desarrollan para   los programas espaciales y destinados a la vigilancia estratégica desde el espacio exterior.  Hay un entrecruzamiento funcionalista entre tecnología y el dispositivo de control que produce una acumulación de poder  y por tanto de nuevos saberes que  re-producen el dominio y potencian la integración de estos dispositivos como categorías materiales del desenvolvimiento social, creando la percepción que es necesaria  una mayor inversión en seguridad y medidas penales más drásticas  en contra de los individuos al margen de la ley. 

El discurso: Control preventivo y seguridad
El discurso para mantener la dominación y  el  control de la sociedad por parte de los que detentan el poder posee una funcionalidad que le permite tomar  corporeidad en sociedades diversas de acuerdo a cada momento histórico de éstas,  deviniendo en institucionalidades funcionales al desarrollo del corpus social

Recurriendo a la identificación y al análisis del discurso se puede develar lo que subyace en su retórica. Con mucha razón Foucault escribía: “Pos más que en apariencia el discurso sea poca cosa, las prohibiciones que recaen sobre él revelan muy pronto, rápidamente, su vinculación con el deseo y el poder. Y esto no tiene nada de extraño, pues el discurso – el psicoanálisis nos lo ha mostrado- no es simplemente lo que manifiesta (o encubre) el deseo; es también el objeto del deseo; pues –la historia no deja de enseñárnoslo- el discurso no es simplemente aquello que traduce las luchas o los sistemas de dominación, sino aquello por lo que, y por medio de lo cual se lucha, aquel poder del que quiere uno adueñarse.” 15  

El discurso del control  presenta su carga inmaterial sin que una reflexión crítica de la sociedad pueda percibirla.

En una era donde los medios de comunicación,  se han vuelto masivos, especialmente la televisión, el poder del discurso se ha tornado infinitamente  penetrante y perturbador. El discurso del miedo ha sido difundido con gran entusiasmo por los mass media, el brazo largo de las estructuras de poder. Estos cumplen un rol coordinador de las políticas  del temor, tanto globales como locales, relatando los atentados “ya habituales” en el medio oriente, para que no se olvide el horror latente del terrorismo islámico y luego, en el plano local, reporteando los numerosos crímenes de la delincuencia y la marginalidad delictual poblacional.

El discurso refleja siempre la sensación de algo que está pendiendo sobre la sociedad. El relato, ya sea global o local, subjetiviza este miedo indeterminado que toma diferentes formas sean estas posibles atentados desbaratados oportunamente por la policía, o fármacos peligrosos que deben ser retirados apresuradamente del mercado, (pero que siguen circulando normalmente en los países del tercer mundo), dando cuenta de una latencia del temor  dialéctica,  en tanto las estructuras de poder  atemorizan, pero ofrecen la seguridad para esos temores.  

“ Se mantiene el terror del criminal, se agita la amenaza de lo monstruoso para reforzar esta ideología del bien  y del mal. De lo permitido y de lo prohibido que la enseñanza actual no se atreve a transmitir con tanta seguridad como antes. Lo que el profesor de filosofía no se atreve ya a decir en su lenguaje alambicado, lo proclama el periodista abiertamente. (..) Hoy los periodistas están presionados, invitados, estimulados a decir con mayor fuerza  y con mayor insistencia lo que los profesores no pueden ya decir”16

Si  bien la inseguridad es el leiv motiv de la sociedad de control, su discurso  no incorpora elementos caóticos o in-direccionados.  Se percibe una manipulación de los temores para asegurar el cumplimiento de los mandatos legales y el mantenimiento de las normas, pero al mismo tiempo se enfatiza en el estado de bonanza  que permite a la sociedad desarrollar su quehacer cotidiano y  al mercado  desarrollarse sin turbulencias exógenas a las de su propia actividad.  

El ejercicio del poder, como señala Foucault, consiste en guiar la posibilidad de conducta, en ordenar sus efectos.  Más que una confrontación de adversarios el poder es una cuestión de gobierno. El discurso es altamente productivo en este aspecto: su objetivo es inculcar las ideas que se deben reproducir en el cuerpo social. Transfiere con exactitud los requerimientos de las estructuras de poder y los condiciona a una práctica perdurable en el tiempo. La alianza del placer con el poder, produce  efectos importantes; el poder no sólo reprime o prohíbe, también produce placer, y es esta cualidad la que dilucida porque se puede obedecer al poder y encontrar aceptación a políticas de control cada vez más restrictivas.

Esto es lo que el discurso legitima publicitando un sistema seductor que a través de su modelo imperante ofrece como compensación a las angustias las virtudes del consumo. Este, pilar fundamental del sistema, atrapa transversalmente a los distintos actores del cuerpo social quienes ven en la inseguridad un impedimento para la realización de  sus deseos en el terreno del consumo y la entretención plegándose a los planes de control exigiendo mayor vigilancia, control y métodos represivos para los que amenazan la paz social.  Se ha producido una apología del  autocontrol. El  propio cuerpo social se auto- vigila, se encapsula y se auto-controla.  

El modelo ha producido una sociedad con rasgos hedonistas y narcisistas, generando una expectativa alimentada por los medios comunicacionales que hacen de las bondades del consumo su divisa principal. Se utilizan los cuerpos de las (los) modelos como paradigma de un ideal físico conducente al éxito y posible de alcanzar por la mayoría de los integrantes de los segmentos a quienes está dirigido. Se produce un deseo compulsivo, en  hombres y mujeres, por igualar estos parámetros estéticos, los cuales además están relacionados con la aceptación social. La belleza corporal está asociada al dinero y al status. Se produce una dominación estética que juega con la sanidad y  la vida. Apoderándose del deseo, utilizando el reflejo en el espejo el  control y la seducción han llegado a su mayor expresión.

Placer y deseo en la sociedad de la abundancia
El biopoder constitutivo de la sociedad del siglo XXI,  por medio de la tensión somatizadora de la mente y el cuerpo sometidos al control y al deseo, está  produciendo una nueva forma de alienación corporal El sometimiento por medio de categorías estéticas, ha conducido a un creciente nivel hedonista y narcisista. La aspiración a una belleza de ideal estandarizado entra en tensión con la diversidad genética de los cuerpos individuales, lo que se evidencia  en mayor medida, cuando se cualifica en el juego de las relaciones sociales. Placer y deseo  fetiches de la sociedad contemporánea fisionan al individuo en el intento de lograr el ideal inalcanzable y ponen velo al poder corrosivo del mandato, subjetivando en la estructura mental la ilusión o desilusión del narciso seductor.

Así  el mito de Fausto que anunciaba la sociedad desarrollista moderna, revive hoy día en la sociedad de la abundancia que vende su alma por el éxito, el consumo y el placer.

Detrás de estos sometimientos corporales, aparentemente banales en el caso de la belleza, se va conformando una nueva forma de dominación conducente a auto exigencia corporal en función de un ilusorio éxito social.  Por otra parte, lo efímero, lo desechable, lo insustancial, las in-certezas frente al futuro, la obsolescencia de lo cotidiano, hacen que el individuo perciba su cuerpo como única pertenencia duradera, como objeto de culto.

“El cuerpo glorioso”. Este sintagma encierra todo un recorrido histórico, que va desde el cuerpo rígido del niño sentado en la escuela frente al profesor, en el siglo XIX y el cuerpo bronceado del adolescente en el gimnasio en el siglo XXI. Ambos cuerpos están sometidos a cierta disciplina y son objetos cautivos del poder, la diferencia está en que mientras el control corporal en el niño formaba parte de una técnica disciplinar individual el muchacho del siglo XXI,  que se somete gustoso a las exigencias físicas que le impone la sociedad, es parte de un fenómeno colectivo que se introduce en toda la población.

Ya no se trata de desarrollar una disciplina sobre un cuerpo individual; no es el individuo tratado en detalle, ahora se trata de actuar con mecanismos globales que produzcan resultados también globales se trata en palabras de Foucault de…”tomar en cuenta la vida, los procesos biológicos del hombre/especie y asegurar en ellos no una disciplina sino una regularización”. 17 

Al empoderarse de su cuerpo, el individuo no sólo experimenta placer y se gratifica en el único objeto en que puede ejercer poder, sino que se conecta con el otro en un plano de igualdad, percibiendo que con el ofrecimiento de su cuerpo se cumplen sus expectativas personales en una sociedad cada vez más indiferente e individualista y es aquí, en su afán de estar donde “se debe estar”, en usar “lo que se debe usar” en que el individuo y la población en su conjunto pasan a ser funcionales a las estructuras de control.

Michel Foucault se preguntaba: 
“… ¿Cuál es el tipo de inversión sobre el cuerpo que es preciso y suficiente para el funcionamiento de una sociedad capitalista como la nuestra? Pienso que desde el siglo XVIII hasta comienzos del XX, se ha creído que la dominación del cuerpo por el poder debía ser pesada, maciza, constante, meticulosa. De ahí esos regímenes disciplinarios formidables que uno encuentra en las escuelas, los hospitales, (..) y después, a partir de los años sesenta, se da uno cuenta que este poder tan pesado no era tan indispensable como parecía, que las sociedades industriales podían contentarse con un poder contra el cuerpo mucho más  relajado. Se descubre entonces que los controles de la sexualidad podían atenuarse y adoptar otras formas.. ;  queda por estudiar de qué cuerpo tiene necesidad la sociedad actual.”18

La respuesta a esta pregunta no parece sencilla. Sin duda el cuerpo ha llegado a su máxima exaltación, pero frente a ese cuerpo en esplendor, existe la vida nuda, el cuerpo nudo de los detainees, el musulmán. Ellos son la expresión más evidente de la vida nuda, indeterminada, suspendidos en el tiempo y el espacio. Detención indefinida, vida enajenada a la ley y al derecho jurídico. El cuerpo y la vida como objeto de disputa entre dominantes y dominados puede ser el principio de la oscuridad. 

Entonces, se vuelve imperativo,  construir los saberes necesarios desde la existencia misma de los actores dominados,  que permitan recuperar los cuerpos desde la estructura de dominación

El análisis de las estructuras de poder, pueden servir para un análisis global de la sociedad articulado con la historia. Michel Foucault hablaba de una política de la verdad y en relación a esto se podrá ver que “el análisis de los mecanismos de poder tiene “…el papel de mostrar cuales son los efectos de saber que se producen en nuestra sociedad por obra de las luchas, los enfrentamientos, los combates que se libran en ella, así como las tácticas de poder que son los elementos de esa lucha.”19

Notas:
1   Ver Michel Foucault, Defender la sociedad, Buenos Aires, Fondo de cultura económica 2000
2 T. Negri, M. Hardt Multitud. Barcelona, Random House Mondadori, S.A. 2004 pag. 41
3  Giorgio Agamben, Estado de excepción. Buenos Aires, Adriana Hidalgo Editora,  p. 58
4  Giorgio Agamben, Estado de excepción. Buenos Aires, Adriana Hidalgo Editora,  p. 25
5   Giorgio Agamben, Estado de excepción. Buenos Aires, Adriana Hidalgo Editora, p. 34
6 D. Haraway,  Ciencia,  cyborgs y mujeres, la reinvención de la naturaleza, Madrid, Cátedra, 1995
7 Gilles Deleuze y Félix Guatari, Mil Mesetas,  Valencia, Pre-texto 1997, pag. 471
8 Ulrich Beck,  Las Sociedades del riesgo, hacia una nueva modernidad, Barcelona. Paidos 1998
9 Armand Mattelart, La invención de la comunicación, México, Siglo XXI Editores 1995 p. 283.
10  Ulrich Beck,  Las Sociedades del riesgo, hacia una nueva modernidad, Barcelona. Paidos 1998.
11  A. Quetelet  Du systçeme social… citado por  Armand Mattelart, La invención de la   comunicación, México, Siglo XXI Editores 1995 p. 281
12  Michel Foucault, Vigilar y castigar: Nacimiento de la prisión,  México D.F., Siglo XXI, 1995.
13  Michel Foucault, Vigilar y castigar: Nacimiento de la prisión,  México D.F., Siglo XXI, 1995. 
14  Michel Foucault, Vigilar y castigar: Nacimiento de la prisión,  México D.F., Siglo XXI, 1995.
15 Michel Foucault,  El orden del discurso, Barcelona, Tusquets Editores. S.A. 1999  p. 15
16  Michel. Foucault,  Microfísica del poder, Madrid,  Las ediciones de La Piqueta  1992 p. 38
17 Michel Foucault, Defender la sociedad, Buenos Aires,Fondo de cultura económica, 2000, p. 223
18  Michel Foucault,  Microfísica del poder, Madrid, Las Ediciones de La Piqueta,  1991,  p. 106
19 Michel Foucault, Seguridad, territorio, población, Buenos Aires, Fondo de cultura económica, 2006, p. 17

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