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Homilía del 24 de marzo en la capilla de la UCA: «Monseñor Romero y la UCA»

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Monseñor Romero es fuente de agua viva, y estos días se ha desbordado. Muchos, ciertamente los pobres y sencillos de este pueblo, están saciando su sed recordando su vida, viendo su rostro en afiches y escuchando sus palabras.

Sólo ciegos y sordos parece que no se han enterado de que Monseñor Romero vive. Otros hay, de corazón endurecido, que no se ablandan con la sonrisa de ese Monseñor tal como aparece en el afiche de 20 metros en la Feria Internacional y en la Plaza de Catedral. Y también hay tibios que apenas celebran y no quieren oír mucho de la invitación  que Monseñor nos hace a la conversión, a ser buenas personas y buenos cristianos.

En la UCA sí hemos recordado a Monseñor Romero. Unidades de mantenimiento y limpieza, la radio y audiovisuales, talleres gráficos y el coro que siempre nos acompaña, el departamento de teología, y otras personas han puesto cariño y trabajo para hacerlo presente.

Ahora en esta eucaristía, aproximadamente a la misma hora en que sonó el disparo en 1980 nos juntamos en una capilla, construida en su memoria hace 25 años, y en la que descansan ocho jesuitas, seis de ellos mártires, que siguieron su ejemplo.

En esta homilía quiero decir unas palabras sobre Monseñor Romero y la UCA. Espero que lo comprendan las personas de otras parroquias, instituciones, ongs, de dentro y de fuera país, las que están aquí presentes y las que nos escuchan a través de la YSUCA. Y espero que estas palabras nos iluminen y animen a todos.

Mencionaré  recuerdos y relatos, ojalá como lo hacen los evangelios al hablar de Jesús: para proclamar la buena noticia de Monseñor Romero y para que la UCA, y todos, seamos seguidores suyos.

Lo haré en tres breves partes y una conclusión. Pero antes, quiero recordar unas palabras de Monseñor, que son entrañables para la UCA. El 23 de marzo, la víspera de ser asesinado, poco antes de terminar su conocida homilía del “cese la represión”, dijo:

“Un dato final con el cual queremos expresar una solidaridad especial. Ayer por la tarde, la UCA, Universidad  “José Simeón Cañas” fue atacada por primera vez y sin ninguna provocación. Un buen equipo bélico tomó este operativo a la 1:15 de la tarde con la policía nacional, ingresaron al campus disparando, y un estudiante que se encontraba estudiando matemáticas, Manuel Orantes Guillén, fue asesinado. Me dicen también que han desaparecido varios estudiantes y que sus familiares y la UCA protestan por el allanamiento de un campus que debe de hacerse respetar en su autonomía”

Fueron sus últimas palabras sobre la UCA y sus estudiantes. Y como siempre solía hacer, recordó a los angustiados familiares de las víctimas.

Desencuentros con la UCA antes de ser arzobispo
A Monseñor le asustaron las consecuencias de Medellín, y por ello fue crítico de la teología de la liberación y de varios jesuitas de la UCA. Permítanme recordar sus tensiones con dos de los jesuitas que después fueron asesinados.

El P. Amando López era rector del seminario San José de la Montaña cuando los jesuitas fueron expulsados en 1972, y Monseñor favoreció la expulsión. Después, como arzobispo, le pidió perdón a Amando. Lo mismo hizo con otras personas a las que no había tratado justamente, como lo recuerda muy bien una comunidad popular de Zacamil. El Monseñor que fue pastor, profeta y mártir, tenía además la humildad y la nobleza de pedir perdón.

En 1973, por encargo de la conferencia episcopal, censuró y criticó el libro de Ellacuría “Teología política”. En abril de 1977, Ellacuría le escribió una bella carta con inmenso respeto, agradecimiento y cariño por su actuación como arzobispo tras el asesinato de Rutilio. Fueron no sólo colaboradores sino, me consta bien, amigos entrañables.

1977-1980. Durante los años de su ministerio arzobispal
La UCA se puso a total disposición de aquel Monseñor que comenzaba su ministerio en medio de asesinatos, Rutilio, Manuel y Nelson, y ataques despiadados contra su persona. Sin reservas puso a su disposición sus conocimientos universitarios y teológicos, todos sus recursos y la energía de su inspiración cristiana, inspiración que Monseñor fortaleció inmensamente durante tres años. Sólo algunos recuerdos.

Italo López Vallecillos, laico y cristiano, en la imprenta trabajó de noche para imprimir textos bíblicos para prepara la misa única. Después editó Medellín y las mejores cartas pastorales de los obispos de Brasil y Perú. Era gran respaldo a Monseñor.

Teólogos, economistas, como Héctor Dada, quien nos habló ayer, y sociólogos de la UCA colaboraron con él en la elaboración de sus cartas pastorales. Siempre lo consideraron un privilegio.

En agosto de 1978, al regresar del exilio Ellacuría escribió 30 comentarios sobre la tercera carta pastoral sobre “la Iglesia y las organizaciones políticas populares”, que fueron transmitidos por la YSAX. Y después, con el P. Montes, Polín -ambos morirían asesinados- y un servidor, Monseñor tuvo una conferencia en el aula magna de la UCA exponiendo la carta.

En una de sus visitas a la UCA con sencillez y confianza le dijo al Padre Ellacuría: “La UCA hace un trabajo muy cristiano. Pero, necesita una capilla”. Ellacuría le contestó: “Monseñor, en cuanto tengamos un poquito más de paz y de tiempo la construiremos”. El día en que lo asesinaron Ellacuría hizo una especie de juramento de construirla. En ella estamos ahora.

En octubre de 1979 Román Mayorga, quien era rector de la UCA, fue a visitar a Monseñor para pedirle su consejo sobre si participar o no en la nueva Junta de Gobierno. En su diario, Monseñor escribe el 17 de octubre, 1979, cómo fue la reunión:

“Le dije que él era  una persona de confianza, que daría confianza a un gran sector del pueblo y, dada su espiritualidad cristiana y sus conocimientos académicos como rector de la UCA, era el hombre indicado para dar un apoyo racional al movimiento que hasta ahora es solamente militar. En un gesto de humildad, el ingeniero Román Mayorga me dijo que sentía en mí la voz de Dios y que se comprometería. Yo también le dije que no era un compromiso incondicional, que si se dieran cosas inconvenientes, él mismo tendría que salirse, y si yo mismo me daba cuenta de ello yo mismo le diría. Se arrodilló y me pidió la bendición”.

Segundo Montes y Ellacuría le acompañaron en las conferencias de prensa que dio después de sus últimas homilías para ayudarle a responder preguntas candentes de los periodistas sobre los salvadoreños que tenían que emigrar y sobre la situación política.

La UCA estaba, activamente, orgullosamente, gozosamente, con Monseñor. Muchos de sus profesores y profesoras, muchos de sus empleados, trabajadores y trabajadoras escuchaban sus homilías con respeto y esperanza.

Después del 24 de marzo
En el funeral que se celebró en la UCA, después de su asesinato, Ellacuría dijo estas palabras inmortales: “Con Monseñor Romero Dios pasó por El Salvador”. No se puede decir más en menos palabras.

Cuatro meses después Rodolfo Cardenal, Ignacio Martín-Baró y este servidor escribimos “La voz de los sin voz”, un libro de más de 400 páginas donde recogimos la palabra de Monseñor Romero en homilías, cartas pastorales y entrevistas. La UCA ponía su grano de arena para mantener viva su palabra.  Gran alegría es que esa voz ha ido creciendo cada vez más, en el país y en todo el mundo.

Ahora sólo quiero recordar lo que, después de su asesinato, dijeron de Monseñor dos de los jesuitas mártires, cuyos cuerpos están entre nosotros.

Nacho Martín-Baró escribió una introducción al libro citado sobre la situación de los tres años de su ministerio
“Sólo así se entenderá que la palabra de Monseñor fue un diálogo crítico con su realidad, un diálogo destructor de muerte y generador de vida, un diálogo en el que Dios se hacía patente y concreto al pueblo salvadoreño. Un diálogo que quienes sólo saben monologar desde la prepotencia del dinero y de las armas no pudieron soportar. Y, por eso mataron al interlocutor: asesinaron a Monseñor.

Son muchos los que desde salones lujosos o desde despachos oficiales donde se habla inglés y español quieren que Monseñor sea verdaderamente enterrado. Para ello tienen dinero, poder y armas; para ello se valen de la autoridad o de la presión, de la disuasión o de la mentira, de la corrupción o del chantaje. Cualquier medio es bueno con tal de sepultar para siempre aquello por lo que Monseñor siempre luchó: la semilla de liberación popular, único camino hacia el Dios de Jesús”. 

En 1985 la UCA otorgó a Monseñor Romero un Doctorado Honoris Causa en Teología. Hoy llamamos a Monseñor Pastor, Profeta y Mártir. Pero ante todo hay que recordarlo como seguidor de Jesús. Es lo que hizo Ellacuría:

“Como la de su gran maestro Jesús de Nazaret, su misión pública al frente del arzobispado sólo duró tres años. Reunidos los poderes de las tinieblas, decidieron acabar con quien, como en el caso de Jesús, fue acusado de andar soliviantando a la gente desde Galilea hasta Judea, desde Chalatenango hasta Morazán. Y lo acallaron de un tiro mortal porque el pueblo no hubiera permitido que lo crucificaran en público. Sólo así pudieron acallar al profeta. Pero ya para entonces la semilla había fructificado y su voz había sido recogida por miles de gargantas que con Monseñor habían recobrado su voz perdida”.

Y en el discurso Ellacuría añadió el don más preciado de Monseñor al pueblo: la esperanza
“La esperanza de Monseñor Romero era más fuerte que la realidad desesperanzada que todos los días tocaba a sus puertas; la fuerza del mal, su omnipresencia, no era capaz de destruir su confianza en la fuerza del bien. Sobre dos pilares apoyaba su esperanza: un pilar histórico que era su conocimiento del pueblo al que él atribuía una capacidad inagotable de encontrar salidas a las dificultades más graves, y un pilar trascendente que era su persuasión de que últimamente Dios es un Dios de vida y no de muerte, que lo último de la realidad es el bien y no el mal. Esa esperanza no sólo lo hacía superar cualquier tentación de desaliento, sino que lo animaba a seguir trabajando, consciente de que su esfuerzo no iba a ser baldío por más  que fuera corto en el tiempo”.

En lo personal me alegra mucho que Nacho y Ellacu, al recordar a Monseñor hablasen de Jesús y de su Dios.

Conclusión  para la UCA y para todos
Así pudiéramos seguir. Monseñor inspiró a los mártires de la UCA y a todos los mártires. Todos ellos hoy nos animan y nos interpelan.

Con sencillez y con firmeza debemos preguntarnos: ¿Queremos ser el pueblo de Monseñor, la Iglesia de Monseñor, la UCA de Monseñor?

No es fácil. El paso del tiempo, el egoísmo siempre al acecho, el buen vivir que nos ofrecen falazmente, por todos lados, como la medida de lo humano, los costos y los riesgos de vivir como Monseñor no lo facilitan. Pero no hay mejor solución para ser salvadoreños, universitarios y cristianos que tener a Monseñor Romero en nuestro corazón y en nuestra mente, hacer que descienda hasta nuestras manos y pies, hasta nuestra voluntad.

Y como le ocurrió a Monseñor, todo esto nos será más fácil si hacemos nuestro el sufrimiento del pueblo, si experimentamos el gozo de poderlo acompañar. Así seremos seguidores de Jesús e hijos e hijas del Dios de Monseñor.

Ojalá los de la UCA tengamos presentes unas palabras muy especiales que dijo el P. Ellacuría sobre Monseñor Romero y la UCA:

“Monseñor Romero pidió nuestra colaboración en múltiples ocasiones y esto representa y representará para nosotros un gran honor, por quien nos la pidió y por la causa para la que nos la pidió… Pero en todas estas colaboraciones no hay duda de quién era el maestro y de quién era el auxiliar, de quién era el pastor que marca las directrices y de quién era el ejecutor, de quién era el profeta que desentrañaba el misterio y de quién era el seguidor, de quién era el animador y de quién era el animado, de quién era la voz y de quién era el eco”.

Ojalá sintamos que Monseñor Romero nos sigue pidiendo que colaboremos con él, y pongamos manos a la obra.

Para terminar esta eucaristía en recuerdo de Monseñor, agradecemos a Casaldáliga que nos recuerde la verdad. “Nuestra coherencia será la mejor canonización de “San Romero de América, Pastor y Mártir””.

Pedimos a Jesús su gracia para ser como lo hemos escuchado en el evangelio: “No sea así entre ustedes. El más importante debe portarse como si fuera el último, y el que manda, como si fuera el que sirve. Yo estoy entre ustedes como el que sirve”.

Y con cariño y agradecimiento terminamos con las últimas palabras que Monseñor Romero pronunció en vida. “Que este cuerpo inmolado y esta carne sacrificada por los hombres nos alimente también a dar nuestro cuerpo y nuestra sangre al sufrimiento y al dolor, como Cristo: no para sí, sino para dar justicia y paz a nuestro pueblo”.

Así  estuvo Monseñor Romero en medio de este pueblo. Le pedimos que nos dé su gracia para estar así todos nosotros, la UCA y la Iglesia en medio de este pueblo: “estar como los que sirven, trayendo paz y justicia”.

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